Pocas chicas tecno
El auditorio del edificio Cero + Infinito de Ciudad Universitaria era casi una muestra de lo que ocurre a diario en esas disciplinas con la participación femenina. Una mayoría de varones se dieron cita para escuchar el panel de mujeres en robótica y tecnología, que abordó la necesidad de acortar la brecha de género en estas áreas.
El aula Estela Barnes de Carlotto del Cero + Infinito estaba colmada de varones, las mujeres se podían contar con los dedos de la mano. Un público poco habitual para las especialistas Paula Coto, Laura Cecchi y Florencia Grosso, a cargo del panel de género de las Jornadas Argentinas de Robótica. Ellas suelen exponer ante audiencias mayoritariamente femeninas sobre la necesidad de acortar la brecha que se vive en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática (STEM en inglés), disciplinas con un gran presente, que no se logra aprovechar.
“El 20 por ciento de las exportaciones que realiza la Argentina son de áreas de servicios basadas en conocimientos de estos sectores”. “Crean empleo un 30% más rápido que otras áreas”. “Las remuneraciones son un 60% mayores de la media”. “Faltan profesionales para cubrir las vacantes”. Los datos son expresados por Coto, directora de Chicas en Tecnología, una organización sin fines de lucro que busca reducir la brecha de género en estas temáticas tanto en Argentina como en América Latina.
A la hora de elegir una carrera, la mitad de las alumnas universitarias, que ocupan casi el 60 por ciento de los bancos de las facultades públicas y privadas de todo el país, optan por administración, derecho, salud y servicios sociales. Ellas no suelen seguir en gran número carreras con salidas tecnológicas. En tanto, los varones, lo hacen un poco más. “Un 20% de quienes estudian en la universidad, cursan carreras STEM. Si vemos, quienes de estas personas son mujeres, encontramos un 35%; y si vamos a ver aquellas carreras que están relacionadas a la programación sólo el 17% lo son”, agrega Coto, socióloga y directora de la investigación “Una carrera desigual: la brecha de género en el sistema universitario de Argentina”.
Cuando se creó la carrera de computación en la UBA, en la década del 60, la participación femenina era de casi el 70% ¿Qué pasó después?
El caso de computación en la Universidad de Buenos Aires llama la atención. En su tipo “fue la primera carrera que tuvo la Argentina. En la década del 60 cuando fue el lanzamiento, la participación femenina era de casi el 70%”, historia, y a continuación agrega: “A medida que se empezó a entender para qué servía y el rédito económico que podía tener detrás, se empezaron a hacer fuertes campañas de que la tecnología era algo de hombres”. Un ejemplo que trae sobre esta situación es que “las imágenes de los primeros dispositivos de los juegos Atari eran todos del padre y el niño jugando”, menciona. Y acompaña un gráfico donde se muestra que, en 2014, las chicas alcanzaron a ser solo al 11% del alumnado de esta carrera pionera.
De niñas y adultas
“La matemática es difícil”. “No importa si no entendés, no pasa nada”. Son algunas frases que suelen decirse a las niñas, señala Coto, magister en Educación. La manera en que acompañamos en los primeros años de la infancia va dejando huellas, según diversos estudios. Uno de ellos, acerca de qué buscan los padres en Google sobre sus hijos, muestra que para los varones se indaga si son superdotados y, para las mujeres, si son gordas o feas. “Un 20% de los docentes del último año de primaria dice que la matemática es más fácil para los niños”, indica.
Por distintos indicadores, a ella no le extraña un informe de la UNESCO de 2019 que señala que casi el 90% de las jóvenes de 10 años dice no ser buena en matemática.
“Estos mensajes generan un efecto dominó al momento de decidir vocaciones”, marca, y ejemplifica: “Cuando se les pregunta a las adolescentes de 15 años, qué quieren seguir estudiando, solo el 0,5% de las jóvenes dice querer convertirse en profesional en ciencia y tecnología”. ¿Otros motivos? Falta de conocimiento de qué tratan estas áreas, no conocer a ninguna mujer que trabaja en ellas, y esto dificulta a las chicas poder proyectarse.
Coto no solo se detiene en los primeros años de las mujeres, sino en otro momento clave: ¿Qué pasa con aquellas que se graduaron en estas disciplinas? ¿Logran permanecer en ellas? ¿Qué lugar ocupan en la actualidad? “El 30% de las personas que trabajan en el sector son mujeres”, precisa Coto. Y siguen enfrentando brechas salariales y topándose con el techo de cristal: “Las mujeres en promedio ganan un 30% menos para igual formación que los varones, y solo el 20% de las mujeres acceden a una posición de liderazgo”, marca.
Cuando se les pregunta a las adolescentes de 15 años, qué quieren seguir estudiando, solo el 0,5% de las jóvenes dice querer convertirse en profesional en ciencia y tecnología.
Frente a este escaso reconocimiento y a otras dificultades, no es raro que las profesionales hagan una reconversión de sus carreras. “El 56% de las técnicas y 39% de las ingenieras cambian de trabajo o dejan de ejercer la carrera”, señala un estudio de 2010.
Un camino largo, sinuoso, plagado de obstáculos que se busca allanar con campañas de sensibilización sobre esta problemática, motivando “a las jóvenes en este tipo de carreras para que puedan interesarse desde edades tempranas; fortalecer articulaciones entre la escolaridad formal obligatoria, las universidades y el mercado laboral “, señala Coto entre las recomendaciones a realizar.
No amplificar los sesgos
El cuadro de situación es inquietante, y como señala Cecchi, investigadora de la Facultad de Informática de la Universidad Nacional del Comahue, “todos estos problemas que hemos planteado y que existen en nuestra sociedad se reflejan en los datos. Los modelos que construyamos a partir de estos datos reflejarán, reforzarán y amplificarán estos sesgos”.
Desde la tecnología, a la hora de seleccionar los datos, Cecchi propone plantearse: ¿Son representativos? ¿Están todos los grupos representados? ¿Es una muestra correcta de toda la población?, entre otras cuestiones. Además de auditar los sistemas, alfabetizar en el uso de estas aplicaciones y evitar que los sistemas de inteligencia artificial tomen las decisiones como marcan muchas de las regulaciones actuales en la materia.
Entre las debilidades en el sector, Cecchi, directora del Grupo de Investigación en Lenguaje de Inteligencia Artificial de la Universidad Nacional del Comahue, observa trayectos de la educación obligatoria que aún no incluyen robótica o ciencias de computación y material educativo sin controlar si contienen estereotipos de género. “Argentina, en el diseño curricular en el nivel primario no tiene un espacio específico para informática, menos para robótica”, remarca. Si bien en la secundaria esta situación cambia, “hay estudios que demuestran que frente a situaciones donde los chicos deben desarrollar algún trabajo, normalmente a las mujeres les dan la parte artística y a los hombres programas. Entonces, ahí ya empezamos a ver algunas brechas”.
Los desafíos a futuro son a su criterio: despertar vocaciones en niñas y adolescentes en estas temáticas, conformar equipos multidisciplinarios y heterogéneos para el análisis, detección y prevención de los sesgos, representación de mujeres en la toma de decisión e ir hacia inteligencia aumentada que contribuya al bien social.
Era una de las pocas que había en la carrera, tanto que ni siquiera en ese piso de la facultad donde cursaba había baño para mujeres.
¿Una última reflexión? “Desprogramarnos como sociedad de esos estereotipos arbitrarios. Les propongo como un desafío final que un pequeño cambio en tu contexto, es un punto de inicio”, concluye.
Que lo responda la chica
“¿Querida por qué no estudias otra cosa?”, le decía su madre desde Florentino Ameghino en la Provincia de Buenos Aires, cuando optó por ingeniería electrónica en la Universidad de Buenos Aires hace algo más de una década. Ella no dudó, le encanta resolver problemas, y hacia eso se orientó. Era una de las pocas que había en la carrera, tanto que ni siquiera en ese piso de la facultad donde cursaba había baño para mujeres. “Había cursos en que estaba sola. Y ante una pregunta decían, ‘que lo responda la chica’. Después de un tiempo, te planteás: ¿por qué siempre yo?”, recuerda Grosso.
Jamás pensó que de ingeniera electrónica recibida en plena pandemia iría a China a dar una charla de robótica, ni a trabajar como manager técnica y líder de proyectos de una compañía fundada en la Argentina, Ekumen, desde donde se da vida a robots de servicios e industriales para Estados Unidos y Europa.
Cuando Grosso llegó en 2017 a esa empresa eran sólo dos mujeres, ahora “somos un poco más y empezamos a ser un equipo más diverso también”. Desde el primer momento buscó soluciones. “Cuando arranqué en robótica empecé a buscar conexión con otras mujeres”, recuerda y agrega: “Comencé a ver que en Estados Unidos había una comunidad más armada”. En ese país del total de la población en ingeniería robótica, el 7% son mujeres.
Y en su recorrida, conoció a creadoras de empresas, y líderes destacadas en el mundo. “Esto incentiva a decir: ‘Hay lugar para seguir avanzando’”. No solo ocupan lugares destacados, sino que muchas de ellas “van fomentando a que otras se sumen en robótica”, señala.
Asimismo, Grosso destacó la importancia de la comunidad porque dan soporte, mentoría y oportunidades a quienes buscan ser parte de la robótica y automatización; dan voz y visibilizan a las mujeres en los distintos roles, tanto en la industria como en la academia; entienden que la diversidad requiere del esfuerzo de la comunidad en general, por lo que motivan esa colaboración y apuntan a “mapear ese espacio desconocido para quienes vienen navegando atrás”.
Women in Robotics (WIR) es una de estas redes que promueven estas actividades a la que Grosso, le gustaría sumar el capítulo de la Argentina entre los países del mundo que participan. WIR elabora una lista anual de las “50 mujeres en robótica sobre las que tienes que conocer” en la cual durante los últimos cinco años hubo al menos tres argentinas destacadas: Marcela Riccillo, Belén Torres y ella.
Por último, Grosso concluye con palabras de Andra Keay, fundadora de WIR: “No podemos pensar en construir robots destinados a toda la población, si solamente el 50% de la misma es quien tiene oportunidad de crearlos. Necesitamos miradas distintas en toda la cadena de producción”.