Agroquímicos y abejas

Una bomba de tiempo en el panal

Un estudio realizado en abejas melíferas jóvenes, aquellas que aún no salen a recolectar néctar, mostró que la exposición crónica a trazas de glifosato e insecticidas en el alimento afecta la sensibilidad gustativa y la memoria. Esos efectos nocivos, que ya habían sido observados en abejas adultas recolectoras, pueden poner en riesgo la supervivencia de las colmenas.

21 May 2018 POR
Tanto el glifosato como los neonicotinoides permanecen un tiempo en el néctar floral que las abejas recolectan y llevan a la colmena. Foto: Riccardo Meneghini.

Tanto el glifosato como los neonicotinoides permanecen un tiempo en el néctar floral que las abejas recolectan y llevan a la colmena. Foto: Riccardo Meneghini.

Una frase, erróneamente atribuida a Einstein, afirmaba que si las abejas desaparecieran, la supervivencia humana sobre la Tierra sería de solo cuatro años. Es que las abejas son esenciales para la polinización de una buena parte de los cultivos de todo el planeta, de los cuales depende la alimentación de la humanidad.

La paradoja es que los agroquímicos, necesarios para asegurar el rendimiento de las cosechas, están produciendo un daño colateral: ponen en riesgo a las poblaciones de abejas.

En efecto, las abejas sometidas a una exposición crónica al glifosato y a un insecticida del grupo de los neonicotinoides, “mostraron un deterioro en la percepción del gusto y baja capacidad para el aprendizaje asociativo. Además, el glifosato redujo la ingesta de alimento”, enumera Walter Farina, investigador del IFIBYNE (UBA-CONICET) y profesor en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

Los resultados del estudio se publicaron en Journal of Experimental Biology, y la primera autora es Carolina Mengoni Goñalons, que realizó su tesis doctoral en Exactas UBA bajo la dirección de Farina.

Prohibidos en Europa

Los dos agroquímicos tuvieron efectos adversos en la conducta alimentaria de las abejas, y ello puede tener repercusión en la distribución de alimento y en la coordinación de tareas dentro de la colmena y fuera de ella.

Tanto el glifosato como los neonicotinoides, al ser moléculas muy estables en medios líquidos, permanecen un tiempo en el néctar floral que las abejas recolectan y llevan a la colmena.

Los neonicotinoides constituyen una familia de insecticidas de nueva generación, de uso restringido en la Unión Europea por el principio de precaución. Incluso, en 2018, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria confirmó que tres insecticidas neonicotinoides –imidacloprid y clotianidina, de Bayer, y tiametoxam, de Syngenta– representan “un riesgo para las abejas silvestres y las abejas melíferas”. Los insecticidas tienen efectos sobre el sistema nervioso de los insectos, sin discriminar entre los benéficos y los que son plaga.

Un estudio reciente publicado en Science en que se analizaron mieles de distintos orígenes, a nivel mundial, aportó evidencia de trazas de neonicotinoides en el 75% de los casos. Otro estudio mostró presencia de glifosato, principalmente, en la miel de países que permiten el uso de transgénicos.

Abejas jóvenes

Farina y su equipo estudian desde hace muchos años los efectos de los agroquímicos en las poblaciones de la especie Apis melífera. En un trabajo previo había mostrado que el glifosato en el alimento afectaba la percepción sensorial y la memoria en las abejas que salían a recolectar el néctar, y les causaba dificultades para hallar la fuente de alimento.

En los nuevos experimentos, realizados por Mengoni Goñalons, el objetivo fue determinar la respuesta en las abejas jóvenes encargadas de procesar el alimento dentro de la colmena y cuidar a las crías, entre otras actividades.

El interés por las abejas jóvenes reside en que los investigadores vienen estudiando el efecto a largo plazo de las experiencias tempranas en el aprendizaje y la memoria. “Habíamos visto que las abejas pueden aprender muy bien adentro de la colmena siendo muy jóvenes, y pueden recordarlo durante muchos días de modo que, cuando se transforman en recolectoras, todavía conservan esa memoria”, explica Farina.

En el laboratorio, las abejas fueron agrupadas según la edad: 5, 9 y 14 días de vida; y fueron alimentadas, durante varios días, con soluciones azucaradas que contenían ya sea el principio activo del herbicida glifosato o del insecticida imidacloprid, o la mezcla de ambos. Las concentraciones de glifosato fueron las recomendadas por las empresas productoras, y las del insecticida, las realistas de campo.

Las dosis aplicadas no produjeron la muerte de las abejas, pero tuvieron efectos sobre la capacidad sensorial. Para medir la sensibilidad gustativa, los investigadores ofrecían a las abejas soluciones con distintas concentraciones de azúcar. Cuando ellas extendían su estructura bucal, era que habían detectado el gusto dulce.

Walter Farina. Foto: Diana Martinez Llaser

“Las abejas sometidas a algún tratamiento crónico, en comparación con el grupo control, respondían solo a las soluciones más concentradas. O sea, estaban perdiendo la sensibilidad gustativa”, destaca Farina.

Cuando se midió la ingesta en los distintos grupos, se vio que las que recibían soluciones con glifosato, ya sea puro o junto con el insecticida, ingerían menos que las del grupo control. Pero las que recibían la solución con insecticida, no mostraban diferencia con el control, lo cual indicaría que las abejas no detectaban la presencia del insecticida.

Capacidades alteradas

En una segunda etapa, los investigadores analizaron la capacidad cognitiva de las abejas sometidas al tratamiento crónico. Para ello, les presentaban un olor determinado y luego una recompensa: una solución dulce, para ver si la abeja podía asociar ambos eventos.

“Si al percibir el olor, la abeja extiende su probóscide, ello indica que aprendió que el olor predice que viene el alimento. Pero esto no se dio en todos los grupos”, relata el investigador.

Entre las abejas que ingirieron solo insecticida, las de cinco días de vida mostraron el nivel más bajo de aprendizaje, a diferencia de las de 14 días, que no evidenciaron daño en su capacidad cognitiva. “Una posible explicación es que las mayores, con su sistema inmune más desarrollado, habían podido eliminar del organismo los compuestos nocivos”, indica Farina.

Sin embargo, el aprendizaje para discriminar dos olores (uno asociado al alimento y el otro no), fue bajo tanto para las de 5 como para las de 9 días.

Lo cierto es que la posibilidad de acumular en la colmena reservas contaminadas podría ser una bomba de tiempo: al disminuir la percepción sensorial y la memoria, podría causar problemas en la coordinación entre los diferentes individuos de esa sociedad y, a largo plazo, afectar la supervivencia de la colmena.