A 50 años de la “Noche de los bastones largos”

Una universidad insoportable para cualquier dictadura

Medio siglo atrás, el 29 de julio de 1966, se perpetraba este episodio emblemático de la historia argentina que marcó el inicio de la destrucción sistemática que, por décadas, se ejerció sobre la universidad pública y el sistema nacional de ciencia y tecnología. El físico Oscar Folguera, reprimido y encarcelado en esa infausta noche, hace un relato detallado de lo ocurrido y analiza las causas que llevaron a la dictadura de Onganía a cometer ese acto de barbarie.

28 Jul 2016 POR
Oscar Folguera. Foto: Exactas Comunicación.

«Yo creo que la Universidad hizo lo que tenía que hacer y estuvo muy bien que se plantara frente al golpe militar porque alguna actitud digna tenía que haber en el país, ¿no? La Universidad la tuvo», afirma con vehemencia, Oscar Folguera. Foto: Exactas Comunicación.

 

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El 28 de junio de 1966, luego de una intensa campaña de desprestigio contra el gobierno, impulsada desde los principales medios de comunicación, el general Juan Carlos Onganía encabezó un golpe militar para derrocar el presidente radical Arturo Illia.

La intervención de las Fuerzas Armadas contó con el beneplácito o la indiferencia de la mayor parte de la opinión pública y de las principales corporaciones económicas locales y extranjeras. En medio de ese funesto consenso, el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires emitió una declaración para rechazar el quiebre del orden institucional. De esta manera, la Universidad fue la única institución de importancia que rechazó de manera orgánica el golpe de Estado. Muchos consideran que ese comunicado selló su suerte. Evidentemente, una universidad crítica e independiente no encajaba en el proyecto corporativista del nuevo régimen.

Un mes le llevó al gobierno de la autoproclamada “Revolución Argentina” concretar sus intenciones. El viernes 29 de julio, a partir del decreto-ley 16.912, en el que nunca se mencionaba la palabra “intervención”, la dictadura dispuso la anulación del gobierno tripartito y la subordinación de las autoridades de las universidades nacionales al Ministerio de Educación, transformándolos en interventores.

Esa misma noche, la Policía Federal desplegó una feroz represión para desalojar los edificios de cinco facultades de la UBA, que habían sido ocupados por estudiantes, graduados y profesores en rechazo a la intervención. En la histórica sede de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, ubicada en la calle Perú 222, el operativo comenzó cerca de las 23.00 y participaron más de un centenar de agentes de la Guardia de Infantería, cinco carros de asalto y una autobomba. El resultado dejó un saldo de decenas de heridos y unos 150 detenidos.

Como consecuencia de este acto brutal, cerca de 1400 docentes e investigadores renunciaron a sus cargos en la UBA (entre ellos 391 correspondían a Exactas), de los cuales más de 300 se fueron del país.

«Yo entré a la facultad en el 59 y, de ahí en adelante, lo que viví fue una experiencia extraordinaria. La sensación de poder crear, elaborar, discutir, y moverse dentro de un ambiente de formación académica excelente que culminó con esa experiencia de la televisión educativa que también fue muy particular. Los esfuerzos que se hicieron en la televisión educativa fueron, por momentos, absolutamente afiebrados y con un espíritu de trabajo y una dirección francamente extraordinaria. Esa fue una experiencia fuera de lo común que me alegra mucho haberla vivido».

(De izq. a der.) Eduardo Flichman, Oscar Folguera, Guillermo Boido. Juan Pablo Schifini. Foto: Biblioteca Digital / Programa de Historia de la FCEN.

(De izq. a der.) Eduardo Flichman, Oscar Folguera, Guillermo Boido. Juan Pablo Schifini. Año 1964. Foto: Biblioteca Digital / Programa de Historia de la FCEN.

Quien se emociona con este recuerdo es el físico Oscar Folguera. Por aquellos años, Folguera todavía no había terminado su carrera y participaba como instructor -junto con Pablo Schifini y Guillermo Boido-, del innovador sistema de dictado de la materia Física en el ingreso a Exactas que se dictó en 1964 y 1965. Bajo la dirección del físico Eduardo Flichman, el curso no sólo fue revolucionario desde lo conceptual sino que utilizó una tecnología de punta para la época: un circuito cerrado de televisión. Las clases teóricas, filmadas previamente, se transmitían desde Ciudad Universitaria por microondas hasta las aulas de Perú 222, donde cada aula contaba con uno o dos televisores ubicados de tal modo que los aproximadamente treinta alumnos que componían cada grupo tuvieran una buena visión de la pantalla. Las clases incluían demostraciones prácticas y ejemplos, elegidos de tal manera que motivaran el debate posterior. La imagen, por supuesto, era en blanco y negro.

«Lamentablemente, todo culminó con las cintas del curso de ingreso quemadas porque evidentemente había que borrar esa experiencia. A veces el fin de las cosas muestra hasta qué punto eran valiosas y a cuántas personas molestaba», se indigna Folguera .

– ¿Cómo definirías la etapa de la Facultad que va desde mediados de los 50 hasta mediados de los 60?

– La puedo definir como extremadamente viva, extremadamente abierta a los cambios. Era un clima muy politizado, pero politizado en un sentido muy positivo, se discutían muchos de los problemas que todavía se debaten ahora. Era un facultad en ebullición, de lucha interna también y, para una parte de la sociedad, era un reducto demasiado vivo. De hecho, antes del golpe militar de Onganía, los embates de las fuerzas empresariales contra la Universidad fueron muy fuertes. Se pedía la intervención de la Universidad, alegando que era un reducto extremista, simplemente porque era una Universidad que provocaba continuos cambios y avances. El nivel académico de la facultad era realmente muy alto. La exigencia del trabajo era muy fuerte y, al mismo tiempo, estaba todo lo que tenía de cambio. Era un cóctel que, desde afuera, era visto con cierta inquietud sobre todo por los que no querían que se produjera ningún cambio en el país.

– Cuando se concretó el golpe de Onganía, ¿se preveía lo que podía ocurrir con la Universidad?

– Mirá, la gran mayoría de la sociedad estuvo de acuerdo con el golpe. En la asunción de Onganía estuvieron presentes los dirigentes sindicales más importantes del momento con Vandor a la cabeza. O sea que, quizá la única institución que salió a enfrentar a la dictadura de Onganía fue la Universidad. El mismo día del golpe, se saca un comunicado negando toda legitimidad a la dictadura. Se trataba, además, de un gobierno que venía para quedarse por 40 años, es decir, que tenía un proyecto de largo plazo. La Universidad lo enfrenta y queda en soledad. Desde el primer momento uno sentía que se trataba de un proceso que iba a desembocar en algo malo. Esa universidad era incompatible con el gobierno de Onganía.

– ¿Cómo fue el proceso de redacción que culminó con la publicación del documento en el que se condenaba el golpe?

– No había acuerdo total. En esa reunión de Consejo Superior yo creo que las facultades de Medicina y Derecho, a través de sus decanos, no adhirieron a la condena. Dentro de la propia facultad había sectores que contemplaban la posibilidad de acoplarse con el nuevo gobierno. De hecho, entre los estudiantes también se dio esa división. Durante esa etapa, en el movimiento estudiantil estaban, por lado, los que se llamaban reformistas y, por otro, los humanistas. Dentro del humanismo hubo un sector que apoyó el golpe de Onganía y un sector que se opuso y se opuso también a la intervención. Yo era reformista, desde luego.

"Me parece que la forma en que se avasalló a la Universidad, a todo el cuerpo docente y a los estudiantes  obligó a la mayoría de la gente a renunciar"

«Me parece que la forma en que se avasalló a la Universidad, a todo el cuerpo docente y a los estudiantes obligó a la mayoría de la gente a renunciar».

– En el momento en el que se declaró la intervención, ¿vos dónde estabas?

– Estaba en una reunión en la calle Perú, con Eduardo Flichman a la cabeza, relacionada con el nuevo curso de ingreso. Llega la noticia de la intervención, se discute qué hacer, se propone realizar una reunión de Consejo Directivo y se define que no se va a entregar la Facultad graciosamente, que nos vamos a quedar y que se va a cerrar la Facultad. Hicimos todos los preparativos y esperamos. Todo culminó con la entrada de la Guardia de Infantería mientras se estaba desarrollando la reunión del Consejo Directivo lo que generó un episodio de una violencia tal que, en ese momento, fue totalmente sorpresivo. Todos esperábamos la intervención, todas sabíamos que nos iban a sacar, que no iba a ser lindo, pero fue de una brutalidad terrible. En la sede de Perú, había un corredor y una escalera que bajaba a un gran patio que estaba enfrente de lo que era el Aula Magna. Nos bajan a los golpes a todos por esa escalera, decano y vicedecano incluidos, y ahí nos golpean con los famosos bastones que eran largos y pesados. A mi señora le abren la cabeza en esa bajada de la escalera. Luego nos ponen con los brazos en alto contra la pared. Golpeándonos en medio de insultos. Era gente que estaba con un nivel de excitación y locura increíble. Recuerdo que Eduardo Flichman, que había tenido un accidente de auto, fue blanco de los golpes más brutos porque le exigían que levantara un brazo que no podía levantar. Bueno, nos golpean durante muchos minutos ahí y después escuchamos que dan la orden de formación, cargar, y disparar. O sea, montaron un simulacro de fusilamiento hecho con un realismo tal que lo recuerdo aún hoy vívidamente. Y, después de eso, durante la salida cuando nos vuelven a golpear a gusto. Yo recuerdo que un profesor de química industrial cayó al lado mío y me sugirieron a golpes que lo arrastráramos con otro compañero. Habían formado una doble fila para salir hacia Perú, yo tuve que pasar por allí arrastrando a una persona por lo que los golpes los recibí todos en la espalda, que me quedó como un enrejado. De ahí nos llevaron a distintas seccionales. Con nosotros estaba un profesor norteamericano de Massachussetts, Warren Ambrose. Era muy interesante ver el desconcierto en las seccionales porque estaban absolutamente desbordados por la cantidad de gente que recibían. En nuestra celda seríamos más de cien personas y, además, cuando venían a ver quiénes éramos, aparecía Ambrose y otros profesores y no sabían qué hacer. Finalmente, dejaron salir esa misma noche a los profesores de más edad. Nosotros estuvimos dos días encerrados. Ese fue, básicamente, el episodio.

– ¿De qué manera reaccionó la sociedad frente a esa brutal represión?

– Como había una gran adhesión al golpe de Onganía no tuvimos un gran apoyo. Incluso lo digo a nivel personal, de familia. Tan es así, que la FUBA pidió ayuda a la CGT para luchar contra la intervención y la CGT se la negó.

– La falta de apoyo social y hasta del núcleo de personas más cercanas frente a lo ocurrido, ¿te ha llevado a replantearte tu postura personal o la de la Universidad frente al golpe?

– Yo sigo pensando que nosotros hicimos lo correcto, que no fue una equivocación. Lo que hizo la Universidad es algo muy valioso como para ponerlo en duda. Estos procesos sociales se han dado repetidas veces en nuestro país. Frente al golpe contra Yrigoyen y en el 76 hubo procesos semejantes pero eso no implica convalidar la posición contraria a los reprimidos. Yo creo que la Universidad hizo lo que tenía que hacer y estuvo muy bien que se plantara frente al golpe militar porque alguna actitud digna tenía que haber en el país, ¿no? La Universidad la tuvo.

– Hubo mucha reflexión posterior al hecho, dentro de la misma universidad, sobre si lo que se hizo frente a la intervención, como las renuncias masivas, fue lo más acertado, ¿vos qué pensás al respecto?

– Creo que no había condiciones como para seguir más allá de la discusión política de si había que resistir desde adentro o no. Me parece que la forma en que se avasalló a la Universidad, a todo el cuerpo docente y a los estudiantes trascendió la discusión política y obligó a la mayoría de la gente a renunciar. Mucha gente renunció por razones éticas, no por ideología política. Renunció porque, simplemente, no podía permanecer. Yo no sé si fue correcto o no pero fue inevitable. Sobre todo en facultades como la nuestra que fue la más golpeada.

– ¿Cuál fue tu derrotero profesional una vez que dejaste Exactas?

– Estuve en Chile, durante la última parte del gobierno de Frei y todo el gobierno de Salvador Allende. Una experiencia interesantísima. Empezamos a trabajar en aplicaciones técnicas de física del plasma en el Departamento de Física de la Universidad Técnica del Estado. Eso duró hasta septiembre del 73. Con el golpe de Pinochet nos tuvimos que refugiar en la embajada porque no había condiciones para salir del país de otra manera. Volví a Buenos Aires y me reincorporan en la Facultad hasta julio del 74 cuando, al llegar la intervención de Ottalagano, nos vuelven a echar. A todos los reincorporados nos echan de nuevo. En el interín también empecé a trabajar en el Observatorio de Física Cósmica de San Miguel y ahí integro un grupo de física del plasma y comenzamos también a desarrollar aplicaciones técnicas del plasma a procesos industriales. Eso duró hasta el 1976. Con el golpe de Videla se disuelven todos los grupos de investigación del Observatorio y quedamos nuevamente cesanteados. Y ahí, entonces, creamos una pequeña industria de base tecnológica utilizando física del plasma para corte, soldadura, recubrimientos metálicos. Esa ha sido mi actividad principal hasta hoy, salvo algunas incursiones esporádicas en la docencia. Si bien siempre tuve un enorme gusto por la docencia y la investigación, no fue posible dedicarme a eso, me fueron corriendo hasta dejarme sin opciones.

– ¿Tu entorno académico se fue de la Facultad?

– Sí, no quedó nadie. Algunos se fueron al exterior, otros se quedaron en el país, pero en la Facultad no quedó nadie.