Control de plagas

Biotecnología contra el picudo algodonero

Científicos argentinos experimentan tecnologías recombinantes para producir algodones resistentes a este insecto, que hace estragos en el país y otras regiones de Sudamérica. La iniciativa es impulsada por las provincias que son las principales productoras de ese cultivo.

4 Jun 2012 POR

Picudo algodonero: Foto: gentileza Esteban Hopp

Entrevista a Esteban Hopp

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Cuando el picudo algodonero, esa plaga tan temida, meta el pico en el capullo para alimentarse, será una de sus últimas andanzas porque morirá de inanición si las pruebas con plantas transgénicas logran superar todos los ensayos que exigen las normativas vigentes. “Estamos bastante optimistas de que puede funcionar la estrategia que diseñamos para combatir este insecto”, subraya el doctor Esteban Hopp, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (FCEyN-UBA) e investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

Esta iniciativa es parte de un proyecto financiado por los gobiernos de Formosa, Santiago del Estero, Santa Fe y Chaco, -donde se produce la mayor parte del algodón de la Argentina-, junto con el INTA. “El objetivo final es desarrollar biotecnología para el pequeño agricultor ya que le resulta muy difícil combatir este insecto que desde hace diez o quince años ingresó al país y hace estragos”, enfatiza, al tiempo que agrega: “Aún para los grandes productores el hecho de aplicar insecticidas encarece tanto la producción de algodón que lo hace poco viable desde el punto de vista económico”.

¿Cómo combatir este ser diminuto que causa pérdidas millonarias? “La forma de poder encarar una resistencia a este insecto que sea sustentable y no implique el uso de insecticidas, es a través del diseño de plantas transgénicas pero con estrategias distintas a las convencionales”, puntualiza el especialista del Departamento de Fisiología, Biología Molecular y Celular de FCEyN-UBA.

El primer paso fue conocer un poco más de este coleóptero, denominado Anthonomus grandis. “Si queremos atacar el producto de un gen específico que afecte al picudo, lo primero que se debe hacer es conocer el genoma de este insecto”, plantea. Enseguida, Hopp explica que la falta de información se debía a que los grandes productores algodoneros de Estados Unidos, no se ven afectados por su accionar, y por lo tanto, no se destinan fondos para su investigación. En cambio, en la Argentina y en otros países de Sudamérica, se ha convertido en un problema.

Económico y sustentable

Si los algodoneros son sus platos predilectos, la consigna era que junto con los nutrientes, los insectos hallen en los capullos elementos que impidan la digestión de ese alimento, debilitándolos hasta causarles la muerte. ¿Qué hicieron para lograrlo? “Tomamos el picudo y lo criamos en condiciones artificiales de laboratorio, con una dieta controlada. Le sacamos el intestino medio, el lugar donde absorbe los nutrientes de la planta que se come. De ese tejido extrajimos el ARN mensajero (que lleva las instrucciones para poner en la práctica la información genética contenida en el ADN). Mandamos a secuenciar ese ARN mensajero, para tener un panorama de todo lo que está funcionando en las células del intestino medio. Por primera vez, -subraya-  obtuvimos información del genoma funcional del picudo”.

Un párrafo aparte merece la estrategia diferente usada por este equipo, a cargo de Esteban Hopp, Alicia Sciocco y Ricardo Salvador. Ellos en vez de enfocarse en el ADN, como es lo habitual, lo hicieron en el ARN. “En los últimos años se descubrió cómo regular la degradación del ARN para silenciarlo, es decir programar cuánto tiempo vive antes que se degrade”, compara este especialista en biología molecular.

Por un lado, el equipo logró detalles de los genes expresados en el intestino del picudo, sitio clave por donde absorbe los alimentos. Por otra parte, detectó aquellos que podían ser interferidos a través de su ARN para que no logren digerir los nutrientes. “Acá atacamos al mensajero, el ARN”,  dice y renglón seguido explica cómo lo llevaron a la práctica. “Debimos diseñar una construcción genética para ser expresada en la planta pero que induzca la degradación del ARN mensajero específico de un gen esencial de la especie plaga, y que no afecte a la planta o a otras especies benéficas”.

Estas construcciones genéticas fueron ensayadas hasta ahora en tabaco y deberán ser transferidas al algodón, además de sortear muchas pruebas antes de poder ser accesibles al productor. “Deben pasar varios años de ensayo de campo”, advierte, pero se muestra muy satisfecho de los resultados obtenidos tras dos años de estudio. ”Con esta estrategia se evitaría el uso indiscriminado de insecticidas y permitiría competir con mayor eficiencia al pequeño agricultor”, enumera. Pero además de un menor costo,  vuelve a remarcar que “al no usar insecticida es más sustentable a nivel ecológico porque no se mataría a los insectos benéficos como lo hacen los insecticidas químicos”.

El beneficio no sólo sería para la Argentina, sino también para el sur de Brasil y Paraguay, zonas afectadas por este insecto, considerado la mayor plaga del algodonero en Sudamérica.  “Esta estrategia tecnológica la estamos patentando, en forma defensiva, para proteger la invención; no tanto por una razón económica dado que esta iniciativa no persigue ganancias, pues está destinada primariamente al pequeño productor”, concluye.