Becados
Con 12 de los 30 premiados, entre alrededor de 500 postulaciones, Argentina fue el país latinoamericano que obtuvo la mayor cantidad de becas otorgadas por la Fundación Guggenheim en su edición 2011. Dos investigadores de la Facultad estuvieron entre los elegidos. Uno de los distinguidos, el químico Fabio Doctorovich, dialogó con el Cable.
– ¿Qué significa para vos este reconocimiento?
– Siento, de alguna manera, que es un reconocimiento al esfuerzo que hice desde que volví del extranjero en el 96. En estos quince años pude construir un grupo, algunos laboratorios y también lograr que me conozcan un poco. Pero con esto de los premios hay una serie de factores. Por ejemplo, hubo algunos premios nacionales a los que yo llegué tarde por una cuestión de edad. Hoy tengo 49 años, y llego a esta beca porque no tiene un límite tan estricto de edad, es más o menos en la mitad de la carrera, pero no es inflexible.
– ¿Sentís que llegaste tarde?
– Sí, porque mi posdoc fue muy largo, fue de cinco años, y porque cuando estaba haciendo el doctorado atravesé una época difícil. Mi beca del Conicet era de unos 70 dólares por mes y era difícil trabajar. Mi directora prácticamente no tenía plata, porque no había subsidios. Yo me doctoré y me fui de acá en el 90, con la hiperinflación.
– ¿Adónde te fuiste?
– Me fui al Georgia Tech, que está en Atlanta, Estados Unidos. Mi idea inicial era ir y volver pero finalmente estuve cinco años. Y cuando volví acá, fue volver a cero prácticamente. No tenía laboratorio, no tenía alumnos…
– No es lo mismo que volver ahora…
– ¡No! (se ríe). A mí me salvó la Fundación Antorchas, porque el Conicet casi no daba subsidios. Tampoco podía pedir subsidios a la UBA porque no tenía cargo docente. Al principio estuve en Química Orgánica y, después, me ofrecieron venir al INQUIMAE, que en ese entonces estaba bastante despoblado. Y yo estaba supercontento porque tenía un laboratorio. Pero el laboratorio estaba totalmente vacío, eran las mesadas y nada más. Tuve que armar todo desde cero. Comprar todo.
– ¿Cuál es tu área de trabajo?
– Yo trabajo principalmente en química del óxido nítrico, que es un gas. Y la importancia que tiene es que es endógeno, o sea, es producido por nuestro propio organismo para un montón de funciones.
– ¿Qué proyecto te financian con la Guggenheim?
– Es un proyecto sobre una molécula que se llama nitroxilo, que es un derivado del óxido nítrico, pero con un electrón más. Hay algunas pruebas de que el nitroxilo podría también ser producido endógenamente. Entonces, algunas de las funciones que se le atribuyen al óxido nítrico en realidad podría cumplirlas el nitroxilo. Por lo tanto, el objetivo es poder detectar nitroxilo en un organismo. Ya desarrollamos un detector de nitroxilo, que es muy sensible, y ahora estamos adaptando ese sensor para usarlo en medios biológicos.
– ¿Por qué creés que premiaron este proyecto?
– Yo creo que es un poco de varias cosas. En primer lugar estuvo el factor suerte, que lo tengo que reconocer (se ríe). También creo que pesa mucho la cuestión de las referencias. Para la Guggenheim hay que tener cuatro referencistas, que tienen que ser gente de renombre, porque eso es lo que marca, para la Fundación Guggenheim, el reconocimiento internacional que uno pueda tener. Y yo tenía cuatro referencistas muy prestigiosos. Por otro lado, creo que el proyecto que presenté es sólido, en el sentido de que tengo trabajos anteriores que muestran que estamos bien encaminados. Y, además, es un tema que puede tener fuerte impacto.
– ¿Por qué tendría fuerte impacto?
– Porque sería una nueva molécula endógena que podría tener funciones de señalización importantes y que, a lo mejor, ahora se le están atribuyendo a otra molécula.
– ¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
– Desde que empecé, lo que siempre me gustó es obtener resultados y analizarlos y encontrar cosas nuevas. Ahora tengo un montón de funciones más administrativas, como pedir subsidios, becas, etc., pero a mí me sigue gustando que venga un alumno con un problema de algo que parece novedoso, o raro, o distinto y que, a veces, termina no siendo novedoso. Pero eso es lo que a mí me sigue motivando.
– ¿Seguís haciendo experimentos?
– No, hace rato que no los hago.
– ¿Qué es un científico para vos?
– En principio, es un ser humano (risas). Yo creo que un científico es alguien que, en el fondo, busca mejorar de alguna manera a la humanidad. Suena demasiado grande y elocuente, pero uno busca eso con lo más chiquito que pueda hacer. En ese sentido, me parece que el científico es una persona que tiene que ayudar a otros. Hablo dentro del campo de la ciencia porque, aunque me gustaría, creo que no haría ayuda social en un lugar carenciado, porque creo que no lo haría bien. Yo a veces noto que esta es una carrera un poco egoísta, porque es competir contra otros. Y a mí me parece que, como científicos, tenemos que ser de otra manera, tenemos que ayudar. Así como me ayudaron a mí, porque yo también he sido ayudado por otros. Acá el Departamento me ayudó muchísimo cuando llegué y tengo un profundo agradecimiento a los colegas que me han ayudado en tiempos difíciles, y a todos mis tesistas y becarios por el esfuerzo permanente. Esto no lo digo por cumplir, creo que los “logros” de un científico son el resultado del esfuerzo de muchas personas e instituciones. Creo que la ciencia tendría que ser más solidaria y menos competitiva.