El camino para un vínculo imprescindible
En 2011 el Ministerio de Ciencia, se asoció con dos cámaras, la de empresas de software y la de telecomunicaciones, para buscarle la vuelta al vínculo perdido entre el mundo de la academia y el de la producción. La propuesta fue la creación de la Fundación Sadosky. Santiago Ceria, su director, habla de los desafíos que le deparan a la Fundación. Y al desarrollo nacional.
No por ser triángulo resulta menos cíclico. Cuando Santiago Ceria recibió a Exactamente en su despacho de la Avenida Córdoba, la referencia al “Triángulo de Sábato” surgió naturalmente, como ocurre con recurrencia cuando se abordan temas de política científica en nuestra región. Ceria es graduado de la Facultad de Ingeniería de la UBA y profesor en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, tiene experiencia en el mundo académico, en al ámbito privado y desde la creación misma de la Fundación Sadosky es su director ejecutivo. Ceria, quién se crió “tratando de programar cosas divertidas” en su computadora personal de unos pocos Kbytes de memoria, encabeza, desde 2011, un desafío tan novedoso como central para el desarrollo industrial de nuestro país. Para explicarlo es que Ceria remite al Triángulo de Sábato. “En la Fundación estamos trabajando en ese lado del triángulo que vincula al sistema científico tecnológico y a la estructura productiva; el propio Sábato decía que era el lado más difícil de todos porque acercar a estos dos sectores implica siempre superar barreras y prejuicios que dificultan todo ese proceso”, afirma.
Para completar el dato, se puede agregar que el Sábato del que hablamos se llamó Jorge, fue físico y tecnólogo. Resumiendo, postuló un modelo científico donde el Estado, la infraestructura científico-tecnológica y el sector productivo deben estar vinculados constantemente para que el desarrollo nacional sea posible. Para completar el contexto, se puede agregar que la Fundación Sadosky es una institución público-privada que fue creada en 2011 por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y las dos principales cámaras empresariales del sector correspondiente a la tecnología de la información y de la comunicación (TIC, en jerga). Volviendo al mentado triángulo, la Fundación se ocupa de promover el vínculo academia-industria, investigación-producción.
Ante la pregunta de cómo son las condiciones generales para abordar el vínculo de esos dos vértices del Triángulo, Ceria afirma que “tiene que ver con una estrategia nacional de desarrollo industrial con mayor valor agregado. Hoy existe un volumen y calidad de investigación en TIC que en otras épocas no hubo y tiene mucho sentido tratar de direccionar o vincular esa investigación con las necesidades del sector productivo”.
¿Cómo era ese vínculo antes de la creación de la Fundación Sadosky?
El vínculo academia-industria, específicamente en el sector TIC, era bastante incipiente, con pocos ejemplos de universidades que estuvieran colaborando con empresas en lo relacionado con sus temáticas de investigación. Los casos de investigadores de una universidad que se junten con empresas o áreas del Estado para generar o mejorar un producto o servicio a partir de sus investigaciones son muy pocos. Claro que existen ejemplos, pero en pocas instituciones.
¿Perciben respuesta por parte del ámbito académico?
Ya llevamos firmados unos 25 convenios con universidades de todo el país para distintos planes de colaboración y es todo un número. Representan un porcentaje importante de la ciencia nacional, por lo que advertimos que los prejuicios de la academia frente el vínculo con el sector productivo y, del otro lado, el temor a la burocracia, son obstáculos que venimos salvando.
¿Todavía es necesario para ustedes explicar qué es la Fundación Sadosky?
Uno de los objetivos de la fundación es el de posicionarse a sí misma, necesitamos que la gente nos conozca porque queremos unir dos mundos que hoy están no del todo bien conectados. Avanzamos bastante en el posicionamiento, que se entienda lo que la fundación quiere hacer… Eso lleva tiempo.
Desde que se creó, ¿cambió algo de la estrategia?
En general, el plan estratégico de la Fundación viene soportando bien el paso de estos años y eso me sorprende porque cuando lo escribimos había un nivel de incertidumbre bastante grande. Cuando nos pidieron que vinculemos el sector productivo con el académico lo primero que surgió fue… la hoja en blanco. Pero pronto diseñamos algunos programas y todos vienen continuándose, ninguno demostró carecer de sentido y en todos pudimos lograr avances.
¿Alguno resulta ejemplar al respecto?
Un proyecto que enseguida creció mucho es el de las vocaciones, con el que buscamos que los chicos se interesen por el mundo de la computación. El programa “Dale aceptar”, que se centra en el desarrollo de videojuegos y animaciones, tuvo casi 20 mil estudiantes secundarios inscriptos. Ahora, estamos teniendo bastante tracción en un proyecto que tiene que ver con promover la enseñanza de la ciencia de la computación en las escuelas primarias y secundarias y es un proyecto en el que hoy estamos colaborando en otros ministerios. Por otro lado, los proyectos que más nos costaron poner en marcha fueron los colaborativos, como el de la supercomputadora (ver recuadro). Estos son proyectos en los cuales hay que hacer un trabajo de articulación, negociar los convenios, ver qué pasa con la propiedad intelectual, quién hace qué, y todo eso lleva tiempo. Para incentivar, estamos organizando mesas redondas alrededor de un tema específico, convocamos a grupos de investigación y empresas que estén trabajando en ese tema para que se conozcan.
¿La introducción de la computación en la escuela es también un tema que les preocupa?
Hace unas décadas que prácticamente todos los países del mundo se adhirieron a la idea de que es necesario enseñar computación en la escuela. De alguna manera, se pensó que el mundo se iba a separar entre los que sabían usar la computadora y los que no. Eso quedó muy desactualizado, los chicos de hoy ya saben usarla. Cuando uno enseña la verdadera ciencia de la computación, que a efectos de simplificar podemos llamar programación, despierta interés y le da una oportunidad a los chicos para que consideren a la computación como una posible carrera profesional. Además, el pensamiento computacional desarrolla habilidades que son útiles más allá de que si después te dedicás o no a la computación, como la abstracción o la resolución de problemas. Nosotros hicimos un trabajo para instalar este debate, que el tema se discuta.
¿Se mantiene en nuestro país la disparidad entre oferta y demanda en el mercado laboral de la informática, como en el resto del mundo?
Sí, el año pasado entraron a carreras informáticas de todo el país menos alumnos que en el año 2003. Es muy poco, pasamos de 20.500 a un poco más de 19.000 y estamos con tasas de graduación relativamente bajas. Se están graduando entre 2.500 y 3.800 estudiantes por año en carreras de computación. Las empresas de software dicen que necesitan 7.000 y este año cubrieron solo 2.000 puestos. Contando solo las empresas de software, se quiere contratar a 5.000 personas. Y no se consiguen.
¿Es todavía necesario seguir afianzando el concepto de la importancia del desarrollo de software y generación de profesionales?
En el discurso está bastante instalado y es cierto que ocurrieron cosas en el mundo que le dan mayor visibilidad. Por ejemplo, hace 17 años dos investigadores de una universidad en California que estudiaban algoritmos, decidieron poner una empresa. Dos personas del mundo de la investigación… Y hoy cada acción de esa empresa vale más de mil dólares y está valuada en 350 mil millones de dólares.
Lo contundente de las experiencias a veces no alcanza para afianzar algunas políticas de Estado. ¿Cómo evaluás el riesgo de la continuidad de un proyecto como el de la Fundación en el largo plazo?
A mí me ayudaron mucho a pensar en esto unos artículos de Amilcar Herrera, que fue un geólogo argentino genial, especializado en política científica. Él hablaba de política explícita e implícita. Decía que la política científica explícita son los planes que se establecen, si hay o no un ministerio, la infraestructura, si hay investigación o no, etcétera. Pero aseguraba que lo más importante es la política científica implícita, que es el lugar que se le da a la ciencia y la tecnología en el proyecto nacional. Básicamente, lo que decía es que vos podés tener un ministerio, un plantel de investigadores, gente premiada, lo que fuera, pero si no tenés un proyecto de país en el cual la ciencia se transforma en motor del desarrollo y no buscás oportunidades de hacer desarrollo científico-tecnológicos locales no vas a lograr nada concreto. Creo que todos consideramos que, aunque hubiera algún cambio en la conducción del país, se mantendría la política científica explícita. A mí me preocupa la otra, la implícita. Muchas de las cosas muy buenas que pasaron en Argentina estos últimos años tienen que ver con eso.
Supercomputadora
“Es un proyecto muy interesante. Se acercó a la Fundación una empresa muy buena de dos investigadores de la ciudad de La Plata que tuvieron la idea de desarrollar localmente supercomputadoras con una tecnología que se denomina FPGA”, relata Santiago Ceria. Esa tecnología refiere a computadoras que pueden trabajar con velocidad y eficacia a partir de procesar en forma paralela la solución de un problema particular. ¿Lo original? Ceria explica: “Pensalo como que nuestras computadoras de escritorio son de propósito general, están creadas para poder correr software de procesamiento de textos, de cálculo, navegación, procesamiento de video, etcétera. La idea de estas otras es que están cableadas para resolver un problema específico de manera muy rápida y eficiente, solo para eso. Los investigadores hicieron un prototipo hace un par de años con el cual ganaron un desafío Intel, a partir de eso los recibió el ministro de ciencia, Liño Barañao, y juntos empezamos a trabajar en un proyecto donde esta tecnología se pueda aplicar a problemas de bioinformática: alineamiento de secuencias de ADN y de dinámica molecular”. Los empresarios se acercaron a la Fundación buscando fondos para el proyecto, pero se llevaron más que eso: “Nosotros les dijimos que más los podría ayudar vincularse con grupos de investigación que los empujen un poquito más hacia la frontera del conocimiento. Los vinculamos con el grupo de Bioinformática Estructural de Exactas UBA, encabezado por Adrián Turjansky, y un grupo de investigación de la Facultad de Ingeniería Electrónica de la Universidad Nacional de La Plata. Transformamos una idea en un proyecto colaborativo academia-industria que es lo que nosotros queremos hacer. Hoy hay una empresa y dos grupos de investigación trabajando juntos para hacer un desarrollo local en un área estratégica de destino específico.