Mi semana con los Nobel
La química argentina Florencia Marchini fue seleccionada para formar parte de un evento que constituye un sueño para todo investigador: pasar toda una semana en un lugar idílico compartiendo diversas actividades con alrededor de treinta ganadores del Premio Nobel. Reuniones y charlas con los laureados, intercambio con jóvenes científicos de todo el mundo y hasta un viaje en Zeppelin fueron parte de esta experiencia extraordinaria.
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«Haber estado allí fue algo increíble, una vivencia única. Sin dudas es una experiencia que te marca para toda tu vida», asegura, desbordante de entusiasmo, Florencia Marchini a pocos días de haber regresado de Alemania donde participó, entre el 25 y el 30 de junio, de la 67ma. Reunión Lindau de Premios Nobel.
Lindau es una pequeña localidad alemana de 25 mil habitantes. El evento se desarrolla en la parte antigua de la ciudad, que se encuentra enclavada en una isla sobre la costa noroeste del lago Constanza, ubicado en la frontera que comparten Alemania, Austria y Suiza. Está unida al continente por un viaducto y un puente.
El evento surgió a partir de la iniciativa de los médicos Franz Karl Hein y Gustav Parade y el conde Lennart Bernadotte, miembro de la familia real sueca y propietario de la isla de Mainau (también ubicada en el lago Constanza). El primer encuentro se llevó a cabo en 1951 con el fin de reanudar los contactos científicos europeos después de la Segunda Guerra Mundial. Con el tiempo, las reuniones de Lindau se fueron transformando en un reconocido foro de debates científicos sobre temas de importancia global. En la actualidad, su objetivo principal es el intercambio cultural e intergeneracional de conocimientos y experiencias, y la creación de redes globales.
Los encuentros se realizan anualmente y están dedicados, cada vez, a una disciplina en particular: química, física o medicina y, cada cuatro años, la convocatoria es interdisciplinar. En cada oportunidad participan alrededor de 30 laureados con el Premio Nobel que comparten una semana con unos 400 jóvenes científicos provenientes de cerca de 80 países de todo el mundo. Estos investigadores deben destacarse en sus carreras, pueden ser estudiantes de grado, doctorado o posdoc, tienen que tener menos de 35 años y dominar el inglés. Para llegar al evento deben superar un riguroso proceso de selección.
«Ellos no buscan personas que sólo sean científicamente productivas sino que también deben tener conciencia social y política, tienen que mostrarse interesadas en los problemas que enfrenta el planeta», explica Marchini, quien hizo su carrera en Exactas UBA y ahora está muy cerca de terminar su doctorado en Ciencias Químicas. Y se explaya: «En el encuentro no se habla sólo de ciencia, también hay debates políticos y éticos. Esta vez se discutió mucho lo que está ocurriendo con la llamada «era de la posverdad» y qué rol debe ocupar la ciencia para desechar un montón de mitos y conceptos erróneos que se esparcen por todos lados y se instalan en la gente, como la corriente antivacunas y el negacionismo del cambio climático. Tenemos que estar comprometidos», afirma.
La estadía se desarrolla en el marco de una apretadísima agenda de actividades que se extiende de la mañana a la noche. Empieza muy temprano con «desayunos científicos», y sigue durante toda la jornada con conferencias, clases magistrales, paneles de discusión y, todas las noches, eventos sociales organizados por instituciones públicas o privadas que colaboran con el evento. Dado que muchas actividades ocurren en simultáneo, los jóvenes científicos tienen la posibilidad de charlar con los Nobel en un ámbito relajado y casi íntimo. «Lo que a mí más me llegó es la sensación que ellos transmiten de cercanía real, de que todos somos iguales. Ellos nos contaban que tuvieron que atravesar los mismos obstáculos que uno enfrenta cada día; que ellos estuvieron en el momento justo en el lugar correcto, pero que el denominador común es ser persistente, apasionado, convertirte en un experto en lo que te gusta, pensar distinto, tener una idea ‘fuera de la caja’; después, todo va a llegar. Me pareció sumamente inspirador», recuerda Marchini.
El viaje le permitió a Florencia conocer a alguno de los científicos que más admira y cuyos libros leyó durante la carrera. Uno de ellos fue Rudolph Marcus (Premio Nobel 1992). «Era una situación increíble, yo estudié la teoría de Marcus y también la teoría RRKM, esa ‘M’ final también es de Marcus. Y, de golpe, estaba ahí con él, me saqué fotos, charlé, durante un viaje en barco por el lago le pregunté: ¿Cómo se te ocurrió la teoría? Era algo surrealista», cuenta como si todavía no pudiera terminar de creer lo que vivió.
Durante el encuentro se podían experimentar situaciones muy singulares como compartir una clase de yoga, hacer algún deporte con un Nobel o, como le pasó a Florencia, volar en Zeppelin. «Una mañana me llaman y me dicen que había sido elegida para realizar un vuelo en Zeppelin. Nos llevaron hasta un aeródromo cercano, allí nos esperaban para contarnos la historia de los Zeppelin y explicarnos que hoy en día son usados para investigaciones oceanográficas. Éramos unas doce personas, con seis premios Nobel. Al presentarnos nos dimos cuenta de que todas teníamos un denominador común: trabajábamos en energías limpias. Para mí fue un halago que me eligieran para compartir un momento tan particular», asegura Marchini cuyo tema de tesis está relacionado con el desarrollo de un método para extraer de manera limpia y eficiente el litio de la salmuera de los salares. Ese trabajo lo está llevando adelante en el laboratorio que dirige Ernesto Calvo en el INQUIMAE (UBA – CONICET).
Pero como si todo esto fuera poco, Florencia participó de una invitación de la Fundación Bayer para brindar una charla frente a un jurado de empresarios presentando una idea científica que quisieran transformar en un emprendimiento. «Se trataba de una charla corta de 5 a 7 minutos, pero para mí era algo nuevo, nunca había hablado para un auditorio de inversores. Nos presentamos 17 personas y eligieron a dos. Una de ellas fui yo. Me dieron un premio de 10 mil euros como capital semilla. La verdad que no me lo esperaba. Fue una sorpresa extra».
Más allá de que el centro de la reunión sea el contacto con los ganadores del Nobel, la organización promueve mucho el intercambio entre los jóvenes científicos y el establecimiento de redes que se mantengan en el tiempo. «Era muy loco estar hablando entre colegas de lugares muy alejados, por lo menos 10 mil km uno del otro, con culturas y problemáticas muy diferentes y, sin embargo, darnos cuenta de que nos preocupan las mismas cosas, que tenemos las mismas inquietudes, que nos alegran cosas muy parecidas. Era como darse cuenta de que la ciencia es un lenguaje común, que atraviesa fronteras e idiomas. Eso era muy emocionante», asegura.
Marchini fue una de las únicas tres personas de la Argentina que concurrieron a Lindau. Una de las razones por las cuales la representación argentina es tan escasa, es que se trata de un evento poco difundido. «Todos los que estábamos allí habíamos llegado porque algún conocido nuestro ya había participado. Por eso me parece necesario darle más visibilidad, para que muchos puedan aprovecharlo», afirma y completa: «En la Facultad tenemos muchos candidatos potenciales para Lindau. En Argentina tenemos una calidad educativa universitaria de primer nivel. Eso lo descubrí interactuando con gente de todo el mundo, incluso de los países más desarrollados del planeta. Estamos completamente a la altura. Por eso, todos los que quieran ir a Lindau no dejen de postularse. Es una oportunidad para no desaprovechar”.