Contar la ciencia
Ileana Lotersztain se recibió de bióloga en Exactas pero su vocación no era el laboratorio. Junto a la física Carla Baredes se animaron y crearon, en 2000, una editorial especializada en libros de ciencia para chicos. Hoy, con numerosos trabajos publicados, describe las dificultades de recorrer un camino distinto del tradicional y sostiene la importancia de que existan herramientas para apoyar a emprendedores.
Entrevista a Ileana Lotersztain
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– ¿Cuándo empezaste con tu carrera en Exactas?
– Empecé Biología en la Facultad en el año 91. Empecé la carrera y me encontré con análisis matemático, física y entonces me agarró una crisis vocacional y abandoné. Hice una nueva orientación vocacional y cuando terminé la señora me dijo que podía hacer periodismo, letras, pero que la biología también me gustaba mucho. Entonces, me recomendó que hiciera las dos cosas. Y así fue. Volví a Biología, empecé a cursar algunas materias de letras y de comunicación, pero era una locura porque Biología no es una carrera que se pueda combinar con otras. Sin embargo, a la larga, terminé haciendo algo que reúne las dos cosas.
– Mientras estudiabas la carrera ¿qué te imaginabas para tu futuro laboral?
– La mayoría de mis compañeros ya estaban trabajando en laboratorios, haciendo sus tesis, muy contentos con la investigación y a mí, la verdad es que la mesada no me gustaba nada. Yo trabajé haciendo una tesina de licenciatura en un par de laboratorios pero no me terminaba de enganchar y proyectando a futuro no me veía como jefa de un laboratorio, pidiendo subsidios e investigando. No me imaginaba para mí esa vida de papers y congresos. Era un poco preocupante porque esa parecía la única salida laboral. En ese momento, nadie se imaginaba haciendo otra cosa. Entonces, se me ocurrió anotarme en el curso de periodismo científico de la Fundación Leloir y ahí encontré mi vocación. Empecé muy de a poquito a mandar notas a los diarios y, a la vez, empecé a trabajar para una de estas grandes editoriales de textos haciendo manuales. Lentamente me fui inclinando para este lado.
– ¿Qué respuestas recibías de tus compañeros y docentes cuando planteabas esas dudas?
– Era como un bicho raro. Unos te miraban con desconfianza, otros con un poco envidia porque unos cuantos descubren que no les gusta toda esta parte pero tampoco es tan fácil dedicarte a otra cosa. Ahora me parece que hay más opciones. Cuando empezamos algunos nos criticaban porque la divulgación científica no estaba bien vista. Para algunos era bastardear los conocimientos. Ahora me parece que se entendió perfectamente que para conseguir apoyo y subsidios la ciencia tiene que estar al servicio de la sociedad y la gente tiene que entender por qué es importante. Actualmente, la cosa cambió un montón y se le dio como otro lugar a la divulgación científica.
– ¿Cómo surgió dar el paso de divulgadora, a la creación de un editorial?
– Mientras yo estaba recorriendo mi camino, paralelamente, Carla (Baredes) mi compañera en el emprendimiento, ya estaba recibida de física. Ella había terminado su beca de iniciación de CONICET y no se la habían renovado. Tampoco estaba tan entusiasmada con lo que estaba haciendo y vio la oportunidad de cambiar. Se anotó en el mismo curso de periodismo científico que yo y ahí nos conocimos. Esto fue por el año 97. Ella también empezó a escribir haciendo libros de textos. Empezamos a trabajar más juntas y como escribir manuales tiene muchas limitaciones, nos iba quedando un montón de material muy interesante afuera y nos fuimos dando cuenta de que sería muy lindo usarlo para otra cosa. Al mismo tiempo, cuando hay un científico en una familia, todos sus integrantes tienen siempre un montón de preguntas de cualquier tipo pensando que uno tiene las respuestas. Y también fuimos anotando muchas preguntas que nos parecían interesantes y las fuimos acumulando. Y bueno, un día se nos ocurrió crear una serie de fascículos para que salieran en los diarios del fin de semana. Preparamos un proyecto, los fuimos armando y llegó un momento en que ya teníamos un libro. Entonces empezamos a averiguar cómo se registraba un libro, no teníamos ni idea. Al averiguar nos preguntaron: “¿Ustedes quieren hacer una edición de autor o una editorial?” Y, ya que estamos, dijimos, ¡hagamos una editorial! Entonces pensamos el nombre y la verdad es que los pronósticos acerca del futuro de nuestra editorial eran malísimos. Todo era muy desalentador pero nosotras estábamos decididas a hacerlo y de ahí surgió el nombre, que es un poco desafiante: Iamiqué. Contra todos los pronósticos lo hicimos igual.
– ¿Cuándo lanzaron su primer libro?
– En 2000 lanzamos la editorial y el primer libro se llamó Preguntas que ponen los pelos de punta. Empezamos haciendo un libro por año porque como no podíamos vivir de la editorial teníamos que mantener los otros trabajos. Y llegó un momento que pensamos que tener un solo libro por año era muy poco. Entonces, pasamos a sacar entre cuatro y seis libros por año. Para nosotros no tiene sentido sacar muchos más. Somos una editorial muy chiquita y muy cuidada, le dedicamos mucho a cada libro.
– ¿Resultó difícil sin tener formación específica crear una empresa y además administrarla?
– Fue difícil. En parte nos ayudó la inconsciencia. Lo nuestro se fue dando paso a paso. Empezamos vendiendo en librerías, le sumamos las jugueterías didácticas, después viajamos a algunas ferias internacionales, pero si queremos exportar hay que pasarlos, a un español neutro y además hay que sacar un registro de importador/exportador. Tardamos varios años en crear una sociedad anónima. Si a mí me hubieran dicho todo lo que había que hacer de entrada, yo habría dicho ¡Noooo dejá, yo escribo un libro, se lo entrego a una editorial grande y que ellos lo editen! Lo que nosotros no teníamos y ahora hay mucho son estos programas para emprendedores en los cuales te explican los pasos que tenés que dar: cómo ser proveedor del Estado, cómo llenar un formulario de exportación. Todo eso para nosotras fue mucho más arduo.
– ¿Cómo ves los esfuerzos que se están haciendo para acercar la ciencia al aparato productivo?
– Yo lo veo muy bien. Me parece que tiene que haber un equilibrio entre lo que es ciencia básica y aplicada. Y veo que muchos colegas de mi generación se volcaron a tener sus miniempresas, más que nada apuntando a ofrecer servicios, con ideas interesantes y que son muy útiles. Creo que hay mucho para avanzar en este terreno.
– ¿Qué te parece que en la propia Facultad haya un espacio como Incubacen para apoyar a quienes quieren encarar un emprendimiento?
– Me parece importante y necesario porque la formación no aporta nada en ese sentido. Incluso, se podría pensar en alguna materia optativa relacionada con la gestión o a nivel de graduados porque si no es muy difícil el camino. Hoy hay muchos cursos para emprendedores que son útiles pero si uno ya lo piensa previamente desde el área, hay un montón de cosas que ya se podrían allanar desde ahí.
– ¿Cuándo vos estudiabas había alguna noción entre tus compañeros de que había otras posibilidades más allá de la investigación?
– No, ir a trabajar a una empresa era ser un chanta. No estaba bien visto intentar conseguir laburo en algún laboratorio o empresa farmacéutica. Me parece que en los últimos años eso cambió bastante y no sólo en cuanto a trabajar para una empresa sino también respecto a armar pequeños emprendimientos propios.
– Y vos, en lo personal, ¿sentís que pudiste cerrar aquel viejo diagnóstico de la orientadora vocacional?
– Sí, yo estoy feliz. No me arrepiento para nada de haber estudiado biología. Creo que no podría hacer esto si no hubiera tenido esta formación. Pero estoy muy contenta con lo que hago. Hoy veo a mis amigos que me cuentan de sus becarios, de sus programas, de que tienen que presentarse para pedir subsidios y digo: ¡Menos mal que no estoy ahí!