El cuerpo que nos toca
Cuando nos movemos, nuestros músculos tocan los receptores de la piel. Pero no lo sentimos. Trabajando con un modelo animal, un equipo de investigadoras e investigadores argentinos describió el mecanismo por el cual el sistema nervioso evita que confundamos los efectos sensoriales de nuestro movimiento con un estímulo externo.
Tengo un café servido. Extiendo mi brazo para alcanzarlo. Cierro mi mano para agarrar la taza; la levanto y la acerco a mi boca. Para realizar ese procedimiento “insignificante”, casi inconsciente, moví un montón de músculos del brazo, de la mano y de los dedos; pero, también, los que me hicieron girar la cabeza y el cuello para mirar la taza y, probablemente, algunas fibras musculares de la cintura, de las piernas y de algunas otras partes del cuerpo que acompañaron esa acción.
Durante ese movimiento, los músculos se contrajeron y se relajaron y, en ese desplazamiento, rozaron receptores muy sensibles que están por debajo de la piel: los que nos hacen percibir cualquier contacto mínimo con otro cuerpo, sea este un objeto inanimado o un ser vivo. Pero, no obstante la extrema sensibilidad de esos receptores, los roces musculares interiores nos pasan desapercibidos. Por suerte.
Imaginemos cómo sería nuestra vida si cuando salimos a caminar sintiéramos al mismo tiempo que nos están tocando los pies, los tobillos, las pantorrillas, las rodillas, los muslos y todas las otras partes del cuerpo que se mueven durante la marcha.
Más allá del probable displacer, al que quizás podríamos acostumbrarnos, el problema -el riesgo- es que confundiríamos las señales externas con las internas. Y eso, en asuntos que tienen que ver con la supervivencia, puede ser peligroso.
En el Laboratorio de Redes Neuronales (LRN) del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE, UBA-CONICET), buscan comprender en profundidad el mecanismo a través del cual el sistema nervioso nos evita padecer esa confusión.
Ahora, acaban de publicar un trabajo científico en el Journal of Neuroscience, donde avanzan en la descripción de ese mecanismo. El estudio lleva la firma de Ignacio Alonso, Agustín Sanchez Merlinsky y Lidia Szczupak.
No sientas que te toco
En el LRN utilizan como sistema de estudio a la sanguijuela: “Es un animal que tiene varias ventajas experimentales. Entre ellas, que tiene un sistema nervioso relativamente simple en el cual las neuronas pueden ser identificadas y estudiadas con relativa facilidad. Además, sus neuronas son muy grandes -miden unas diez milésimas de milímetro- lo que nos permite conectarles electrodos y medir directamente la actividad eléctrica neuronal”, ilustra Lidia Szczupak, directora del LRN y profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Para efectuar los experimentos publicados, el grupo de investigación extrajo el sistema nervioso de la sanguijuela y estimuló la actividad de las neuronas motoras, que son las que le dicen al músculo cuándo moverse.
“Lo que encontramos en este sistema es que, al mismo tiempo que el sistema nervioso produce el movimiento a través de las neuronas motoras, hay una señal que va al sistema sensorial y lo inhibe de percibir cualquier señal externa”, revela Szczupak.
La investigadora explica que, para desplazarse, la sanguijuela contrae y elonga su cuerpo: “Descubrimos que este fenómeno de inhibición sensorial ocurre solamente en la fase de contracción, que es justamente el momento en el que el movimiento muscular provocaría la sensación de tacto”.
Para la sanguijuela, la piel es un órgano sensorial muy importante porque la alerta sobre los peligros del ambiente. Podría pensarse entonces que, aun cuando solamente ocurre durante la fase de contracción, esa inhibición sensorial la dejaría indefensa mientras ejecuta ese movimiento.
“Hay cierto riesgo de que, en esa fase, el animal no perciba un pequeño y leve toque que significaría peligro, pero en realidad está acotado en el tiempo y, además, tiene otras dos familias de neuronas que la protegen”, señala Szczupak, y aclara: “La percepción del tacto tiene tres tipos de neuronas: las que perciben si algo ejerce una presión significativa sobre la piel, las que procesan estímulos de dolor, y las que perciben el tacto leve. En nuestro trabajo demostramos que las únicas que se inhiben son estas últimas, que son, precisamente, las únicas que procesan las señales del movimiento de los músculos”.
En definitiva, el trabajo publicado revela que los circuitos neuronales que controlan el movimiento disponen de un mecanismo muy específico dirigido a que el sistema sensorial “filtre” la información que pueda confundirlo.
Visiblemente entusiasmada con su tema de trabajo, Szczupak resalta: “Es muy interesante comprobar que, además de organizar la complejidad que significa mover todo un organismo, el sistema nervioso le avisa a las neuronas precisas en el momento preciso que deben ignorar un bombardeo de señales que podrían hacer peligrar la vida de ese organismo”.