Una Facultad tomada por la Federal
Laura Alché es bióloga. Llegó a Exactas en 1975, desde el Nacional Buenos Aires donde ya había sido testigo de episodios de persecución y violencia. Hizo toda su carrera durante la dictadura cívico militar. Profesora e investigadora de extensa trayectoria en la Facultad, describe los múltiples mecanismos represivos que se sufrían diariamente, recuerda la permanente convivencia con policías y servicios en el Pabellón 2 y asegura que el miedo se llevaba internalizado en el cuerpo.
– ¿Cuál era el clima que se vivía cuando ingresaste al Colegio Nacional de Buenos Aires?
– Ingresé en el 70, durante la dictadura de Onganía. En esa etapa tuvimos un clima muy represivo hasta el año 73. Represivo hasta en las cosas más pequeñas. Si no teníamos la corbata puesta o la camisa abrochada en el botón que correspondía seguro te castigaban o te apercibían. Teníamos preceptores vinculados con la policía o los servicios. Nosotros desafiábamos esa represión de una manera un tanto infantil pero efectiva. Una vez nos confabulamos y un grupo se puso a leer con lupa el reglamento del uniforme. Decía que las mujeres teníamos que tener el pelo recogido y atado con un cinta de color azul y los varones tenían que usar pantalón gris, pero no decía si el pantalón tenía que ser corto o largo, ni el tipo de peinado de las mujeres. Un día la mujeres aparecimos con dos colitas ridículas que nos salían de arriba de la cabeza con las cintitas azules y los muchachos con bermudas de color gris. El resultado fueron cinco días de suspensión para todos. Cuando llegó el 73 la cosa cambió radicalmente.
– ¿Cómo fue ese cambio?
– Realmente fue como el día y la noche. Fueron momentos de mucha efervescencia, de mucho debate, de hacernos parte de la escuela porque antes éramos algo así como convidados de piedra. Hicimos nuestra la escuela y fue un proceso riquísimo. La relación con los profesores, la modalidad de las clases, los exámenes, todo se discutía, todo se consensuaba. Yo me acuerdo de que mi viejo no entendía por qué, si yo cursaba a la tarde, me iba de mi casa a las 8.30 de la mañana y volvía a las 8.30 de la noche. Pasábamos gran parte de la vida en el colegio.
– ¿En qué momento empezó a oscurecerse el clima político?
– A partir de 1974. Nosotros estábamos cursando quinto año. Raúl Aragón, que era el rector que vino con la democracia en el 73, renunció cuando llegó la intervención de Oscar Ivanisevich y Alberto Ottalagano. El colegio estuvo cerrado prácticamente por un mes. Creo que fue en octubre del 74. Recuerdo que teníamos una sensación de orfandad terrible porque no sabíamos qué hacer ni a quién recurrir. Queríamos volver a estudiar, queríamos retomar nuestras vidas pero ya sabíamos que nada iba a ser igual. Nosotros ya veníamos golpeados porque antes de la intervención la Triple A había asesinado a un compañero nuestro, Eduardo Beckerman, y el velatorio se hizo en el colegio. También fuimos testigos de compañeros que recibían amenazas de la Triple A, compañeros que eran parados en la puerta del Colegio y si tenían periódicos o volantes le secuestraban el material. A una amiga mía se la llevó Coordinación Federal de la escuela delante de mí. Cuando se formaliza la intervención y designan a otro rector del colegio nos quedaba un mes de clase. Ahí nos enteramos de que no íbamos a poder cursar el sexto año. Eso fue demoledor. El rector se llamaba (Mario) Garda. Nosotros éramos la promoción de los subversivos para esa gestión. Nos dieron nuestro certificado analítico pero no nuestro acto de colación de grado y de entrega de diplomas. Recién recibimos nuestros diplomas de egresados cuando asumió Alfonsín.
– ¿Vos estabas decidida a estudiar Biología en Exactas?
– Yo había tenido una profesora de Botánica que fue maravillosa y fue determinante porque muchos de los que salimos de esa promoción vinimos a estudiar Biología a Exactas. ¿Pero qué pasó? Vengo a anotarme a la Facultad y resulta que Zardini (interventor de Exactas) había decretado que el cupo de ingreso era cero. No hubo ingresos en Exactas en el año 1975. Entonces, Zardini inventó un pseudocurso de ingreso que se llamó “Curso de orientación vocacional”, duraba un cuatrimestre y se suponía que después de eso íbamos a empezar a cursar. Yo opté por hacerlo a sabiendas de que iba a perder un año. En el segundo cuatrimestre cursé una materia y después ya entré con la camada de ingresantes del 76.
– ¿Cuál era el clima que se vivía en la Facultad durante ese año previo a la dictadura?
– De verdad fueron años muy duros. Cursar era terrible. Recuerdo que en ese curso tenía de compañerita a la hija del Brigadier Martínez. Cuando salíamos, a ella la esperaba, abajo de las escalinatas del Pabellón 2, un Ford Falcon manejado por un chofer de la SIDE. Me acuerdo de que alguna vez, alguno de los chicos que cursaban conmigo, quería ir con ella, pero yo no me subía ni loca a ese auto. Después del golpe la represión se formalizó. En la planta baja, saliendo de la mano derecha, había una oficina que era la comisaría del Pabellón 2. Ahí estaba instalada la Federal. Agentes con uniforme circulaban por los pasillos todo el tiempo y, cuando veían más de cinco o seis personas juntas, la cana te rodeaba y había que dispersarse. Además, había gente de civil en los cursos. Esos eran de la SIDE. Realmente había que cuidarse de no hablar con este, no hablar con aquel. El Pabellón 2 estaba tomado por la Federal y los servicios. Ellos vivían acá, a la par de nosotros mientras estudiábamos.
– ¿Te acordás de cómo te enteraste del golpe del 24 de marzo de 1976?
– Estaba arriba del colectivo 2, viajando a la casa de una amiga que vivía a unas pocas cuadras de Plaza de Mayo. Es más, el comunicado número uno lo escuché de la radio del chofer del colectivo. Sabíamos que tarde o temprano era lo que se venía. Las condiciones en las que teníamos que cursar eran terribles. Todo empezaba con el ingreso al edificio. La puerta la mantenían apenas abierta, menos de un metro, y te hacían pasar por un embudo para que entráramos de a uno. Después había un mostrador con policías, mujeres y hombres. Te paraban ahí, te revisaban las carpetas y te pasaban hoja por hoja, mirándote los apuntes, haciéndote preguntas. Una vez yo tenía, entre las hojas de las carpetas, el programa del cine Arte. ¡Para qué! EL cana lo agarró y me empezó a advertir que no viera esas películas, que eran muy violentas. Me decía: “¿por qué no va a ver películas de amor?” Ese día llegué tarde a la clase.
– ¿Se percibía una atmósfera de temor en al Facultad?
– Sí, era una atmósfera muy opresiva y había mucho temor, sí. En esa época, creo que en septiembre del 76, desapareció un amigo mío con el que habíamos sido compañeros en el Buenos Aires, el flaco Juan Carlos Losoviz, que se había anotado en Física. Una persona brillante. Recuerdo que, cuando llegué a la Facultad, me encontré con su novia y me dijo: «lo secuestraron a Juan Carlos”. Nunca más supimos nada de él. Después en el 77, creo que estaba cursando Química Orgánica y tenía como compañero a Cristobal Russo, “Gogó” -así le decíamos-, también desapareció en el 77 ó en el 78.
– ¿Cómo impactaba esa situación represiva en el nivel académico de la carrera?
– De manera negativa, porque teníamos profesores con situaciones totalmente irregulares. Por ejemplo: yo cursé Ecología en el año 77 ó 78. La profesora, no era egresada de Exactas, se había recibido en el profesorado y se llamaba Piantanida. La Piantanida nos decía: «tienen que estudiar del libro de ecología de Odum, no del Margales». En realidad, era Margalef, que era un ruso que tenía un libro de ecología bellísimo. Nosotros estudiábamos del Margalef pero sabíamos qué teníamos que responder para que pareciera que habíamos estudiado del Odum. Y sé, por compañeros míos, que la Piantanida tenía colgada una foto de Videla detrás de su escritorio. Tuvimos profesores muy difíciles.
– ¿Recordás haber visto algún episodio de violencia física contra algún estudiante o que se lo hayan llevado detenido?
– Recuerdo algún teórico, en el que venía algún compañero a hacer una “hablada” antes de que llegara el profesor y no pasaban más de dos minutos sin que viniera la cana y se lo llevara. Algunas veces salíamos un grupito de alumnos y la cana nos mandaba de vuelta al aula. Ese tipo de aprietes, de persecución y de represión yo los viví. Cuando ya estaba terminando la carrera, en el 80, le dieron el Premio Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel. Yo estaba cursando Inmunoquímica, que era una materia de pocos alumnos. Me acuerdo de que llegué y estaba realmente muy contenta, pero claro, nadie decía nada, nadie hacía ningún comentario. Yo trabajaba en equipo con una compañera y me pregunta por lo bajo: “¿Acá nadie va hablar de Pérez Esquivel?». Y nadie hablaba.
– Habían logrado que el temor se metiera en el cuerpo de todos.
– Hasta los tuétanos. Estaba totalmente naturalizado, incorporado. A mediados del 81 ya había cursado la materia Virología, me había gustado mucho, había hecho una pasantía ad honorem y vine a decirle a la titular que me quería quedar. Entonces, ella me ofreció presentarme a una beca de iniciación de CONICET. Yo estaba chocha de la vida. Ahora bien, entre los papeles que uno tenía que presentar en el CONICET se incluía un certificado de buena conducta expedido por la Policía Federal. Era tremendo. Un día, esa profesora me llama y me cuenta que le habían llegado versiones de que yo era activista política de un partido de izquierda. “Y yo no quiero tener problemas”, me dijo. Yo le contesté que no se preocupara porque si la Policía me daba un certificado de buena conducta difícilmente tendría problemas. Y entonces me presentó. Pero el temor atravesaba, hacia arriba y hacia abajo, a todos los claustros.
– Cuando hoy mirás para atrás, ¿no te preguntás: «cómo pude haber logrado recibirme en ese escenario de terror»?
– Yo creo que pude hacerlo porque en ese momento no pensaba lo que estaba haciendo. Yo estaba muy determinada a hacer la carrera y a que nadie me lo pudiera a impedir. Lo cual era una forma de resistencia, muy elemental, pero resistencia al fin. Yo, el primer cuatrimestre del 77 no cursé, me fui a vivir por seis meses afuera, y no porque me estuviera escapando de nada, sino porque era un clima muy difícil de sobrellevar. Y me fui seis meses porque sabía que tenía que volver en el segundo cuatrimestre porque si no perdía la regularidad. Hasta en ese tipo de cosas era represivo el sistema.
– ¿Te parece necesario seguir recordando lo ocurrido y brindar testimonio como para que lo que pasó nunca se olvide?
– Eso es importante desde muchos puntos de vista. Un poco porque hay muchas historias, que no han salido a la luz, de aquellos que pasamos durante esos años por la facultad y, al mismo tiempo, porque esto que nosotros contamos es apenas un capítulo de la historia para las generaciones más jóvenes. Porque, sin dudas, desde lo vivencial no es lo mismo. Uno se los puede contar, les puede describir lo duro de aquellos años, relatar gran cantidad de cosas terribles, pero para ellos es un capítulo más de la historia del país. Menos mal que es así, que quede ahí y que siga siendo historia. Después, está en ellos valorar, disfrutar, sacarle provecho a esta etapa de su condición de estudiantes y utilizar los canales de participación que están abiertos. Pueden elegir si quieren participar de un centro de estudiantes, de un partido político. Nada de esto existía en aquellos años. Todo el clima represivo que se vivía afuera tenía su correlato aquí adentro y eso fue así, prácticamente, durante toda mi carrera.