Predecir la palabra
Frente a un texto de COVID-19, el cerebro espera encontrar vocablos como pandemia o virus y, cuando se topa con ellos, acelera la lectura, según señalan estudios sobre predictibilidad. Un grupo de investigación de la UBA estudió por primera vez, bajo esta mirada, cuentos largos en español, en un experimento del que participaron 2.500 personas. El equipo también busca modelar computacionalmente este mecanismo que el cerebro humano realiza de manera magistral y automática.
Ahora, usted no sólo está leyendo esto, sino también suponiendo cómo sigue el texto, aún sin proponérselo. De modo continuo e involuntario, la mente no para de anticiparse a lo que vendrá con un mecanismo magistral de predictibilidad que la tecnología busca imitar. Y, en ocasiones, lo consigue. Una prueba de ello es el editor de WhatsApp que sugiere palabras para completar el mensaje. Pero, la ciencia va por más.
“Por primera vez, estudiamos el efecto de leer palabras más o menos predecibles en textos largos en español. En general, todas las investigaciones se hacen en párrafos cortos u oraciones, especialmente diseñadas para los experimentos, en idioma inglés o chino”, destaca Bruno Bianchi, del Instituto de Ciencias de la Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y primer autor de un trabajo publicado en Scientific Reports de Nature Research sobre predictibilidad. Es decir, la probabilidad de saber una palabra antes de leerla.
¿Qué pasa por la cabeza y con la lectura cuando aparecen los vocablos que se imaginaban hallar y confirman así la suposición? “Si uno está leyendo un texto de coronavirus -ejemplifica-, espera encontrar palabras como cuarentena o virus, por ejemplo. Si efectivamente están, como pensábamos, lo que podemos observar es que el procesamiento de las palabras se acelera”.
Experimento en detalle
Más de 2.500 personas fueron parte del experimento, previo a la pandemia. A 36 de ellas se le siguió de cerca su mirada con una cámara especial mientras leían narraciones de Julio Cortázar, Osvaldo Soriano o Charles Darwin en el Laboratorio de Inteligencia Artificial Aplicada de Exactas UBA. Un primer plano ocular estudiado a fondo para desnudar cómo leemos. “El ojo se va moviendo entre palabras. De pronto se frena sobre una, está un ratito y salta a otra, o vuelve a la anterior. El tiempo que está sobre cada una depende de cuán difícil sea de procesar”, describe, y enseguida señala: “Si el texto contiene términos frecuentes, habituales, que escuchamos y hablamos continuamente, se procesan más rápido y, por lo tanto, se leen más rápido. O sea, tiene efecto sobre la velocidad de la lectura”.
Los mismos ocho textos de casi 3 mil palabras fueron cargados en una página de Internet, en un experimento web y unas 2.500 lectoras y lectores debían completar espacios vacíos en distintas partes de los cuentos. “Les pedimos que pusieran cuál era la palabra que esperaban encontrar ahí. Fue una encuesta masiva, muy difícil de hacer. Por eso, no se suele realizar con textos largos y no se había hecho, hasta ahora, ninguna en español”, remarca.
Original y diferente, este experimento no terminaba en descifrar, en cada caso, cuántas personas habían acertado la palabra que Cortázar o Soriano habían escrito en sus cuentos, sino que esta misma prueba fue realizada artificialmente. Esta vez, la lectora de los cuentos y quien debía completar la frase era la computadora.
¿Cómo lo hacemos?
La idea última del experimento era poner a prueba determinados programas informáticos y los algoritmos usados para buscar las relaciones entre las palabras con el fin de modelar computacionalmente este mecanismo.
“Apuntamos a una métrica computacional de cuán predecible es una palabra; este es otro de los objetivos novedosos de este trabajo”, afirma Bianchi, al tiempo que no deja de resaltar los avances en el mundo en este campo. “Año tras año -observa- los editores como los usados en WhatsApp son más precisos. Cada día se logran programas con textos que parecen venir de una persona y, en realidad, son generados por una computadora”.
Pero aún falta unir varias piezas de este rompecabezas. “Nos encontramos con que estos programas están diseñados por la computación, con el objetivo de responder a ciertas tareas lingüísticas. Pero -plantea- no necesariamente se corresponde con lo que pasa en nuestro cerebro, según los conocimientos de las neurociencias”.
El motor último de esta búsqueda es hallar cómo las personas hacemos lo que hacemos. “Nos interesa mucho encontrar algún algoritmo del cual podamos extraer cuáles son las cosas que usamos los humanos para predecir palabras”, anticipa.
Pero Bianchi es más ambicioso aún, y apunta a algo más amplio. Es que el cerebro no sólo busca anticiparse en las palabras sino, también, en diferentes ámbitos de la vida cotidiana, como moverse en coche sin colisionar con otros en el intento. “Es muy probable que los mecanismos involucrados en el procesamiento de palabras, o prever si otro auto me chocará o no, sean los mismos. Porque la cantidad de cosas que puede hacer el cerebro no son infinitas, y hay que reutilizar mecanismos”, sugiere.
En este camino, Bianchi no deja de maravillarse, una y otra vez. “Como biólogo, me importa entender la máquina más potente que conocemos: el cerebro. Predecimos de modo súper automático, ni nos damos cuenta siquiera y, además, lo hacemos muy bien. A pesar de que hace años tratamos de descifrarlo, nos cuesta muchísimo”, concluye.
La inesperada
Nunca falta esa palabra inesperada con la cual al autor o autora le encanta jugar para sorprender y poner de cabeza a quien lee. “Cuando aparece una palabra que no esperabas, tu cerebro trabaja más. Lo hemos medido con encefalogramas, donde observamos que tiene efectos sobre la electricidad que genera el cerebro. Parecería estar asociado a un mayor procesamiento”, comenta Bruno Bianchi sobre otros estudios realizados en la temática.