Vencedores y vencidos
Los peces conocidos como “morena”, tanto machos como hembras, son agresivos y pelean permanentemente por su espacio de agua. El triunfador en esa lucha marcará su territorio, pero ambos registrarán cambios en su cerebro. El hallazgo le corresponde a la investigadora uruguaya Ana Silva, quien adelanta que apunta a construir perfiles que le permitan encontrar tendencias generales universales de la dominancia y subordinación.
Hembras y machos son iguales. De pocos amigos, violentos, y no se dan tregua en ningún momento. Son peces sudamericanos de la especie Gymnotus omarorum, conocidos como “morena”. Cada encuentro entre ellos es un combate por territorio; el que gana, manda; y el que pierde, obedece. Pero ambos –dominante y subordinado- tendrán cambios en su cerebro, que fueron detectados por el equipo de Ana Silva, profesora de la Universidad de la República de Montevideo, Uruguay, de visita reciente en Exactas UBA.
Ella ríe cuando se le consulta si sus investigaciones están cerca de obtener la fórmula del poder, de desentrañar qué pasa por la cabeza de los que mandan y de los que obedecen. “Estamos queriendo aproximarnos a perfiles que sean comprobables en esta especie, y que también contribuyan a encontrar tendencias generales universales de la dominancia y subordinación”, responde, quien desde hace diez años se zambulle en el mundo de estos particulares peces solitarios y nocturnos, que nadan en las oscuridades del Paraná y ríos uruguayos.
Lejos de tener el ojo de un águila, la morena, o morenita, posee una visión reducida, pero cuenta con un sentido especial. Varias veces por segundo emite descargas eléctricas y también las recibe, y con ellas arma un mapa del lugar donde se mueve. “Es un radar eléctrico –detalla- que funciona como su principal forma de ver el mundo”. Pero no sólo le sirve de guía sino que también se comunica con estas emisiones porque muestra diferencias o matices según la ocasión. “Es un lenguaje y un radar, al mismo tiempo”, remarca Silva, de la Unidad Bases Neurales de la Conducta del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, de Montevideo.
Esta especie autóctona, silvestre y eléctrica, que los pescadores buscan como señuelo para atrapar dorados o surubíes, es llevada por los investigadores al laboratorio como modelo para estudiar la agresión de los vertebrados. Y, cada vez, depara más sorpresas científicas.
Pelea en la pecera
En su hábitat natural, ellos son territoriales. “Estos animales tienen una conducta agresiva, razón por la cual pelean por un volumen de agua. Tienen algo así como un espacio de uso exclusivo”, relata. Y esto ocurrirá siempre, no cederán ni siquiera cuando pasa la época de reproducción como suele ocurrir con otras especies. Tampoco varían por el sexo, ni si están en ríos o en un recipiente sobre la mesada de un laboratorio.
Justamente, a la hora de llevar adelante los experimentos, los científicos ubican a dos ejemplares en una pecera con compartimentos separados por una división en el medio. Cada uno en un rincón, no tienen problemas. Pero cuando se levanta la compuerta que los aislaba, comienza la pelea. “Los animales se empiezan a atacar, y a los tres minutos encontramos una diferencia muy clara en el comportamiento. Uno de ellos comienza a retraerse y, el otro, lo sigue agrediendo.
Mirando su actividad locomotora, se puede decir quién es el dominante y quien el dominado. El subordinado -precisa- empieza a disminuir su descarga eléctrica (medida con electrodos en el agua). Emite señales (vocalizaciones eléctricas), que tienen un rol apaciguador del contrincante, como un pedido de clemencia: ‘Esta lucha terminó. El territorio es tuyo’.”
Tras la rendición, no sólo se establece quién manda en la pecera, sino que los científicos detectaron variaciones en el cerebro de cada uno. “Casi en el momento -indica- en que se establece el estatus de jerarquía tiene lugar una producción hormonal en el cerebro que pudimos visualizar. Y es diferente según sea dominante o dominado”.
Marcas en el agua y algo más
El ganador de este combate no buscará comerse al dominado, sólo marcar supremacía. “Esto habla de una conducta normal desarrollada por todos los animales, ya sean cangrejos, peces o perros. Todos seguimos reglas muy parecidas”,
subraya, y enseguida agrega: “Esta conducta es parte de las normas de juego para establecer convivencia. Es un comportamiento social”.
Pero la victoria en todos los ámbitos puede ser efímera. Y, si bien, el pez ganador es respetado por quien perdió la contienda, “nada impide que se enfrente con otro animal que le puede arrebatar ese territorio. Ahí, en cada uno de ellos, hay
un cerebro atrás haciendo un click entre las configuraciones, y mandando distintos moduladores”, remarca Silva quien, además de ser doctora en biología, es médica. Y esto lleva a la última pregunta acerca si estos hallazgos en estas especies tienen algún tipo de traslado al ser humano.
“El sistema neuroendocrino en los vertebrados funciona de la misma manera. En la investigación -ejemplifica- no nos sorprende que utilicemos un ratón para estudiar la enfermedad de Alzheimer. Todos los modelos animales tienen el mismo salto para la extrapolación pero se fundamentan en la misma base. La evolución nos ha demostrado que los mecanismos se conservan. Hay sectores del cerebro absolutamente homólogos entre un mamífero y un pez”. En este sentido, Silva concluye: “Cuando uno ve un animal sencillo o primitivo capaz de pactar con un coespecífico, acerca de quién renuncia y quién se queda con un recurso, uno ve que allí están pasando cosas más complejas de las que uno piensa que pueden pasar. Ellos se están controlando con mecanismos parecidos a los que, según creemos, controlan nuestras decisiones”.