La represión llegó antes que el golpe
Carlos Stortz comenzó la carrera de Química en democracia y la terminó en plena dictadura. Investigador y profesor de extensa trayectoria en Exactas UBA, sostiene que el paso de la libertad a la opresión, en la Facultad, tiene una fecha precisa: 17 de septiembre de 1974. Al cumplirse un nuevo aniversario del último golpe cívico militar, Stortz recuerda con detalle los mecanismos represivos que se sufrían día a día y asegura que para estudiar y vivir en esa época había que enfrentar “una suma de temores”.
Carlos, vos entraste a Exactas UBA en 1974 cuando todavía Juan Perón era presidente de la Argentina. ¿Cuál era la situación que se vivía en la Facultad en esos tiempos?
– Así es, yo empecé Química en 1974. Fue un año muy particular porque la cursada se organizó en tres cuatrimestres y los ingresantes empezamos las clases por el mes de mayo, en lo que sería el segundo cuatrimestre. Se había decidido cambiar el método de enseñanza tradicional. Las clases que tenía de Análisis I se daban en mesas redondas de seis personas, más o menos. Y en Química Inorgánica se hacía teórico y práctico todo junto. Se trataba de una experiencia pedagógica nueva. En Inorgánica creo que funcionó bastante bien. En Análisis I la idea de las mesitas separadas es un poco discutible, terminaba complicando un poco la enseñanza.
– ¿Cómo era el clima político que se vivía en la Facultad?
– Ese año se vieron dos caras completamente distintas. Para ubicarnos en el tiempo, hay que pensar que Perón murió el 1ro. de julio del 74 y que ya el gobierno estaba claramente derechizándose. Entonces, desde mayo, cuando ingresé yo, hasta septiembre, era una facultad que parecía una isla dentro del país. Porque de alguna manera seguía estando en manos de las autoridades que habían sido elegidas en 1973, que era un sector bastante cercano a la izquierda. Había un clima de efervescencia política, muy asambleario. La política era una parte incorporada a la cursada. Por esa época, el decano era (Gustavo) Dussel y el rector de la UBA era (Raúl) Laguzzi, a quien ese mismo año la Triple A le puso una bomba en su casa que mató a su hijo menor. Una situación terrible.
– ¿Vos tuviste militancia activa en alguna de las fuerzas políticas de la Facultad?
– En la Facultad, no. Fuera de la Facultad tenía mis simpatías por lo que era en ese momento el Partido Intransigente. Obviamente, conversaba con la gente, participaba en asambleas, tenía compañeros y amigos en distintas fracciones. Estaban los del Partido Comunista clásico prosoviético; había guevaristas; el peronismo, que tenía mucha fuerza. Era debatir en la diaria, en el pasillo, en el colectivo, en todos lados.
El primer impacto fue que habían implementado controles en el ingreso. Había que mostrar la libreta universitaria y agentes de la policía te revisaban de arriba abajo.
– ¿Cuándo empezó a cambiar este clima de libertad y efervescencia política?
– En realidad, podemos hablar de un antes y un después. Hasta el 16 de septiembre todo era tal como te lo conté. Pero, el 17 de septiembre de 1974, el ministro (de Educación, Oscar) Ivanissevich, lo nombra a (Alberto) Ottalagano como rector de la UBA. Tropas del ejército o policiales ocuparon todas las Facultades de la UBA y las cerraron totalmente. Incluso les prohibieron el ingreso a los investigadores. Es más, creo que los pusieron a todos en comisión, los dejaron en una situación laboral muy precaria. Ottalagano era un fascista confeso, algunos dicen que tenía un retrato de Hitler en su despacho. Y él fue nombrando a algunas de las figuras más emblemáticas de la derecha nacionalista como interventores en las facultades. En Filosofía pusieron a un presbítero, (Raúl) Sánchez Abelenda, que quería exorcizar la Facultad para expulsar al demonio comunista. En Exactas pusieron a (Raúl) Zardini que era un personaje emblemático que ya había sido interventor en la época de Onganía. Queda claro, era la derecha nacionalista, no la derecha liberal. La Facultad estuvo totalmente cerrada para los alumnos hasta noviembre del 74. Y bueno, a partir de allí se transformó en un ámbito oscuro.
– ¿Con qué panorama te encontraste a tu regreso, en noviembre de ese año?
– El primer impacto fue que habían implementado controles en el ingreso. Había que mostrar la libreta universitaria y agentes de la policía te revisaban de arriba abajo. Estaban en la puerta de entrada, tenían una especie de escritorio y ahí vos tenías que abrir tu cartera o valija y ellos revisaban todas tus pertenencias. Controlaban muy especialmente que nadie ingresara con panfletos políticos. De hecho, se prohibió la actividad política en la Facultad. Ese control permaneció por varios años, hasta el 80 u 81, no recuerdo bien.
– Me imagino el temor que despertaba la presencia de agentes de la policía en la entrada de la Facultad.
– Y sí, a nadie le gusta que lo revisen de esa manera. Recuerdo incluso que más adelante, no sé si antes o después del golpe, se instaló una especie de comisaría en el lugar donde hasta hace poco estaba la farmacia. Ahí encerraron a varias personas para interrogarlas. Uno de los problemas más graves que empezó a ocurrir es que vos no sabías quiénes eran tus compañeros. Porque se sabía que metían en los cursos algunos buchones para que informaran lo que pasaba en las aulas. Entonces, a partir de aquel momento nos manteníamos en silencio, uno trataba de no hablar de política con los compañeros. A pesar de todo, en el año 75 hubo una elección clandestina de Centro de Estudiantes. Me acuerdo que vino un chico al aula, escondiendo la urna y ahí uno le daba su voto. Obviamente, se hacía con mucho cuidado, mirando todo el tiempo hacia los costados, para que nadie lo viera. Y ganó la lista del PC.
– ¿Cómo te enteraste del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976?
– Recuerdo haber escuchado el anuncio por la radio a la mañana. A nadie le gusta decirlo porque queda medio mal pero era un golpe que se veía venir. Estaba casi anunciado. No fue sorpresa para nadie. Pero bueno, uno bajaba la cabeza y lo asumía. Uno creía que se venía una profundización de lo que ya estaba pasando. De cualquier manera, a nivel país se puede decir que fue un golpe muy duro porque realmente desaparecieron las instituciones, desaparecieron las garantías, desaparecieron miles de personas. Comenzó a vivirse un clima bélico en la sociedad. Es decir, vos salías a la calle y veías soldados armados, cada tanto te paraban, te pedían documentación, te revisaban el auto. Te bajabas de un colectivo y te paraba un policía y te empezaba a interrogar de dónde venías y adónde ibas, especialmente si usabas barba o pelo largo. A nivel país, fue realmente muy grave. Ahora, al mismo tiempo, debo decir que en la Facultad yo personalmente no noté mayores cambios con respecto al período previo. Fue una profundización del proceso represivo que ya venía desde fines del 74. De hecho, varias de las autoridades de la Facultad se mantuvieron. Entiendo que políticamente a algunos puede no gustarle esto que estoy diciendo pero para mí fue así. Es un hecho real que hay que admitirlo, nos guste o no nos guste.
– ¿Recordás haber vivido en la Facultad escenas de violencia represiva, personalmente o que hayan sufrido conocidos tuyos?
– Me acuerdo un caso particular, año 78 ó 79, que ocurrió en el Departamento de Química Orgánica, precisamente. En esa época, estábamos obligados a terminar a las 9 de la noche. A esa hora había que irse. A un turno de laboratorio se le hizo tarde y terminó unos minutos después. Los jefes esperaron a que los últimos alumnos terminaran, cerraron todo y bajaron. Eran un JTP, un ayudante varón y dos ayudantes mujeres. Cuando llegaron a la puerta, el policía a cargo los increpa: “¿Ustedes qué hacen yéndose a esta hora?” Entonces, a los varones los llevaron adentro de la delegación de la policía que estaba en el Pabellón y a las dos chicas las dejaron ir. Los muchachos la pasaron mal, los tuvieron un tiempo, los apretaron, les dieron algunos golpes. Las chicas se fueron rápido hasta Plaza Italia a buscar un teléfono público -en esa época no había otra forma de comunicarse- y desde ahí llamaron a una profesora del Departamento, que era bastante afín ideológicamente a las autoridades, es más, no sé si no era la secretaria académica de la Facultad. Ella se vino volando a la Facultad para interceder frente a los policías. Creo que hasta los retó y así liberaron a los dos docentes. Fue un momento muy duro. Y cabe decir que esos docentes no eran militantes para nada. Era simplemente una venganza por haberse quedado hasta más tarde de lo permitido y para que no se volviera a repetir. Además, estaban las historias que uno escuchaba de algún estudiante desaparecido. Eran cosas que te contaban, pero nadie tomaba la verdadera dimensión de lo que estaba pasando. Por lo menos yo no lo sabía.
– ¿Se animaban a hablar sobre temas de la represión o de los desaparecidos con otros estudiantes en el Facultad?
– Mirá, yo en principio había tomado la decisión de no hablar con nadie de esos temas. Porque nunca sabías con quién estabas hablando. Cuando vino el golpe, en mi casa quemé todas las revistas que pudieran comprometerme. Recuerdo que empecé a quemarlas con la ayuda de mi vieja, y lo hicimos de manera tal que ni el portero del edificio se enterara. Pero en la Facultad, yo trataba de no hablar de política. Uno tenía que cuidarse mucho. El temor continuo lo tenías. El miedo estaba presente en todo momento porque no sabías si salías a la calle y te cruzabas con una patota policial y si no les gustaba tu cara o lo que fuera, te podían detener. Yo recuerdo que, en el año 78, nos fuimos de vacaciones con un amigo en micro a Brasil. Cuando llegamos, él me contó que llevaba escondida una carta para mandar a Amnistía Internacional o a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, para contar la situación de un primo suyo que estaba desaparecido. Y la quería mandar desde Brasil porque sabía que, si salía desde Argentina, nunca iba a llegar. Realmente nos la jugamos porque tuvimos que pasar aduanas y Brasil estaba también en manos de una dictadura. Así era la situación pero, de cualquier manera, uno vivía… como podía.
– Desde el punto de vista académico, ¿tu carrera se vio afectada por lo que ocurría en la Facultad?
– Ese problema se dio en algunos departamentos. Química Orgánica, por ejemplo, es un departamento que prácticamente ha permanecido sin grandes cambios desde principios de los 70. Entonces, desde el punto de vista académico ha mantenido una continuidad. Y lo que se aprendió durante la dictadura es lo mismo que se aprendió –aggiornado obviamente-, en 1986 o en 1996. Ahora, en Química Inorgánica se empezó a percibir que estaba en manos de gente de derecha que no tenía la mejor formación científica. Los que habían quedado no eran de los mejores. Entonces, Inorgánica sí mostró un salto muy grande a partir de 1984, cuando empezaron los concursos de renovación y toda esa gente se fue. La enseñanza que tuve en Inorgánica posiblemente no haya sido la mejor.
Cuando vino el golpe, en mi casa quemé todas las revistas que pudieran comprometerme. Recuerdo que empecé a quemarlas con la ayuda de mi vieja, y lo hicimos de manera tal que ni el portero del edificio se enterara.
– Hoy, viendo la situación a la distancia, ¿cómo definirías a la Facultad durante esa etapa represiva que empezó en septiembre del 74 y se prolongó hasta la recuperación democrática?
– Era una facultad oscura, en un país oscuro. Era un lugar sombrío, una suma de temores. Era cabeza agachada y seguir para adelante porque había que sobrevivir. Fue una época donde no se permitían las voces disidentes. Y si las había, corrían serios riesgos. Una situación que me gustaría contarte porque resulta muy ilustrativa de la época de la dictadura, yo la viví en 1980. En ese momento, el gobierno nacional decidió hacer lo que se llamó un curso de defensa nacional. Para asegurarse una concurrencia masiva decidieron pedir a cada departamento de la Facultad que mandara a un profesor y a un auxiliar. Yo había conseguido una cargo como auxiliar hacía poco tiempo y entonces la secretaria académica me llama y me dice: “Mire Stortz, como usted es el más nuevito va a tener que ir al curso de defensa nacional”. Y agregó socarronamente. “No es nada grave, solo le van a lavar un poco el cerebro”. Bueno, tuve que ir. ¿Cómo era la cosa? El curso se dictaba en la Facultad de Odontología y estaba estipulado que los hombres teníamos que ir de traje y las mujeres de pollera. Eso era obligatorio y se controlaba a la entrada. Había algunas personas que habían decidido ir voluntariamente y era gente muy afín al régimen. ¿De qué era el curso? Una suerte de geopolítica donde un grupo de militares transmitían mensajes de odio contra Brasil y Chile, y sostenían que esos países eran nuestros enemigos. Algunos incluso decían que había que tomar parte de Chile. Y ahí ya sí, recuerdo haberme puesto a conversar con algunos de los concurrentes que habían ido forzados de otros departamentos y empezábamos a soltar un poco la lengua. Pero era terrible escuchar las charlas de pasillo de los que iban voluntariamente, eran personas de ultraderecha. Recuerdo que en ese momento estaban muy preocupados por la elección presidencial en Estados Unidos. Y decían cosas como: “Por favor que (Ronald) Reagan le gane a (Jimmy) Carter porque si no el comunismo va a imperar en el mundo”. En el fondo, fue relativamente interesante ver cómo había gente que alimentaba el odio, la guerra. Fue un aprendizaje.
– ¿Te parece importante que desde Exactas se lleven a cabo actividades para mantener la memoria sobre la dictadura cívico militar?
– Sí, sin dudas. Creo que la Facultad tiene que seguir recordando el tema, tiene que mantener la memoria viva y tiene que mantenerse viva la llama del Nunca Más. El Nunca Más creo que tiene que ser un emblema que todos tenemos que defender. Vos pensá que yo, ya en democracia, estaba con mis hijos en casa y si alguno de ellos decía fuerte alguna palabra sobre política, como “Viva Perón” o cualquier otra consigna, a mí todavía me generaba cierta angustia y temor de que lo pudieran oír los vecinos. Porque a uno le queda grabado ese temor generado durante la dictadura. Obviamente, después de tantos años de democracia, por suerte perdí esos miedos. Pero realmente fue una etapa muy oscura y hay que mantener la idea de que no puede repetirse nada que se le parezca.