Contra el mal de ojo
Un equipo de investigadores de Exactas-UBA creó un compuesto con actividad antiviral y antiinflamatoria que cambiará la manera en que se tratan ciertas infecciones oculares, como la conjuntivitis. La sustancia acaba de patentarse en los Estados Unidos y un laboratorio nacional ya está desarrollando el medicamento.
Entrevista a Claudio Wolfenson
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Entrevista a Claudio Wolfenson
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Las piletas públicas son uno de los medios más frecuentes de contagio. Pero no es el único. También una toalla, las manos, utensilios o juguetes contaminados pueden ser la vía de transmisión de la conjuntivitis infecciosa.
El enrojecimiento y la molesta inflamación ocular que provoca esta dolencia suelen conducir a la consulta a un médico quien, generalmente, receta un corticoide -para tratar la inflamación- y un antibiótico -para curar la infección-. Pero el antimicrobiano sólo será útil si el causante de la enfermedad es una bacteria. Los virus no son sensibles a los antibióticos. Y, habitualmente, la conjuntivitis es producida por el Adenovirus, un agente infeccioso viral para el cual no existe un tratamiento específico.
Por lo tanto, lo mejor que puede lograrse hoy en día es esperar a que el virus cumpla su ciclo y desaparezca y, mientras tanto, tratar la inflamación para evitar complicaciones que pueden ser peligrosas.
Pero los corticoides que se utilizan como antiinflamatorios pueden tener efectos adversos. Por un lado, porque aumentan la presión intraocular y, por otro lado, porque son inmunosupresores, es decir, inhiben el sistema inmune que nos protege de las infecciones, lo que puede reactivar el virus y prolongar la enfermedad.
Ahora, este callejón puede tener una novedosa salida. Porque un equipo de investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (Exactas-UBA), diseñó un compuesto que actúa contra el Adenovirus y que, además, posee actividad antiinflamatoria sin los efectos adversos de los corticoides.
La misma molécula también es efectiva para tratar la queratitis estromal herpética, una enfermedad ocular provocada por el virus Herpes simplex, que es la principal causa de ceguera infecciosa en los países industrializados y el primer motivo de rechazo del trasplante de córnea.
La sustancia en cuestión es un análogo del estigmastano (así se lo denomina químicamente) que fue sintetizado por Lydia Galagovsky y Javier Ramírez, del Departamento de Química Orgánica de Exactas-UBA, y luego probado en cultivos celulares y en animales de laboratorio por Laura Alché y Flavia Michelini, del Departamento de Química Biológica de la misma Facultad, y por Alejandro Berra de la Facultad de Medicina (UBA).
“Acabamos de obtener la patente en los Estados Unidos”, anuncia Alché. “Esto facilita que salga en el resto de los países”, añade, y continúa: “Los términos en los que fue aceptada son muy beneficiosos, porque habilita su producción como medicamento y no limita su uso al ámbito oftalmológico, lo cual puede ser muy útil porque, por ejemplo, el Adenovirus también provoca enfermedades respiratorias”.
Patente y desarrollo
En nuestro país no es frecuente -al menos todavía- que un producto de la investigación básica llegue a la industria. En este caso, la casualidad jugó un rol crucial.
Corría el año 2008 y, en una reunión informal, se encontraron Lydia Galagovsky y Claudio Wolfenson, doctorado en Exactas-UBA y Director de Producción y Asuntos Regulatorios del Laboratorio Instituto Massone, una empresa farmacéutica de capitales enteramente nacionales.
“Con Lydia hicimos la tesis en el mismo laboratorio y con todo el grupo nos reunimos periódicamente a fin de año”, comenta Wolfenson, y recuerda: “Coincidió que en aquella época la empresa estaba seleccionando proyectos que, además de tener un determinado grado de avance, tuvieran la posibilidad de ser patentados. Lydia me contó lo que estaban haciendo y le propuse que hiciera una presentación en la empresa, que resultó en que todo nuestro cuerpo médico quedó muy interesado”.
Desde entonces, con el apoyo financiero del laboratorio farmacéutico, se sucedieron los resultados exitosos de los experimentos, que culminaron con la realización de la tesis doctoral de Flavia Michelini –trabajo premiado por la Asociación Química Argentina- y la obtención de la patente norteamericana, cuya propiedad quedó en manos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Actualmente, el compuesto está en etapa de formulación, es decir, se está buscando el vehículo más adecuado para administrarlo en gotas.
“Uno de los problemas que tiene este producto es su baja solubilidad. Por eso estamos trabajando con expertos en formulación oftálmica. De todos modos, las pruebas que hemos hecho con el producto, aun sin disolverlo completamente, han sido exitosas. De hecho, hay formulaciones de medicamentos, como es el caso de las emulsiones o las suspensiones, que funcionan muy bien, o incluso mejor que si el producto se disuelve completamente”, ilustra Wolfenson, y anuncia: “Ya tenemos varias posibles formulaciones y estimamos que en el curso de este año finalizaremos esta etapa”.
Lo que sigue son las pruebas clínicas -es decir, en seres humanos- que consisten en varias fases sucesivas -muy reguladas- de experimentación, que llevan mucho tiempo y requieren de mucho dinero.
“El ritmo tiene que ser muy intenso para llegar lo más rápidamente posible al mercado, porque la patente plantea plazos acotados de protección”, subraya Wolfenson.