El sutil equilibrio de la salud mundial
Existen cientos de miles de virus en los animales que pueden infectar a la personas. Un estudio internacional reciente alerta que la pérdida de biodiversidad y la intervención humana en los ambientes naturales facilitan el salto entre especies. Los expertos también llamaron a institucionalizar el concepto “una sola salud” para todo el planeta.
Un virus, reportado por primera vez en diciembre de 2019, alteró rápidamente la vida cotidiana de todos los que habitamos el planeta. Sin embargo, en la literatura científica de las últimas décadas se advertía que un fenómeno así podía suceder por la forma en que vivimos, los modos en que usamos la tierra, la pérdida de diversidad biológica que provocamos y la presión que ejercemos sobre el sistema climático. Ya hubo otras cinco pandemias desde la gripe de 1918, y aunque era otro el mundo social, el origen es el mismo: un microbio transportado por animales capaz de enfermar a los humanos.
Se estima que desconocemos 1,7 millones de virus que existen en mamíferos y aves; 850 mil podrían tener la capacidad de infectar a las personas. Incluso, las condiciones necesarias para que los humanos entren en contacto con los patógenos se vuelven cada vez más factibles y frecuentes: estamos en exposición directa o indirecta con los animales, nos alimentamos con sus productos e intervenimos en su entorno natural.
Nuestra salud está íntimamente ligada a la de las plantas, los animales y el ambiente. El concepto del bienestar de los seres vivos en su conjunto puede remontarse a Hipócrates, cuando en el año 400 a. C. escribió sobre “una salud”. Hoy, la Organización Mundial de la Salud lo considera paradigmático para la resolución colaborativa de problemas, a nivel local y mundial.
Se pronostican pandemias más frecuentes, mortales y costosas
Recientemente, se dio a conocer una publicación urgente de expertos en la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), donde se analiza cómo los procesos que crean la disminución de la población de vida silvestre también permiten la propagación de virus y enfermedades: la caza, el comercio y la preparación de alimentos de origen silvestre ha dado lugar a una proporción significativa de zoonosis conocidas, enfermedades infecciosas emergentes y pandemias, como el Ébola, el VIH/SIDA, la viruela del mono, SARS y COVID-19.
Marcela Uhart, veterinaria e investigadora de la Universidad de California y una de las autoras del informe de IPBES, explica cómo este vínculo es indisociable: “La biodiversidad es lo que mantiene en equilibrio a los sistemas naturales, provee los servicios ecosistémicos de los cuales todos dependemos, como la regulación del clima, el agua limpia, la purificación del aire o el secuestro de carbono. Para que eso ocurra es necesaria una diversidad biológica, funcional y equilibrada donde las especies conviven con sus patógenos naturales. Es sólo a través de la pérdida de la diversidad biológica y la intervención en los ambientes naturales cuando los patógenos pueden pasar a los animales domésticos y a las personas”.
El concepto de “una sola salud”, que los expertos sugieren institucionalizar, señala cómo la sanidad implica que todos los componentes de un planeta están interconectados, se influencian entre sí, son inseparables: “Esto nos permite comprender cómo una pandemia que hoy nos afecta puede estar relacionada con la pérdida de biodiversidad, con alteraciones ecosistémicas o de la dinámica en las relaciones entre los seres que los habitan”, sintetiza Uhart, quien desde la Patagonia argentina dirige el Programa Latinoamericano en el Instituto One Health.
El estigma sobre algunas especies
Para que no suceda lo que en otras pandemias, como las gripes aviar y porcina, y los animales no sufran la estigmatización de ser quienes provocan las enfermedades, la Organización Mundial de la Salud optó por nombrar a la enfermedad de esta última pandemia como COVID-19, por las siglas de Enfermedad del Coronavirus de 2019. Por su parte, el Comité Internacional de Taxonomía de Virus (ICTV) identificó al patógeno como SARS-CoV-2, el tipo de coronavirus (CoV-2) y las siglas en inglés de Síndrome Respiratorio Agudo y Grave (SARS).
“Hay casos emblemáticos de la pérdida de biodiversidad en este sentido. Sucede, por ejemplo, con los Carayá y otros primates sudamericanos cuando los pobladores los matan por creerlos culpables de la transmisión de la fiebre amarilla. Otro ejemplo es el de los murciélagos, porque se los ha identificado con enfermedades transmisibles a los humanos y entonces las personas quieren eliminarlos. Esta acción contra el animal ocasiona más daño en los ecosistemas porque los murciélagos brindan un servicio importante al equilibrio natural”, remarca Marcela Orozco investigadora del Instituto de Ecología, Genética y Evolución, Exactas UBA.
Tanto Orozco como Uhart referencian al llamado efecto dilución, una teoría ampliamente estudiada para la cual, si determinados patógenos cuentan con una amplia gama de especies hospedadoras, probablemente la infección se diluya, porque no todos los animales que ofician de huésped resultan ser tan idóneos. En cambio, una menor diversidad de especies -por lo general aquellas que resisten se adaptan mejor a otros ambientes y condiciones- suelen ser hospedadores más competentes para la vida del patógeno. De este modo, ante la pérdida de biodiversidad, los agentes infecciosos se vuelven más peligrosos.
Orozco aclara que el efecto no siempre se cumple y, entonces, sería un error establecer una relación lineal y directa entre la pérdida de biodiversidad y las epidemias: “Hay que tener en cuenta otros factores como impulsores de la emergencia y reemergencia de patógenos, relacionados con actividades humanas que degradan el ambiente. Estas intervenciones, de algún modo, exponen a las personas a virus que antes circulaban en ambientes silvestres exclusivamente. Romper las barreras entre los ambientes genera espacios de interfaz, y ahí se producen los saltos zoonóticos”.
En este sentido, los expertos del IPBES recomiendan actuar para la prevención, ya que históricamente muchas políticas implementadas para controlar los brotes de enfermedades que afectan a las personas y al ganado impactaron negativamente en la conservación y la biodiversidad: “El drenaje de humedales; la extinción del rinoceronte negro occidental por su caza indiscriminada; la aplicación de diclorodifeniltricloroetano (DDT) para eliminar los mosquitos que transmiten la malaria -que no sólo afectó a la salud humana sino que también causó el declive masivo de muchas aves-; o la persecución y matanza de aves, sus hábitats y sus nidos luego de la gripe aviar”.
“En los lugares donde hay virus hanta endémico y se registran casos humanos, prevenir sería estar haciendo vigilancia de esos ambientes y de las especies en las cuales sabemos que está el virus. Ante cualquier cambio en la dinámica o en la intensidad de las infecciones, o en la cantidad de animales infectados, uno puede ponerse en alerta y estar preparado para intervenir antes de que el brote tome dimensiones fatales para la población”, puntualiza Uhart.
Según el informe de IPBES, hasta julio de 2020 el costo probable de la COVID-19 es entre 8 y 16 mil millones de dólares a nivel mundial. Estima, además, que sólo en Estados Unidos la cifra puede alcanzar los 16 mil millones para fines de 2021. Asimismo, los expertos calculan que el costo de reducir los riesgos para prevenir las pandemias es cien veces menor que el de reaccionar, lo que «proporciona fuertes incentivos económicos para un cambio transformador».
Vidas cruzadas
En Misiones, en esa porción de selva paranaense que se prolonga desde el sur de Brasil y el Paraguay hacia Argentina, existe una de las áreas con mayor biodiversidad del país. En ese territorio conviven áreas naturales protegidas, zonas rurales, barrios de chacras y centros urbanos. Un lugar propicio para observar eso que los expertos llaman “zona de interfaz”.
Daniela Lamattina es investigadora del CONICET, forma parte del equipo de profesionales del Instituto Nacional de Medicina Tropical (INMET) -con sede en Puerto Iguazú- que realiza investigaciones sobre las enfermedades tropicales más frecuentes en el país, sus causas y condiciones de transmisión. Una de sus líneas de trabajo está enfocada en las garrapatas, esos arácnidos capaces de albergar diversos agentes infecciosos y transmitir enfermedades: “Hay patógenos que tienen un ciclo silvestre y no revisten un riesgo epidemiológico para el humano hasta que entran en contacto directo entre ellos a través de un vector, como la garrapata. Sucede, por ejemplo, con la Rickettsia de la mata atlántica: cuando los perros ingresan al monte se pueden cargar con garrapatas que tienen la bacteria, y al volver a la vivienda, la garrapata puede infestar a las personas que viven allí”.
Ese contacto, cada vez más frecuente y estrecho por cómo han cambiado nuestros modos de vida y las formas de usar la tierra, representa un escenario propicio para que surjan enfermedades. En el informe del IPBES, los especialistas coinciden en que la comprensión de la biodiversidad de los microbios en la naturaleza es fundamental para controlar futuras pandemias.
Marcela Uhart cuenta su experiencia en Asia y África en la búsqueda de nuevos patógenos capaces de pasar a los humanos: “Buscamos en especies de animales más propensas a tenerlos, como primates, roedores y murciélagos; también en los domésticos. Además, hicimos vigilancia sindrómica, es decir, observamos a quienes llegaban a la clínica con síntomas y estaban expuestos -por convivir con fauna silvestre y animales domésticos- a patógenos importantes. Otra particularidad del abordaje es que nos enfocamos en familias virales, aquellas de las que más cantidad de virus han emergido, como los coronavirus, por ejemplo. Conseguimos identificar alrededor de 1.200 virus nuevos”.
Vida silvestre, tráfico y consumo
Como otra mercancía corriente, los animales -vivos o muertos- atraviesan los océanos y, en cuestión de horas, llegan a territorios que les son ajenos a su historia biológica. Arriban a mercados para su comercialización; a veces, sólo algunas partes de ellos; otras, como alimentos, para uso medicinal, en la industria de la moda, como mascotas, o valiosa excentricidad. La logística de la industria se ha complejizado de tal modo que alrededor de una cuarta parte de las especies de vertebrados terrestres silvestres son comercializadas a nivel mundial.
Con el aumento del volumen del negocio y la eficiencia del transporte se impulsa, también, el movimiento de patógenos que viajan con ellos a través de grandes distancias, para luego entrar en contacto con poblaciones que tal vez no han tenido una infección previa. “La diseminación, transmisión y propagación entre especies y patógenos se intensifican en mercados de animales, donde a menudo éstos se mantienen durante largos períodos de tiempo en condiciones de hacinamiento, con malas prácticas de higiene, mezclados entre diversas especies y en estrecho contacto con grandes grupos de personas”, remarca el informe del IPBES.
Los especialistas consideran que el comercio internacional aumenta el riesgo futuro de que aparezcan enfermedades, no sólo por las redes complejas de intercambio actuales, sino también por la proliferación de granjas de vida silvestre y mercados de animales vivos donde también hay ganado, animales domésticos y visitantes de cualquier lugar del globo.
Los últimos reportes de los organismos CITES -Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres- y UICN -Unión Mundial para la Naturaleza- muestran que las especies de vida silvestre comercializadas se encuentran en categorías de amenaza más altas en comparación con las especies que no se comercializan, especialmente, si se trata de aves y mamíferos. De los animales que figuran en la lista roja por estar amenazados, el 72% ha sido sobreexplotado para el comercio, la recreación o la subsistencia.
Es que los animales silvestres también forman parte de la dieta de las comunidades locales desde siempre, por lo que el consumo se vincula con la tradición cultural, aun con la vulnerabilidad y la pobreza. Hasta el año 2016, la documentación sobre la caza permite concluir que, sólo para alimentarse, se han puesto en riesgo 113 especies silvestres en el sudeste asiático, 91 en África, 61 en el resto de Asia, 38 en América Latina y 32 en Oceanía. Los cazadores han redirigido sus blancos hacia especies más pequeñas, básicamente, porque los mamíferos más grandes, como los elefantes, los primates y los rinocerontes, han disminuido su población alrededor de un 60%. En América Latina, el comercio ilegal de vida silvestre se considera la principal amenaza para la supervivencia de varios grandes felinos, loros y primates en peligro de extinción.
“Dos mil quinientos dólares es el costo del colmillo del jaguar en China”, resalta Roberto Navia Gabriel en la investigación periodística publicada en 2018, una crónica hacia el interior de quienes persiguen los dientes del animal en la Amazonia boliviana. “El tráfico de colmillos es promovido por el mercado de China. Se ha instaurado en Bolivia ante la escasez de tigres para el mercado ilegal del país asiático, donde los productos son muy cotizados y se venden por sus presuntas propiedades curativas y afrodisíacas”.
Aunque el yaguareté debería habitar todo el continente, su distribución geográfica se ha reducido a la mitad desde mediados del siglo pasado. El mayor felino americano perdió gran parte de su hábitat. Asimismo, el avance de la frontera agrícola ha provocado la fragmentación de sus territorios, lo que dificulta su movilidad para alimentarse y reproducirse. Aproximadamente el 40% de ellos vive en áreas naturales protegidas.
Para el IPBES, los caminos para intervenir en esta problemática se deberían concentrar en la acción inmediata en términos de políticas locales y globales: disminuir los riesgos de enfermedades zoonóticas en el comercio internacional de vida silvestre a través de una nueva asociación intergubernamental de «salud y comercio»; reducir o eliminar del mercado aquellas especies con alto riesgo de producir enfermedades; mejorar la aplicación de las leyes y reforzar la educación comunitaria sobre los riesgos sanitarios que implica la transacción comercial y el consumo de animales silvestres.