El sueño de San Martín
El ingeniero Miguel San Martín cobró fama hace algunas semanas por ser el responsable del sistema que posibilitó el descenso del robot Curiosity a la superficie marciana. De visita en Buenos Aires dialogó con NoticiasExactas acerca de su temprana fascinación por la ingeniería y el espacio, su extensa trayectoria en la NASA y su satisfacción por haber hecho realidad su fantasía infantil.
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Entrevista a Miguel San Martín 2
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– ¿En qué lugar naciste?
– Nací en Villa Regina, en Río Negro, en una chacra que tenían mis padres. Pero crecí en Arenales y Bustamante, en Barrio Norte. Era una chacra con producción de manzanas y peras y también teníamos castaños, duraznos, pelones, era un paraíso. Vivíamos acá y mi mamá se mudaba conmigo y mis hermanos al campo durante los veranos y las vacaciones de invierno.
– ¿Cómo nació tu vocación?
– El interés por la ingeniería estuvo presente prácticamente desde que tengo uso de razón. No sé por qué. Todos mis juguetes tenían que tener pilas, si no, no los quería. Era muy malcriado (risas). Mis padres alentaban este tipo de cosas porque se daban cuenta de que había un interés de saber cómo funcionaban las cosas.
– Y el tema espacial ¿cómo surgió?
– Surgió cuando tenía 10 años y vi la famosa transmisión televisiva del hombre caminando en la Luna. Quedé impactado. A partir de ese momento empecé a seguir de cerca todas las informaciones referidas a la carrera espacial.
– ¿Hiciste el secundario en un colegio industrial?
– Sí, fui al Pío IX en Almagro. Era un colegio especializado en electrónica. Realmente teníamos una formación técnica excelente. En esa época, tuvo lugar el proyecto Viking que fue la primera nave que aterrizó en Marte. Yo me enteré de ese hecho por la revista Mecánica Popular. Y entonces me puse a buscar libros y revistas para saber más de la misión. Ahí ya estaba seguro de que eso era lo que quería hacer. El único problema era que tenía que ir a Estados Unidos porque en Argentina no se hacían viajes espaciales.
– ¿Viajaste a Estados Unidos apenas terminaste el secundario?
– Sí, tenía casi 19 años. Viajé solo y no estaba maduro como para enfrentar una situación así. Fue una adaptación difícil, el desarraigo me costó muchísimo pero tenía una meta bien clara. Al principio pensaba: hago un semestre y después me vuelvo. Pero de a poco me fui acostumbrando, haciendo amigos, después la conocí a Susan [su actual mujer] y ya me encaminé.
– ¿En dónde estudiaste en Estados Unidos?
– Estudié ingeniería electrónica en la Universidad de Siracusa, en el estado de Nueva York. Después, hice el posgrado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology). Justamente en el MIT fue donde se hicieron los sistemas de guiado y control del Apolo Y empecé a tomar cursos con algunos ingenieros que formaron parte del proyecto Apolo. Estaba muy entusiasmado, finalmente veía que todo me cerraba.
– ¿Cuándo ingresás a la NASA?
– Entré en el año 85 al JPL (Jet Propulsion Laboratory) de la NASA. Y es el único trabajo que he tenido en todos estos años. Me pusieron a trabajar en una misión para orbitar Venus. Después, en el 93, tuve la suerte de que me convocaran para trabajar en el sistema de descenso del Mars Pathfinder. Fue increíble. Cuando yo de chico seguía al Viking jamás imaginé que iba a formar parte de la próxima misión a Marte en el equipo que tenía que diseñar el aterrizaje. Porque el programa de exploración de Marte se desactivó después de Viking y se resucitó cuando yo estaba en escena.
– ¿Después también participaste en las misiones Spirit y Opportunity?
– Después llegaron el Spirit y el Opportunity que utilizaron un diseño basado en el Pathfinder pero mejorado. Hubo que colocar más sistemas de guiado y control. Lo cual hacía que cada vez me necesitaran más. Todavía era un sistema muy tosco, así que yo no me sentía realizado como ingeniero de control. Fue con el Curiosity cuando pudimos demostrar todas nuestras habilidades desarrollando el sistema de la grúa para depositar al vehículo sobre la superficie marciana. Se trató del aterrizaje automático más fino hecho hasta el momento. Fue la oportunidad de mi vida.
– ¿Cuándo nace la iniciativa del Curiosity?
– El proyecto comenzó en 2001 con otro nombre: Mars Science Laboratory (MSL) pero yo me incorporé en el 2004. Fueron ocho años de trabajo pero iban a ser seis porque el despegue estaba previsto para el 2009. Sin embargo no llegamos y tuvimos que postergar el lanzamiento. En el caso de Marte eso implica esperar dos años hasta que se vuelvan a alinear los planetas. Fue un momento traumático para todos pero, en realidad, nos vino muy bien ese tiempo de más para afinar mucho más los sistemas.
– ¿De qué manera se trabaja en esa afinación teniendo en cuenta que muchas de las condiciones de Marte no se pueden replicar en la Tierra?
– Se hacen modelos matemáticos de todo: del medio ambiente, los vientos, la atmósfera, el suelo, las rocas. Son modelos muy buenos porque tenemos naves espaciales que están en órbita y que pueden sacar imágenes con una resolución de menos de un metro. Y para aquellas condiciones sobre las cuales no tenemos datos precisos nos manejamos con modelos estadísticos. Por ejemplo: sabemos que la velocidad del viento puede ser de tanto a tanto, entonces hacemos simulaciones de aterrizaje, miles de veces, variando todo el tiempo las condiciones. Cada vez que se produce una falla analizamos las causas y buscamos la manera de fortalecer el diseño para hacerlo más robusto. Es un trabajo casi artesanal. Estamos permanentemente pensando qué cosa puede ocurrir en Marte que no hayamos anticipado.
– Luego de vivir ocho años con esta obsesión, ¿cómo se llega al inicio de la misión?
– Por suerte llegamos a ese momento agotando todas las pruebas posibles. Ya no podíamos pensar cosas nuevas para romper el sistema. Ese día uno siente que hizo todo lo humanamente posible, que dejamos todo en la cancha y merecíamos ganar (risas). Uno sabe que se está jugando su carrera en unos pocos minutos.
– ¿Podés describir lo que ocurre en los llamados “siete minutos del terror”?
– Esos siete minutos representan el momento más crítico porque es cuando ingresamos a la atmósfera de Marte. Pero la primera secuencia importante ocurre unos 13 ó 14 minutos antes. Es cuando se separan los instrumentos de navegación y propulsión que nos llevaron hasta Marte y queda sola la cápsula. Para concretar esa separación se utilizan explosivos. Gran drama porque siempre hay miedo de que alguna de esas explosiones provoque el reseteo de la computadora. Una vez que se separó sin problemas, la nave empezó a controlarse por sí misma. Quedaban nueve minutos antes de que empiecen esos siete minutos. En ese momento, tenemos la tradición de escuchar una canción en el centro de control. En esta oportunidad pasamos una de Frank Sinatra All or nothing at all. Cuando termina la canción se empieza a repartir maní porque según la tradición traen suerte. Obviamente, no creemos en las cábalas aunque en esos momentos uno está así de cerca de volverse supersticioso (risas). Todo eso ayuda a relajarse un poco.
– ¿La tensión total empieza con el ingreso a la atmósfera marciana?
– Ahí es donde se juega todo. Uno va siguiendo la misión a través de las comunicaciones que informan los distintos pasos que va dando la cápsula. Las informaciones indicaban que las cosas iban bien. Después recibimos la señal de que se había abierto el paracaídas. Nos estábamos acercando a la parte crítica que es cuando el radar detecta el suelo porque siempre tenemos la duda de si va a funcionar. Luego se desprende del paracaídas y empieza el vuelo controlado por motores. Todo iba pintando bien. Después avisa que entra en acción el sky crane, que es la grúa, a la que sólo habíamos podido probar por simulación. Ya no podía más con los nervios. Había tres condiciones para declarar el éxito de la misión. La primera era la señal de touch down, que indica que el vehículo robótico está sobre la superficie y va a iniciar las maniobras para estrellar lejos la grúa. Pero eso no es suficiente. La segunda señal indicaba que el vehículo estaba estable. Y la tercera era dejar pasar varios segundos para estar seguros que la grúa no se había caído sobre el vehículo. Nadie quería festejar hasta recibir esa tercera señal. Hay un suspenso terrible. Y una vez que está todo confirmado viene el festejo explosivo. Después, cuando llegan las fotos es aún más emocionante. Es increíble ver que estamos en otro mundo. Porque todo esto es muy abstracto hasta el momento en que uno lo ve. La cantidad de cosas que tienen que ocurrir para que ese “bicho” llegue a otro planeta es increíble. Parece imposible pero se logró.
– El hecho de que el Curiosity esté en Marte, ¿es para vos simplemente el éxito de una misión o significa algo más?
– Para mí era muy importante porque es algo así como el pico de lo que se puede hacer en mi área de especialización. Nunca se había utilizado el sistema de grúa pero en esta ocasión era necesario porque el vehículo era mucho mayor y más pesado que los anteriores. Además la apuesta era muy grande, se invirtieron 2.500 millones de dólares. Era la gran final y la querés ganar porque no sabés si vas a estar en la próxima. De haber salido mal hubiera sido una desilusión muy grande.
– ¿Qué planes tenés para tu futuro laboral?
– Antes del aterrizaje yo tenía miedo ¿Con qué me iba a entusiasmar luego? Pero, por suerte, yo ya tenía un compromiso anterior, al que no podía dedicarme por falta de tiempo, que consiste en desarrollar la tecnología para ir a un cometa, tomar una muestra y traerla. Nunca se hizo algo así. En este caso mi rol va a abarcar la planificación de toda la misión.
– ¿Qué podemos esperar que ocurra con Marte en los próximos años?
– Lo ideal sería que el Curiosity descubra compuestos orgánicos que son esenciales para la vida. O algún otro indicio indirecto a partir del cual los científicos puedan concluir en que ha habido vida de algún tipo en Marte. Lo cual abriría las puertas para una próxima misión que implicaría tomar una muestra y traerla a la Tierra para examinarla con instrumentos mucho más sofisticados. Pero el Curiosity tiene que ser un éxito para que se lleve a cabo el próximo paso.
– ¿Te imaginás al hombre pisando Marte?
– A largo plazo sí. Pero más allá del 2030 que es la fecha de la que se habla hoy en día. Estamos empezando a estudiar las tecnologías necesarias pero hay que hacer una gran inversión de tiempo, dinero y esfuerzo si realmente estamos interesados en hacerlo para el 2030. Me parece más razonable pensarlo para el 2050.
– Cuando hoy día mirás hacia atrás y te acordás del chico que soñaba con la imagen de los astronautas caminando en la Luna, pensás: ¡lo logré!
– Sí, la verdad es que cumplí un sueño que parecía muy distante y se dio. Un paso fue llevando a otro, tuve suerte y la supe aprovechar. Realmente logré el sueño del pibe. Es lindo ver que la gente aprecia lo que uno hace. Y si puede servir de inspiración para que otras personas concreten sus sueños es mejor todavía.