Sistemas de información sobre biodiversidad

Los archivos de la vida

Porque no puede protegerse lo que no se conoce, la conservación de la diversidad biológica depende del acceso fácil y oportuno a información relevante y de calidad acerca de los millones de especies que pueblan nuestro planeta. La reticencia de los investigadores a aportar sus datos es el mayor problema.

14 Dic 2008 POR

Foto: Tomo.yun

El número de especies que viven en la Tierra es enorme y desconocido. Una medida de esa ignorancia es que las estimaciones de los expertos acerca de cuál es la cantidad total oscilan entre los cinco y los treinta millones.

“Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas” escribía en 1755 Carlos Linneo, el botánico sueco que sentó las bases de la moderna clasificación de los seres vivos y que, también, propuso el sistema binomial (de dos nombres) para designar a cada especie. La nomenclatura “linneana” logró evitar la imprecisión de los motes populares y dio lugar al -más preciso- “nombre científico” de los seres vivos. Por ejemplo, a lo que llamamos perro, los franceses le dicen chien, los ingleses dog, los portugueses cao o cachorro. Pero todos los biólogos del mundo saben que se está hablando del Canis familiaris, y que eso significa también que el perro pertenece al género Canis, lo que lo convierte en pariente próximo del lobo (Canis lupus), del coyote (Canis latrans) o del chacal (Canis aureus). Es decir, la nomenclatura binomial linneana es, al igual que nuestros apellidos, una forma de indicar parentesco.

Por otro lado, todos los estudios indican que la biodiversidad se está perdiendo a un ritmo sin precedentes, y tomar decisiones adecuadas para combatir esta amenaza al equilibrio de nuestro hábitat requiere de un conocimiento acabado de los seres vivos que lo integran.

En este contexto, no sería descabellado imaginar a los biólogos de todos los rincones del planeta hermanados en un esfuerzo mancomunado para tratar de completar el “álbum” de las especies. Sin embargo, la tarea es llevada a cabo de manera anárquica y los resultados de las investigaciones se comparten poco o nada. Además, la información disponible se encuentra dispersa en decenas de bases de datos.

Figuritas difíciles

Encontrar un ejemplar a simple vista desconocido no es suficiente para decir que se está en presencia de una nueva especie. Para lograr el reconocimiento de que se ha descubierto un espécimen novedoso hay que completar una serie de pasos: se deben tomar muestras y/o fotografías, llevarlas a un museo, examinarlas meticulosamente y compararlas con otros ejemplares similares conocidos. Entonces, si todavía se considera que se está ante un animal, vegetal o microorganismo nuevo, se le pone un nombre formal y se escribe un trabajo científico en el que se describen minuciosamente las características y particularidades de ese ser vivo. Luego, ese paper se envía a una revista especializada que lo somete a una revisión por especialistas. Sólo cuando esos expertos confirman que verdaderamente se ha encontrado una especie nueva, el trabajo es publicado y dado a conocer a toda la comunidad científica.

Pero ese conocimiento por sí sólo no es suficiente para poner en práctica la gestión de la biodiversidad. Se requiere, además, un enorme esfuerzo de investigación para estudiar la distribución de ese organismo y sus relaciones con otras especies conocidas y con el ambiente físico.

Afortunadamente, las tecnologías de la información y la comunicación permiten hoy integrar todo ese saber en bases de datos donde pueden interrelacionarse imágenes de alta definición, secuencias genéticas, códigos de barras y cuantiosa documentación científica del ejemplar con mapas que incluyen variables tales como posicionamiento geográfico de la especie, niveles de humedad y temperatura o grado de exposición a la luz solar, entre otras. Sin embargo, y a pesar de la gran energía que requiere obtener todo ese conocimiento, la información está esparcida en diferentes bases de datos de distintas instituciones. De esta manera, para reunir el saber existente acerca de un organismo determinado, generalmente hay que efectuar un tour a través de numerosos sitios de la web.

Álbum familiar

La diversidad de sistemas de información sobre biodiversidad no responde a limitaciones tecnológicas sino, más bien, a asuntos humanos. Se discute sobre la propiedad de los datos, se batalla a favor o en contra de modelos de organización, se rivaliza respecto de quién posee más registros o se compite por demostrar quién brinda mejores prestaciones. No obstante, algunos finalmente llegan a ponerse de acuerdo: “Tenemos al menos siete bases de datos que comparten una plataforma común, de modo tal que cuando uno hace una búsqueda recupera datos de todas las bases, aunque el portal por donde entre sea una de ellas”, consigna la doctora Mirtha Lewis, investigadora del Conicet y responsable del nodo argentino de OBIS, una base de datos globalizada sobre biodiversidad marina.

“Parece que fuéramos muchos tratando de hacer lo mismo, pero la superposición es menor de lo que parece”, sostiene el doctor Martín Ramírez, investigador del Conicet y administrador del nodo argentino de GBIF, otra base de datos globalizada sobre biodiversidad.

¿Esa superposición no puede dar lugar a que una misma especie se registre dos veces con nombres diferentes? “Eso seguramente ocurre”, responde Ramírez.

Por su parte, el ecuatoriano Arturo Mora, de la UICN, una organización que sostiene las denominadas Listas Rojas, una base de datos de especies amenazadas, se lamenta: “Hay tan pocos recursos que no podemos darnos el lujo de gastarlos en esfuerzos que ya están siendo implementados”. Sin embargo, con ánimo conciliador, Mora agrega: “Consideramos una oportunidad el interés que tienen muchas organizaciones en desarrollar bases de datos, porque la información se aplica a procesos e iniciativas de conservación”.

Preocupado por elaborar una Lista Roja de plantas argentinas amenazadas, el doctor Carlos Villamil, representante de UICN enla Argentina, explica: “Nosotros no queremos separarnos. No es que neguemos a los otros sistemas, sino que no queremos involucrarnos en temas específicos que nos distraerían de nuestro objetivo”.

La figu es mía

Más allá de sus diferencias, uno de los mayores inconvenientes que enfrentan los sistemas de información sobre biodiversidad es la reticencia de los científicos a aportar datos de los especímenes descubiertos a estos sistemas de acceso abierto. “No es que haya poca información, hay mucha, pero no está puesta a disposición”, indica Lewis, y da una idea de la magnitud del problema: “Con los datos que hay en poder de los investigadores podríamos triplicar los registros que tenemos, sin necesidad de nueva investigación”.

Según Lewis, hace falta que las instituciones del sistema científico que evalúan los antecedentes académicos de los investigadores reconozcan esos aportes: “Ya hay organismos internacionales que condicionan el otorgamiento de fondos al compromiso del investigador de aportar los datos a sistemas de acceso abierto”, comenta.

Pero la reserva de los biólogos para brindar información está relacionada con el temor a que la comunidad científica cuestione alguno de sus datos. Este recelo tiene su origen en lo que se ha denominado “impedimento taxonómico”, un problema debido a la escasez de expertos en taxonomía, la disciplina que se ocupa de clasificar los organismos. Ese vacío en el conocimiento obstaculiza o imposibilita la labor necesaria para la identificación de muchas especies. “Nosotros pedimos a los investigadores que, al menos, aporten los datos que están en los trabajos que ya publicaron”, reclama Lewis.

Más contundente, Villamil plantea opciones: “Si esperamos a que los taxónomos resuelvan la problemática de la clasificación de todos los organismos que hay sobrela Tierra, puede suceder que, cuando eso ocurra, muchas especies se hayan extinguido sin que hayamos hecho nada para protegerlas. En ese caso, obviamente, los taxónomos van a ser una nueva especie extinguida”, ironiza, y propone: “Alternativamente, podemos tener una actitud un poco más activa, aun corriendo el riesgo de que estemos haciendo las cosas de manera no muy perfecta”.

Desde un lugar más optimista, Ramírez sostiene que, “en los últimos años, se viene generando un volumen cada vez mayor de datos digitales y está creciendo la postura de compartir datos y recursos, cosa que no ocurría antes”.

¿Colección con futuro?

El manejo de la biodiversidad depende, en gran parte, de la comprensión de la taxonomía; porque, si bien la identificación de los grandes animales puede ser fácil, estos representan menos del 3% de todos los seres vivos. El resto -insectos, plantas, hongos y microorganismos- requiere de la habilidad de los expertos para ser correctamente clasificados y nombrados. Los gobiernos, a través del Convenio sobrela Diversidad Biológica, han reconocido la existencia de este “impedimento taxonómico” para el manejo apropiado de la biodiversidad y han desarrollado un programa -la Iniciativa TaxonómicaGlobal- para eliminar o reducir ese impedimento.

Pero, aunque se sorteara ese obstáculo, si los biólogos no aportan los resultados de sus investigaciones a los sistemas de información, el conocimiento acerca de la biodiversidad seguiría siendo pobre. Según Mirtha Lewis, para que las herramientas informáticas sean sustentables también es necesaria la integración de estas iniciativas y la formación de recursos humanos. En este sentido, Martín Ramírez opina que “esto es tan reciente que en las materias de grado de la universidad no hay siquiera una formación informática básica, por lo que se hace cuesta arriba para cualquier biólogo”.

Con respecto al futuro de los sistemas de información sobre biodiversidad, Ramírez plantea que “el problema es cultural”, y explica: “Hay que lograr que la comunidad científica se ponga de acuerdo en estándares universales y que, además, los use”.

 

Dios es argentino

Según datos aportados por el doctor Carlos Villamil, el 12% de las plantas del mundo están amenazadas por la extinción mientras que, enla Argentina, sólo corre peligro el 0,7%. Esta situación paradisíaca no es el resultado de una política de Estado, ni de la conciencia ambiental de quienes habitamos este suelo: “Es porquela Argentinano dispone de un listado de plantas amenazadas a nivel nacional”, aclara el experto.

El problema de la falta de registros no es nuevo en nuestro país pero, en este caso, la explicación de por qué los vegetales vernáculos gozan de tan buena salud viene de la mano de los exigentes criterios que fijala Unión Internacionalparala Conservacióndela Naturaleza(UICN) para decretar que una especie está en riesgo de extinción. “No es posible, por el momento, elaborar una Lista Roja de las plantas argentinas aplicando los criterios más avanzados, porque no tenemos los datos que nos piden”, admite Villamil.

“Los criterios internacionales no reflejan las necesidades locales, y uno de los problemas que trae esto es que, si sólo seguimos esos criterios, muchas especies que habría que conservar no estarían incluidas”, observa la doctora Alejandra Volpedo, del Departamento de Biodiversidad dela Facultadde Ciencias Exactas y Naturales dela Universidadde Buenos Aires.

“La ventaja de utilizar los criterios de las Listas Rojas dela UICNes que nos permiten hablar un mismo idioma acerca del estado de amenaza de una especie”, se defiende Arturo Mora, de UICN.

“Tenemos que empezar a usar nuestros propios criterios, porque los ecosistemas no hablan todos el mismo idioma. Las tecnologías sí pueden ser globales, pero las prioridades tienen que ser biodiversas”, responde Volpedo