De regreso a otro país
Adriana De Siervi es bióloga. Completó su licenciatura y doctorado en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y luego la crisis la impulsó a irse a Estados Unidos. Después de cinco años, y ya a punto de establecerse de manera definitiva, decidió volver al país.
– ¿Cómo empezó tu formación?
– Yo soy bióloga. Terminé la carrera en el 93 y completé el doctorado en la Facultad. Quería ir a trabajar afuera pero, en el año 96, viajé a Nueva York a hacer una estadía de tres meses. Cuando volví dije: “nunca más”. En lo laboral fue una experiencia buenísima pero, a nivel personal, sentí mucho el desarraigo. Extrañaba horrores. En ese momento yo estaba casada y me tuve que ir sola. Eso seguramente influyó.
– ¿Y qué pasó cuando te doctoraste?
– Me doctoré en el año 98 y ahí el Conicet estaba muy mal. El ingreso a carrera no se abría todos los años. Y cuando se abría, se presentaba tanta gente que más de la mitad quedaba afuera. Yo, por suerte, conseguí una beca posdoctoral. Al poco tiempo el Conicet decidió que no le iba a pagar a los becarios porque no había plata. Estuvimos como seis meses sin cobrar. En el medio de todo esto Cavallo nos mandó a los científicos a lavar los platos. Yo creo que fue la peor época del Conicet y de la imagen del científico en la sociedad. Sentía que se me cerraban los caminos. En ese momento, conseguí una posibilidad de trabajo en el National Institutes of Health (NIH) y, como estábamos tan mal, decidí irme. Igual pensaba que me iba por un año.
– ¿Con quien te fuiste?
– Con mi marido y mi hija. Eso fue en abril del 2001. Nos instalamos en la ciudad de Bethesda, en Maryland. Científicamente fue una posibilidad que súper aproveché. Allí pasé tres años y después mi jefe me recomendó y pasé al Nacional Cancer Institute.
– ¿Esta vez te adaptaste mejor?
– Llegar allá fue bastante traumático, como lo es cualquier mudanza. Los primeros seis meses fueron bastante complicados. Pero luego nos adaptamos. Claro que yo soy muy familiera, con lo cual seguía extrañando. Pero, por otro lado, veía la situación nefasta en la que estaba el país en el 2001. Y pensaba: “¡qué suerte que estoy acá!”.
– En términos profesionales ¿qué cosas te llamaron más la atención?
– Yo destacaría fundamentalmente dos cosas. La primera es la disponibilidad de recursos y el equipamiento que tiene el NIH. Y la segunda es la interacción que hay entre los grupos. Cualquier problema que tenía mandaba un mail a todos los posdocs del NIH y enseguida tenía respuesta. Si no, iba a ver a mi jefe y le decía “no se cómo seguir con esto”. “No te preocupes –me contestaba- porque hablamos con tal persona que es el genio de esa proteína y se soluciona el problema”. Eso fue lo que más me maravilló.
– Te iba bien, estabas conforme. ¿Cuándo empezaste a pensar en volver?
– En principio, cuando nació mi segunda hija, con mi marido habíamos decidido quedarnos. Entonces, empecé a aplicar en distintos laboratorios y también inicié los trámites para la residencia. Incluso, ya teníamos resuelto mudarnos a Houston. Un día me levanté a la mañana y mientras tomaba un mate lo llamo a mi marido y le digo: “Sabés que me parece que no nos vamos a ir a Houston”. “¿Por qué?”, me pregunta él. “Me dieron ganas de volver a Buenos Aires ¿podemos hablarlo a la noche?”. Realmente, fueron los afectos los que me impulsaron a volver.
– ¿Cómo empezaste a organizar tu regreso?
– Yo acá tengo una gran amiga y muy buena investigadora que se llama Elba Vazquez. Ella fue mi contacto. Me fue contando cómo estaba el Conicet y me di cuenta de que había cambiado muchísimo. Había subsidios, te pagaban la reinserción. Eso me entusiasmó porque ya no eran sólo los afectos, era volver a un lugar diferente. Ya no era la Argentina en la cual no te pagaban el sueldo. Entonces apliqué a una beca de reinserción y me pagaron absolutamente toda la mudanza. Todavía no lo puedo creer. Y acá, en el laboratorio de Elba fui súper bienvenida.
– ¿Te adaptaste en seguida a tu regreso?
– Fue todo muy rápido. Llegué en marzo de 2006, seis meses después del mate. Así como fue traumática la mudanza hacia allá, también lo fue la mudanza hacia acá. Porque uno nunca está conforme, lo he comprobado (risas). Al llegar, mi marido estaba otra vez sin trabajo y yo tenía esa beca de reinserción pero todavía no tenía el cargo efectivo. Fue un año de transición bastante dura. Pero bueno, Elba (Vazquez) me ayudó con recursos y a fin de año ya me salió mi primer subsidio importante y también el ingreso a carrera como investigadora adjunta. Ahora puedo decir que estoy bien pero los recursos son limitados.
– ¿Cómo evaluás la creación de estas herramientas que facilitan el retorno?
– Yo creo que una experiencia posdoctoral en un laboratorio distinto al que te ha formado es fundamental. Si es afuera, mejor. Y creo que volver con todo ese bagaje tiene que ser súper valorado por el país porque el científico regresa con un montón de conocimientos nuevos. Y considero que estas herramientas demuestran que ahora se lo valora. Si yo comparo cómo está la ciencia en la actualidad respecto de cómo estaba en 2001 no tengo palabras para describir cómo ha crecido todo esto. Se creó un Ministerio, se aumentó mucho la plata para los subsidios. Yo veo que se le está dando mucha importancia a la ciencia y eso para mí es fundamental.
– ¿Estás contenta con tu regreso?
– Sí estoy contenta pero siempre me sigo quejando (risas).