Siempre está volviendo
Isidoro Orlanski se recibió de físico en el viejo edificio de la calle Perú. Desarrolló su vida profesional en el ámbito de las ciencias de la atmósfera. A pesar de que trabaja desde hace más de 40 años en Estados Unidos, siempre estuvo cerca de argentina. A tal punto, que fue uno de los fundadores del CIMA. En esta charla describe distintos aspectos de su trayectoria y analiza el cambio climático.
El año pasado fue distinguido con el premio RAÍCES, otorgado por el Ministerio de Ciencia, que tiene como objetivo destacar la actuación de investigadores argentinos residentes en el exterior que hayan promovido la vinculación, fortaleciendo las capacidades científicas y tecnológicas del país. Y, efectivamente, si algo caracteriza la carrera de Isidoro Orlanski, es que, a pesar de residir desde fines de los años 60 en Estados Unidos, siempre mantuvo lazos estrechos con la comunidad científica argentina.
En ese sentido, además de su constante colaboración en la formación de recursos humanos, su trabajo resultó fundamental para la creación del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera, CIMA, (UBA – CONICET) hacia fines de los años 80. “Hoy todos reconocen al CIMA como un centro de excelencia”, afirma con orgullo.
Doctorado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology), con décadas de trabajo como investigador en el prestigioso Geophysical Fluid Dynamics Laboratory (GFDL), Orlanski mantiene la costumbre de visitar frecuentemente la Facultad para dictar cursos e intercambiar opiniones con los jóvenes investigadores de ciencias de la atmósfera. El Cable aprovechó la ocasión para mantener con él un extenso diálogo.
– ¿Siempre tuvo vocación por la física?
– Sí, yo fui a una escuela secundaria industrial y ya tenía un interés muy definido por la física. De ahí entré en la Facultad en el 59, en la calle Perú, y me recibí en el 64. A instancias de Rolando García viajé al MIT, en el 65, para hacer mi doctorado. Allí, él conocía a Jule Charney, que fue algo así como el Einstein de las ciencias atmosféricas. Terminé el doctorado con Charney en dos años. Pensaba volver pero, en ese momento, estaba la dictadura de Onganía y ya había ocurrido la “noche de los bastones largos”. Yo tenía una beca de la Facultad pero había renunciado a ella en solidaridad por lo ocurrido en Exactas. No fue fácil porque estaba casado y tenía un chiquito de dos años, pero el grupo de MIT enseguida me dio una beca. Entonces, pude terminar tranquilo. Charney me sugirió que me especializara en pronóstico numérico, que era algo muy nuevo en Estados Unidos, y me mandó al laboratorio de Joseph Smagorinsky, en Washington. Yo fui a trabajar con ellos pero siempre pensaba en volver. Lo que ocurría es que, luego de la intervención de la Universidad muchos grupos se habían ido a trabajar al exterior. Entonces Smagorinsky me dijo: “¿Por qué no te quedás dos o tres años más?”. Resultó que nos quedamos cuarenta años.
– ¿En qué momento se consolida su carrera en la línea de las ciencias de la atmósfera?
– Bueno, ya hacia finales de mi carrera, a mí me gustaba dinámica de fluidos y pensé en trabajar sobre esa línea que tenía mucho de fluidos. Cuando Rolando, habló con Jule Charney era para que fuera al Departamento de Ciencias Atmosféricas del MIT. Y ya en Washington, fui a un laboratorio que se estaba especializando en hacer modelos numéricos para la atmósfera. Era el GFDL de la NOAA (Nacional Oceanic and Atmospheric Administration) que es el equivalente a la NASA pero en pronósticos del tiempo. Luego, cuando el laboratorio se traslada a Princeton, se crea un programa de Ciencias Atmosféricas con la Universidad de Princeton. Y me quedé allí, primero como un junior haciendo un posdoc, luego como investigador permanente y, a comienzos de los 80, me nombraron como director interino del laboratorio hasta 1984.
– ¿Cómo se fue gestando el proceso que culminó con la creación del CIMA?
– Hacia mediados de los 80 me vino a visitar a Princeton Manuel Sadosky, que en ese momento era Secretario de Ciencia y Técnica. Me propuso que creara un instituto similar al GFDL en Buenos Aires. Me interesó y entonces solicité una licencia por un año y me vine, en el 87, con mi esposa y mis hijos a vivir acá. Claro que, como siempre, abundaban más las buenas intenciones que los recursos. Recuerdo que alquilé un espacio para trabajar en un instituto que estaba frente a mi casa. Muchos de los estudiantes que estaban en Exactas se enteraron y vinieron a trabajar conmigo. Eran unas diez o doce personas. Yo traje dos modelos, uno para la atmósfera y otro para los océanos, y empezamos a trabajar en ese lugar con el apoyo del Conicet. No teníamos computadora pero la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) nos permitió usar la suya. Y ahí empezamos a andar. Los chicos se pusieron a trabajar día y noche para que los modelos pudieran correr en esa computadora. Llegó un momento en que eso ya no era suficiente. Entonces yo hablé con la gente de la UTN y ellos también nos permitieron usar la computadora que tenían. Y finalmente produjimos las primeras simulaciones de la atmósfera y los océanos que se hicieron en Argentina. A todo eso había que darle un nombre y entre todos lo bautizamos como Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA).
– ¿Se acuerda de alguno de los jóvenes que trabajaban con usted?
– Sí, claro. Estaban Silvina Solman, Claudio Menéndez, Claudia Simionato, Zulema Garrafo, que ahora está en Estados Unidos, y había otros que ahora no recuerdo. Todo esto me llevó dos años, el doble del tiempo que había pensado. Ahí empezaron a surgir algunos problemas familiares, con los estudios de mis hijos. Y entonces decidimos volver a Estados Unidos. Zulema Garrafo estuvo como directora interina y luego Mario Nuñez quedó a cargo del centro. Después trasladaron el CIMA a la Facultad y, a partir de allí, el centro creció hasta convertirse en lo que es hoy.
– ¿Y cómo ve hoy el Centro?
– Yo me siento orgulloso porque si uno habla en el exterior, con científicos de Estados Unidos o Europa, todos reconocen al CIMA, como un centro de excelencia. El mérito es de los jóvenes porque podrían haber pasado muchas otras cosas. Incluso, el Centro podría haber desaparecido. Pero ese grupo de jóvenes trabajó mucho para hacer un centro de prestigio internacional.
Cambia, todo cambia
– ¿Considera que el tema del cambio climático fue clave para que las ciencias de la atmósfera lograran una consideración muy importante en la opinión pública?
– ¿Sabe por qué GFDL es tan importante mundialmente? Porque fuimos los primeros en publicar un artículo acerca del calentamiento global. Fue un paper de mi colega “Suki” Manabe que salió en 1967. Fue el primer trabajo en el que se habló de la relación entre calentamiento global y el aumento en la concentración de anhídrido carbónico en la atmósfera. Pero había mucha gente, no sólo las compañías petroleras, que decían que eso no podía ser. Hay muchos físicos que, aún hoy, se muestran muy reacios a aceptar el calentamiento global. Durante algunos años el tema no fue muy trabajado pero en los años 90 explotó.
– ¿Usted es un convencido de la responsabilidad humana en relación con el calentamiento global?
– Después de 50 años de análisis, no hay duda de que hay una tendencia hacia el calentamiento. Por supuesto, como en todas las cosas, hay algunos científicos que quieren aprovechar la volada, entonces, si todos hacen calentamiento global, quieren probar que cualquier cosa que ellos hagan tiene que ver con el calentamiento global. Pero, de que hay pruebas contundentes que marcan una tendencia al calentamiento, no hay duda, y de que eso es producto de la actividad humana, tampoco. Hoy día, con modelos muy sofisticados, eso está probado.
– ¿Por qué en Estados Unidos tantas empresas, dirigentes políticos y aún ex presidentes, como George Bush, sostienen que el cambio climático es una patraña?
– Yo le voy a contestar con un dato: las compañías petroleras gastaron, en sólo un año, 400 millones de dólares en propaganda. Hay un lobby muy fuerte. Ahora, Obama no puede hacer grandes cambios pero él acepta mucho más la situación, por lo menos, no han reducido la financiación para este tipo de estudios. Pero cuando se habla de los controles, de firmar convenios internacionales como Kyoto, se tornan muy cuidadosos. De todas formas, hoy en Estados Unidos si alguien quiere poner paneles solares en su casa, le dan grandes descuentos impositivos para que pueda hacerlo. Lo mismo ocurre con los molinos de viento. Quiero decir que hay ciertas tendencias que permiten suponer que las cosas van a cambiar. Pero, al mismo tiempo, hay muchos intereses creados que no quieren ese cambio.
– ¿Cree que se lograrán evitar los escenarios más catastróficos que se pronostican para las próximas décadas?
– Lo que ocurre es que no todo el mundo se perjudica con el cambio climático. Si usted habla con la gente del norte de Canadá y del sur de los Estados Unidos, ellos están contentos porque la precipitación va a aumentar en esas zonas y las tierras van a ser más fértiles. Lo que quiero subrayar es que a veces parecería que el calentamiento global afecta negativamente a todo el mundo y eso no es así. Pero, sin dudas, en muchas zonas se puede llegar a situaciones graves que es preciso evitar. Por ejemplo, el nivel del mar, por expansión térmica puede subir 20 ó 30 cm, que es bastante y puede afectar muchísimo a ciertas zonas, por ejemplo la parte sur de Florida. Pero si se acelera el derretimiento de los glaciares del Ártico y de la Antártida, el nivel del mar podría crecer de 1,5 a 2 metros. Eso ya sería catastrófico porque imagínese que entonces media Florida desaparecería, y no hablemos de Bangladesh, de vastas zonas de la India. Nadie quiere que eso suceda aunque haya algunas industrias que puedan beneficiarse. También para vastas zonas de África, que ya hoy viven situaciones extremas, el resultado puede ser catastrófico. Por eso creo que Europa, dado que soy un poco cínico, está muy preocupada por el calentamiento global. No es tanto por lo que le pueda ocurrir al continente sino por la gran masa de gente que va a emigrar hacia allí.
– Hoy parece haber una carrera entre la implementación de acciones para reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) y las modificaciones climáticas que producen esas emisiones. ¿Cómo cree que termina esa carrera?
– Yo creo dos cosas. Una, que el ser humano se adapta y va a haber un montón de adaptaciones, lo que significa que no creo que podamos frenar todas las consecuencias. Y dos, que vamos a encontrar tecnología como para reducir considerablemente la emisión del anhídrido carbónico.
– ¿Es optimista?
– Sí, no tengo una mentalidad catastrófica. Yo creo que somos bastante inteligentes. Lo que pasa es que necesitamos algo drástico para empezar a hacer lo que debemos hacer. Pero de que se va hacer, no tengo dudas. Yo he visto en 20 años un cambio social enorme. El cambio en los gobiernos también es grande aunque no se hayan firmado muchos convenios. Yo tengo confianza en que la situación no va a pasar a mayores.