Los microorganismos y el cuerpo del delito
Se realizó, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, el Primer Seminario de Biología Forense, en el que se presentaron los diferentes roles que puede jugar esa ciencia en el ámbito judicial. Participaron investigadores de diversas disciplinas, y se destacó la importancia de la biología de los cuerpos de agua para indagar las causas de muerte en el caso de un cuerpo hallado en un río o lago.
¿Para qué sirve estudiar esos pequeños organismos que habitan en el agua? ¿A quién le puede interesar cómo viven esas microscópicas algas y bacterias que sólo parecen enturbiar el agua? Alguien podría pensar que ese conocimiento básico no tiene una aplicación concreta. Sin embargo, el estudio de los aspectos físicos, químicos y biológicos de los ecosistemas de lagos y lagunas tiene aplicaciones concretas en el ámbito forense.
En efecto, esa disciplina puede realizar aportes relevantes para esclarecer un caso judicial, en particular cuando se investigan las causas de la muerte de una persona en circunstancias inciertas. Pero también son imprescindibles otras áreas de la biología, como la entomología forense –el estudio de los insectos hallados en un cadáver–; el análisis del polen, que permite identificar con precisión la flora del lugar donde fue hallado el cuerpo; así como la histología y la odontología.
El rol de la biología en el ámbito judicial fue el tema del Primer Seminario de Biología Forense, organizado por el Departamento de Biodiversidad y Biología Experimental (DBBE) de Exactas UBA y el Programa Nacional Ciencia y Justicia del CONICET.
“La idea de este seminario surgió al notar que hay mucho desconocimiento sobre qué pueden aportar las diferentes disciplinas científicas a la investigación forense, y sobre el hecho de que en la universidad hay gente especializada que puede hacer una contribución relevante”, señaló la doctora Nora Maidana, profesora en Exactas UBA y organizadora del encuentro.
Maidana investiga desde hace más de veinte años unas algas microscópicas denominadas diatomeas, que pueden ayudar a esclarecer una muerte por sumersión.
Testigos del crimen
Las diatomeas aportan una prueba clave para asegurar si una persona murió ahogada, o fue arrojada a las aguas cuando ya estaba muerta. Un rasgo característico de estas algas es que poseen una cubierta de sílice, como si fuera una envoltura de vidrio. La ventaja de esta cubierta es que, por un lado, resiste la descomposición. Por otro lado, presenta una gran diversidad, lo que permite reconocer con precisión cada especie, incluso cuando lo que se encuentre en el cuerpo de la víctima sea un pequeño fragmento de esa cubierta.
La investigadora ha participado como perito asesora del Cuerpo Médico Forense en numerosos casos judiciales; por ejemplo, el de un cuerpo hallado en un lago porteño. “En la médula ósea del esternón encontré un trozo muy pequeño de diatomea, un fragmento de menos de dos micrones, pero era perfectamente reconocible como parte de una diatomea”, recordó.
Si una persona cayó al agua en estado consciente, contiene la respiración, pero, ante la necesidad urgente de oxígeno, realiza una inspiración violenta y traga agua junto con el material pequeño que esté flotando (algas y partículas), que va a los pulmones. “Si los materiales ingresados entran en contacto con la sangre que circula, se distribuyen por el todo el cuerpo mientras el corazón siga latiendo”, afirmó Maidana.
Y subrayó: “Pero no es suficiente con decir que una persona murió ahogada, es fundamental determinar en qué lugar se produjo esa muerte”.
El escenario
Una vez confirmada la muerte por sumersión, se necesitan conocer las circunstancias de ese deceso. “Muchas preguntas pueden responderse gracias a la limnología, que es la disciplina que estudia la física, química y la biología de los lagos y lagunas”, afirmó la doctora Haydeé Pizarro, profesora e investigadora del CONICET en Exactas UBA, en el marco del encuentro académico realizado en esa casa de estudios.
“Es necesario realizar un estudio cuantitativo de las características abióticas y morfométricas del sitio: medir la superficie y el volumen del cuerpo de agua, saber cómo es el fondo, y si tiene zonas más profundas”, enumeró Pizarro.
En el caso de un río, es necesario saber si existen fluctuaciones en el caudal, y si estas son estacionales. Por ejemplo, el caudal de los ríos de montaña es menor en invierno, y aumenta en verano debido al descongelamiento de la cuenca superior.
Otros aspectos relevantes son la temperatura del agua y el pH, factores que condicionan los procesos de descomposición.
Indicadores biológicos
Sin embargo, la descripción física del sitio no es suficiente: son imprescindibles los indicadores biológicos. “Mientras que los valores de pH o de oxígeno disuelto en el agua pueden fluctuar de un día para otro, los bioindicadores tienen la ventaja de que resumen con su presencia, o ausencia, las características ambientales de un sitio, porque no cambian con tanta rapidez”, detalló Pizarro.
Esos indicadores pueden ser organismos individuales, poblaciones o comunidades completas. La investigadora estudia, en particular, una comunidad de microorganismos que crece sobre cualquier sustrato u objeto que esté sumergido, ya sea una piedra, una planta, un zapato, un teléfono celular o un auto. Es el perifíton o biofilm: un conjunto de bacterias, hongos, algas y protozoos embebidos en una sustancia mucilaginosa que ellos mismos producen.
“Esas comunidades colonizan las superficies sumergidas según las características químicas y físicas del sitio y del sustrato en el que se desarrollan y pueden decir cuánto tiempo hace que el sustrato está sumergido”, recalcó Pizarro.
Y destacó: “Para que el indicador sea una evidencia inequívoca, tiene que ser fácilmente medible y específico del sitio que se quiere caracterizar. Por ello es muy importante la forma en que se toman las muestras”.
En tal sentido, la doctora Maidana diseñó un riguroso protocolo de trabajo que detalla cómo y dónde tomar las muestras, cómo limpiar el material, o cómo guardarlo en el laboratorio para evitar contaminación.
Ciencia básica y ciencia aplicada
Cuando, hace más de dos décadas, Nora Maidana y Haydée Pizarro comenzaron a investigar los microorganismos acuáticos, su único objetivo era hacer ciencia básica, es decir, incrementar el conocimiento del tema. No imaginaron que esos estudios podrían servir para aclarar un caso judicial.
Sin embargo, hoy ese saber acumulado a lo largo de los años evidenció su utilidad para disipar la incertidumbre y alcanzar la verdad.
“El conocimiento profundo de la flora de algas de la Argentina, generado en el laboratorio, nos ha permitido determinar, en numerosos casos, no sólo si una persona falleció ahogada, sino si el hecho se produjo en el mismo sitio donde fue hallado el cuerpo”, aseguró Maidana.
Y prosiguió: “Nos queda mucho por conocer todavía. En cada nuevo cuerpo de agua que estudiamos, encontramos, como mínimo, una especie nueva que aún no había sido descripta. Y se necesita formar mucha gente en este tema”.
Asimismo Pizarro destacó: “En la limnología es muy claro que la investigación básica es fundamental para resolver casos judiciales, tanto en lo que respecta a la contaminación ambiental como a temas vinculados a la salud y la vida de las personas”.
Una vez más se pone en evidencia que no hay ciencia aplicada sin ciencia básica.