¿Las hembras se equivocan?
Al momento de elegir el lugar donde poner los huevos, las hembras del mosquito transmisor de dengue, Zika, chikungunya y fiebre amarilla, no estarían tomando las decisiones más favorables para el desarrollo y supervivencia de su prole.
Desde hace años, el Grupo de Estudio de Mosquitos (GEM) de Exactas UBA efectúa investigaciones de vanguardia sobre el Aedes aegypti, el mosquito transmisor de dengue, zika, chikungunya y fiebre amarilla.
La originalidad de sus trabajos a nivel mundial tiene mucho que ver con que estudian poblaciones de mosquitos colectadas -mediante trampas- en sus hábitats naturales, a diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo, donde predominan los estudios con poblaciones de mosquitos criadas en el laboratorio durante muchas generaciones y que, por lo tanto, pueden perder características que tenían cuando vivían en la naturaleza.
En este sentido, una de las líneas de investigación del GEM apunta a evaluar el comportamiento del Aedes aegypti recreando lo más fielmente posible el ambiente en el que se crían y viven estos mosquitos.
De hecho, hace relativamente poco tiempo, publicaron un trabajo que muestra que, “en la vida real”, al insecto no le va tan bien como se estima en el laboratorio.
El estudio tenía como objetivo evaluar qué sitios eligen las hembras para poner sus huevos y qué consecuencias tenía esa elección en el desarrollo de las larvas.
“Aquel estudio evaluaba el desarrollo de las larvas durante la primavera. Ahora, quisimos estudiar la actividad de oviposición en condiciones ambientales lo más reales posibles. Por eso, este nuevo estudio lo hicimos en verano, que es cuando las hembras son más activas poniendo huevos”, explica Sylvia Fischer, investigadora del CONICET y directora del GEM.
El nuevo estudio, que forma parte de la tesis doctoral de Pedro Montini, acaba de publicarse en la revista científica Acta Tropica y revela que estudiar la vida de estos bichos en condiciones reales sigue trayendo sorpresas.
¿Cómo eligen las hembras?
El estudio tenía como objetivo evaluar qué sitios eligen las hembras para poner sus huevos y, también, qué consecuencias tenía esa elección en el desarrollo de las larvas. Para recrear lo más fielmente posible el hábitat de los bichos, Montini efectuó los experimentos en diez jardines de viviendas situadas en puntos muy variados del Área Metropolitana de Buenos Aires.
En principio, quería saber si la mayor o menor disponibilidad de detritos -partículas de materia orgánica provenientes de la descomposición de flores, hojas, semillas, insectos y otros productos del entorno-, que es de lo que se alimentan las larvas del mosquito, influía en dónde las hembras elegían poner sus huevos.
Por eso, en cada una de esas viviendas colocó cuatro recipientes idénticos, uno junto al otro, y los dejó al aire libre para que acumulen detritos. Dos de esos recipientes quedaron dos semanas al aire libre acumulando los detritos que caían, mientras que los otros dos recipientes quedaron al aire libre durante ocho semanas.
Cada dos semanas Montini visitaba las viviendas, recolectaba los detritos de cada recipiente por separado, los pesaba y los volcaba en tarritos con agua, que después cerraba y guardaba.
El equipo observó que a las larvas les va mejor en recipientes nuevos con mucha acumulación de detritos, que en recipientes viejos que acumularon pocos detritos.
De esta manera, al final de las ocho semanas, disponía de 40 tarritos (cuatro por vivienda) que contenían detritos sumergidos en agua. Veinte tarritos contenían detritos acumulados durante dos semanas y los otros veinte tarritos tenían detritos acumulados durante ocho semanas. A los primeros, los llamaron “recipientes nuevos”; a los segundos, “recipientes viejos”.
“Considerando que en nuestro estudio hay viviendas donde cae muy poquito detrito porque hay pocas plantas y que hay viviendas donde cae mucho detrito, nosotros estamos representando en cierta forma el rango natural de variabilidad que ocurre en la realidad”, acota Fischer.
La mitad de los recipientes permanecieron en cada uno de las viviendas y fueron destapados y dejados abiertos por unos días en un sitio protegido de la lluvia. De esta forma, las hembras de Aedes aegypti que anduvieran por ese jardín tenían dos recipientes para elegir dónde poner sus huevos, uno viejo y otro nuevo.
“Cuando contamos los huevos que había en cada recipiente comprobamos que las hembras ponían más huevos en los recipientes viejos, o sea, los de más tiempo de acumulación y descomposición de detritos”, cuenta Fischer. “Pero, cuando dividimos la cantidad de huevos por los gramos de detritos que tenía cada recipiente nos daba un valor similar, independientemente de si el recipiente era viejo o era nuevo. O sea, las hembras estarían poniendo una cantidad de huevos que es proporcional a la cantidad de detritos presentes en el recipiente y, por lo tanto, para cada futura larva habrá una cantidad similar de comida en los recipientes nuevos y en los recipientes viejos”.
Según la investigadora, las hembras pueden percibir el olor de las sustancias volátiles que se liberan por la descomposición de los detritos en el agua y, de alguna manera, cuantificar cuánta comida para las larvas hay disponible en ese recipiente.
¿Una hipótesis contradicha?
Una hipótesis que tiene mucho consenso en la comunidad científica sostiene que las hembras suelen poner sus huevos en los lugares donde su descendencia tendrá mayores posibilidades de prosperar y reproducirse (“oviposition preference-offspring performance” hypothesis, es su nombre en inglés).
Un recipiente abandonado por poco tiempo, aun cuando pueda acumular pocos detritos, serán detritos con mejor valor nutricional para las larvas.
Para poner a prueba esta idea, Montini y Fischer decidieron evaluar cómo era el desarrollo y la supervivencia de las larvas en relación a la cantidad de detritos disponibles y a su tiempo de acumulación.
Con esa finalidad, a la otra mitad de recipientes -la que no se utilizó en el experimento de oviposición- la trasladaron al jardín de un único domicilio y, en cada uno de esos tarros con agua y detritos de las diferentes casas, colocaron 19 larvas recién nacidas.
Después, los tarros se taparon para que no ingresen más detritos y para que, cuando las larvas completaran su desarrollo, los mosquitos adultos no se escaparan. Todos los días registraban lo que observaban en cada tarro: la supervivencia de las larvas, su tiempo de desarrollo y, cuando aparecía algún individuo adulto, lo retiraban del tarro y medían su tamaño.
“Observamos que les va mejor cuantos más detritos se acumularon en el frasco, independientemente de si es un recipiente viejo o un recipiente nuevo. O sea que en recipientes nuevos con mucha acumulación de detritos les va mejor que en recipientes viejos que acumularon pocos detritos”, explica Fischer.
Este resultado coincide con lo que habían observado en el trabajo anterior, efectuado en primavera, y confirma que no hay que dejar abandonado ningún recipiente a la intemperie, aun por poco tiempo, si se quiere controlar al mosquito.
“También vimos que a las larvas les tiende a ir mejor en los recipientes nuevos que en los viejos”, señala Fischer. “Esto podría deberse a que los detritos con poco tiempo de descomposición serían más nutritivos o, dicho de otra manera, que los detritos viejos no son nutricionalmente tan favorables como los nuevos porque el tiempo de descomposición haría que la calidad nutricional empeore”, especula, y advierte: “Esto también es importante en lo que tiene que ver con el control del mosquito, porque muestra que un recipiente abandonado por poco tiempo, aun cuando puede acumular menos detritos en ese lapso breve, esos detritos aparentemente son de mejor valor nutricional para las larvas”.
El hecho de que las hembras elijan poner sus huevos en los recipientes más viejos que, generalmente, acumulan más detritos y, por otro lado, que a las larvas les vaya mejor en los recipientes nuevos, expone una contradicción. “Pareciera ser que las hembras no eligen donde poner sus huevos con un criterio óptimo, lo cual pondría en cuestión la hipótesis hegemónica”, consigna Fischer. “De hecho, si en nuestro experimento en lugar de dejar solamente 19 larvas por frasco hubiéramos puesto una cantidad de larvas igual a la cantidad de huevos que se pusieron en cada recipiente, en los recipientes más viejos las larvas habrían tenido que competir con muchas más larvas por un recurso menos nutritivo y, entonces, el desempeño hubiese sido mucho peor”.
Algunos experimentos efectuados recientemente en el GEM, que forman parte de la tesis de licenciatura de Candela Arnaldo, confirmarían que las hembras no estarían eligiendo los sitios de oviposición con un criterio óptimo: “Confirmamos que hay un desacople entre lo que las hembras perciben y dónde eligen poner sus huevos con dónde después les termina yendo mejor a las larvas. Pero eso lo vamos a contar cuando publiquemos el paper que estamos escribiendo”.