
Las marcas del “paco”
Un equipo multidisciplinario de investigación encontró alteraciones en el ADN que estarían asociadas al déficit de atención provocado por el consumo de pasta base de cocaína. El hallazgo posibilitaría disponer de biomarcadores para evaluar la evolución de los tratamientos.
Por su bajo costo, su uso se expandió rápidamente por la Argentina durante la crisis socioeconómica de 2001-2002. De hecho, es considerada la droga de los pobres y, según datos oficiales, su consumo es prevalente entre los jóvenes menores de 25 años que habitan las áreas socialmente más vulnerables.
Hablamos de la pasta base de cocaína, una forma de cocaína que se fuma, comúnmente conocida como “paco”. Es un subproducto –también podría considerarse un residuo- del proceso de elaboración de cocaína.
Por tratarse de una sustancia que solo se consume en Latinoamérica, hay muy pocos estudios científicos sobre el paco. Ahora, un trabajo publicado por un equipo multidisciplinario de investigación en el Journal of Psychiatric Research agrega conocimiento relevante acerca de los efectos del consumo de esta sustancia en el organismo humano.
Por tratarse de una sustancia que solo se consume en Latinoamérica, hay muy pocos estudios científicos sobre el paco.
“Queríamos demostrar que el abuso de cocaína y de paco inducen cambios en el ADN que pueden ejercer efectos duraderos en procesos cognitivos como la atención”, cuenta Eduardo Cánepa, investigador del CONICET y director del Laboratorio de Neuroepigenética y Adversidades Tempranas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (Exactas UBA).
Déficit de atención
Trabajaron con tres grupos de personas, jóvenes de 18 a 25 años de ambos géneros, que dieron su consentimiento para participar del estudio. Uno de los grupos estaba conformado por individuos que consumían principalmente cocaína, otro por gente que consumía principalmente paco, y el tercero –denominado grupo control- estaba integrado por sujetos que no consumían sustancias psicoactivas. Los individuos de los tres grupos fueron evaluados mediante distintos tipos de pruebas neurocognitivas que miden diferentes aspectos de la atención que son necesarios para relacionarse socialmente e, incluso, sobrevivir.
“Observamos que los jóvenes que consumen paco tienen la atención mucho más disminuida que los consumidores de cocaína y que el grupo control”, informa Cánepa, y agrega: “Los tests del grupo de consumidores de paco reflejan un estado de letargo de escasa reacción que incapacita no solo para aprender o para seguir normas sociales sino, también, para sobrevivir”.
Podría decirse que el resultado era esperable: “Sí, era esperable. Pero, como todo, había que demostrarlo y, hasta donde sabemos, no hay otros estudios de este tipo”, responde Cánepa. “De todos modos, nos sorprendió que el déficit atencional fuera tan marcado, aun con respecto de los consumidores de cocaína”.
Agotamiento inmunológico
Se sabe que uno de los procesos que pueden afectar algún aspecto de la neurocognición -como la atención, por ejemplo- es la inflamación. Como la fiebre, la inflamación es una reacción defensiva del organismo para protegernos de una agresión del ambiente (un microorganismo, un tóxico, etc.). Pero cuando esa reacción se hace crónica deja de ser beneficiosa. “Nuestra hipótesis era que el déficit de atención tan marcado en los consumidores de paco podía deberse a una inflamación cerebral crónica”.
Para tratar de demostrar esa hipótesis, el grupo de investigación de Exactas UBA tomó muestras de sangre de los voluntarios de los tres grupos y analizó la presencia de distintas moléculas que se utilizan como marcadores de inflamación porque están aumentadas durante el proceso inflamatorio.
“Sorprendentemente, nos encontramos con que estos marcadores de inflamación no solo no estaban aumentados como nosotros hubiéramos esperado, sino que, por el contrario, estaban disminuidos con respecto al grupo control, tanto en los consumidores de cocaína como en los consumidores de paco”, cuenta Cánepa, y subraya: “En los consumidores de paco la disminución era mucho mayor”.
La sorpresa del resultado llevó al grupo de investigación a efectuar una búsqueda bibliográfica que les permitió plantear una nueva hipótesis: “Cuando hay un consumo crónico importante de estas drogas y, en consecuencia, un proceso inflamatorio continuo y crónico puede producirse un agotamiento de la respuesta inmunológica”.
El equipo observó que los jóvenes que consumen paco tienen la atención mucho más disminuida que los consumidores de cocaína y que el grupo control.
ADN desregulado
Las interacciones con el medio ambiente -incluyendo el consumo de sustancias- pueden provocar cambios en el ADN que no son genéticos, porque no cambian la secuencia de los genes, sino epigenéticos -así se los llama- porque cambian la manera en la que se expresan los genes. Son cambios que pueden mantenerse en el tiempo e, incluso, trasmitirse de padres a hijos.
En el laboratorio que dirige Cánepa estudian desde hace años los mecanismos epigenéticos involucrados en la cognición y el comportamiento. Con ese expertise, decidieron explorar si había cambios epigenéticos en el ADN de los consumidores de cocaína y de los consumidores de paco que pudieran relacionarse con el déficit de atención y el agotamiento inmunológico que habían observado en los experimentos.
Para eso, estudiaron uno de los mecanismos epigenéticos que tiene el organismo para regular la expresión de los genes: la metilación del ADN (un proceso que puede activar o desactivar un gen). “Comprobamos que la metilación del ADN de los consumidores de cocaína y de los consumidores de paco está significativamente reducida con respecto al grupo control”, revela Cánepa. “Tuvimos que medir la metilación a nivel de todo el ADN y no a nivel de los genes que nos interesan porque por las restricciones presupuestarias que estamos padeciendo no nos alcanza el dinero”, se lamenta.
Este estímulo ambiental, el consumo de drogas y de paco en particular, está dejando una huella biológica, que está cambiando el ADN a nivel epigenético.
No obstante, trataron de precisar un poco más los resultados obtenidos estudiando la expresión de algunas enzimas que se ocupan de la metilación del ADN: las metiltransferasas.
“Encontramos que los adictos a la cocaína tienen disminuida la metiltransferasa-1, en tanto que los adictos al paco tienen disminuidas la metiltransferasa-1 y la metiltransferasa-3”, detalla el investigador. “Son evidencias indirectas que se van sumando que indicarían que en estas personas hay una desregulación de la expresión génica que podría estar afectando a los genes marcadores de inflamación que estuvimos midiendo”.
¿Huellas reversibles?
Tras dejar bien en claro que no hallaron causas sino correlaciones, Cánepa señala: “Podríamos decir, como hipótesis, que el consumo de paco y el consumo de cocaína, pero en mayor medida el consumo de paco, llevarían a un agotamiento del sistema inflamatorio de protección del cerebro y que esto podría ser causado por una disminución de la expresión de los genes proinflamatorios debida a una desregulación en el mecanismo epigenético”.
– Qué implicancias podría tener esto a nivel clínico?
– Suponete que la hipótesis, que está bastante bien atada, siempre con correlaciones, fuera que el consumo de paco te trae cambios epigenéticos que desregulan todo un proceso de la inflamación y eso produciría el déficit de atención. Entonces, eso está diciendo que este estímulo ambiental, el consumo de drogas y de paco en particular, está dejando una huella biológica, que está cambiando el ADN, no a nivel genético porque no cambia la secuencia de bases, pero sí a nivel epigenético.
Según Cánepa, hay estudios preliminares en seres humanos con estrés postraumático y también en personas con depresión en los que se vieron marcas epigenéticas que correlacionan con esas patologías psiquiátricas. “En esos estudios se ve que el tratamiento psicoterapéutico revierte esas marcas, en la medida en que se revierte el estado emocional”, consigna. “De la misma manera, los cambios epigenéticos que hemos observado podrían ser útiles como biomarcadores para evaluar la eficacia de las intervenciones terapéuticas”, propone, y finaliza: “Pero para que podamos llegar a eso, primero deberíamos poder analizar ciertos sitios de metilación en ciertos genes en particular, y no la metilación global. Pero no tenemos presupuesto”.

