El precio del agua
Conceptos como agua virtual y huella hídrica responden a la necesidad de cuantificar el consumo de este recurso esencial. El comercio de granos y frutos representa una gran transferencia de agua desde las regiones donde abunda. Según los especialistas, las ganancias del sector agropecuario deberían contemplar la compensación por la degradación del suelo y el agotamiento de recursos hídricos.
Descargar archivo MP3 de Walter Pengue
Descargar archivo MP3 de Walter Pengue
Si bien nunca es grato recibir la factura del gas, la luz y el teléfono, resulta natural tener que abonarlas. En cambio, seguramente nos parecería extraño tener que pagar por los servicios que brinda la naturaleza. Por ejemplo, pagarles a los árboles por captar las aguas que llegan a los ríos, arroyos y acuíferos. O sufragar el servicio que brindan los insectos polinizadores, al fecundar las plantas y así facilitar la producción de frutos y semillas.
Lo cierto es que se está empezando a pensar que esos servicios tienen un precio. Claro, no siempre resulta sencillo calcularlo. Por otra parte, dado que todo lo que consumimos, desde los alimentos hasta las computadoras, hacen uso, para su producción, de un recurso natural tan imprescindible como el agua, han surgido conceptos que intentan dar una idea de la magnitud de ese consumo.
Así, a principios de la década de 1990, el geógrafo británico John Anthony Allan acuñó el concepto de agua virtual, que da cuenta del volumen de agua que contiene un producto, así como la cantidad que demandó su desarrollo. Este investigador del Kings’ College de la Universidad de Londres puso en evidencia que todos consumimos agua no solo cuando bebemos o nos duchamos, sino también cada vez que compramos ropa, zapatos o libros, incluso un auto o un televisor. Asimismo, creó un método para calcular ese consumo. Por ejemplo, una hamburguesa supone 2400 litros de agua; una remera de algodón, 4100; y un par de zapatos de cuero, 8000.
Por su parte, el concepto de huella hídrica, introducido en 2002 por Arjen Hoekstra, profesor en la Universidad de Twente (Países Bajos) y del Instituto UNESCO-IHE, representa los litros de agua requeridos para una actividad o producción. Agua virtual y huella hídrica parecen remitir a la misma idea, sin embargo, tienen usos diferentes. “Mientras que la huella hídrica implica volumen, el agua virtual se calcula como un flujo, como el balance neto entre lo que sale del país, más lo que entra”, define el doctor Walter Pengue, investigador del GEPAMA y director del posgrado en Economía Ecológica, en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA.
El comercio del agua virtual genera un importante ahorro de este líquido en los países importadores y un posible deterioro en los exportadores, que hacen un uso intensivo del recurso. Por ejemplo, el transporte de un kilo de maíz desde Francia a Egipto transforma una cantidad de agua de 0,6 metros cúbicos en 1,12 metros cúbicos, que representa globalmente un ahorro de agua de 0,52 metros cúbicos por cada kilo comercializado. Esto es así porque en Egipto, que tiene escasez de agua, una planta necesita evapotranspirar el doble que en Francia; entonces, al importarlo desde un lugar donde se pierde menos, se “ahorra” toda el agua que hubiera necesitado en Egipto.
En las últimas décadas, la circulación de agua virtual ha aumentado con las exportaciones de los países agrícolas. Se estima que alrededor del 15% del agua utilizada en el mundo se destina a la exportación en esta modalidad.
Esos conceptos parecen novedosos en la Argentina, sin embargo, Pengue puntualiza que “en Europa se empieza a ver la necesidad de identificar el uso del agua y cómo se compone la huella hídrica en cada tipo de producción”. Según el investigador, el comercio agrícola mundial puede también ser pensado como una gigantesca transferencia de agua en forma de materias primas, desde regiones donde se la encuentra en forma abundante y a bajo costo, hacia otras donde escasea, es cara y su uso compite con otras prioridades.
En algunos casos, el agua no es solo virtual, sino que se desplaza físicamente en algunos alimentos de origen agropecuario. Por ejemplo, el jugo de naranja, rubro en que Brasil ostenta el primer puesto como exportador mundial.
“Si pensamos en países del Mediterráneo y Medio Oriente, como España, Italia, Egipto o Israel, que son grandes productores de naranjas y pomelos, no me extrañaría que se replantearan si es conveniente seguir posicionándose en esos productos, porque es una manera de exportar agua, cuando es un recurso escaso”, comenta el doctor David Bilenca, director del Grupo de Estudios sobre Biodiversidad en Agroecosistemas (GEBA) de Exactas-UBA.
Así como se habla de agua virtual, también Pengue ha propuesto el concepto de suelo virtual, que remite a los nutrientes del suelo que se “van” cuando se exporta un producto agrícola. Esto es lo que ha llamado intangibles ambientales, que “no se ven, pero más tarde o más temprano se toma conciencia de que están faltando”, reflexiona. “Cuando compramos una tonelada de cualquier fertilizante, lo pagamos. Pero cuando se llevan nuestros nutrientes, nadie nos paga nada”, acota.
Los colores del agua
Hay diversas categorías de huella hídrica: la verde remite a la cantidad de agua que la planta libera mediante evaporación y transpiración; la huella gris da cuenta del agua que resulta contaminada por un proceso de producción, por ejemplo, en la fabricación de pasta de celulosa. La huella hídrica azul es la que proviene de acuíferos, glaciares o lagos, que es la más preciada.
Los tipos de huella hídrica permiten a los diseñadores de políticas públicas ayudar a ordenar el territorio. Por ejemplo, en regiones donde el agua es un recurso limitante, se puede decidir no destinar tierras a la agricultura, porque conviene más desarrollar una industria que necesita agua. “En algunas provincias cuyanas se empieza a ver que hay que decidir si se hace minería o agricultura, pues son actividades que compiten entre sí por el recurso”, destaca Bilenca.
La agricultura es una de las principales producciones que demandan agua, pues requiere alrededor del 70% del total de agua que se consume. Le siguen el uso industrial y el doméstico.
La soja es agua
Para producir un kilogramo de granos, se necesitan entre mil y dos mil kilogramos de agua, lo que equivale a alrededor de 1 a 2 metros cúbicos. Un kilogramo de queso necesita de 5000 a 5500 kilogramos de agua, mientras que uno de carne demanda unos 16 mil kilogramos del elemento vital.
“La producción de granos en sistemas de secano (que emplean solo el agua de lluvia) no imputa este recurso a las cuentas de costos y beneficios. Sin embargo, esos alimentos han demandado cantidades muy altas de agua durante el proceso de producción”, señala Pengue, que también forma parte del Programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente (UNEP).
En América Latina el 98% de las tierras cultivadas están en zonas de secano. Pero “la agricultura industrial de exportación demanda cada día más agua para incrementar su productividad”, subraya Pengue. Entonces, se recurre al riego.
Suele afirmarse que la agricultura bajo riego es más eficiente porque hay mayor control de la cantidad de agua y de su administración: la planta recibe lo necesario en el momento justo, sin sufrir estrés. Además, no hay desperdicio en el camino.
“A la hora de analizar las ventajas del riego artificial –advierte Bilenca– es preciso tomar en cuenta, al mismo tiempo, cuál es la capacidad del sistema bajo riego de reponer el agua que se extrae, ya que de lo contrario puede haber consecuencias peores a largo plazo”.
Lo cierto es que la superficie bajo riego está aumentando en la Argentina, y hoy alcanza a 1.290.000 hectáreas, apunta Pengue. Además, el mayor porcentaje de maquinaria y equipamiento para riego no se ubica en zonas secas, sino en la región pampeana, donde los cultivos de la agricultura industrial demandan agua de manera más intensiva.
Y Pengue puntualiza: “Muchas regiones de Latinoamérica ya están sufriendo serios problemas, por ejemplo México, a raíz de la sobreexplotación de los mantos freáticos y de la creciente degradación de las partes superiores de las cuencas, lo que implica mayores costos”.
Cabe destacar que el agua dulce, si bien es un recurso renovable, puede considerarse como agotable debido a la presión ejercida por el hombre.
Agua azul
La Argentina, junto con Brasil, Paraguay y Uruguay, se asienta sobre uno de los tres acuíferos más grandes del mundo: el Guaraní, que abarca más de un millón de kilómetros cuadrados. El 69% de la extracción de agua de este acuífero, en estos países, se destina a la agricultura, el 21%, a la industria y el 10%, a consumo doméstico.
“Las futuras ganancias del sector agropecuario deberían contemplar la compensación por la reducción de las áreas de producción agrícola como resultado de la degradación del suelo y el agotamiento de recursos hídricos como es el caso de los acuíferos”, advierte Pengue. Cuando se extrae agua en exceso de un acuífero, y este se encuentra conectado con el mar, puede producirse el fenómeno de intrusión salina, por el cual el agua salada procedente del mar fluye hacia el subsuelo continental mezclándose con las reservas de agua dulce.
Bosques, pastizales y agua
En el intento de aumentar las ganancias, a partir de 1970 hubo un impulso, en la Argentina y Uruguay, a la forestación de áreas de pastizales con árboles de crecimiento rápido, como pinos, eucaliptos y álamos; y luego estos bosques comenzaron a ser explotados por grandes compañías multinacionales de fabricación de pasta y papel.
Si bien esas forestaciones mostraron altas tasas de producción de biomasa por unidad de superficie, pueden tener efectos negativos sobre los recursos hídricos. En general, los bosques pueden tener tasas de transpiración más altas que las plantas herbáceas, señala, en un artículo de Ciencia Hoy, el doctor Esteban Jobbagy, investigador del CONICET y profesor en la Facultad de Agronomía de la UBA. Los árboles tienen mejor acceso al agua del suelo gracias a que sus raíces llegan a mayor profundidad, y tienen una mayor capacidad de evaporación a través de su follaje.
En estudios hidrológicos que comparan cuencas de pastizales convertidos en forestación, con áreas no forestadas, se observó una reducción general del caudal en los arroyos luego de la forestación. “En promedio, las forestaciones disminuyeron las salidas de agua en un 39%”, indica Jobbaby. El impacto sobre el caudal de arroyos fue más fuerte en áreas más secas. En resumen, cuando las forestaciones reemplazan áreas de pastizales, se afecta el recurso, pues parte del agua que normalmente alcanza a los ríos y acuíferos se libera como vapor hacia la atmósfera.
Agua y comercio internacional
Para Pengue, si bien los conceptos de huella hídrica y agua virtual tienen importancia en la educación ambiental, todavía no constituyen un indicador preciso que informe si estamos gastando mal o bien el agua, pues se necesita de un conjunto de otras variables.
Y prosigue: “Lo que sí me parece estratégico es pensar en el uso del agua en distintas regiones del mundo. En la Argentina hay una disponibilidad hídrica que no existe en otras regiones, y se producen alimentos que en otros países no. Eso tiene un precio para el mercado internacional, y nosotros no lo estamos viendo con claridad”.
El investigador teme que la idea de huella hídrica termine siendo utilizada por aquellos países o grupos económicos que están identificando espacios en el mundo con disponibilidad de recursos para aprovecharlos.
Estos conceptos podrían ayudar a ordenar un poco más los procesos de uso del suelo. No es lo mismo hablar de la huella hídrica en la Pampa húmeda que en el Chaco. En este último se necesita el doble de agua, pues la evapotranspiración que se genera es mayor. Es decir, la planta necesita transpirar mucho más para desarrollar biomasa. Por consiguiente, la huella hídrica es más alta en el Chaco.
En función del agua virtual, algunos países ya están evaluando qué les conviene producir y qué importar. China, por ejemplo, que tiene un agotamiento de los suelos y de la calidad de sus aguas, importa en la actualidad el 34% de los granos de soja que circulan por el mundo y es el principal destino de los granos argentinos. La demanda de China por soja está en aumento, seguido por la Unión Europea.
“El hecho de que la Argentina sea un exportador neto de productos como la soja, con alta demanda de agua, evidencian que el agua virtual debería considerarse. Especialmente, cuando se trata de una demanda en aumento”, sostiene Pengue, y concluye: “Las agendas ambientales del país deberían incluir en sus cuentas nacionales la información referida al comercio de agua virtual”.
Servicios de purificación de agua
La ciudad de Nueva York se abastece de la cuenca del valle del río Hudson y las montañas Catskill. Los bosques que cubren las laderas de esas montañas cumplen una función importante en la captación y purificación del agua para su aprovechamiento en la parte inferior de la cuenca.
Hace unos 15 o 20 años surgió un proyecto inmobiliario para construir un parque industrial en el área de la cuenca, lo que implicaba el desmonte de gran parte de esos bosques. A la hora de calcular pérdidas y ganancias, se vio que el costo de instalar una planta de tratamiento para el agua, y mantenerla en el tiempo, superaba con creces los beneficios de ese emprendimiento. En resumen, proteger el bosque resultaba ser una opción más barata que la construcción de nuevas instalaciones de tratamiento.
Huellas
La huella ecológica es un indicador del impacto ambiental que genera la demanda humana de recursos naturales, y representa el área de tierra o agua necesaria para generarlos. Para calcularla, se puede considerar, por ejemplo, la cantidad de hectáreas utilizadas para generar infraestructura urbana y centros de trabajo; las necesarias para proporcionar el alimento vegetal necesario, las destinadas para pasto a fin de alimentar el ganado, o las utilizadas por bosques para absorber el dióxido de carbono que genera el consumo de combustibles fósiles.
Se estima que la biocapacidad (cantidad de tierra y agua disponible para consumo humano) del planeta por cada habitante es de 1,8 hectáreas anuales. Pero la realidad indica que, desde un punto de vista global, cada habitante consume en promedio 2,7. Esto es lo mismo que decir que estamos girando en descubierto: el planeta tarda un año y medio para regenerar lo que gastamos en un año.
Por su parte, lo que se conoce como huella de carbono contabiliza, en toneladas de dióxido de carbono, las emisiones asociadas a las distintas actividades humanas, o las que demanda la elaboración de un determinado producto.
Según un informe de la Dirección de Cambio Climático de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, la huella de carbono promedio en la Argentina es de 5.71 toneladas al año. Este valor es inferior a la del Reino Unido (con unas 11,81 toneladas por habitante) y a la de Estados Unidos (con 20 toneladas). En nuestra huella, la incidencia mayor corresponde al transporte (51%), le sigue el rubro alimentación (28%), luego energía (20%) y residuos (1%).