Abadia de Santo tomás
El origen de las Leyes de Mendel

Tomando el té con arvejas

Contrariamente a lo que muchos suponen, los escritos de Mendel, para algunos el fundador de la genética, nunca figuraron en los anaqueles de la biblioteca de Darwin, ni influenciaron sus posteriores teorías acerca del origen de las especies. Transitamos en este artículo el intrincado camino de las famosas Leyes de Mendel hasta sus verdaderos orígenes.

15 May 2014 POR
recreación mendel darwin

Recreación de un encuentro, que seguramente nunca sucedió, entre Mendel y Darwin. Montaje: CePro-EXACTAS.

Cuenta la leyenda, esa que circula en ámbitos académicos y que se escribe en los libros, que allá por el siglo XIX existió, en un monasterio de la actual República Checa, un hijo de campesinos que sentó las bases de una nueva ciencia. Este religioso enunció dos leyes que permitirían explicar cómo y por qué se heredan los genes que determinan cada una de las características que poseemos. Ese hombre fue Johann Gregor Mendel, un monje solitario, un incomprendido de su época que se dedicaba a cosechar, cruzar y analizar plantitas de arvejas. Cuenta esa misma leyenda que fue ignorado por décadas hasta que algunos científicos (de forma independiente) llegaron a los mismos resultados que él y, tras leer sus trabajos, decidieron atribuirle las llamadas “Leyes de Mendel”. Desde entonces, nuestro monje fue reconocido como el fundador de una nueva especialidad: la genética.

Casi contemporáneo a Mendel, vivió en Inglaterra el naturalista más reconocido de todos los tiempos: Charles Darwin, autor del famoso libro El origen de las especies, en el que plasmó una de las teorías más influyentes en la historia de la biología. Generó adeptos, odios y pasiones. De algún modo, cambió la forma de ver la vida, le movió la estantería a más de uno e hirió egos y narcisismos al presentar una teoría en la que sostenía que los seres humanos no habíamos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Aparentemente, Mendel tenía la información que Darwin estaba necesitando. Información que le permitiría a éste comprender cómo se produce la herencia biológica y se establecen las adaptaciones en los seres vivos. Cuenta esa misma leyenda que Darwin nunca conoció a Mendel pero, si lo hubiese hecho, o al menos leído sus conclusiones, la historia de la biología habría sido otra.

Muchos historiadores de la ciencia han generado, y continuado, el mito de la existencia de los artículos de Mendel en la biblioteca de Darwin, artículos que éste nunca llegó a leer. Otros tantos han soñado con una realidad paralela en la que estos dos personajes se encontraban. Ambos podrían ser los protagonistas de una imaginaria novela cuyo desenlace sería la Teoría Sintética de la Evolución, una teoría que conecta dos ramas diferentes de la biología y que, en el mundo real, recién pudo enunciarse en el siglo XX.

Para tristeza de muchos, eso nunca hubiese ocurrido, porque “el padre de la genética”, tal cual lo conocemos, nunca existió. A lo largo de los siglos, se ha caído en el error de leer el pasado con los ojos del presente, de ignorar los problemas e intereses que afectaban a los hombres y mujeres de otros tiempos y transmitirles los propios. Eso mismo le pasó al pobre Mendel. Le atribuyeron leyes que nunca enunció y preocupaciones que nunca tuvo, se distorsionó su trabajo y su formación académica, se lo aisló del contexto en el que vivió y se construyó de él una imagen que, probablemente, distaba mucho de la realidad.

El problema de Mendel

¿Por qué fue ignorado por sus contemporáneos? Muchos afirman que ello se debió a su carácter de amateur, a ser un monje sin formación técnica y no pertenecer a la comunidad científica, a ser una especie de genio autodidacta que trabajaba en forma solitaria en su huerta. En realidad, esto no es así: “Existen fuentes que documentan sus estudios en la Universidad de Viena y su desempeño como ayudante en un prestigioso laboratorio de esa institución. De modo que tan mala formación no tenía”, afirma Pablo Lorenzano, doctor en Filosofía y especialista en epistemología e historia de la genética.

“No es que en su época haya sido ignorado o incomprendido, sino que, en realidad, él no hizo lo que se le adjudica”, afirma Lorenzano. Según este especialista, docente e investigador, el monasterio en el que se encontraba Mendel era un importante centro económico, cultural y social, alejado mucho de esa imagen de aislamiento con la que se lo suele identificar. La congregación apoyó su formación académica y sus experimentos. Asimismo, esta institución fue  parte de muchas sociedades científicas, por lo que creer que aquellos preocupados por “transmitir la fe” no se interesarían en los temas vigentes en esa época, sería descontextualizarlo.

Suele decirse que tuvo dificultades para criar animales, ya que, en el monasterio, no se lo permitían por considerarlo inmoral. En realidad, este es otro de los mitos que se forjaron en torno a Mendel. “En aquella época eran muy comunes las cruzas para mejorar la calidad del ganado: la selección de los mejores individuos en animales de granja no fue un invento de Darwin; hacía tiempo que se practicaba, era ampliamente aceptado y se buscaba su comprensión”, afirma Lorenzano.

En el siglo XIX existían diferentes escuelas de investigación dentro de las cuales se formó y trabajó Mendel, en contacto con sus intereses y metodologías. A nuestro personaje no le preocupaba la herencia, ya que en realidad él se interesaba en el desarrollo de los híbridos, temática que no era extraña en la biología de aquellos tiempos. Efectivamente el contexto que le interesaba a Mendel era el evolutivo y, según Lorenzano, llegó a poseer todos los libros de Darwin, a muchos de los cuales llenó de anotaciones y comentarios.

Mendel era un hibridista interesado en la producción del campo, en la generación de nuevas especies y, aunque no se oponía por completo a las ideas de Darwin, consideraba que éstas estaban incompletas. Además de esta temática, Mendel escribió trabajos sobre meteorología y fue el encargado de llevar el registro de fenómenos atmosféricos en su región. “No es casual que un hijo de campesinos se preocupe por la producción a partir de la tierra y por las condiciones climáticas adecuadas como para hacerlo”, sostiene el filósofo e historiador argentino.

Abadia de Santo tomás

Abadia de Santo Tomás en Brno, República Checa. Foto: Nyckelpigan Amy.

Mendel escribe dos artículos relacionados con híbridos de plantas. El primero fue presentado en dos conferencias en 1865 y se dice que Darwin tenía un ejemplar de ese trabajo en su biblioteca, pero que nunca lo leyó. Se ha generado así un mito sobre lo poco que faltó para que este genio pudiese dar una respuesta al problema de la herencia que permitiría adelantar la historia de la biología varias décadas.

Según Lorenzano, esto no es más que un mito pero, en caso de que Darwin hubiese leído los artículos de Mendel, nada de eso hubiese pasado, ya que en esas páginas “no estaba lo que se dice que le faltaba a Darwin para completar su obra”. Mendel no investiga las bases de la herencia ni habla de genes o factores como habitualmente se le atribuye. En realidad, esos conceptos son posteriores y no eran su tema de estudio, sino que estaban relacionados con cuestiones del siglo XX. Las llamadas Leyes de Mendel, en realidad, nunca fueron formuladas por él.

Hace ya algunas décadas, se ha comenzado a criticar la visión “continua, acumulativa y lineal de la historia de la genética”, afirma Lorenzano. De acuerdo con esa visión, muy cuestionada, tres redescubridores (Carl Correns, Hugo De Vries y Erich Von Tschermak) comenzaron a investigar las leyes de la herencia llegando a los mismos resultados que Mendel y reconociendo así los supuestos logros de éste. Siguiendo esa misma visión, William Bateson y, posteriormente, Thomas Morgan junto a sus colaboradores, de forma aproblemática, continuaron ampliando el programa de investigación atribuyéndole, finalmente, las dos leyes a Mendel.

La realidad es que la historia ha sido mucho más compleja que lo que aparenta. Los llamados redescubridores, en realidad, transfirieron a Mendel sus propias preocupaciones, generando de él imágenes distintas (y no la misma, como se suele afirmar), construyendo nuevas ideas y no “redescubriendo” algo preexistente.

La linealidad supuesta entre Bateson y Morgan tampoco es así. Según Lorenzano, en ambas teorías existieron diferencias notables, siendo las de éste último las que, finalmente, se identificaron, por una especie de tradición, con la llamada genética clásica o mendeliana a la que, llamativamente, Mendel no hubiera adherido. “No por sostener algo distinto de lo que se dice que hizo, eso no significa que no se lo valore”, sostiene el investigador, y agrega que Mendel realizó experimentos, estudió las características entre los descendientes de las diferentes parejas y formuló una ley que llamó “Ley encontrada en Pisum”, a partir del importantísimo análisis estadístico de sus trabajos. Él creyó haber encontrado una explicación para la formación de nuevas especies a partir de la cruza con otras, hechos que fueron ignorados en el supuesto reconocimiento posterior.

Lorenzano se pregunta: “¿Qué habría ocurrido en caso de que Darwin hubiera conocido la obra de Mendel?”, y concluye que probablemente Darwin lo hubiese considerado un hibridista, como tantos otros, que no resolvía sus inquietudes acerca de la herencia. Tal vez, como elucida el investigador con una pizca de humor, hubiesen compartido un plato de arvejas del monasterio o un té a las 5 de la tarde en Londres, pero aún faltaban décadas de trabajo y discusiones para que la esperada síntesis se llevara a cabo.