Ojo al piojo
Utilizando imágenes obtenidas a partir de un microscopio electrónico, un equipo de científicas argentinas describió, por primera vez, estructuras del aparato bucal de este insecto que son usadas cuando pica nuestras cabezas. El próximo paso apuntará a desarrollar repelentes eficaces.
Son exigentes. Sólo apetecen sangre humana. A la vista parecen insignificantes, pero engañan. Los piojos con sus cinco milímetros de tamaño enloquecen nuestras cabezas y guardan numerosos secretos. Uno de ellos acaba de ser develado por científicas argentinas, bajo el microscopio electrónico de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, al descubrir estructuras sensoriales en el aparato bucal del insecto. Un hallazgo que puede ayudar en el futuro a encontrar repelentes eficaces contra la pediculosis.
“Mundialmente distribuida entre los niños en edad escolar, esta parasitosis genera irritación del cuero cabelludo y en ocasiones prejuicio social. Comprender cómo los piojos detectan y perciben a sus huéspedes humanos es crucial para controlar la transmisión”, dicen Isabel Ortega Insaurralde, María Inés Picollo y Romina Barrozo en un trabajo publicado recientemente en Arthropod Structure and Development.
Como si fueran murciélagos que habitan en nuestras selvosas cabelleras, los piojos chupan sangre para alimentarse con un despliegue llamativo. «Su aparato bucal está formado por estiletes, con los cuales perforan la piel y succionan la sangre. Su saliva contiene moléculas anestésicas y anticoagulantes que favorecen la ingestión, es decir, hacen que no sintamos cuando nos pican y que la sangre no se coagule», detallan.
Pero, volviendo un paso atrás, ¿cómo se orientó el piojo para saber dónde picar? En principio, todas las miradas apuntaban a sus antenas, una especie de radar que le permite descifrar el mundo externo a través de sensilias. Algunas de ellas tienen forma de pelitos, otras de poros, pero más allá de su aspecto, todas contienen en su interior neuronas receptoras que le brindan al animal distinta información sensorial como calor, humedad, claves químicas, etcétera.
“En principio, el órgano sensorial a través del cual se pensaba que definía la elección del hospedador, eran las antenas. Pero, las cortamos y vimos que sin ellas igual se alimentaba. Entonces, nos dijimos: ‘Debe de haber otro órgano que está evaluando las claves químicas’”, narra Ortega Insaurralde, que cuenta con un posdoctorado en biología.
¿Qué parte del cuerpo sin antenas seguía detectando datos del mundo externo a la hora de comer? La respuesta la encontraron en el Pabellón 1 de Exactas UBA. Allí, gracias al microscopio electrónico de barrido, pudieron ver que estos pelitos sensoriales o sensilias también estaban en la cavidad bucal. Las investigadoras hallaron que había de distinto tipo y tamaño. “Por primera vez, se lograron describir estas estructuras”, remarca Barrozo. Y, enseguida, Ortega Insaurralde señala una paradoja: “Este insecto, tan presente en nuestras vidas, ha sido muy poco estudiado a nivel fisiológico porque resulta muy difícil hacerlo. Es muy complicado criarlo porque fuera de la cabeza se muere en cuestión de horas”.
Ahora, este equipo de científicas fotografió con lujo de detalle estas cerdillas, y supone que, en algunos casos, podrían ser detectoras gustativas. “Conocer cuál es su función será el objetivo de la segunda parte de este trabajo”, anticipa Barrozo, del Grupo de Neuroetología de Insectos Vectores del Laboratorio Fisiología de Insectos, en el Instituto Biodiversidad y Biología Experimental y Aplicada (IBBEA, UBA-CONICET).
Por el repelente
La pandemia por COVID-19 parece que tampoco le pasa desapercibida a este insecto sin alas. “Como el piojo depende del contacto cabeza con cabeza para el contagio, seguramente la infestación descendió durante la cuarentena por la ausencia de clases”, dice Ortega Insaurralde, quien tiempo atrás, cuando era estudiante de biología, vio un cartel que pedía pasantes para buscar piojos en escuelas. Ese fue su primer vínculo directo con el animal, que la llevó al Centro de Investigaciones de Plagas e Insecticidas (UNIDEF-CONICET).
Desde hace años, este equipo de científicas busca controlar la transmisión. “La idea de estos trabajos no es matar al piojo, sino ahuyentarlo. Queremos entender cómo el insecto interactúa con el hospedador y, a partir de allí, encontrar algo -por ejemplo- muy aversivo, para diseñar un repelente”, coinciden.
Si bien el mercado muestra numerosos piojicidas en sus anaqueles, “repelentes eficaces casi no existen. Se encuentra la citronela que es muy famosa, pero no hay muchas alternativas a ella. Es un campo que habrá que desarrollar”, concluyen.
Sorpresa y algo más
“No deja de sorprenderme que un animal como el piojo, tan simple a nivel de estructuras sensoriales y con el genoma más chico de los insectos, sea tan exitoso. Esto llama la atención. Está perfectamente adaptado a satisfacer todas sus necesidades y con pocas herramientas”, señala Isabel Ortega Insaurralde. Y Romina Barrozo suma: “Por un lado, nos maravillamos con la biología de este insecto, pero siempre teniendo el foco en aportar con nuestro trabajo un puñadito de arena para mejorar la calidad de vida de nuestros hijos. Este es un problema que afecta a todo el planeta”.