Decisión y algo de suerte
Mario Galigniana se recibió de bioquímico en la UBA. Completó su doctorado en Exactas a los 38 años y partió, junto a su mujer y sus dos hijas, rumbo a Estados Unidos para hacer un posdoc. Luego de ocho años en Michigan decidió volver al país. En esta entrevista, destaca los avances que vive el sistema científico argentino y señala algunos inconvenientes que habría que superar.
– ¿Cuándo comenzaron tus estudios universitarios?
– En el año 76, en Farmacia y Bioquímica. Me recibí a fines del 82. Yo quería dedicarme a la investigación pero en ese momento había muy pocos ingresos en el Conicet. Me presenté y no me salió así que me tuve que poner a trabajar como bioquímico en laboratorios. Hasta que en el año 89 gané un concurso de ayudante de primera en Exactas y las condiciones familiares y económicas me permitieron que dejara todo lo que tenía y me incorporara a la Facultad.
– ¿Ahí retomaste tu carrera para hacer tu doctorado?
– Entré a trabajar al laboratorio con Carlo Lantos. Él, junto con Gerardo Burton, fueron los directores de mi tesis. Me doctoro en marzo del 96 con 38 años, una edad en la cual la mayoría ya tiene hecho el doctorado, el posdoc afuera y está armando su propio grupo. Yo recién empezaba. Obviamente todo se charló en familia y decidimos irnos a la Universidad de Michigan en Estados Unidos. La idea era estar por 3 años y volver.
– ¿Cómo se adaptaron a la vida en el lugar?
– La universidad de Michigan está en una ciudad que se llama Ann Arbour, que es muy bonita, chiquita. La adaptación fue fácil. Uno llega y ya está todo organizado. Me aboqué mucho al trabajo y estábamos muy contentos. Mi esposa, que también era bioquímica, comenzó a trabajar en la universidad y también hizo su doctorado.
– Y cuando finalizaron sus doctorados, ¿qué pasó?
– Después de dos o tres años ya te empieza a picar la “argentinitis”. Lo que empezó como una aventura pasa a transformarse en una rutina de trabajo y uno empieza a extrañar cosas. En ese momento me ofrecen pasar a planta permanente, sería un cargo equivalente a profesor adjunto. Es muy difícil negarse a eso. Entonces si bien nunca abandonamos la idea de volver, pensamos que podíamos postergar el regreso. Al final nos quedamos cinco años más.
– En lo que hace al trabajo científico ¿qué semejanzas y diferencia encontraste?
– Allá es mucho más fácil porque no hay límites económicos. A uno le dan todo y esperan que uno rinda. Hay un sistema de premios y castigos que es muy estricto. Uno de los contrastes más grandes que noté, es que todo se le facilita a uno. Frente a cualquier problema se reúnen cinco minutos, determinan cuál es la solución y la ejecutan. Son muy pragmáticos. En cuanto a los estudiantes hay una diferencia importante, nosotros tenemos una formación mucho mejor. La ventaja de ellos es que a partir del segundo año de carrera ya comienzan a trabajar en un laboratorio, entonces tienen más experiencia práctica.
– ¿Cuándo empiezan a madurar la decisión de volver?
– La decisión de volver la tomamos a fines del 2002. Ahí nos presentamos en el Conicet. Nos tenían que salir los cargos a ambos porque con los sueldos que había en ese momento…Fijate que justo cuando tomamos la decisión, acá estalla todo. Estar viviéndolo desde afuera es lo peor. Estábamos las 24 horas conectados a la radio por Internet. Y, en ese momento, sí dudamos en volver. Porque claro, allá estábamos bien y acá parecía que todo se derrumbaba. Pero después de analizarlo durante quince días resolvimos sostener la decisión.
– ¿Cómo fueron planificando el regreso?
– Nos presentamos en Conicet, a fines del 2002. Los resultados estuvieron en 2003 y entramos los dos. Estábamos muy contentos porque eso significaba que volvíamos. Pero el ingreso se demoró mucho, recién en abril del 2004 se firmaron las actas. Finalmente, el 29 de julio de 2004 estábamos aterrizando en Ezeiza con 17 cajas, de las cuales la mitad eran libros o equipos de laboratorio. Volví al Departamento de Química Biológica, al mismo laboratorio que había dejado y, a fines del 2006, gané un concurso de profesor adjunto.
– ¿Estás conforme con el retorno?
– Mirando para atrás no tengo ninguna duda de que tomé la decisión correcta. La verdad, soy el tipo más feliz del mundo porque puedo hacer lo que me gusta en mi lugar y con mi gente. Con respecto a las condiciones de trabajo hubo un vuelco enorme porque cuando me fui en el 96 no había financiamiento para la investigación. A partir del 2003 se comienza a apoyar a la universidad, al sistema científico. Por eso tuvimos mucha suerte en tomar la decisión en el momento apropiado. Yo diría que hasta el año 2007 teníamos subsidios que, si bien no eran los mismos que teníamos afuera, nos permitían trabajar bien. Luego se produjo un deterioro relativo porque los subsidios no se fueron actualizando como para compensar el aumento de los costos en dólares y la inflación local. Aun así, es un mundo de diferencia con lo que había antes, porque antes no había nada.
– ¿Vos no pudiste aprovechar las herramientas creadas para volver, no?
– En nuestro caso particular nosotros habíamos tomado la decisión sin considerar esas posibilidades porque no existían. Ahora, para otras personas son muy importantes porque dentro de la ecuación están poniendo una variable positiva más. Eso ayuda a la decisión de volver y es sumamente importante que, no sólo se mantengan en el tiempo sino también que mejoren su implementación, porque muchas veces se demoran mucho por cuestiones burocráticas. Pero son cosas que se van a ir puliendo con el tiempo, estoy seguro.