Lo que mata es el calor
El avance del cambio climático favorece la mayor ocurrencia de eventos extremos. En particular, la mayor cantidad de olas de calor, registradas en nuestro país y en el mundo, provoca un aumento en el promedio diario de personas fallecidas. Además, este escenario de temperaturas extremas, favorece el incremento de la transmisión de enfermedades, como dengue y chikunguña.
Los termómetros no paran de mostrar marcas récords desde hace más de un siglo en todo el planeta. El calentamiento global hace estragos no sólo por sus eventos extremos -sequías o inundaciones-, ni por sus daños económicos ante la pérdida de producción, sino que también propaga enfermedades que encuentran nuevos territorios para conquistar ante este escenario de cambio climático.
Un ejemplo de ello lo señala el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés) para la región que ocupa la Argentina. “El potencial de reproducción para la transmisión del dengue aumentó entre un 17 y 80 por ciento para el período 1950/54 a 2016/2021, como resultado de los cambios de temperatura y precipitación”, señala la climatóloga Matilde Rusticucci, en el acto de su incorporación como académica de número en la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente.
En Buenos Aires, en los años 60, había 60 días de ola de calor por década, y en el período de 2000 a 2010, fueron 100.
Cada año, ella toma nota de registros climáticos en la Argentina y el mundo, y como integrante de IPCC desde hace décadas, ha venido advirtiendo qué sucedería si la humanidad no detiene la contaminación, principalmente, por la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas. “Esto produce gases de efecto invernadero que causan el cambio climático con sus eventos extremos”, insiste esta profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigadora del CONICET.
Una breve lista muestra, al por mayor, olas de calor -esa seguidilla de días agobiantes que no dan respiro porque no bajan de 25°C-. Debido a un evento de estas características, París ardió en 2003 y Moscú en 2010 se derritió, y registró por lo menos 55 mil muertos. En Buenos Aires, algunos recordarán la Navidad de 2013, o el mes de enero de 2022 pasado cuando el AMBA sudó 41.6°C. “En Buenos Aires, en los años 60, teníamos 60 días de ola de calor por década, y en el período de 2000 a 2010, fueron 100”, precisa esta doctora en Ciencias de la Atmósfera de la Universidad de Buenos Aires .
El centro y norte de la Argentina muestran un escenario más caliente aún. “Entre 2000 y 2010 esa región sufrió cuatro veces más olas de calor que en la década del 60”, dice Rusticucci. “Hay un cambio de clima probado y sostenido. Estas temperaturas extremas generan impacto, y si van acompañadas por sequías favorecen incendios. Hay también una retroalimentación con la sequía que impacta en la economía y en la salud de población”, agrega.
Pionera en señal de alerta
Rusticucci formó parte del grupo creado por las Naciones Unidas, el IPCC, cuando en 2007 le otorgaron el Premio Nobel de la Paz. Ella dedicó toda su vida a investigar olas de calor. Y un dato le llamó la atención al estudiar la relación entre el calor extremo y la mortalidad. La mirada se centró en el infierno vivido en las calles porteñas entre el 30 de diciembre de 2000 al 9 de enero de 2001.
Debido a un evento de estas características, París ardió en 2003 y Moscú en 2010 se derritió, y registró por lo menos 55 mil muertos.
“Luego de esta ola de calor se registra un aumento de tres veces en el promedio diario de mortalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Al relacionar la temperatura con la mortalidad media, observamos que hay un valor de temperatura que dispara la mortalidad. Eso llevó al establecimiento del primer sistema de alerta de olas de calor del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) para evitar o disminuir el impacto negativo. Al principio, se instauró en Buenos Aires y Rosario, donde fueron los primeros estudios de 2009 a 2014, y luego se extendió a todo el país”, historia.
Hoy, las alertas amarillas o naranjas para prevenir los golpes de calor, son habituales en los pronósticos diarios, y también se repetirán en el futuro con gran frecuencia, al parecer. “Esto llevará a ciertos riesgos claves, con efectos severos en la salud por epidemias, y los sistemas sanitarios deberían estar en alerta ante estas posibles situaciones de aumento de dengue y chikunguña”, anticipa, y sentencia: “Las olas de calor son el cambio climático en el cuerpo”.
En 2015, en la capital de Francia, se acordó en el ámbito de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y redoblar esfuerzos para limitar el incremento de la temperatura del planeta. “Si logramos limitar a 1,5°C el aumento de temperatura a nivel global, como se firmó en el Acuerdo de París, la población mundial expuesta a problemas de salud por el calentamiento sería de un 14%. En tanto, si el alza llega a los 2°C, como probablemente suceda, el perjuicio sería 2,6 veces peor y, en este caso, afectaría al 37% de la población”, concluye.