Fiebre Chikungunya

Prevención y alerta

Como ya se registraron casos de esta enfermedad en países vecinos, las autoridades sanitarias argentinas recomiendan recaudos para evitar esta dolencia transmitida por los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus. Los afectados sufren dolores articulares fuertes, pero rara vez se pone en peligro su vida.

8 Ago 2014 POR
El Aedes aegypti es una de las especies de mosquito que transmite la fiebre Chikungunya. También está involucrada en el caso del dengue. Foto: Marcos Teixeira de Freitas.

El Aedes aegypti es una de las especies de mosquito que transmite la fiebre Chikungunya. También está involucrada en el caso del dengue. Foto: Marcos Teixeira de Freitas.

Los fuertes dolores que provoca en las articulaciones le dieron el nombre de “enfermedad del hombre retorcido” o Chikungunya en una lengua aborigen de Tanzania, en África, que junto con Asia fueron los primeros continentes en sufrirla, pero en diciembre pasado se confirmó su presencia en Centroamérica. Ahora está cada vez más cerca y tres países vecinos de Argentina ya detectaron casos. No hay vacuna, sólo prevención para evitar la proliferación de mosquitos que trasmiten este mal. Por este motivo, las autoridades sanitarias insisten en tomar recaudos en los hogares para eliminar los lugares de posible cría de insectos, como recipientes con agua al descubierto.

“La fiebre Chikungunya (CHIK), que es transmitida principalmente por mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus, las mismas especies involucradas en la transmisión del dengue, dura por lo general entre cinco y siete días, y produce frecuentemente dolores articulares graves, a menudo causantes de incapacidad, que a veces persisten mucho más tiempo. En raras ocasiones pone en peligro la vida de quien la padece y no hay un tratamiento específico, pero se pueden utilizar analgésicos y antiinflamatorios no esteroideos para reducir el dolor y la tumefacción”, indican desde el Ministerio de Salud de la Nación que distribuyó a todas las provincias información técnica preventiva ante el avance en países vecinos.

“El año pasado el virus entró por las Antillas, y en muy poco tiempo se dispersó para distintos lugares de América y estuvo, en la época del Mundial de Fútbol, por Brasil, donde ya hubo casos, al igual que en Paraguay y Chile”, relata Nicolás Schweigmann, doctor en Biología, profesor de Exactas  UBA e investigador del CONICET.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) indicó que hasta comienzos de julio se han confirmado 4.756 casos en distintos países de la región.  Turistas que pasean por zonas afectadas pueden verse infectados en sus vacaciones y, cuando regresan a su hogar, no vienen solos, traen con ellos el virus. Pero no contagiarán directamente a sus familiares o seres cercanos, sino que se necesita que al llegar a su país de origen encuentren mosquitos transmisores, como el Aedes, que los piquen y, luego, esos insectos con el virus a cuestas se lo traspasen al succionar o aguijonear a futuras víctimas.

“A medida de que aumente la población de mosquitos, por el calor, porque tienen comida, y muchos criaderos, entonces ahí el riesgo es mayor”, dice el experto y subraya: “En Buenos Aires la época de mayor riesgo comienza a fines de enero hasta abril. En esos meses hay tanta abundancia de mosquitos que, si una persona con el virus llega a la manzana donde vos vivís, la probabilidad de que esos mosquitos se infecten es grande”, remarca el investigador que forma parte del Grupo de Estudios de Mosquitos de Exactas UBA.

La Argentina recibe visitas de todo el mundo que pudieron haberse infectado, y también cuenta en su territorio con las especies de insectos que desparraman el virus del mismo nombre que la enfermedad, Chikungunya (CHIKV). “En el caso del dengue -compara-, el Aedes aegypti lo transmite en Buenos Aires y el Aedes albopictus en la provincia de Misiones. En realidad como la fiebre Chikungunya es una enfermedad emergente, es decir nueva para la región, no sabemos si pasará lo mismo o si habrá  otras especies de mosquitos que también lo transmiten”, plantea.

Numerosos interrogantes abre a su criterio esta nueva dolencia que arribó recientemente a América.  “Como se trata de una población que nunca estuvo en contacto con este virus, creo que estamos todos mirando a ver qué pasa. Cuando un parásito entra por primera vez a una región, si no hubo contacto previo o una respuesta inmune, uno no sabe con qué se puede encontrar”, advierte.

La historia muestra trayectorias inesperadas.  En este sentido, Schweigmann recordó el virus del Nilo Occidental que ingresó a Nueva York en 1999 y produjo un brote epidémico amplio y espectacular que se propagó por todo el territorio continental de Estados Unidos. “Para esa época, estuve en un Congreso en Cuba, y me dijeron que allí el virus estaba pero no afectaba a las personas, ni a las aves, ni a nadie. Luego, me enteré de que también estaba en la Argentina. En San Antonio de Areco murieron por esto unos caballos de carrera. Esto provocó un susto. Y después de eso, nunca más. En Córdoba lo están estudiando, y el 20 por ciento de las aves que han analizado, están infectadas. Se está transmitiendo entre aves y mosquitos, pero nada en las personas. Con esto quiero decir que cada sistema ecológico responde de una forma particular. Hay que estar en guardia, atento, hay que cuidarse, prevenir, pero cómo va a venir la enfermedad no lo sabemos realmente”, enfatiza.

Mientras la historia se escribe, lo mejor es estar preparado. “Al igual que en el caso del dengue, como no existe una vacuna, la mejor forma de prevenir la fiebre Chikungunya es disminuir el número de lugares donde se puedan criar mosquitos. Para ello, se deben eliminar los recipientes sin utilidad que pueden acumular agua (latas, botellas, neumáticos, trozos de plástico y lona), dar vuelta los que sí se usan (baldes, palanganas, tambores) o vaciarlos permanentemente (portamacetas, bebederos)”, indican desde el sitio oficial del Ministerio de Salud de la Nación.

Desde el Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA,  Schweigmann insiste en tres reglas: los envases y tachos que no sirven, tirarlos; los que se usan, darlos vuelta, y si se necesitan, taparlos o cambiar el líquido todos los días. “No tiene sentido con todo lo que se está viviendo que tengamos recipientes con agua en nuestras casas, que resultan reservorios para los mosquitos”, concluye.