La sangre importa
Por primera vez, un equipo de investigación demostró que el coronavirus invade el organismo viajando en el interior de los glóbulos rojos. El grupo hemo de la hemoglobina sería el facilitador y la cloroquina el fármaco capaz de impedirlo. El hallazgo aporta evidencia a la idea de que el COVID-19 es una enfermedad sistémica, antes que respiratoria.
Al principio, cuando nadie sabía nada, aplicábamos desinfectante a todo lo que se nos cruzaba por el camino y nos quitábamos el calzado ni bien entrábamos a casa.
Después, a medida que la pandemia avanzaba, nos enteramos de que es un virus que se transmite entre las personas y que la transmisión es, principalmente, por medio de gotitas o aerosoles expulsados por un individuo infectado a través de la boca o la nariz, sea al toser, estornudar, hablar, cantar o, simplemente, respirar. A su vez, los síntomas de quienes se infectaban –cuando se presentaban- se parecían a los de la gripe. De ahí que, en aquellos tiempos de gran ignorancia, se considerara al COVID-19 como una enfermedad respiratoria.
Pero, pasaron los meses y empezó a verse que el virus no solo afecta a los pulmones. También, se encontró que provoca problemas cardíacos, renales e, incluso, cerebrales.
Por un estudio de finales de 2022, que analizó 44 autopsias de pacientes que fallecieron por COVID-19, hoy se sabe que el SARS-CoV-2 (el coronavirus que causó la pandemia de 2020) puede encontrarse en –prácticamente- todos los órganos y tejidos del cuerpo. De hecho, se comprobó que puede persistir en distintos lugares del organismo durante mucho tiempo, fenómeno que se ha asociado con el denominado COVID largo o prolongado (una condición que puede persistir semanas o meses luego de la infección y que ha sido relacionada con más de 200 síntomas que pueden impactar en multiplicidad de órganos).
El equipo encontró virus en los pulmones, en el cerebro, en el páncreas, en el hígado, en el bazo, en los músculos, en el corazón y en los riñones.
En definitiva, con los años, se vienen acumulando pruebas de que el COVID-19 no es una simple infección respiratoria sino, más bien, una enfermedad sistémica, es decir, que afecta a todo el cuerpo.
Ahora, un trabajo que acaba de publicarse en la revista científica Cell Death and Disease no solo suma evidencia de que el coronavirus provoca una enfermedad sistémica sino que, además, postula un mecanismo a través del cual el virus viajaría por el cuerpo y, también, un cambio de paradigma en el enfoque del tratamiento del COVID-19. El estudio lleva en el título la frase Blood matters (La sangre importa).
“El COVID podría ser pensado como una enfermedad hematológica”, sostiene Geraldine Gueron, investigadora del CONICET en el Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (IQUIBICEN) y directora del estudio.
Con la sangre en el ojo
Corría el año 2021 y la pandemia seguía asolando el mundo. “Por ese entonces, leo un trabajo científico que tenía datos clínicos de 70 mil pacientes de Estados Unidos con COVID y no había un solo síntoma que no estuviera en la lista”, recuerda Gueron. “Ya entonces, se caía de maduro, esto es una enfermedad que afecta a todo el cuerpo”.
Se propusieron demostrarlo. Pero las medidas restrictivas debidas a la pandemia demoraron los experimentos. Finalmente, consiguieron hacerlos en Uruguay. Trabajaron con ratones. Los infectaron con un coronavirus casi idéntico al SARS-CoV-2.
Las imágenes muestran partículas virales pegadas a la superficie de los glóbulos rojos y, también, en el interior de los glóbulos rojos.
“Encontramos virus en los pulmones, en el cerebro, en el páncreas, en el hígado, en el bazo, en los músculos, en el corazón y en los riñones. Nuestra hipótesis era cierta. Teníamos todo para hacer la publicación pero, en ese momento, sale el paper en la revista Nature con las 44 autopsias de pacientes en el que demuestran que hay reservorio viral en todos los órganos que te estoy diciendo”.
El hallazgo que habían hecho en los ratones había quedado relegado por el estudio publicado en Nature. Pero no se amedrentaron.
La sangre es el vehículo
Gueron dirige el Laboratorio de Inflamación y Cáncer (LIC) del IQUIBICEN. Allí, trabajan desde hace años estudiando el cáncer de próstata. Una de las líneas de investigación del LIC experimenta con la hemina -una droga aprobada hace varios años para usar en los seres humanos como medicamento- porque tendría un efecto benéfico en el tumor prostático. La hemina es un fármaco análogo al grupo hemo que forma parte de la hemoglobina. La hemoglobina está en el interior de los glóbulos rojos y su función es transportar el oxígeno a los tejidos.
“Nosotros demostramos que la hemina tiene un rol antiinflamatorio en cáncer y, también, que puede inducir a otra molécula que tiene un fuerte poder antiinflamatorio y antioxidante en muchas patologías y en virología también”.
Fue así como decidieron probar el efecto de la hemina sobre los ratones infectados con el coronavirus. El resultado fue inesperado: “A la semana, los animales se nos murieron”. No obstante, ese imprevisto fue lo que permitió llegar a un hallazgo también inesperado.
“Todos nuestros experimentos confirman la hipótesis de que el coronavirus invade el organismo utilizando a los glóbulos rojos como vehículo”.
“Históricamente, en los experimentos que habíamos hecho con la hemina los ratones no se morían. Por lo tanto, debía ser la hemina con el virus lo que había provocado ese resultado”.
Buscando una explicación para lo que había sucedido, surgió una hipótesis: “Si la hemina es un análogo del grupo hemo, ¿puede ser que el virus tenga afinidad por la hemoglobina de la sangre y que, entonces, la use para diseminarse por el organismo?”
Para probar la idea, volvieron a hacer el experimento. Pero, esta vez, a los ratones infectados con el virus, además de hemina, les dieron cloroquina, un medicamento que se usa para el tratamiento de la malaria y que, se sabe, interacciona con el hemo. Por lo tanto, se esperaba que la cloroquina “secuestre” a la hemina impidiendo que el virus se una a ella. “Los experimentos mostraron que, efectivamente, la cloroquina mantiene a los animales con vida”, consigna Gueron.
Este resultado indicaba que era altamente probable que la hemina/el hemo ayudaran al virus en su viaje hacia los órganos. Por eso, analizaron la sangre: “Encontramos virus con capacidad infectiva tanto en los glóbulos rojos como en el plasma, pero sobre todo en los glóbulos rojos. Esto no se había hallado antes”, revela la investigadora.
Finalmente, quisieron comprobar con sus propios ojos la hipótesis de que el virus viaja en los glóbulos rojos. Para eso, recurrieron a la microscopía electrónica: “Las imágenes muestran partículas virales pegadas a la superficie de los glóbulos rojos y, también, en el interior de los glóbulos rojos”, cuenta Gueron.
El paper publicado en Cell Death and Disease es rico en experimentos. Entre ellos, un ensayo que demuestra que el SARS-CoV-2 efectivamente se une a la hemina a través de la proteína Spike del virus. En esta línea, también hay una simulación computacional que muestra el sitio exacto por donde podrían unirse.
“Todos nuestros experimentos confirman la hipótesis de que el coronavirus invade el organismo utilizando a los glóbulos rojos como vehículo”, subraya la investigadora.