Biología del comportamiento

Este amor es azul

Neiva Guedes, la bióloga brasileña que, luego de treinta años de trabajo en el Mato Grosso, consiguió que el guacamayo azul deje de estar en peligro de extinción y lo convirtió en un ícono global del conservacionismo con la película “Río”, brindó una conferencia en la que explicó los desafíos que implica estudiar la reproducción de especies amenazadas en un contexto de avance de la frontera agrícola y destrucción del hábitat.

22 Ago 2023 POR

“Lo que puso a esta especie al borde de la extinción fue sin dudas la mano del hombre, a través del tráfico de animales silvestres y del desmonte, que deterioró su hábitat”, dice Neiva Guedes, la bióloga brasileña que, al cabo de treinta años de trabajo en el Pantanal, convirtió al guacamayo azul en un emblema del conservacionismo.

Invitada a la IV Reunión de Biología del Comportamiento del Cono Sur, llevada a cabo en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y luego de brindar una conferencia en el Aula Magna del Pabellón 1, la presidenta y fundadora del Instituto Arara Azul le explicó a NEXciencia cómo fue que el Anodorhynchus hyacinthinus pasó, en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), del peligro de extinción a la categoría de “vulnerable”.

Graduada en biología en la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul, en Campo Grande, en 1990 comenzó a estudiar la reproducción del guacamayo azul del Pantanal, en una época en la cual el comercio ilegal de esta especie de fácil adaptación al cautiverio estaba diezmando su población.

La característica más extraordinaria del guacamayo azul es el cuidado «casi humano» que brindan a las crías, y una fuerte monogamia.

Para Guedes, “la característica más extraordinaria del guacamayo azul es el cuidado ‘casi humano’ que brindan a las crías, con pichones que permanecen junto a sus padres hasta el año y medio, y una fuerte monogamia. Lo que observamos en el campo es que los miembros de la pareja siempre están juntos, siempre son los mismos. Desde que hacemos estudios genéticos, jamás encontramos un polluelo concebido fuera de la pareja”.

Los importantes avances en el estudio del comportamiento del guacamayo azul y sus mecanismos reproductivos son recientes, se deben básicamente a la posibilidad de monitorearlos a tiempo completo. Esa herramienta llegó de la mano de un dispositivo que resultó clave para su conservación: la construcción de nidos artificiales.

Neiva Guedes. Foto: Luiza Cavalcante

Suerte de “ingeniero ambiental”, el guacamayo azul aprovecha oquedades en los troncos de los árboles para construir sus nidos. Además, esta ave psitaciforme –pariente de papagayos, loros y cacatúas– funciona como un eficaz dispersor de las semillas de diversas especies vegetales.

Ahora bien, el trabajo de Guedes reveló que el principal obstáculo reproductivo para el guacamayo azul era la progresiva falta de cavidades en los árboles, que causaba una fuerte competencia entre distintas especies –no sólo aves, también mamíferos– por esos potenciales nidos, en un escenario de avance del desmonte y de la frontera agrícola.

En 2003, la bióloga fundó el Instituto Arara Azul, que aún preside, una asociación civil sin fines de lucro que aboga por la conservación no sólo del guacamayo sino de otras especies del Pantanal, como el guacamayo rojo, el tucán y el pato do mato. Entonces comenzó la instalación de nidos artificiales.

El trabajo de Guedes reveló que el principal obstáculo reproductivo para el guacamayo azul era la progresiva falta de cavidades en los árboles.

Ya pusieron más de 700. Son menos duraderos que los naturales que, dependiendo de las características del árbol, pueden estar activos hasta 30 años. Se trata de cajas de madera con una abertura, ubicadas en la parte superior del tronco, sobre todo en áreas abiertas, donde las copas de los árboles no hacen contacto. Eso y un anillo metálico que se fija al tronco desalientan la irrupción de monos y otras especies arborícolas, potenciales predadores del guacamayo. Asimismo, se recuperan viejos nidos naturales deteriorados, reparando las cavidades rotas, con resultados óptimos: el ave vuelve a usarlos. Así, las cámaras instaladas dentro y fuera de estos nidos artificiales comenzaron a entregar información valiosísima sobre la conducta de las parejas de arara azul y sus crías.

“En términos de estudios del comportamiento, el diferencial que aportan es enorme. Podemos observar cientos de nidos, lo que equivale a multiplicar varias veces la tarea de campo. Vemos los mecanismos más íntimos de la incubación de los huevos y la alimentación de los pichones, el detalle de los conflictos que se dan con otras especies, mamíferos incluidos, que les disputan los nidos para abrigo o también para reproducción, y el vínculo con los predadores que los acechan. Es un ecosistema complejo, con una permanente interacción entre especies, que se revela a través de estos dispositivos. Y vemos que los patrones de conducta son los mismos, sean los nidos naturales o artificiales”.

Ya se instalaron más de 700 nidos artificiales. Foto: Instituto Arara Azul

En un territorio de unas 400 mil hectáreas, que abarca más de 50 fazendas –con base en el Refugio Caimán, a tres horas de camino desde Campo Grande–, el Instituto Arara Azul monitorea unos 300 nidos. Las mejoras en el manejo de la especie y la concientización de los habitantes derivaron en una notable disminución del tráfico ilegal.

El efecto a mediano plazo fue un notable incremento de los individuos. El guacamayo azul dejó de estar en peligro de extinción. Cuando Neiva Guedes comenzó su tarea de investigación y conservación, había 1.500 “araras azuis” en el Pantanal. Ahora son 5.000 sólo en el Mato Grosso, de un total de 6.500 si se incluyen los que habitan en las regiones de Pará, Maranhão y Tocantins.

“No tengo dudas de que el cambio de categoría se logró gracias a nuestro trabajo con los nidos. Pero si no tuviese como aliados a fazendeiros y peones, yo sola con mi equipo no podría haber hecho mucho. La sensibilización es central, y eso se ha logrado en el Pantanal, la gente protege a los araras azuis, a los rojos, a los tucanes, entiende la importancia de conservar la biodiversidad en su territorio”, dice Guedes, profesora de la Universidade para o Desenvolvimento do Estado e da Região do Pantanal (UNIDERP).

Cuando Neiva Guedes comenzó su tarea de investigación y conservación, había 1.500 “araras azuis” en el Pantanal. Ahora son 5.000 sólo en el Mato Grosso.

Desde entonces pasaron cosas extraordinarias. Por ejemplo, el director brasileño Carlos Saldanha, responsable la saga de animación “La era de hielo”, se interesó en el guacamayo azul, llegó hasta Campo Grande para saber más y en 2011 estrenó “Río”, la historia de amor carioca de Blue y Perla, dos araras azules.

Tiempo después, pasaron cosas peores. Los terribles incendios de 2020, que asolaron el Amazonas y también el Mato Grosso, redujeron la disponibilidad de alimento de los guacamayos, que tienen una dieta especializada: la castaña del pantanal, un fruto seco que parten con la fuerza de su pico. Esa misma escasez afectó a otros animales, incrementando la actividad de diversos predadores, como el ariraí (una especie de nutria). Una coyuntura que volvió a impactar negativamente en el éxito reproductivo del arara azul y en los índices de sobrevida de los pichones.

“El deterioro del ecosistema puso otra vez a esta especie en una situación muy susceptible porque se trata de un ave con requisitos de hábitat muy específicos”, explica la bióloga brasileña. La sequía y las “queimadas”, la quema provocada de pastizales, son las nuevas amenazas que enfrenta el humedal más grande del mundo.

Guedes redobló el esfuerzo. Hoy continúa investigando y sensibilizando. Su instituto se nutre del aporte de diversos patrocinadores públicos y privados, incluidas iniciativas como “adopte un nido” o “adopte un polluelo”. Y las actividades de turismo ecológico y de avistaje de especies autóctonas completan un escenario de fuerte concientización conservacionista.