“Por muy poco no fui un desaparecido”
Jorge Filmus estudió química y se doctoró en Exactas UBA. Fue presidente del Centro de Estudiantes en los años de mayor efervescencia política de la década del 70 y vivió la represión y la desaparición de varios de sus compañeros de la Facultad. En esta entrevista, Filmus -que vive en Canadá desde 1983- relata cómo era la Facultad antes y después del golpe, describe el terror que instaló la represión y cuenta cómo un hecho fortuito evitó que lo secuestrara un grupo de tareas.
– Jorge, vos ingresaste a Exactas cuando el dictador Alejandro Lanusse ocupaba la presidencia de la Nación. ¿En qué situación se encontraba la Facultad en ese momento y cuál era el clima social y político que se vivía?
– Yo empecé a estudiar química en el año 1971. La carrera de química todavía se cursaba en el edificio de la Manzana de la Luces. Me acuerdo de que, a poco de empezar, estaba en una teórica y, de repente, empezaron a gritar que había que evacuar el edificio. Era un edificio muy viejo que estaba en malas condiciones, se estaba viniendo abajo. El tema era que, si bien el Pabellón 2 de Ciudad Universitaria estaba casi terminado, el decano de Exactas, (Raúl) Zardini, un personaje nefasto, de extrema derecha, no quería mudarnos ahí porque no quería que nos juntáramos con los estudiantes de Arquitectura que ocupaban provisoriamente el segundo piso, hasta que estuviera listo el Pabellón 3. Zardini decía públicamente que los arquitectos estaban muy politizados y que nos iban a contaminar ideológicamente. Entonces, había decidido poner en peligro nuestros cuerpos para salvar nuestras mentes (risas). Pero bueno, finalmente la Municipalidad clausuró el edificio y ya no le quedaron opciones. Frente a esto, hizo construir rápidamente una empalizada de madera desde la entrada del Pabellón 2 que dividía en dos las escaleras, una escalera iba al segundo y la otra iba a los otros pisos, para evitar que nos encontráramos con la gente de Arquitectura. Algo totalmente ridículo, como si unas maderas pudieran frenar las ideas.
– A medida que se iban acercando las elecciones de 1973 imagino que la actividad política iba en aumento.
– Esa era la última etapa de la dictadura de Onganía y Lanusse. A esa altura, el régimen estaba bastante deteriorado. El Centro de Estudiantes, que había estado cerrado, ya hacía actividades públicas y, en las elecciones de comisión directiva del año 73, fui electo presidente del Centro. Y mantuve la presidencia por dos o tres años. Yo militaba en la agrupación reformista que creo que se llamaba Lista de Unidad o algo así. Pero, de la conducción del centro participábamos los reformistas -que básicamente éramos la izquierda-, junto con el peronismo y el radicalismo. A partir de ahí el Centro de Estudiantes recobra una participación activa en la vida universitaria. Fue un proceso muy emotivo. Yo recuerdo que hacia el final de la dictadura, Zardini renuncia y lo reemplaza Cantilo, que era el secretario académico. Al llegar la democracia, hubo una movilización donde fuimos hasta el decanato y le dijimos a Cantilo que, como representante de la dictadura, se tenía que ir aun cuando las designaciones no estuvieran hechas. Los estudiantes ayudamos a empujar hacia afuera de la Facultad a los representantes de la dictadura.
– ¿Cómo se manifestaba en la Facultad la gran participación política que hubo en esos tiempos?
– La cantidad de estudiantes que eran políticamente activos era muy alta. Sobre todo para una Facultad como Exactas que no era tan politizada como Filo, por ejemplo. Se vivía un momento muy especial después de tantos años de dictadura y represión. Cuando uno tiene una olla a presión y explota siempre hay una especie de ebullición. Tal vez alguna gente podía quejarse porque se recorrían los cursos y se interrumpían con arengas políticas. Y eso ocurría bastante seguido. Para algunos era demasiado, es difícil juzgarlo a esta distancia. Vos entrabas a la Facultad y estaba toda cubierta de carteles, las agrupaciones se peleaban por cada centímetro cuadrado para poner sus consignas. Fue un momento donde uno, a esa edad, sentía que se estaba haciendo historia, que se estaba consiguiendo la democracia después de tantos años de dictadura.
– ¿De qué manera fue cambiando ese clima de libertad y fue creciendo la violencia y la represión?
– La situación fue cambiando a medida que se profundizaba el enfrentamiento de la JP con Perón. Ese proceso repercutió en la Universidad. Primero hubo un período intermedio con (Vicente) Solano Lima y luego de la muerte de Perón lo nombran a Alberto Ottalagano como interventor de la UBA, un tipo de extrema derecha. Con él vuelven los personajes más jodidos como Zardini. Poco a poco empieza a crecer la represión. La Triple A asesinaba gente y los Montoneros pasaron a la clandestinidad.
– En relación con esa etapa hay dos visiones: por un lado, la de aquellos que dicen que con el golpe se profundizó mucho la represión en Exactas, y por otro, la de los que consideran que fue una continuidad represiva. ¿Cuál es tu opinión?
– Es cierto que con la llegada de Ottalagano, que era una expresión política de la derecha fascista, las cosas cambiaron en la Universidad, pero todavía había un gobierno democrático. La verdad que no me acuerdo de que en esos momentos haya habido una represión abierta en la Facultad. Creo que, si bien formalmente el Centro de Estudiantes estaba prohibido, de hecho siguió existiendo. No recuerdo si trataron de sacarnos el local. Pero yo tengo la idea de que hasta el golpe hubo actividad política a pesar de que hubieran intentado restringirla. Lo que sí te puedo decir es que el golpe fue un cambio muy profundo en ese sentido. Fijate que cerraron la Facultad por un año casi. Eso es muy drástico. Y cuando la abrieron, yo fui a la Facultad e intentaron secuestrarme. Me salvé por poquito.
– ¿En la propia Facultad intentaron secuestrarte?
– Sí, fue el primer día de la reapertura. Llegué y había personal de seguridad en la entrada. Al ingresar me pidieron el documento y, cuando lo presento, me lo sacan. Me dicen: “Tenemos que hablar con las autoridades porque no sabemos si usted puede entrar a la Facultad. Tenemos que confirmarlo”. Ahí me di cuenta de que me iban a arrestar. La situación se puso tensa y otros estudiantes se acercaron, me rodearon, y se les hizo muy difícil secuestrarme delante de toda esa gente. Los estudiantes me acompañaron a la salida y a tomar el colectivo. Después de eso no volví a la Facultad por un año. Era arriesgarse demasiado. En ese momento la gente desaparecía, no es que te metían preso solamente. Ir a la Facultad era ponerme en la boca del lobo. Yo estaba cerca de recibirme y eso demoró mi graduación.
– ¿Qué cosas cambiaron en tu vida a partir del golpe de Estado?
– El golpe no fue una sorpresa para nadie. Es más, nos estábamos preparando para saber qué hacer en caso de golpe. Yo, después de que trataron de secuestrarme en Exactas, estuve por un año dando vueltas, viviendo en distintos lugares. No dormía en mi casa. En Exactas, en particular, hubo una persecución muy severa sobre la JP. Empezaron secuestrando a varios de sus dirigentes y después empezaron a ir hacia la periferia de la militancia. Yo mismo casi fui víctima de esa situación y me salvé de casualidad. La historia fue así: los militares habían secuestrado a un miembro de la JP de Exactas que era el hijo del presidente de la DAIA. El padre fue inmediatamente a la embajada de Estados Unidos y denunció el secuestro. Entonces, la Embajada se comunicó con los militares y hubo una presión muy fuerte para que lo liberaran rápidamente. Poco tiempo después, yo estaba estudiando mi última materia de la Facultad con un muchacho de la JP aunque no era un dirigente conocido. Una noche estábamos estudiando con él en su casa y golpean la puerta. Eran los grupos de tareas que secuestraban gente. Yo estaba con mi novia y también estaba la pareja de mi amigo. Este comando tenía una lista con los nombres de las personas que iban a buscar. En medio de esa situación desesperada, perdido por perdido, yo empecé a decir: “Ustedes se equivocan, yo conozco a este militar y a este otro”. Mentira, pero lo decía. Y parece que nombré a uno de los militares que ellos conocían. Nos pidieron los documentos y se dieron cuenta de que no estábamos en la lista, porque no militábamos en la JP. Entonces, como se ve que habían tenido recientemente esa presión de la Embajada de Estados Unidos, se llevaron a mi amigo y a su esposa, pero a nosotros no nos secuestraron. Nos salvamos de manera insólita. Por suerte a mis amigos, si bien los detuvieron en un centro clandestino y los torturaron, al final, los liberaron. Fue un momento del cual no me voy a olvidar nunca. Yo era un dirigente muy conocido. Es más, cuando empezaron a torturar a mis amigos -me contaron después-, ellos dijeron que yo era el presidente del Centro de Estudiantes y entonces un militar le recriminó a otro: “Pelotudo, cómo lo dejaron ir”.
– Después de los tenebrosos episodios que viviste, ¿cómo juntaste el coraje necesario para volver a la Facultad a completar tus estudios?
– Bueno, las cosas ya se habían calmado un poco. Yo sabía que ya habían dejado de buscar a gente de Exactas. Analizándolo ahora, por ahí fue una decisión un tanto temeraria. Es cierto, todavía secuestraban gente, todavía había represión. Pero, en ese momento, parecía que había menos peligro. Daba la sensación de que en Exactas ya había terminado con lo querían hacer. La verdad es que mataron a varios conocidos míos, varios fueron detenidos desaparecidos. En particular, había un muchacho que yo conocía desde la escuela secundaria y después estudiamos juntos varias materias. Se llamaba Enrique Tapia. Lo secuestraron y nunca más se supo de él. Eso me tocó muy de cerca. Pero bueno, en ese momento, parecía que ya no estaban actuando más sobre Exactas y yo, además, no iba mucho porque ya estaba terminando, me quedaba solo una materia.
– ¿Con qué facultad te encontraste al regresar?
– Era un mundo totalmente distinto. No se veía un solo cartel. La gente estaba con mucho miedo. Todavía había una cierta actividad clandestina pero muy limitada. Hubo, recuerdo, algunos intentos no sé si de secuestrar o de agredir físicamente a algunas personas que habían sido dirigentes del Centro de Estudiantes. Se vivía una situación de terror, la verdad. Era un momento terrible. La policía estaba en la entrada y tenían gente de civil dando vueltas en los pasillos y las aulas. Había mucho control. Yo sabía que me estaban vigilando así que no me involucraba en ninguna actividad, por lo menos, dentro de la Facultad.
– ¿Como es estudiar y vivir con esa sensación de miedo permanente?
– Es jodido. Yo durante un año no dormí en casa. Iba a distintos lugares. Y caminábamos mirando para atrás. No te bajabas en la estación de subte que te correspondía sino que te pasabas una estación y después caminabas para ver si te estaban siguiendo. Era un momento tremendamente difícil. Pero llega un momento en que el ser humano se acostumbra a todo. ¿Es increíble, no? Y todas esas cosas pasan a ser parte de una rutina. Pero ese miedo sigue ahí subyacente. A veces, a la noche, paraban taxis y te revisaban. Hubo un caso muy conocido de Exactas, Inés Ollero, que era la hermana de una chica con la que yo estudiaba, Silvia Ollero. A Inés la secuestraron en un colectivo pocos días después del golpe. Le encontraron panfletos y nunca más se supo nada más de ella. Fue una etapa horrible. Fueron situaciones que, cuando uno las cuenta, parece increíble que las haya vivido.
– Varias personas que tuvieron una militancia activa tuvieron diversas trabas para completar su doctorado. ¿Cómo fue tu experiencia?
– Para hacer el doctorado necesitabas una beca, y para darte una beca, en ese momento, evaluaban tus antecedentes políticos. Yo sabía que era muy difícil que me dieran una beca del CONICET. Pero pensé que tenía que buscar la manera. Entonces, elegí un lugar de bajo perfil, la Fundación CIMAE, alejado de los grandes institutos del CONICET. Ahí había un investigador que había sido discípulo de Leloir. El sabía de mi militancia pero igual me aceptó como becario y me recomendó que pidiera una beca de la CIC de la Provincia de Buenos Aires porque ahí iba a tener más chances. Tuve suerte porque, efectivamente, la CIC no pidió mis antecedentes, obtuve la beca y pude terminar mi doctorado en 1983.
– ¿Llegaste a vivir algo de la vuelta a la democracia en Argentina?
– No, porque terminé mi tesis ponele el 1ro. de septiembre de 1983, y el 4 ya estaba volando con mi esposa y mi hijo a Canadá. Por eso yo siempre digo que soy un exiliado de la democracia (risas). Me acuerdo de estar siguiendo las elecciones por la radio, por onda corta. No pude disfrutar de esa etapa. De todas maneras, siempre estuve yendo a la Argentina. Yo suelo viajar tres veces por año para allá. He dado un curso de posgrado en Exactas, también participé en jurados docentes y he tenido colaboraciones científicas con gente del Hospital Roffo. En fin, he estado siempre conectado. Incluso estuve a punto de volver a vivir en el país un par de veces pero cuestiones familiares lo impidieron.
– Hoy estamos frente a un nuevo aniversario del golpe de Estado. ¿Te parece importante la realización de actividades que colaboren para mantener la memoria sobre lo ocurrido?
– Pienso que mantener la memoria es muy importante sobre todo para que la gente aprenda a valorar la democracia. Hoy en día, estoy seguro que cualquiera lo vive como algo natural. Pero uno nunca sabe lo que el futuro nos puede deparar y no se puede subestimar la posibilidad de que, en algún momento, la democracia corra peligro. Pero como suelen decir, lo más difícil de predecir es el futuro. Así que creo que este tipo de entrevistas son fundamentales para que las nuevas generaciones que no vivieron la pesadilla que fue esa dictadura, sepan lo que pasó. Particularmente, en un país que sufrió tantas dictaduras como la Argentina y en el que tanta gente murió asesinada por esas dictaduras. Que no se olvide lo que pasó me parece algo esencial.