Un predictor de agresividad
Para un número significativo de pacientes con cáncer de próstata existe incertidumbre respecto de cómo evolucionará el tumor. Un grupo de investigación argentino identificó una proteína que permite mejorar la manera en que la medicina actual pronostica la progresión de la enfermedad.
Según la Organización Panamericana de la Salud, el cáncer de próstata es, por lejos, la enfermedad tumoral más frecuente en los varones de nuestro continente. Si se detecta tempranamente, la sobrevida a los cinco años es de casi el 100 %. Pero, una vez que el tumor hizo metástasis, la probabilidad de supervivencia se reduce al 30 %.
La implementación de la prueba del Antígeno Prostático Específico (PSA, por sus siglas en inglés), un estudio que hoy se realiza en cualquier laboratorio de análisis clínicos, ayudó a detectar tempranamente el cáncer de próstata. Pero, también, llevó al sobrediagnóstico de la enfermedad: entre un 20 y un 40 % de los casos de cáncer detectados por la prueba del PSA no son tales.
Para precisar el diagnóstico, el análisis de PSA se complementa con el tacto rectal y -en el caso de que el médico detecte un agrandamiento (hiperplasia) de la próstata- otros estudios, que pueden incluir una biopsia de la próstata.
La biopsia informará si se trata de una hiperplasia benigna o de un cáncer de próstata. En este último caso, el informe incluirá un número que indicará cuán agresivo es el tumor. Ese número corresponde a la clasificación de Gleason, una escala que va de 2 (cáncer no agresivo) a 10 (cáncer muy agresivo). La mayoría de las puntuaciones de Gleason utilizadas para evaluar las muestras de biopsia de próstata varían de 6 a 10.
Las puntuaciones de 8 a 10 indican cánceres de grado alto de agresividad. Un puntaje de 6 indica un cáncer de próstata de grado bajo, y un puntaje de 7 indica un cáncer de próstata de grado medio. En estos casos, se hace una vigilancia activa del paciente. Porque no se sabe si esos tumores se quedarán como están, o progresarán tan lentamente que no será necesario extirparlos o, de pronto, crecerán rápidamente y habrá que extraerlos o someterlos a algún otro tratamiento.
“Tratamos de encontrar alguna manera de pronosticar el riesgo para los pacientes que tienen un Gleason intermedio, en los que no se sabe cómo evolucionará el tumor”, informa Geraldine Gueron, investigadora del CONICET en el Laboratorio de Inflamación y Cáncer (LIC) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “Finalmente, encontramos una manera”, revela.
Biomarcador pronóstico
En el LIC trabajan desde hace muchos años en la investigación del cáncer de próstata. En ese camino, establecieron una colaboración científica con Osvaldo Mazza, profesor consulto de la Cátedra de Urología del Hospital de Clínicas, que les posibilitó contar con muestras de tumores y de hiperplasias benignas de próstata.
“Decidimos analizar las proteínas que estaban presentes en ambos tejidos y comparar su expresión. De ahí surgió una lista de proteínas que se producían de manera diferente en el tumor y en el tejido benigno”, cuenta Gueron.
Con esa lista, recorrieron las bases de datos disponibles en la Internet en donde los investigadores de todo el mundo aportan información sobre sus estudios en tumores de próstata: “Trabajamos con datos de más de cinco mil muestras de pacientes. En una primera etapa, las clasificamos de acuerdo con el estadio tumoral y vimos qué pasaba con las proteínas de nuestra lista. Finalmente, nos quedamos con seis proteínas que estaban presentes en los tumores y que no se expresaban en el tejido benigno”.
Después, relacionaron la expresión de esas seis proteínas a lo largo del tiempo con los datos de sobrevida de los pacientes. El resultado de ese análisis reveló que una de esas proteínas, denominada YWHAZ, podía tener un valor predictivo de cuán agresiva podía llegar a ser la enfermedad. “Nos pareció interesante comprobar que los pacientes que tenían mucha proteína YWHAZ tenían menor sobrevida. Pensamos que habíamos encontrado un buen biomarcador pronóstico. Pero cuando compartimos nuestro resultado con los médicos, nos dijeron que no les aportaba más de lo que ya podían obtener con la puntuación de Gleason”.
En este punto, Gueron reconoce que las conversaciones con Mazza fructificaron en la dirección que posteriormente tomó la investigación. “Ahí fue cuando nos enfocamos en tratar de definir el riesgo para los pacientes que tienen Gleason intermedio, que no se puede predecir cómo van a evolucionar”.
Entonces, el grupo del LIC recurrió a una herramienta matemática que les permitió efectuar análisis multivariables donde compararon la información que brinda la proteína YWHAZ con la que aporta el conjunto de factores que utiliza la medicina para determinar el pronóstico (edad, niveles de PSA, puntuación de Gleason, entre otros). Y el resultado fue sorprendente: “Demostramos que la cantidad de proteína YWHAZ varía de manera independiente de las otras variables. Eso quiere decir que independientemente de la edad del paciente, o del valor del PSA o, incluso, del valor que tenga el Gleason, si esa proteína está alta el pronóstico es peor”.
Según la investigadora, esto es particularmente relevante para los pacientes con Gleason intermedio. “Si YWHAZ está elevada, la vigilancia de ese paciente debería ser mucho más activa”.
Pero esto no fue lo único que encontraron: “También comprobamos que YWHAZ tiene mejor poder predictivo que el Gleason después de los cinco años. Es decir, predice mejor lo que va a suceder con el tumor después de los 60 meses de efectuado el diagnóstico”. Y por si todo esto fuera poco, “verificamos que una mayor cantidad de YWHAZ está asociada a una menor sobrevida del paciente y, también, a un menor tiempo de recaída después del tratamiento antitumoral”.
Gueron subraya el hecho de que la cuantificación de YWHAZ se efectúa sobre una porción de la biopsia. “No requiere ningún procedimiento adicional sobre el paciente”.
Finalmente, la investigadora resalta la importancia que tuvo para esta investigación la colaboración con los médicos del Clínicas. “Entender lo que ellos necesitaban orientó nuestro trabajo”, señala.
El estudio fue publicado en la revista Communications Biology, y está firmado por Sofía Lage-Vickers, Juan Bizzotto, María Pía Valacco, Pablo Sanchis, Sergio Nemirovsky, Estefania Labanca, Carlos Scorticati, Osvaldo Mazza, Antonina Mitrofanova, Nora Navone, Elba Vázquez, Javier Cotignola y Geraldine Gueron.