Hay vida en la Ciudad
Frente a Ciudad Universitaria, de los depósitos de escombros arrojados en diversas momentos, surgió, con el correr de los años, un ecosistema muy particular que cobija una gran diversidad. Allí es posible ver casi el 25 por ciento de las especies de aves de la Argentina junto con cientos de otros animales y plantas. Mareas, sudestadas, semillas, nutrientes, larvas, conviven en ese espacio de más de 20 hectáreas. Especialistas revelan sus secretos y se preocupan por su conservación.
Torres, carriles de autopista, playas -pero sólo de estacionamiento, con más y más autos-, quedan atrás a poco de ingresar a la Reserva Ecológica Ciudad Universitaria-Costanera Norte. Una pollona negra de pico rojo y amarillo canta que parece una risa. Un coipo o falsa nutria acomoda sus bigotes, mientras otro teje las plantas para dar cobijo a las crías. La impecable garza blanca no quita su mirada del pez sábalo, que parece tener los minutos contados. Una tortuga cuello de víbora extiende su cogote, dando a entender el porqué de su nombre. Ahora, la dormilona de cara negra descansa de su viaje desde la Patagonia y, en verano, harán su parada otras migradoras lejanas, que vienen desde Canadá y un poco más allá, Alaska. En no más de 23 hectáreas se puede ver casi el 25 por ciento de las especies de aves que vuelan en toda la Argentina.
Camalotes, que en primavera se llenarán de flores rosas y violáceas, lentejitas y helechos de agua, juncos, cortaderas, espadañas, arbustos, árboles como sauces criollos o alisos, adaptados a vivir por momentos inundados, en un paisaje no muy distinto a los que vieron desde sus carabelas los españoles cuando arribaron a estas tierras por las aguas que llamaron Mar Dulce, hoy río o, mejor dicho, estuario del Plata.
“Parándote en el puente de la Reserva, en distintos momentos del año, se puede ver toda esa diversidad de vida que brindan sus humedales, el pastizal y el bosque. Entender lo que tenemos nos ayudará a conservarla y a imaginar qué pasaba hace 500 años en esta zona, que reproduce la dinámica costera original. Pasaron cinco siglos de transformaciones, de intervención en la ribera platense”, describe Roberto Bó, director del Grupo de Investigación en Ecología de Humedales (GIEH) en la Facultad de Ciencia Exactas y Naturales de la UBA.
Se trata de un paisaje no muy distinto al que vieron desde sus carabelas los españoles cuando arribaron a estas tierras por las aguas que llamaron Mar Dulce.
Las últimas acciones del siglo pasado fueron el relleno de escombros en las cercanías de los pabellones 2 y 3 de la Ciudad Universitaria que, luego, las plantas y animales convirtieron en su hogar, en un ecosistema particular, donde “no solo hay un humedal, sino dos. Ambos ocupan un tercio de la Reserva, el resto es pastizal y bosque”, destaca Bó.
Una defensa de cemento que se divisa desde el agua es otra marca de la humanidad. “El humedal más externo, que sería la orilla del estuario, se modificó sin nuestro visto bueno con un murallón. Queda poco de su aspecto original. Pero, -dice Bó- aún hay algunos pedacitos que mantienen su particular composición y dinámica”. Más adentro, se halla el otro humedal, el interno, una laguna litoral que se conecta con el Plata a través de un canal, algo así como un cordón umbilical.
Ese es uno de los lugares donde la vida se hace una fiesta. Una danza de agua que va y viene, y en el camino deja semillas, nutrientes, larvas que serán peces, ranas; y mucho más. “Las grandes cantidades de agua presentes en el río y en la propia laguna, determinan una elevada humedad ambiente que se traduce en una disminución de la amplitud térmica. O sea, hay menos diferencia de temperatura entre el día y la noche, así como estacional. Esto genera condiciones más adecuadas para la vida”, señala Bó y agrega: “Esta particular dinámica hidrológica permite la existencia de diferentes sectores con distintas profundidades de agua en un mismo momento y/o variables según la época de año, determinando una elevada variedad de hábitats. Por lo tanto, permite que haya más especies de plantas y animales que los que uno encontraría en un ambiente menos dinámico”.
En este sentido, desde el Laboratorio de Limnología del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de Exactas UBA, su directora, Irina Izaguirre, coincide: “El humedal es una parte fundamental de la Reserva. No sólo tiene una biodiversidad de organismos que son acuáticos estrictamente, sino de otros que son terrestres o que viven en ese ecotono entre la tierra y el agua. Entonces, resulta clave mantenerlo en buen estado y no provocar un gran disturbio”.
Vida en el aire, el agua y la tierra
Hoy, parte de la diversidad está a la vista, vuela por el aire. “En los últimos 10 ó 15 años, 240 especies de aves se registraron en la Reserva. Es un número muy grande teniendo en cuenta que, en toda la Argentina, hay casi 1.100 y, en la Ciudad de Buenos Aires, alrededor de 350”, precisa Iván Eroles, coordinador del Club de Observadores de Aves de la Reserva Ecológica Ciudad Universitaria-Costanera Norte (Ver recuadro “Avistaje”). Según indica, este espacio forma parte de un corredor que va desde el Delta del Paraná hasta Punta Indio, e incluso hasta Punta Rasa. “Son paradas migratorias importantísimas”, marca.
En temporada fría hacen escala, además de la dormilona de cara negra, el sobrepuesto o negrito austral, que también viene desde la Patagonia. Y sigue la lista de nombres, que a partir de la primavera es más larga aún con la tijereta, el churrinche, la golondrina tijerita y el suirirí real, entre otros. “Muchos, aparte de migrar y usar el espacio como un sitio para alimentarse y refugiarse, han incluso nidificado. Esto es algo de gran valor”, describe Eroles.
Desde hace un par de años, Paula Courtalon, integrante del GIEH y docente de Exactas UBA, sale de la facultad y tras unos pasos logra sumergirse en el mundo de los coipos o falsas nutrias y de tres especies de tortugas de agua dulce. Ella no es la única que estudia allí a estos animales, sino que también lo hacen “varios estudiantes de Biología que llevan adelante sus tesis de licenciatura. Es un valor que también tiene esta reserva en un campus como el de nuestra facultad”, indica y coincide con Bó: “Esta es una reserva universitaria, donde gente de ciencias de la atmósfera, biólogos, químicos y geólogos aprendemos. Tenemos la posibilidad de tener un laboratorio natural cerca de nuestras aulas”.
Desde el puente de la Reserva, en distintos momentos del año, se puede ver toda esa diversidad de vida que brindan sus humedales, el pastizal y el bosque.
Cuando en su rutina diaria, Courtalon encuentra al coipo, un roedor nativo de América del Sur, no deja de señalar la simpatía que le genera verlo acicalarse, tomar agua, nadar o tejer “la vegetación, que dobla para fabricar plataformas, donde las hembras se suben para descansar y dar a luz. Los coipos llegan al humedal porque está conectado con el río. Que se mantenga con agua es clave para su descendencia porque copulan en el agua y necesitan 60 centímetros de profundidad para hacerlo”, explica. Observar las crías es, por cierto, una buena señal. “Ellas -nota- nos están indicando las condiciones en que está el hábitat. Por eso, es conveniente conservarlo”.
Otro tanto ocurre con las tres especies de tortugas nativas que pasan sus días allí. Una de ellas es la llamada “campanita”, por su forma. “Come exclusivamente peces y, que ella esté presente, claramente quiere decir que hay otras especies también que le sirven de alimento”, señala Courtalon, doctora en Ciencias Biológicas de la UBA.
También su aspecto da nombre a la “tortuga cuello de víbora” y; por último, la más pequeña o robusta con manchitas verdes y amarillas, el “morrocoyo”. “La presencia de estas tortugas nos dice que el humedal está funcionando adecuadamente para ofrecerles refugio, alimento y condiciones para reproducirse”, destaca.
Aguas limpias
Dentro de la reserva, “el 30 por ciento de las aves se encuentra en el humedal”, contabiliza Bó. Y es un sitio que ofrece regalos inesperados. “En ese espacio se pueden ver las tres especies de martín pescador que habitan la Argentina”, agrega.
Los habitantes de estos espacios, caracterizados por la alternancia de aguas altas y bajas, junto con su particular ubicación geográfica, hacen que los mismos sean altamente productivos y biodiversos, según define Bó. “En el humedal hay más especies nativas que en otros sistemas, porque continuamente están entrando animales y plantas al estuario del Plata desde los ríos Uruguay y Paraná”, señala Bó. Por ejemplo, las plantas acuáticas como las tres especies de camalotes, lentejitas de agua, helechos de agua, juncos, cortaderas, y espadañas. Y, desde el lado animal, los coipos, los carpinchos, las tortugas acuáticas, algunos anfibios y peces. “Tenemos la suerte de verlos a todos juntos porque se trata de especies pampeanas y subtropicales conviviendo en un hermoso paisaje”, subraya Bó.
Además de aportar agua de calidad, los humedales “funcionan como grandes riñones -compara Bó-. Las plantas acuáticas filtran muchos de los contaminantes que ingresan u otros materiales de origen natural que, en alta proporción, no necesariamente son benignos”.
Por su parte, desde su laboratorio, especializado en estudios de ecosistemas acuáticos, Izaguirre, doctora en Ciencias Biológicas y docente de Exactas UBA, agrega: “Las plantas son muy benéficas porque mantienen el estado de aguas claras. Al competir por nutrientes como fósforo y nitrógeno, no dejan que los tome el fitoplancton y, de este modo, controlan su crecimiento. Desde que estamos monitoreando, nunca observamos floraciones algales nocivas. En este humedal no vimos cianobacterias, como sí pasó en Puerto Madero y el Delta”.
En temporada fría hacen escala, además de la dormilona de cara negra, el sobrepuesto o negrito austral, que también viene desde la Patagonia.
Si bien la experta señala que, en términos generales, el humedal se encuentra en buen estado de salud, “debemos tener en cuenta que en los sedimentos puede haber contaminantes porque es terreno de relleno”.
Este aspecto tiene especial peso a la hora de hacer trabajos en la zona, según menciona. “Lo que vimos en las últimas semanas, es que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires contrató unilateralmente una empresa y le encomendó una tarea de limpieza, lo cual no está mal, pero hay que hacerla con cuidado y bajo la supervisión. Eso no es lo que está pasando”, advierte, y pone como ejemplo: “Al remover el terreno con una máquina, muchas veces se están sacando plantas indiscriminadamente y se remueve el fondo, lo cual trae problemas porque no sólo puede haber contaminantes, sino también puede alterar a las comunidades animales que viven allí”.
Si bien Bó desea que la gente visite este ecosistema especial, no le parece adecuado cambiar su destino. “Nosotros queremos un acercamiento de la población a la Reserva, pero no queremos que se convierta en un parque público”, concluye.
Avistaje de aves
“El valor de la biodiversidad es impresionante, y no es habitual en muchos lados. Esto se ve reflejado en la cantidad de aves que habitan el humedal”, remarca Iván Eroles, coordinador del Club de Observadores de Aves de la Reserva Ecológica Ciudad Universitaria-Costanera Norte, que una vez al mes suele organizar avistajes. (instagram.com/coa.recucn)
“Burrito y gallineta son caminadoras y vuelan poco, entonces, están al ras del piso buscando bichitos. En cambio, al churrinche y a la tijereta los ves posados en las plantas, agarrados de las ramitas para ir a cazar bichos voladores. El carau, un ave marrón grandota, se especializa en comer caracoles. Y las garzas son pescadoras. Cada una ocupa un espacio diferente, y no tienen problemas. Conviven sin dificultad”, retrata Eroles, estudiante de Biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.