Los sonidos del silencio
Utilizado muchas veces para adjetivar a políticos o para señalar actitudes de ensimismamiento o desinterés social, el autismo es, sin embargo, una enfermedad compleja y de múltiples manifestaciones. Amaicha Depino dirige un equipo de investigadores que buscan causas fisiológicas que podrían ser las causantes de este trastorno.
En realidad, el término autismo engloba a un subconjunto de enfermedades dentro de los Trastornos Generalizados del Desarrollo (TGD). El TGD es una perturbación grave y generalizada de varias áreas del desarrollo. En particular, las personas autistas tienen serias dificultades para interactuar socialmente y para comunicarse, y presentan, también, patrones de comportamiento, intereses y actividades estereotipados o restrictivos. Estos síntomas, generalmente, se inician durante la infancia y el síndrome se manifiesta completamente alrededor de los cuatro años de vida.
En el Departamento de Fisiología y Biología Molecular, un grupo de investigadores dirigidos por Amaicha Depino busca dilucidar y comprender las bases fisiológicas del autismo, conjunto de patologías que, según los últimos estudios epidemiológicos, afectan a un número que oscila entre dos y seis de cada mil niños, según el país.
“El autismo es un desorden severo del desarrollo neural y, si bien hay consenso acerca de la existencia de un componente genético, el autismo muestra una alta heterogeneidad genética que sugiere la interacción entre una predisposición genética y un factor ambiental”, explica Depino. Entre estos factores, la infección viral materna podría ser la principal causa ambiental, aunque ha sido poco estudiada. “En el laboratorio tratamos de entender qué eventos, durante el desarrollo, pueden contribuir al autismo, y cómo pueden hacerlo. En particular nos concentramos en las citoquinas (proteínas que dirigen la respuesta inmune e intervienen en la inflamación) y otras moléculas inflamatorias, ya que existen evidencias de que la ocurrencia de infecciones durante el embarazo y en los primeros años de vida está asociada con una mayor incidencia de autismo”, agrega la investigadora.
Según los especialistas, algunos estudios han mostrado en los pacientes con autismo la presencia de neuroinflamación y expresión de citoquinas en algunas regiones del cerebro, como corteza, amígdala, hipocampo y cerebelo.
También han observado desde hace tiempo que las mujeres que tomaban ácido valproico (VPA) como tratamiento para la epilepsia, y continuaron tomándolo durante el embarazo, tenían mayores probabilidades de tener un hijo con autismo. “En el laboratorio trabajamos con un modelo en ratón de autismo”, relata Depino. “En los últimos años, hemos utilizado el tratamiento durante la preñez con VPA para generar modelos de autismo en rata y ratón. Las crías expuestas al VPA durante el desarrollo muestran, cuando son adultas, menor sociabilidad; por ejemplo, exploran durante menos tiempo a un conespecífico desconocido. Como los déficits en las interacciones sociales son uno de los síntomas centrales en el autismo, nosotros y otros grupos estamos utilizando este modelo para tratar de entender qué es lo que sucede en el cerebro durante el desarrollo, que resulta en menor sociabilidad en el adulto”, agrega.
En el laboratorio, los investigadores combinan este modelo de autismo por tratamiento prenatal con VPA con tratamientos que alteran la expresión de citoquinas en el cerebro. “Hemos mostrado antes que las citoquinas, moléculas clásicamente estudiadas por su rol en el sistema inmunológico, pueden modular el comportamiento, el aprendizaje y también el desarrollo de las neuronas. Hoy estudiamos cuál es el efecto de aumentar o de inhibir la expresión de ciertas citoquinas en el cerebro sobre el desarrollo de comportamientos que modelan lo que sucede en pacientes con autismo, como por ejemplo, la interacción social o la manifestación de comportamientos repetitivos”.
Recientemente, el grupo ha publicado un artículo en la revista Brain, Behavior and Immunity que ha desmostrado el efecto de aumentar los niveles de una citoquina, la TGF-beta1, en el hipocampo del ratón sobre distintos comportamientos relacionados con el autismo. “Hemos descripto que si aumentamos los niveles de TGFbeta1 en el hipocampo posnatal los ratones resultan ser menos sociables en la adultez y desarrollan comportamientos repetitivos. En cambio, el mismo tratamiento en la adultez tiene el efecto opuesto. Ahora tenemos que entender cómo TGFbeta1 hace esto, qué efectos está teniendo sobre las neuronas que regulan estos comportamientos”, explica Depino.
Los TGD son enfermedades complejas y requieren del trabajo interdisciplinario de médicos, psicólogos, docentes y, tal como sucede en este caso, biólogos. Y, aunque la solución, sin dudas, no la dará una sola disciplina, la doctora Depino y su equipo esperan que su trabajo “contribuya a una mejor comprensión de la enfermedad y al eventual desarrollo de tratamientos”.
Bases fisiológicas del autismo
(Departamento de Fisiología y Biología Molecular) FCEyN
Laboratorio del DFBMC, 2do. piso, Pab. II, 4576-3300, int. 469.
http://www.ifibyne.fcen.uba.ar/new/temas-de-investigacion/neurobiologia-del-autismo/dra-amaicha-depino/
Directora: Dra. Amaicha Depino
Tesistas de doctorado: Luciana Lucchina
Tesistas de grado: Nadia Kazlauskas, Marcos Campolongo