Río extremo
Intensa por sus marcas, persistente por la larga duración y amplia por la zona geográfica que abarca, la bajante histórica del Paraná no ofrece perspectivas de cambio en el horizonte cercano. Especialistas analizan las posibles razones del fenómeno y cuánto se puede vincular con el cambio climático global.
Barcos que dejan de flotar y encallan en el fondo barroso; una parte del lecho convertido en un gran sendero seco de piedras que permite cruzar caminando de orilla a orilla de Argentina a Paraguay, a la altura de Misiones; o parte del túnel subfluvial entre Santa Fe y Entre Ríos asoma a la vista. Todas son postales que dejan al desnudo la bajante histórica del río Paraná, el segundo gigante de agua dulce de Sudamérica que desde hace un tiempo no para de encogerse -casi hasta la mitad-, en algunos tramos.
La situación es de tal gravedad que llevó al Gobierno Nacional a decretar hasta principios de 2022 el “Estado de Emergencia Hídrica” en los territorios atravesados por el río, como las provincias de Formosa, Chaco, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, Misiones y Buenos Aires. “El déficit de precipitaciones en las cuencas brasileñas del río Paraná, del río Paraguay y del río Iguazú es uno de los factores determinantes para la bajante histórica actual, considerada la más importante en nuestro país en los últimos 77 años”, indica la norma en los considerandos.
Como la vida misma, el río tiene sus más y menos, sus altos y bajos. Los vaivenes son procesos naturales y cíclicos en cualquier sistema fluvial. La mayoría de las veces sus fluctuaciones son ordinarias, no llaman la atención. En otras ocasiones, las variaciones superan los valores medios y pasan a ser significativas; y por último, las que alcanzan a ser noticia y dan que hablar: las extraordinarias, como ocurre hoy. Si esta situación pudiera asociarse por su gravedad con el alerta de un semáforo, ¿cuál sería su color? “Ahora es rojo. El caudal está en un mínimo histórico”, evalúa sin dudar Inés Camilloni, climatóloga y doctora en Ciencias de la Atmósfera de la Universidad de Buenos Aires.
Con más de treinta años a cargo del Sistema de Información y Alerta Hidrológico del Instituto Nacional del Agua (INA), el ingeniero Juan Borús considera que “se debe ir muy atrás en el tiempo para encontrar algo similar. Hacía muchos años que no se daba una sequía tan intensa, persistente y de gran cobertura espacial. Esta bajante es una de las más duraderas registradas. Y, además, no vemos la salida del túnel, no sabemos cuánto más va a perdurar”.
Cifras en seco
Desde el aire, las imágenes satelitales muestran un panorama desolador. “El Delta se secó. De sus 17.500 kilómetros cuadrados de superficie, de los cuales el 40 por ciento estaba cubierto de agua, ahora tiene apenas el 6 por ciento”, indica Borús. Las islas que tapizan este paisaje parecen adquirir cada vez mayor dimensión, es que el sistema recibe a cuentagotas la afluencia de aguas arriba, casi la mitad del volumen de tiempos mejores. “Estamos aproximadamente -agrega- en el orden del 45 por ciento del valor del caudal que debería entrar al Delta. Es una barbaridad”.
En Rosario, este río, que en guaraní significa “pariente del mar”, está 3,20 metros por debajo del promedio de los últimos 25 años, y las cifras desde hace tiempo van marcando esta tendencia. “La bajante como tal empezó a manifestarse a principios del año pasado y más claramente en marzo. Llevamos 17 meses. Coincidió lamentablemente con la cuarentena”, sitúa Borús, que ubica en la merma de precipitaciones a una de sus causas.
En este sentido, Camilloni precisa: “Veníamos atravesando un proceso de La Niña, que se caracteriza por menos lluvias de lo normal en la Cuenca del Plata. Esto se da principalmente en verano y en primavera. Ahora, estamos en una etapa neutral. Y las proyecciones indican que es probable que se desarrolle nuevamente un evento La Niña de intensidad débil”.
Futuro cercano
A corto plazo, en el próximo trimestre, el alerta por bajante se mantiene. “Prevalece una tendencia descendente en todas las secciones del río Paraná en territorio argentino. Continuará predominando en los próximos tres meses. Va definiéndose la tendencia prevista, con afectación a todos los usos del recurso hídrico, exigiendo especialmente a la captación de agua fluvial para consumo urbano”, indica el informe oficial de INA.
Cuando se mira al pasado y al futuro, no se puede obviar la marca histórica de 1944, que fue la más significativa de la historia de 140 años del Paraná, que se tenga registro. “Todavía, no la hemos superado”, puntualiza Borús.
Más allá de que medida en números no alcanzamos ese récord, la situación hoy es diferente y compleja, a su criterio, porque la cuenca ha variado, en especial en la dependencia fuerte que tiene la Argentina con el río Paraná. Sin llegar a remontarse tan lejos, otro escenario de bajante en el pasado ocurrió en 1969. «Desde entonces al presente cambió todo en la cuenca: el uso del suelo, el corrimiento de la frontera agrícola, el asentamiento industrial a la vera del río y la mayor cantidad de población que se abastece del agua y de las riquezas del río. Hoy, la Argentina es mucho más Paraná-dependiente que cincuenta años atrás”, compara Borús.
Cuando la mirada se posa en los próximos meses, Borús plantea: “Todavía persiste la idea de que hasta mediados de primavera, uno debería esperar a que no salgamos francamente de la situación de bajante firme. Por lo menos, de aquí hasta la mitad de la primavera, luego veremos. Pero, hay una cosa importante para decir, no se necesita que llueva mucho para quebrar la bajante, de modo que esta se estabilice y suba un poco”.
Con miras al 2050
Camilloni, profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigadora del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA, UBA-CONICET) estudia escenarios climáticos futuros, de aquí a 2050, en un contexto marcado por el cambio climático. “Para los próximos 30 años, encontramos que no habría un cambio muy significativo en el caudal medio, pero sí en los extremos”, señala sobre la investigación que está siendo enviada para su publicación y que toma el peor de los escenarios posibles, a futuro, de dos puntos de la cuenca del Paraná: Itaipú y Posadas.
Un Paraná extremo, también, para mediados del siglo XXI. “Encontramos que los caudales mínimos tenderían a ser más bajos; y los máximos tenderían a ser más altos, en un escenario de cambio climático con gran emisión de gases efecto invernadero”, detalla Camilloni, quien forma parte, ahora como revisora, del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC).
En estas proyecciones -donde incluyen datos diarios de temperatura mínima, máxima, media y de precipitación, además del uso del suelo y tipo de cobertura vegetal, entre otros-, ella y su equipo observan que la cuenca va hacia un clima más cálido. “Vemos –dice- que se incrementará la temperatura a medida que el siglo avance y que también habrá modificaciones en las precipitaciones”.
Las bajantes serán más extremas, y lo mismo las crecidas. ¿El escenario actual es un anticipo de esa nueva normalidad? “Es difícil saberlo. Hay que esperar a que este extremo pase para saber si se lo puede atribuir al cambio climático y poder entender bien qué es lo que está pasando”.
En este sentido, da una vuelta de tuerca más y concluye: “Muchas veces se combinan fenómenos diferentes que pueden dar un resultado extremo como el que estamos viendo ahora con la bajante histórica del Paraná. Puede estar interviniendo la variabilidad natural, esto es, de la ocurrencia de La Niña. No sabemos si el cambio climático puede estar metido ahí o no. También pueden influir los cambios en la cobertura del suelo. En Brasil, aguas arriba, podría haber un componente de deforestación. Son distintos factores a investigar, pero cuando uno hace ciencia y trata de entender los procesos, lo que hay que pensar, es que estos se pueden estudiar bien, como un análisis forense, una vez que terminaron; y no mientras están ocurriendo”.