La salud del suelo
A lo largo de tres años, un grupo de investigación analizó las variaciones en la composición bacteriana de la tierra de cultivo de una huerta situada en la localidad de Moreno, Provincia de Buenos Aires. El estudio permitió reunir información necesaria para diseñar estrategias de remediación de esos suelos, que están sometidos a una explotación intensiva y que cada vez producen menos.
En muchos lugares del mundo, alrededor de las grandes ciudades, se puede ver otro mundo. Son pedazos de terreno de unas pocas hectáreas en los que un grupo familiar trabaja de sol a sol para producir alimentos.
En el Gran Buenos Aires, como en otros cinturones periurbanos de la Argentina, hay una gran cantidad de estas huertas. No siembran soja, trigo, maíz o girasol. Cultivan verduras, y algunas frutas, que después venden en el Mercado Central para obtener el dinero que le da sustento a la familia y que, generalmente, paga el arrendamiento de la tierra.
Los suelos de esas parcelas no tienen descanso: se siembra, se cosecha y se vuelve a sembrar -de manera casi ininterrumpida- aprovechando la estación más propicia para cada cultivo.
Esa explotación intensiva requiere de fertilizantes. Y también de pesticidas. Porque las hortalizas se embichan con facilidad: los hongos, las bacterias, los virus y los insectos pueden arruinar una producción y poner en riesgo la subsistencia del grupo familiar.
El resultado de todo ese proceso es el desgaste del suelo, que cada vez produce menos. “Nuestra idea es asesorar a los horticultores para que optimicen su producción sin causar daño en el suelo y, también, para recuperar los suelos que están desgastados”, cuenta Laura Raiger Iustman, investigadora del CONICET en el Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (IQUIBICEN). “Pero antes de empezar a hacer un tratamiento del suelo tenés que saber qué es lo que hay en ese suelo”, explica.
En ese camino, el grupo de investigación, conformado por Facundo Almasqué, Diana Vullo y Raiger Iustman, decidió analizar la microbiota -el conjunto de microorganismos- presente en el suelo de una huerta situada en la localidad de Moreno, Provincia de Buenos Aires, que tenía una historia de veinte años de producción continua.
La hipótesis que se plantearon fue que la composición de la microbiota es un indicador de la calidad del suelo y que, por lo tanto, detectar las alteraciones que se producen en la comunidad de microorganismos que habitan ese suelo a lo largo de los sucesivos ciclos de producción es un paso imprescindible para diseñar estrategias de cultivo sostenibles.
Fue así que, a lo largo de tres años, tomaron muestras del suelo de la huerta para analizar su composición bacteriana. “Como la aplicación de agroquímicos cambia con el tipo de cultivo, tomamos muestras en diferentes momentos: antes de la cosecha de frutillas, después de la cosecha de morrones, antes de la cosecha de brócoli y, también, durante un lapso en el que trataron el suelo con una enmienda fertilizante”.
Además, y paralelamente, recolectaron porciones de tierra de un pastizal aledaño que no había sido utilizado para siembra durante los últimos veinte años. “Lo utilizamos como control, para comparar, y lo denominamos suelo de referencia”, acota Raiger Iustman. “El objetivo de este trabajo fue monitorear la diversidad bacteriana en un suelo de cultivo y en un suelo de referencia para reunir información que permita el diseño de estrategias de remediación”.
La base está
“Lo que encontramos es que el uso que hacen del suelo se ve reflejado en la microbiota”, revela la investigadora, y detalla: “Las muestras tomadas en el momento en el que se cosecha, o cuando se está preparando el suelo, o cuando se agrega un pesticida, tienen distinta composición de microorganismos, que te están dando información acerca de cuál es la etapa de trabajo en la que está esa tierra. Cuando cosechaste y araste y estás preparando el suelo para la nueva siembra, que es un pequeño momento de descanso para el suelo, ahí la microbiota se parece un poco a la del suelo de referencia”.
Raiger Iustman señala que esta investigación permite establecer una línea de base a partir de la cual se puede empezar un tratamiento de remediación. “La microbiota permitiría determinar el estado de salud del suelo, y a partir de ese conocimiento se puede hacer un uso sostenible con alta productividad. Porque la idea es que la gente siga produciendo pero de manera más amigable con el ambiente. Por ejemplo, en este trabajo vimos que si dejás descansar un poco ese suelo, rápidamente vuelve a convertirse un suelo cercano al suelo original”.
La mayoría de las investigaciones científicas dirigidas a estudiar la salud del suelo a través del análisis de la microbiota están focalizadas en la agricultura extensiva, es decir, en los campos destinados a las grandes producciones de cereales y oleaginosas.
“Este trabajo brinda un enfoque novedoso porque está centrado en la agricultura periurbana, que se caracteriza por una larga historia de uso intensivo del suelo y de aplicación indiscriminada de agroquímicos”.
El estudio fue publicado en la revista científica Current Microbiology y fue financiado con fondos de la Universidad Nacional de General Sarmiento, la Universidad de Buenos Aires y el CONICET.