Cuando el tamaño importa
Medir las dimensiones del cuerpo humano nos obsesiona desde hace milenios. Al principio, fue una práctica con fines artísticos y arquitectónicos. En el siglo XIX, se usó para identificar criminales. Actualmente, conocer las medidas de la población es una herramienta esencial para la industria de un país y para la salud de sus habitantes. La Argentina inició ese camino.
Hubo algún momento, en los principios de su historia, en el que el hombre necesitó medir longitudes. Tal vez, la primera vez haya sido cuando tuvo que delimitar un terreno. Quizás fue después, cuando tuvo que hacer los cálculos que requieren la construcción de un palacio o un templo.
En cualquier caso, debió establecer unidades de medida que rigieran para toda la comunidad y, para ello, eligió algunas partes del cuerpo. El codo, la distancia que media entre esa articulación y el final de la mano abierta, fue una de ellas. El pie, dimensión que aún subsiste en el sistema anglosajón de unidades, fue otra.
Los primeros artistas también necesitaron medir longitudes, porque dibujar una figura humana les exigía establecer proporciones entre las distintas partes del cuerpo.
Se cree que la palabra latina canon, que en el mundo del arte establece las proporciones ideales del cuerpo humano, tiene su origen en Qanu, una medida utilizada hace más de 4000 años por los sumerios –la primera civilización–. Esa medida fue creada a partir de criterios sustentados en las proporciones antropométricas. El canon más antiguo acerca de las proporciones del hombre se encontró en una tumba de las pirámides de Menfis, en Egipto, y data del año 3000 a.C. Para los pintores egipcios, la altura de una figura humana debía ser 18 veces el tamaño de su puño (dos puños para el rostro, diez desde los hombros a las rodillas y seis desde éstas hasta los pies).
Pero para algunos griegos del siglo V a.C., como el escultor Policleto, la altura perfecta de una figura humana debía tener siete veces el alto de la cabeza.
Un estudio pormenorizado de las relaciones entre las medidas de las diferentes partes del cuerpo humano, efectuado por el arquitecto romano Marco Vitruvio durante el siglo I a.C., le sirvió a Leonardo da Vinci para dibujar, a finales del siglo XV, la famosa figura de un hombre circunscripto por un círculo y un cuadrado, denominado Canon de las proporciones humanas o, también, el Hombre de Vitruvio.
Los ejemplos acerca de la búsqueda de parámetros significativos para representar el cuerpo de un hombre abundan a lo largo de toda nuestra historia. No obstante, se considera que la antropometría como ciencia que estudia las medidas del cuerpo humano nace en 1870 con la publicación de Anthropométrie, del matemático belga Adolphe Quetelet, creador del Índice de Masa Corporal (IMC) que se utiliza actualmente para evaluar el estado nutricional de las personas.
No da el “piné”
El descubrimiento de pueblos en zonas lejanas de Asia y América había despertado el interés de los antropólogos del siglo XVIII, quienes ya habían dado los primeros pasos en la antropometría para tratar de encontrar y describir “particularidades raciales”.
Pero Quetelet, que se había especializado en estadística, consiguió cuantificar nociones abstractas. Por ejemplo, su trabajo posibilitó definir la “talla de una población”. De la misma manera, por medio del IMC, el belga logró establecer un número que permitió diagnosticar si una persona es obesa.
La consolidación de la antropometría como disciplina científica durante el siglo XIX fue utilizada en muchas oportunidades para discriminar entre sujetos “normales” y aquellos que no lo son. Un campo fértil para ello fue el de la criminología, para la cual Quetelet hizo grandes aportes con sus estudios sobre la propensión al crimen en relación con la edad, el género, o factores sociales como la educación, la pobreza o el consumo de alcohol.
En cambio, el médico italiano Cesare Lombroso se propuso demostrar que la criminalidad tiene causas genéticas y, para ello, usó la antropometría, mediante la cual desarrolló su Teoría del Delincuente Nato. En su tratado “El hombre delincuente”, publicado en 1876, Lombroso cataloga los rasgos físicos que definen a un criminal: ciertas medidas del cráneo, la estatura, o el largo de los brazos son algunos de los parámetros que, según el italiano, nos advierten que estamos en presencia de un probable asesino.
La recolección de datos antropométricos suficientes para obtener una estadística representativa de un país o un grupo étnico suele ser costosa y demandar muchísimo tiempo. Es así que, todavía hoy, la principal fuente de información sobre medidas del cuerpo humano son las fuerzas armadas. Porque para ser admitido en las organizaciones militares hay que contar con aptitudes físicas determinadas que responden a ciertas dimensiones corporales.
Hasta hace relativamente poco tiempo, para otorgar el certificado de admisión a la milicia se utilizaba un índice propuesto en 1901 por el médico francés Maurice Pignet. Eran tiempos de alta prevalencia de tuberculosis y desnutrición, patologías que suelen traer como consecuencia el subdesarrollo del tórax. El índice de Pignet relacionaba la estatura, el peso y el perímetro torácico de un individuo para determinar si era apto para alistarse. Finalmente, ese indicador dejó de utilizarse cuando se comprobó que la fórmula ideada por el francés conducía al reclutamiento de personas obesas.
En la Argentina, el índice de Pignet se aplicó durante el reclutamiento para el Servicio Militar Obligatorio. De allí quedó la expresión “no le da el piné”, una frase que se habría acuñado en la década de 1930 y que se pronuncia todavía hoy cuando se quiere descalificar a una persona.
El ámbito militar también tuvo que ver con el amplio desarrollo que tuvo la antropometría durante el siglo XX por los requerimientos de la industria bélica. La Segunda Guerra Mundial fomentó la investigación antropométrica, pues los datos sobre las dimensiones corporales eran esenciales, entre otros motivos, para equipar adecuadamente a los combatientes o para diseñar las cabinas de los tanques y los aviones utilizados en el conflicto bélico.
La dimensión desconocida
Un problema con los datos antropométricos provistos por las instituciones castrenses de todo el mundo es que están restringidos al varón adulto joven. En otras palabras, son escasos los estudios sobre las medidas del cuerpo humano que informan datos de civiles de ambos géneros y edades variadas.
En las últimas décadas, esta falta de indicadores antropométricos se transformó en un problema para la mayor parte de las industrias.
“Para la fabricación de objetos de uso se deben diagramar sus dimensiones y, para eso, es necesario conocer las medidas de la población usuaria”, señala la diseñadora industrial Roxana Del Rosso, quien está a cargo del Laboratorio de Ergonomía de la Facultad de Arte y Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo.
Además de medir dimensiones propias de la antropometría estática (peso, estatura, etc.), el grupo de investigación que dirige Del Rosso utiliza parámetros de la antropometría funcional, que incluye el análisis biomecánico de los movimientos (cómo se desplazan ciertos segmentos del cuerpo cuando se realiza alguna tarea específica) o, también, capacidades sensoriales (ángulo de visión, sensibilidad táctil, entre otras).
Especializado en el estudio de la postura sedente (sentado), uno de los primeros trabajos de investigación antropométrica llevado a cabo por el Laboratorio de Cuyo se efectuó en Mendoza a comienzos de los años 90 y estuvo dirigido a adecuar la cabina de conducción de los colectivos con el fin de cuidar la salud de los choferes.
“Desarrollamos un aparato para hacer mediciones de la postura sedente, que permitió un posicionamiento correcto del sujeto al momento de efectuar la medición”, consigna Del Rosso. “Buscamos lograr una postura saludable para el trabajador y, también, procuramos generar un espacio que mejore su atención”, explica, e informa: “Los resultados se aplicaron al diseño de carrocerías y asientos”.
Según la especialista, el estudio con los choferes puso en evidencia la “altísima incidencia de patologías lumbares en trabajadores nóveles, las cuales tenían un origen previo a la actividad laboral”. Este descubrimiento fue confirmado por la publicación de los primeros registros oficiales sobre enfermedades laborales, confeccionados a partir de 1996 con la entrada en vigencia de la Ley de Riesgos del Trabajo.
Esa información disparó una nueva investigación: “Decidimos trabajar el problema desde el origen y empezamos a tratar de medir lo que sucede en la infancia. Para eso, nos pareció interesante hacer un estudio del equipamiento escolar”, cuenta Del Rosso. “Tomamos la actividad escolar por su obligatoriedad y porque los niños pasan muchas horas sentados”, justifica. “Esto no significa que el mobiliario que utilizan los chicos en la escuela sea el único causante de las patologías de columna”, aclara.
El estudio incluyó alumnos de ambos sexos, entre seis y once años de edad, de diferentes escuelas. Mediante observaciones directas, filmaciones y fotografías, los investigadores generaron documentos para el análisis biomecánico posterior: “Como hay un tamaño único de asiento para todos los grados, alrededor del 60% de los chicos de primer grado no llega al piso con los pies y en los grados superiores no entran debajo del pupitre o en el ancho de la silla”, comenta Del Rosso. “Esto no solo afecta la salud postural. También incide en la atención, porque la postura afecta la capacidad ventilatoria y, por lo tanto, la oxigenación de los tejidos, entre ellos el cerebro”.
Luego de medir en los chicos varios parámetros antropométricos funcionales, elaboraron una “propuesta de equipamiento escolar saludable” que incluyó el diseño y la fabricación de un prototipo de “mobiliario ajustable”.
“La propuesta contempla el hecho de que en el aula conviven chicos de distinto tamaño corporal, y toma en cuenta todos los planos de apoyo”, ilustra. “El mueble se probó en las aulas durante varios meses y medimos cómo los chicos respondían a este equipamiento mediante un test de caras, que se utiliza para evaluar la concentración”, añade. “La propuesta está en manos de la Dirección General de Escuelas”, comunica.
A tomar medidas
Son excepcionales los ejemplos de objetos que se fabrican pensando en que los utilice una sola persona. Tal podría ser el caso del asiento de un automóvil de carreras diseñado para un determinado piloto o, también, un traje confeccionado a medida. Lo habitual es la producción industrial en masa. No obstante, ello no significa que un objeto que se produce para cumplir una determinada función pueda tener un diseño único para todos los usuarios. Hay un sinnúmero de ocasiones en las que los fabricantes deben considerar las diferencias corporales de sus probables clientes. Un ejemplo paradigmático es el de la vestimenta.
En el año 2005, debido a que la oferta de talles de ropa era muy limitada, la provincia de Buenos Aires sancionó la Ley 12.665, conocida como “Ley de Talles”, que en su primer artículo dispone que “los comercios que vendan ropa de mujer, deberán tener en existencia todos los talles correspondientes a las medidas antropométricas de la mujer adolescente, de las prendas y modelos que comercialicen y ofrezcan al público”. Otros Estados del país imitaron la decisión de la Provincia. Algunos, incluso, extendieron la exigencia de variedad de talles para todos los sexos y edades.
Mientras se aguarda una norma nacional al respecto, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) tomó cartas en el asunto: “No podemos exigirle a los comerciantes variedad en los talles si no sabemos cuáles representan a los cuerpos argentinos. Actualmente, estamos usando normas basadas en cuerpos de otros países”, declara la licenciada Sandra Jung, del Centro de Investigación y Desarrollo Textil del INTI.
Fue así que, en 2014, el INTI adquirió un escáner corporal 3D –en Latinoamérica, solo México y Brasil tienen este tipo de dispositivo– destinado a facilitar el primer Estudio Antropométrico Argentino (EAAr), una iniciativa cuyo objetivo es relevar y analizar las medidas y formas corporales de los habitantes de nuestro país, independientemente de su nacionalidad. “Buscamos que las personas no tengan problemas al querer vestirse”, remarca.
El equipo 3D genera en pocos segundos una imagen tridimensional completa del cuerpo humano e informa más de ochenta medidas corporales. “Previo a la existencia de los escáners, las mediciones llevaban muchísimo tiempo porque se hacían de manera manual, con centímetros y calibres. La rapidez de esta tecnología nos va a permitir repetir los relevamientos cada determinado tiempo, como un censo, para ver cómo evolucionan los cuerpos humanos con el tiempo”, acota Jung.
El EAAr determinará las dimensiones de los cuerpos de la población argentina según sexo, grupo etario y región geográfica. Para que el estudio sea representativo se requiere escanear a unos 12.000 individuos, varones y mujeres por igual.
“La representatividad de la muestra respeta la pirámide socioeconómica, porque las clases sociales determinan la clase de cuerpo. Estamos relevando tres o cuatro de las urbes más importantes de cada región”, explica. “Ya escaneamos a unas 1300 personas de todo el país y la primera ciudad en la que completamos el relevamiento es Mendoza”, anuncia.
Las mediciones antropométricas son dificultosas. Además de requerir que el individuo a medir esté semidesnudo, deben obedecer protocolos internacionales muy exigentes. Sin embargo, se trata de información importante para un país. Contar con datos propios permite, entre otras cosas, conocer el estado nutricional de la población, prevenir dolencias y tener una producción industrial más eficiente.
La antropometría posibilita determinar los espacios mínimos que necesita un ser humano para desenvolverse adecuadamente. También tiene que ver con que la mayoría de las cosas que utilizamos a diario tengan un diseño apropiado. De alguna manera, la antropometría nos ayuda a adecuar el entorno natural a nuestras necesidades. Pero, también, puede potenciar nuestra naturaleza discriminatoria.