
Dejó los dedos marcados
Un trabajo de un grupo de estudios paleobiológicos logró descifrar una serie de enigmáticas huellas fósiles dejadas en La Rioja por pequeños mamíferos del Mioceno. Entre ellas, las de una antigua especie de armadillo, una rareza para esta disciplina que investiga las marcas producidas por organismos vivos en rocas y sedimentos.
Las últimas estribaciones de la Sierra de los Colorados son el hogar de una fauna de gran diversidad, que incluye especies tan dispares como el cóndor andino y la vizcacha, el ñandú petiso y la taruca. Pero inscriptas en las rocas, grabadas en los sedimentos de esa árida región, se conservan las huellas de una fauna mucho más heterogénea, cuya riqueza se mide en millones de años y que constituyen el objeto de estudio de los icnólogos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
El grupo de estudios que lidera Verónica Krapovickas, investigadora del Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber” (IDEAN, UBA- CONICET), lleva más de 15 años descifrando rastros de antiguos tetrápodos en el departamento Vinchina, en la provincia de La Rioja. No sólo identifican a los “productores” de esas huellas. También procuran reconstruir las características del paleoambiente por el que caminaban esas especies ya extintas.
“La formación Vinchina es una unidad estratigráfica, un conjunto de rocas depositadas en secuencia en el Neógeno, entre 9 y 15 millones de años atrás –explica Krapovickas–. Hablamos del Cenozoico, ya sin dinosaurios. El Néogeno se divide en dos épocas: Mioceno y Plioceno. Vinchina pertenece al Mioceno Medio y Tardío, cuando proliferan los mamíferos, aunque todavía no alcanzan los tamaños máximos del Pleistoceno”.
Del numeroso inventario de pisadas remotas estampadas en Vinchina, las huellas de cuatro pequeños mamíferos neógenos se negaban a revelar la identidad de sus dueños.
La relevancia de los depósitos neógenos del Noroeste argentino se debe a que albergan registros icnológicos de vertebrados que se desarrollaron en un contexto de aislamiento continental. “Sudamérica estaba efectivamente aislada, separada de Norteamérica y de África, en un continente isla con una fauna endémica nativa. Al terminar el Mioceno, ya en el Plioceno, el norte y el sur se comunican y se produce el llamado Gran Intercambio Biótico Americano: los mamíferos placentarios ingresan a Sudamérica y los mamíferos nativos sudamericanos, a Norteamérica. Pero Vinchina se da justo antes, por eso es una fauna única, en la que la mayoría de los elementos comunes de la fauna actual no están presentes”.
El grupo de Estudios Paleobiológicos en Ambientes Continentales realiza campañas en Vinchina desde 2007, en un trabajo al que se fueron sumando geológos y paleontólogos, tesistas de licenciatura y becarios doctorales, convocados por la riqueza de un yacimiento donde estaban, entre otros rastros, las famosas “manitos” de Vinchina, descubiertas hace un siglo, y que los lugareños llegaron a atribuir a misteriosos seres antropomorfos. Krapovickas les puso nombre: Tacheria troyana, las huellas de un roedor gigante que vivió allí hace 15 millones de años.
Del numeroso inventario de pisadas remotas estampadas en Vinchina, las huellas de cuatro pequeños mamíferos neógenos se negaban a revelar la identidad de sus dueños. Ese fue el desafío que aceptó Juan Manuel de la Fuente para su tesis de licenciatura. “Comencé con una secuencia de pisadas, luego otro rastro, y otros dos más. Eran una serie de rastros en principio enigmáticos, pisadas pequeñas, con configuraciones que más o menos revelaban el linaje al que pertenecían pero que requerían una investigación profunda”, cuenta De la Fuente, que fue becario Sadosky y que debió hacer su tesis en plena pandemia, sin posibilidad de trabajar en el campo y con material ya colectado en moldes de silicona. “El material más difícil”, confirma Krapovickas.
La tarea de los icnólogos es ciertamente detectivesca. El desafío es, primero, aguzar la mirada, saber, por ejemplo, cuándo esa impronta en la piedra es una pezuña y cuándo una garra, comprender cuándo dos “rastrilladas” –el conjunto de las huellas dejadas por un animal en un mismo camino– distintas, una mejor conservada que la otra, pueden adjudicarse a la misma especie, o bien revelan dos “productores” diferentes, y en todos los casos, encarar un minucioso análisis comparativo entre sus hallazgos y los que aporta la paleontología.
“Con una particularidad –advierte De la Fuente–: en Vinchina prácticamente solo hay huellas, en gran cantidad, pero no huesos fósiles”. Para comparar, hay que remitirse a registros óseos hallados en otras regiones, y multiplicar las hipótesis hasta dar con la solución.
En todo caso, el paciente trabajo de los icnólogos permitió resolver buena parte del misterio. De La Fuente y sus colegas del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados, Rocío Vera y Martín Farina, coordinados por Krapovickas, lograron identificar cuatro icnoespecies, tres de ellas nuevas.
Los xenartros, un superorden de mamíferos propios de América, incluyen a los gliptodontes y a los actuales osos hormigueros, armadillos y perezosos. Los investigadores interpretaron dos de los rastros hallados en Vinchina como pertenecientes a especies distintas de la familia de los dasipódidos, es decir, armadillos: Pichipoda manganae, la más grande que encontraron, con un peso corporal inferido de hasta 16 kilos e impresiones didactilares en las patas delanteras y tridactilares en las traseras; y Pichipoda vizcainoi, de manos casi monodáctilas, con un tronco de unos 22 centímetros de longitud.
El hallazgo más significativo es, sin dudas, el de las huellas fósiles de armadillos, algo absolutamente inusual.
Tridactylonicha marsicanae fue la otra novedad que entregó el yacimiento riojano: huellas producidas por un notoungulado hegetotérido, con pies tridáctilos de puntas largas, delgadas y puntiagudas, y un tronco de 14 centímetros. Era un pequeño ungulado rodentiforme –“con pinta de roedor”, ilustra Krapovickas–, de aproximadamente 3 kilos de peso.
Y el cuarto rastro estudiado, completo y muy extenso, fue asignado a un caviomorfo, similar a la actual mara patagónica pero más pequeño, de 15 centímetros de longitud troncal y tres dedos en las patas.
Pero el hallazgo más significativo es, sin dudas, el de las huellas fósiles de armadillos, algo absolutamente inusual en esta disciplina que estudia las marcas dejadas por organismos vivos en rocas y sedimentos. “Son animales cavadores, de regiones áridas, y raramente se encuentran sus pisadas –señala Krapovickas–. Tienen unas garras muy grandes, uñas para excavar. Y hasta ahora no se conocían huellas fósiles de armadillo. Por eso era un puzzle difícil de armar. Por otro lado, a la mayoría de los notoungulados, que son un grupo muy diverso, se los conoce por el cráneo y los dientes hallados, pero los miembros son mucho menos frecuentes. Una vez que pudimos mapear los grupos de notoungulados y caviamorfos presentes en esa época, y sumamos los diasipódidos a la ecuación, vimos una huella de mulita actual y cantamos bingo”.
Los hallazgos de la tesis de De la Fuente en la cuenca riojana se ubican, en rigor, en dos unidades estratigráficas superpuestas: la Formación Vinchina y, por encima, la Formación Toro Negro, más joven –entre el Mioceno Tardío y el Pleistoceno Temprano–, que afloran en conjunto y cuya división no es fácilmente visible. Las trazas identificadas en Toro Negro están muy cerca del límite con Vinchina, por eso se asume que tienen una antigüedad cercana a los 9 millones de años.
Los epítetos de las nuevas especies homenajean a tres destacados investigadores que, cuenta Krapovickas, fueron centrales en su formación: la paleontóloga Claudia Marsicano, directora del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados; la geóloga Gabriela Mangano, hoy en la Universidad de Saskatchewan, Canadá; y el biólogo Sergio Vizcaíno, que investiga paleobiología de mamíferos en la Universidad de La Plata. Los nombres genéricos, como Pichipoda, tienen motivos más ancestrales. “Pichi es la palabra en kakán para nombrar a todos estos armadillos: el quirquincho, la mulita, el tatú”, explica la icnóloga, de familia de origen lituano pero bien tucumana, en referencia a la lengua que se hablaba en los valles calchaquíes y en el actual territorio riojano, donde se encontró el material.
La región tenía características de clima, suelo y relieve que permitieron que se preservara la información de las pisadas de muchas especies extintas.
Estos hallazgos, que revelan nuevas especies de pequeños mamíferos antes desconocidos, dan cuenta de la riqueza icnológica del paisaje riojano. De hecho, sólo la formación Vinchina abarca unos 6 millones de años, “un tiempo evolutivo enorme, pensemos que los primeros homínidos aparecieron hace aproximadamente 3 millones de años, que es la datación de Lucy. De todos modos, y aunque los separemos estratigráficamente, hablamos en Vinchina de un mismo y complejo conjunto faunístico, en una región que tenía cursos de agua, donde había alimento para todos esos animales, y que no era tan árida como es hoy”.
Una región que, explica Krapovickas, tenía características de clima, suelo y relieve que fueron precisamente las que permitieron que se preservara la información de las pisadas de tantas especies extintas.
“En gran medida, la icnología depende de lo que un colega ha llamado el ‘efecto Goldilocks’, o sea, Ricitos de Oro”, ilustra la investigadora. Como la niña que se escurría en la casa de una familia de osos y prefería la avena del osezno, ni muy caliente ni muy fría, o se dormía en su cama, perfecta para su tamaño, los rastros fósiles demandan condiciones ideales para perdurar en el tiempo.
“Ni muy cerca ni muy lejos del agua, para que la humedad del suelo reciba la impronta de las pisadas, pero suelo húmedo, no mojado, porque el exceso de agua las deforma e impide su conservación. Y sobre una superficie de limos o suelos arcillosos o areniscas ni muy fina ni muy gruesa, no sólo arcilla porque se parte, ni sólo arena que no es cohesiva, sino una mezcla equilibrada de material sedimentario que conserve la huella. Sólo en esos lugares, tan especiales, permanece intacto lo que podemos encontrar e investigar”.