El mejor papá del mundo
El reconocido primatólogo Eduardo Fernández Duque, graduado en Exactas UBA y hoy profesor de la Universidad de Yale, cuenta los avances en el estudio del mirikiná, un primate monógamo del Gran Chaco en el que el cuidado paternal hacia las crías es mayor que el que brindan las hembras.
Rastrear la historia evolutiva de los vínculos de pareja en los humanos es uno de los grandes desafíos de biólogos y antropólogos. Y como el comportamiento no se fosiliza, los análisis comparativos de las relaciones monogámicas en otras especies deben ser sopesados con suma cautela. Más aún cuando se trata de comprender y explicar fenómenos desusados en la mayoría de los mamíferos, como la participación activa de los padres en la crianza.
Eduardo Fernández Duque, biólogo recibido en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y hoy uno de los más prestigiosos primatólogos del continente, estudia desde hace 30 años la monogamia sexual en primates y, en particular, el cuidado paternal, que se manifiesta de modo inusual en unos pequeños monos que habitan el Gran Chaco sudamericano, los mirikiná.
Los describe como “los mejores papás del mundo”. “Hay mucho cuidado paternal. El macho transporta a las crías, comparte comida con ellas, las acicala, hay mucho contacto, juego, más cuidados que los que brinda la hembra”, explica el investigador del Department of Anthropology and School of the Environment de la Universidad de Yale.
Los mirikiná siempre viven en pareja junto a sus crías, no más de tres. Hacen todo juntos. Macho y hembra rara vez se alejan más de cinco metros.
Monógamo, territorial, el “owl monkey” (Aotus azarae) es el único primate nocturno de América. Puesto que suele moverse en condiciones de poca luminosidad, su estudio se dificulta. En el noreste argentino y en Paraguay, donde se lo conoce como mirikiná, tiene sin embargo un comportamiento polifásico, con actividad diurna, con picos en el atardecer y el amanecer (y en noches de plenilunio), lo que facilita en parte la observación comportamental.
Fernández Duque comenzó a estudiarlos en los 90. En 1996, su trabajo adquirió envergadura y se convirtió en el Proyecto Mirikiná, en Formosa, donde más tarde creó la Fundación Eco. Al cabo de 27 años de monitoreo continuo, en un hábitat de casi diez hectáreas, su equipo lleva identificados más de 25 grupos de mirikiná. Con exhaustivos estudios de comportamiento en diez de ellos, documentó unas 330 historias de vida de cuatro generaciones de individuos, sus nacimientos y sus dispersiones, y ha reunido una multiplicidad de análisis genéticos de tejidos, heces y líneas celulares que llevaron a la descripción del genoma completo de la especie.
Los mirikiná siempre viven en pareja junto a sus crías, no más de tres. Hacen todo juntos. Macho y hembra rara vez se alejan más de cinco metros. El estudio de su comportamiento debe sortear otro desafío: el reducidísimo dimorfismo sexual de esta especie, en la que machos y hembras no se distinguen a simple vista. Salvado ese obstáculo, la observación revela no sólo el fuerte vínculo monogámico, sino también la presencia manifiesta de un “macho cuidador”.
“La monogamia vende”, había alertado el investigador durante la conferencia que brindó en la IV Reunión de Biología del Comportamiento del Cono Sur, en el Aula Magna del Pabellón 1 de Ciudad Universitaria. “Pero ojo, este es un modelo de paternidad corresponsable y activa que ‘podría’ –dijo, remarcando enfáticamente el potencial– tener un valor traslacional”.
– ¿Podemos decir que son primates “deconstruidos”?
– No, precisamente ese es el tipo de abordaje que debemos evitar –advierte luego, en diálogo con NEXciencia–. Objetivamente, los machos colaboran mucho en la crianza. No encontramos nada parecido en ningún otro mamífero. Yo preferiría decir que los mirikiná son “padres ejemplares”.
La consecuencia más evidente de este cuidado biparental, con un fuerte componente paternal, es la alta tasa de supervivencia de las crías de mirikiná.
Fernández Duque repasa el gradiente de conductas que expresan las relaciones entre progenitores en el mundo animal. Hay “vida en pareja” si tenemos un macho y una hembra adultos por grupo; “vínculo de pareja” sólo cuando se registran entre ellos ciertos patrones de proximidad y coordinación; y “monogamia sexual” cuando el vínculo reproductivo excluye a otros machos o hembras. Respecto de la atención de las crías, el cuidado biparental, habitual en aves pero infrecuente en mamíferos, aparece en algunas especies de primates. Y en el mirikiná, las tareas de cuidado recaen sobre todo en el macho.
Quizás la consecuencia más evidente de este cuidado biparental, con un fuerte componente paternal, es la alta tasa de supervivencia de las crías de mirikiná.
El equipo de Fernández Duque midió cuán duraderas son las parejas de Aotus azarae: en promedio, más de 9 años, con casos de hasta 15 y 18. Ahora bien, ¿cómo se interrumpen esos vínculos? La respuesta está en los individuos que Fernández Duque llama “flotadores”, monos jóvenes que en algún momento, rara vez antes de los dos años, dejan el grupo familiar, y empiezan a “flotar”, a moverse en la periferia de los territorios, buscando dónde reproducirse y provocando la competencia intrasexual con individuos del mismo sexo en parejas ya establecidas. El ingreso violento de los flotadores propicia, entonces, el reemplazo de uno de los progenitores en cada grupo, macho o hembra, y la reconstitución de nuevas parejas.
En las disputas que se producen con los flotadores, suelen ser las hembras las que se manifiestan más agresivas. Presentan, además, mayores niveles de testosterona que los machos. ¿Puede conciliarse este dato con la calidad de “cuidador” del macho? “Bueno, entiendo que si pudiéramos hacer un mapa hormonal completo no encontraríamos un macho muy agresivo. ¿Hay una modulación de la fisiología compatible con estas conductas? Es posible. Pero ese macho ‘cuidador’ también se defiende de otros machos para no ser expulsado. Como fuera, nada sugiere que tengamos acá el perfil del macho gorila dominante o del lobo marino agresivo y hostil. No es compatible con lo que le vemos hacer con las crías”.
– ¿Hay parejas primíparas, en las que ambos, macho y hembra, procrean por primera vez? ¿O todos los emparejamientos están supeditados a la dinámica de flotadores y reemplazos?
– No lo sabemos aún. Sí detectamos que los que ingresan suelen ser más jóvenes que aquellos a los que reemplazan. En rigor, si bien es una tarea compleja y hay muchos huecos en la información, tenemos material genético para analizar el parentesco de 376 individuos, lo que nos permitiría intentar dilucidar al menos en parte toda esta genealogía.
Esa irrupción de un padrastro o una madrastra funciona como un factor que induce a los hijos a abandonar el grupo. Casi un tercio (31%) de los más de 200 individuos cuya dispersión fue registrada, vivía en grupos donde uno de los progenitores ya había sido reemplazado.
El ingreso violento de los “flotadores” propicia el reemplazo de uno de los progenitores, macho o hembra, y la reconstitución de nuevas parejas.
La lógica de la dispersión de los monos jóvenes es multicausal. Para un macho joven, por ejemplo, el reemplazo de la madre significa la aparición de una potencial hembra que demora la partida. Si el expulsado es el padre, el estímulo para salir del grupo es claramente mayor. O sea, por razones de competencia o para evitar el incesto, cuando el animal reemplazado es del sexo opuesto hay mayores posibilidades de quedarse.
– Y con esta irrupción de los flotadores, ¿es pertinente seguir considerando a los mirikiná monógamos?
– Por supuesto. Porque no hay ninguna evidencia de que, cuando los dos adultos conviven en pareja, compartiendo tiempo y espacio, es decir, en monogamia social, en ese contexto “trampeen” fuera de la pareja. La monogamia genética es muy rara en mamíferos. Todos tienen algún tipo de paternidad fuera de la pareja. Aquí los análisis genéticos son concluyentes: 0%. Pero además, no hay evidencia comportamental. Supongamos que hubiera cópula fuera de la pareja que por algún motivo no fertiliza. Pero tampoco aparece eso.
La hipótesis de que esas tareas de cuidado son una “inversión” del padre para preservar la energía de la madre y asegurar prontamente un nueva reproducción, además de favorecer la monogamia, “evolutivamente cierra”, dice Fernández Duque. “La conexión entre nutrición de la madre y parición es irrefutable. Y el acarreo de las crías por el macho reduce el gasto energético de la hembra lactante, que pasa más tiempo alimentándose. El inconveniente allí es arrojar hipótesis que sí se han demostrado de manera contundente en sistemas donde el monitoreo del comportamiento, en cautiverio, es mucho mayor, y se sabe, por ejemplo, cuántas calorías consume la hembra. El trabajo observacional en el campo obliga a ser más cauto en las conclusiones”.
Ahora bien, ¿qué efectos tiene el reemplazo del padre o la madre biológica en la vida del infante? La respuesta la dio la psicóloga española Alba García de la Chica, especializada en antropología biológica, que trabaja con Fernández Duque en Formosa y hoy es becaria posdoctoral del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA, UBA-CONICET): si bien el ‘divorcio obligado’ hace caer hasta un 25% el éxito reproductivo de la parejas, cuando el padre es el reemplazado, la supervivencia de las crías es todavía menor.
“En síntesis, si se va el papá, la cría la pasa peor que si se va la mamá. No terminamos de saber muy bien qué es lo que está haciendo ese padre biológico en el primer año de vida que es tan importante, nos faltan datos comportamentales. Además, la mayor diferencia de sobrevida no aparece durante el período en que el padre tiene una injerencia directa en la crianza, sino después, o sea que hay algo fundamental del cuidado en los primeros meses de vida que se manifiesta más tarde”. El trabajo de Alba es un claro indicador de la importancia para el mirikiná de los cuidados que brinda el padre reproductivo.