La cinta prodigiosa
Detectar de manera temprana la presencia de vinchucas en un domicilio es crucial para prevenir la transmisión del Chagas. Una investigación comparó el método que se usa habitualmente con una técnica más simple, que no requiere de personal especializado, y demostró que es más sensible que el método estándar. Además, actúa como barrera protectora entre el insecto y el ser humano.
“Dejala por favor, no la saques” le piden los pobladores de La Esperanza -un paraje del municipio de Castelli, en el Chaco- a Gustavo Enriquez, investigador del CONICET en el Laboratorio de Eco-Epidemiología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “Cuando se acabe la sacamos nosotros”, le dicen. Se sienten más seguros con la cinta. Vieron que las vinchucas se quedan pegadas ahí y que no los pican a la noche, mientras duermen.
Son bichos que pueden volar, pero cuando quieren comer, chupar sangre, van caminando: andan por las paredes y suben por las patas de la cama. En esos lugares ponen la cinta los investigadores. Y esperan. Al día siguiente van a ver y se fijan cuántas quedaron atrapadas y se las llevan para estudiarlas. Vuelven dos días después y hacen lo mismo. Y de nuevo otros dos días más tarde. “Nuestro estudio duraba cinco días, pero las cintas seguían capturando vinchucas y la gente nos pedía que las dejáramos”, cuenta Enriquez.
Es una cinta doble faz de unos cinco centímetros de ancho. La fabricaba una empresa brasilera. Cuando cerró, hace unos veinte años, le donó todos los rollos que le quedaban a los investigadores que solían comprarla: “Es increíblemente pegajosa. Nuestro laboratorio la viene utilizando desde hace muchos años y funciona bárbaro. Pero se está acabando. Estamos tratando de conseguir otra que la reemplace y nos está costando”.
La cinta pega de todo: garrapatas, arañas, lagartijas y un sinfín de alimañas. “A veces, sin querer, mientras se mueve por la casa, la gente misma se queda pegada”, comenta Enriquez.
Es extraordinariamente adhesiva. A tal punto, que decidieron compararla con el método de detección que se usa habitualmente para revelar la presencia de vinchucas. Querían ver si la cinta era mejor, más sensible, que lo que se viene haciendo desde siempre, que es la revisación del domicilio por parte de personas entrenadas: el método hora/hombre, lo llaman, que es el método convencional o estándar.
“La cinta se viene usando hace mucho. En los congresos científicos algunos discutían si servía o no servía, pero nadie hacía la prueba. Nosotros decidimos hacer el estudio”. Lo hicieron en La Esperanza y en dos comunidades aledañas: unas cien casas. Un área con baja densidad de vinchucas, para que costara detectarlas.
Primero revisaron las casas por el método hora/hombre: cerca de la mitad dieron positivo. Después, pusieron la cinta en esas viviendas, en las que encontraron vinchucas y, también, en varias en las que no encontraron nada: “La cinta reveló la presencia de vinchucas donde el método convencional no había podido. La diferencia es significativa en el domicilio, es decir, donde la persona duerme”, señala Enriquez.
La vivienda suele ser eso, un dormitorio. A veces, tiene un comedor. En el peridomicilio, que suele componerse de una cocina y un depósito, ambos métodos tienen sensibilidades similares. Porque ahí lo que atrae a las vinchucas para alimentarse son los perros, o las gallinas, que no se quedan quietos a la noche, duermen aquí y allá, y entonces es más difícil determinar los lugares donde poner la cinta.
Enriquez resalta el hecho de que la cinta es más sensible en los sitios que tienen poca cantidad de vinchucas: “Esto es importante, porque una de las limitaciones que tiene el método hora/hombre es que no es sensible cuando la densidad de vinchucas es baja”. Y da un ejemplo: “En una casa, una persona decía ‘hay vinchucas’. Cinco personas evaluamos la habitación, dimos vuelta la casa, no las encontramos. Y poniendo la cinta las encontramos en una pata de la cama”.
También vieron que las vinchucas atrapadas por la cinta eran más “delgadas” que las capturadas por el método convencional: “Tenían una relación peso/longitud menor. Estaban en peores condiciones nutricionales. Y examinando la orina, pudimos determinar que no se habían alimentado en las veinticuatro horas previas. Es decir, la cinta las capturó yendo en la búsqueda, interrumpió el contacto del insecto con el ser humano”, cuenta Victoria Cardinal, investigadora del CONICET que participó del trabajo.
No son paredes de ladrillo y yeso las de esa zona del Chaco. Más bien predomina el barro: “Tuvimos que rebuscarnos para encontrar la forma de pegar la cinta”. Y están las gallinas: “Se comían a las vinchucas pegadas”. Cardinal cuenta estas cosas para advertir que “hay que tener en cuenta algunos trucos para usar la cinta”. Porque ella considera importante adoptar este método: por su sensibilidad, porque sirve de barrera y porque “permite independizarse de la experticia de los evaluadores que envía la Nación o la provincia para revisar las casas, sobre todo en épocas de recursos escasos”.
Finalmente, publicaron el trabajo: en Parasites & Vectors. Lo firman Enriquez y Cardinal. Y también Carla Cecere, Julián Alvarado-Otegui, Alejandro Alvedro, Sol Gaspe, Mariano Laiño y Ricardo Gürtler.
Ahora, están trabajando en otro problema: en esa zona, los insecticidas casi no matan a las vinchucas. Muchas se hicieron resistentes. Están probando con perros: les dan un comprimido con un compuesto que las mata. Y cuando ellas los pican, les chupan la sangre, ingieren la droga y se mueren.
Mientras tanto, siguen probando cintas. Porque la que tienen, la que pega todo, se les acaba.