Una relación muy particular
En plena era del conocimiento, cuando ya es indiscutible la necesidad de alcanzar una sociedad científicamente culta, la relación entre la prensa y los investigadores sufre tensiones que reflejan ideas diferentes acerca de cómo y para qué comunicar la ciencia
Entrevista con Alberto Kornblihtt
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Entrevista con Leonardo Moledo
Descargar archivo MP3 de Leonardo Moledo, periodista.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, era habitual que un científico desarrollara toda su carrera sin encontrarse con un periodista.
Pero las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki no solo masacraron a los habitantes de esas ciudades japonesas sino que, además, desataron una reacción en cadena en el ámbito informativo. El periodismo invadió los laboratorios y la física nuclear hizo correr ríos de tinta en la prensa escrita. De esta manera, el público empezó a tomar conciencia de que el conocimiento científico, que era considerado una herramienta para el bienestar de la humanidad, también podía acarrear riesgos.
Hasta ese entonces, el saber producido por quienes investigaban los secretos de la naturaleza había estado reservado a las clases dominantes, y solo era transmitido a los profesionales y técnicos que se requerían para aplicarlo. Pero las explosiones nucleares dieron un motivo incuestionable para que la ciudadanía en su conjunto estuviera informada acerca de los caminos encarados por la ciencia y, sobre todo, por la tecnología. Así, comenzó a desarrollarse una especialidad informativa que tiene por objeto dar a conocer –y explicar– lo que ocurre en el interior de los laboratorios de las universidades e institutos de investigación: el periodismo científico.
Hoy, después de más de medio siglo de encuentros y desencuentros, científicos y periodistas han construido una relación que, paulatinamente, permite que el ámbito de la ciencia se acerque al público de una manera comprensible. Este proceso de democratización del conocimiento científico posibilita que los ciudadanos puedan, por ejemplo, estar al tanto de los avances en el área biomédica; participar del debate –e influir en la toma de decisiones– acerca de temas tan significativos como cuáles deben ser las fuentes de obtención de energía, o si hay límites para la manipulación genética, o cómo enfrentar el cambio climático; o, simplemente, satisfacer la curiosidad acerca de los misterios de la naturaleza, que son develados a diario.
No obstante, mientras ayuda a hacer más inteligible el mundo que nos rodea, la relación entre científicos y periodistas está atravesada por tensiones diversas.
Palabras cruzadas
A veces, los científicos critican a los periodistas. Sostienen que el periodismo simplifica, exagera, descontextualiza, distorsiona la información o informa de manera errónea.
Detrás de estas críticas, subyace el hecho de que la lógica de la ciencia, regida mayormente por la incertidumbre, colisiona con la lógica de los medios de comunicación, en donde prima la intención de transmitir algunas certezas.
Según el doctor Alberto Kornblihtt, investigador del Departamento de Fisiología y Biología Molecular y Celular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA, “el periodista científico trata la noticia sobre un descubrimiento como si, luego de ese hallazgo, hubiera un antes y un después. Y en realidad la ciencia no funciona así, porque los hallazgos siempre son una contribución parcial a un problema. Lo interesante para la ciencia son las preguntas que surgen a partir de ese descubrimiento”.
Pero, “lo interesante” para el mundo científico (las preguntas) no coincide con el criterio de las empresas periodísticas, para las que “lo noticiable” es aquello que puede aumentar las ventas: “El problema del periodismo es que quiere llamar la atención con los títulos y no con el contenido de los artículos”, se queja la doctora Beatriz Méndez, investigadora del Departamento de Química Biológica dela FCEyN. “Los títulos muchas veces son muy tramposos y generan en el público una expectativa por la ciencia que es totalmente falsa”, coincide la doctora Sara Aldabe Bilmes, científica del Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE).
En este contexto, aparece el problema del rigor, un asunto clave en el funcionamiento de la relación entre científicos y periodistas. Los investigadores hacen gala del rigor con el que trabaja la ciencia y, en consecuencia, exigen rigurosidad a los periodistas a la hora de transmitir los conceptos propios de su disciplina: “Hay un lenguaje científico y hay un lenguaje periodístico, que es el de la gente común. El problema es que, a veces, palabras que son muy precisas en ciencia tienen un valor menos preciso en el lenguaje común, y esto hay que ajustarlo. Lo importante del periodista científico es justamente hacer esa traducción”, opina el doctor Ernesto Calvo, director del INQUIMAE.
“En la reformulación del lenguaje a un registro cotidiano siempre puede haber, en sentido estricto, una pérdida mínima de rigor”, acepta el periodista científico Matías Loewy, editor senior de Newsweek Argentina. “Y es lógico, porque el periodista científico no ‘traduce’, como se piensa, sino que adapta un registro de lenguaje a otro. Pero es un sacrificio aceptable, y no representa por lo general una distorsión grave”, sostiene.
“Espero que los científicos entiendan que la producción de un periodista no es un paper, es decir, un artículo científico. Que tiene otra lógica, otro formato, y otros tiempos”, expresa Valeria Román, periodista del diario Clarín y ex-vicepresidente dela Federación Mundial de Periodistas Científicos.
“La experiencia me enseñó que, generalmente, detrás de muchas grandes palabras hay ideas muy simples”, ilustra Nora Bär, editora de Ciencia y Salud del diario La Nación.“Por supuesto que nadie que se informe a través de los medios de comunicación estará en condiciones de doctorarse en física, biología o antropología. Pero a partir de nuestro relato del avance de la ciencia se puede ayudar a desarrollar un aparato de pensamiento crítico que nos permita tomar decisiones racionales e informadas, tanto para nuestra vida particular como para la de nuestra comunidad”, afirma.
“La ciencia no es rigurosa ni es racional”, dispara Leonardo Moledo, editor del suplemento Futuro del diario Página/12. “Por ejemplo, cuando los científicos postulan la existencia de la energía oscura o del bosón de Higgs, están inventando algo para que cierre una Teoría, como se hizo antiguamente con el éter o con el flogisto. Cuando le pregunté a un científico si existía la energía oscura me respondió que no podía saberlo pero que, en todo caso, lo creía. Eso es religión, no es ciencia”.
Te quiero y te temo
“Yo estuve veinte años sin aceptar ningún tipo de reportaje porque me tergiversaban, porque sacaban de contexto las cosas, porque eran de una impunidad completa, la impunidad que da el desconocimiento”, comenta el doctor Pablo Penchaszadeh, investigador del Conicet y director de la revista Ciencia Hoy. “Ahora doy (entrevistas), pero pongo una condición, y es que (antes de publicarse) yo lea lo que prepara el periodista”.
Es improbable que a un político, a un deportista, a un filósofo o al autor de una obra literaria o teatral se le ocurra pedirle al periodista que le hizo una entrevista acerca de su actividad profesional que, una vez escrito, le envíe el texto periodístico para su revisión. En general, aceptan o rechazan el convite al reportaje de acuerdo a si quieren –o no– hacer público algún aspecto de su trabajo.
Sin embargo, los investigadores de las denominadas “ciencias duras” suelen manifestar, más o menos veladamente, su interés por revisar el escrito del periodista antes de que sea publicado. “Lo fundamental es que el científico tenga la oportunidad de revisar y corregir errores o malas interpretaciones”, considera el doctor Calvo.
“En el estilo no nos metemos, pero yo soy biólogo y conozco algunas reglas que en la cosa escrita tienen que ser respetadas. Por ejemplo, hay una nomenclatura binomial de las especies, por ejemplo Homo sapiens. Homo se escribe con H mayúscula, porque es el género, y la especie va siempre con minúscula. Y con itálica”, ilustra Penchaszadeh.
¿Por qué un científico acepta dar entrevistas si no está de acuerdo con dejar en manos de un periodista el tratamiento de la información sobre ciencia? Las respuestas son variadas.
“Tengo el deber de responder porque eso es parte de la cuota de compromiso social del científico. La verdad sea dicha, muchas veces me da pereza, o me quita tiempo, o no quisiera hacerlo porque no me interesa tanto la exposición. Pero, después, reflexiono y me digo a mí mismo que es obligación de un científico responder a los requerimientos de la prensa, porque esa es la manera en que la ciencia puede llegar a la sociedad”, declara Kornblihtt.
“Creo que es importante contar lo que hacemos porque, finalmente, es la sociedad la que nos está pagando”, subraya Aldabe Bilmes. “Pero yo no quiero que la sociedad participe pensando que voy a curar el cáncer, porque eso es mentira. Quiero que el público sepa que hay gente que se dedica a pensar”, añade.
Entretanto, para Ernesto Calvo es importante comunicar la ciencia “porque nuestra sociedad no está acostumbrada a valorar el conocimiento como una herramienta de poder de la sociedad”.
“Dejando de lado las cuestiones de tipo más personal y psicológico –sentirse justificados, halagados e importantes, útiles a la sociedad, obtener reconocimiento de esa sociedad, y otra serie de valores– cuando los científicos aparecen en la prensa a raíz de sus investigaciones es probable que eso lo puedan exhibir como bandera para conseguir nuevos subsidios para proyectos de investigación o viajes a congresos, e incluso rédito político. La prensa, entonces, se aporrea, pero se cuida; se teme y se quiere”, escribe Carmelo Polino, investigador del Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior, en un artículo publicado en la revista REDES, dela Universidad Nacional de Quilmes.
Otra razón para hacer públicos a través de la prensa los resultados de una investigación es que, según parece, los propios científicos se informan en gran parte a través de los medios sobre lo que ocurre en su área de trabajo, y esto conllevaría un beneficio insospechado: en un estudio muy bien controlado, publicado en The New England Journal of Medicine, en el que tomaron los artículos publicados a lo largo de dos años en esa revista científica y compararon los que habían aparecido en el New York Times con los que no, observaron que las investigaciones que habían sido publicadas en el periódico estadounidense habían sido citadas por otros científicos un 72,8% más durante el año siguiente a su publicación. Según el mismo estudio, la diferencia significativa de citas persistió durante, por lo menos, diez años más.
Cabe aclarar que la cuantificación de citas es uno de los criterios que se emplea con mayor frecuencia, tanto para la evaluación de la actividad de los investigadores como de la calidad de las publicaciones científicas.
En este contexto, muchos científicos critican a sus pares cuando éstos aparecen en los medios. “Seguramente, hay gente a la cual no le gusta que yo aparezca tanto en los medios”, apunta Kornblihtt, uno de los investigadores argentinos con mayor exposición mediática. “Cuando un científico sale a aclararle algo a la sociedad me parece siempre bienvenido pero si, detrás, se esconde una autopromoción, no me parece bien”, opina.
“Enla Argentina, hay una nueva generación de científicos que están más abiertos a comunicarse y que entienden los intereses del público, pero los más grandes aún están concentrados en cómo aparecen frente a sus colegas, y les interesa bastante poco que el público pueda entenderlos. Todavía, hay quienes menosprecian a los investigadores que aparecen frecuentemente en los medios”, expone la periodista Román.
Estrategia de protección
Podría suponerse que la tutela que pretenden ejercer los científicos sobre lo que escribe el periodista responde a una actitud crítica de la prensa sobre lo que hacen los investigadores.
Sin embargo, la ciencia no suele ser objeto del llamado “periodismo de investigación y denuncia”. Por el contrario, en esta parte del mundo –donde la sociedad considera a la ciencia un bien marginal– los periodistas científicos tienden a “balancear” ese supuesto “estado de debilidad” de la comunidad científica orientando la cobertura de los temas de ciencia, con la finalidad de resaltar los aspectos positivos de la actividad: “Es cierto, no solemos publicar historias sobre conflictos de interés o negocios turbios. Pero lo atribuyo a que, como le cabe a un país emergente, nos sentimos responsables del fortalecimiento del sistema científico local”, admite Nora Bär.
“Creo que por décadas el periodismo valoró cualquier resultado de la actividad científica enla Argentina, porque consideraba el esfuerzo de los investigadores en un contexto desfavorable para su trabajo”, coincide Valeria Román. “Ahora, el periodismo científico está en una etapa de mayor profesionalización”, señala.
Esta estrategia “de protección”, como la han denominado los doctores Ana María Vara y Diego Hurtado de Mendoza, del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia yla Técnica de la Universidad Nacional de San Martín, tiende a privilegiar los logros y reconocimientos conseguidos por los científicos locales, en desmedro de los fracasos, las luchas por el dinero y el poder, y otros asuntos poco elegantes. Según Vara y Hurtado, “si uno se limita a informarse a través de los medios masivos, no hay fraude, corrupción, nepotismo, endogamia ni conflictos de interés en la ciencia argentina”.
Matías Loewy explica este fenómeno con una mirada más pragmática: “El periodista no es un ser cándido que idolatra a los científicos, sino que pretende adaptarse a la demanda productiva de su medio. En ese sentido, la benevolencia con el científico suele ser la actitud más ‘tiempo-efectiva’ para un periodista”.
Conocimiento… ¿para quién?
Vivimos en la era del conocimiento, en un mundo en el que la actividad científica y tecnológica transforma día a día nuestra realidad. Sin embargo, la acompañamos de manera relativamente pasiva, como si se tratara de una empresa que sólo pertenece a quienes la hacen.
Es ampliamente aceptado que la ciencia es parte de la cultura y, como tal, un derecho de todos los ciudadanos. “El científico trabaja con los prejuicios e ideas de su tiempo, que los provee el público. Entonces, el público tiene que recibir la cultura que generó”, remarca Moledo.
No obstante, como sociedad, estamos muy lejos de ser científicamente cultos. En este camino, científicos y periodistas –entre otros actores– sostienen un rol esencial: comunicar la ciencia al público.
Pero, para ambos, será dificultoso llevar adelante esa tarea en tanto no resuelvan las tensiones que afectan su relación.
“Aunque a los periodistas se los reconoce como actores fundamentales en esta cuestión, su legitimidad suele aparecer seriamente erosionada bajo el argumento de que no son expertos en el tema en el cual están trabajando. Esta concepción lleva en su interior la paradoja que la hiere de muerte, porque niega lo que dice promover: que el público no especializado pueda ser partícipe como sujeto político de los significados del conocimiento científico”, afirma Eduardo Wolovelsky, coordinador del Programa de Comunicación y Reflexión Pública sobre la Ciencia de la UBA.
Ante la acusación de “banalización”, usualmente esgrimida por los científicos en contra de la prensa, el doctor Agustín Adúriz-Bravo, investigador del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias de la FCEyN, explica que “el periodismo científico es una ‘esfera del saber’ distinta a la de la ciencia de los científicos, con su propia lógica epistémica y, sobre todo, con sus propias finalidades y valores”.
“Para encarar desafíos más ambiciosos, necesitamos más recursos. Fundamentalmente, espacio y tiempo para producir más y mejor”, reclama Nora Bär.
Es así, el espacio es un condicionante del trabajo periodístico. De hecho, por falta de espacio, y aunque queda mucho por decir respecto de la relación entre científicos y periodistas, esta nota debe terminar aquí.