Biología marina

¿Qué pasa con el fitoplancton en la Antártida?

Al oeste de la Península Antártica, unos diminutos vegetales de los océanos, conocidos genéricamente con el nombre de fitoplancton, que están muy alejados de la civilización parecen sufrir sus contaminantes. Desde hace más de veinte años, científicos argentinos siguen de cerca sus vaivenes en tiempos de cambio climático.

14 Sep 2018 POR
Hace más de dos décadas, en la base antártica argentina Carlini, los investigadores toman muestras de las aguas en tres estaciones en la caleta Potter, a niveles de profundidad que van desde cero a treinta metros.

Hace más de dos décadas que los investigadores toman muestras de las aguas en tres estaciones en la caleta Potter, a niveles de profundidad que van desde cero a treinta metros. Foto: Carlos Bellisio (IAA).

En tiempos del cambio climático, cuando los hielos se derriten, el nivel del mar aumenta, las temperaturas baten cada año sus propios records, ¿qué les ocurre, en el oeste de la Península Antártica, a seres muy pequeños habitantes de aguas australes?  Se trata de vegetales chiquitos que vagan por los mares a los tumbos. De allí su nombre: fitoplancton. Parecen insignificantes, pero son el primer plato de comida en la cadena alimentaria de los moradores oceánicos. Por eso, su abundancia o escasez puede generar consecuencias de dimensiones considerables en el delicado equilibrio acuático. Desde hace más de veinte años, Irene Schloss, investigadora del Instituto Antártico Argentino y del CONICET, junto con su equipo, sigue de cerca los vaivenes de estos organismos claves por absorber dióxido de carbono durante la fotosíntesis, en un planeta donde el hombre se ha empeñado en contaminarlo todo, emitiendo gases que retienen el calor.

“Desde mi primera campaña en 1990 a la Antártida, hasta mi última en 2016, veo con mi propios ojos el calentamiento global. Antes el glaciar Fourcade, en Caleta Potter, caía de pique al agua, no había playa. Ahora, prácticamente se puede dar vuelta la caleta caminado por la orilla. Esto habla de un enorme retroceso del hielo”, describe esta científica, quien vino desde Ushuaia para ser parte de la X Jornadas Nacionales de las Ciencias del Mar, realizada, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

Cada vez que esas masas gigantescas de agua dulce congelada se resquebrajan por el aumento de temperatura, pedazos de ellas se diluyen para siempre en los océanos, que no sólo ven mermar su nivel de salinidad sino su transparencia. “Las condiciones lumínicas del mar se ven afectadas por el aporte de los materiales de los glaciares que se derriten. Por otro lado, fuertes vientos, la mezcla vertical de las aguas, suman malas condiciones de luz para el fitoplancton y no hace posible su desarrollo”, describe Schloss, del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC).

Irene Schloss

Ella comenzó en 1991 un seguimiento que está haciendo historia. Hace más de dos décadas, en la base antártica argentina Carlini, invierno o verano, una de las rutinas a cumplir es tomar muestras de las aguas en tres estaciones en la caleta Potter, a niveles de profundidad que van desde cero a treinta metros. Clorofila, material articulado en suspensión, perfiles de salinidad, temperatura, nutrientes y composición del fitoplancton, son algunos de los numerosos datos que se registran sistemáticamente. “Ahora estamos en un invierno con clorofila baja. En enero de 2018, el nivel fue un poco más bajo en relación con los picos de 2016, pero todavía más alto que la serie de 1991 a 2009”, compara esta graduada de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

En los primeros años del muestreo, la productividad del fitoplancton resultaba escasa. “El 2010, en particular, fue un año frío que generó una pausa en el derretimiento glaciario, buenas condiciones de luz en el agua y floreció el fitoplancton”, historia. Esta brisa fresca generó efectos prolíficos hasta el 2016. “Los dos últimos veranos –remarca- fueron cálidos y ya vemos que la concentración de clorofila, otra vez, está bajando”. Este rastreo periódico también da cuenta “del calentamiento del agua superficial o de la atmósfera que no es una muy buena noticia en cuanto a la retroalimentación negativa del dióxido de carbono”.

Mar menos salado

Fitoplancton.

El hielo derretido de glaciares aporta agua dulce al mar y genera cambios en su salinidad. ¿Cómo afecta al fitoplancton? “En  cuanto a la abundancia total -responde-, en dos semanas de cultivo, observamos que las concentraciones se equilibran. Lo que cambia es la composición de la comunidad y esto no es trivial. En general, vemos que el fitoplancton de mayor tamaño, más de 20 micras, es más sensible a la baja salinidad.  Y, las especies de menor talla resisten mejor la disminución de salinidad. Esto que parece un dato menor, no lo es, porque el krill y otros organismos prefieren el fitoplancton más grande. Al haber una oferta alimenticia de menor calidad para ellos, esto va a repercutir sobre todo el ecosistema otra vez”.

Si bien los últimos registros del fitoplancton están lejos de ser alentadores para el futuro del planeta, ella acerca una mirada particular. “No soy fatalista con esto. Creo que la vida le encontrará la vuelta. Va a haber cambios, con especies ganadoras y perdedoras, pero así fue la historia desde que el hombre habita este planeta. Hemos extinguido no sé cuántas especies desde la aparición del Homo sapiens. Tal vez sea menos fácil para nosotros ahora adaptarnos, pero la vida va a continuar”, concluye, mientras se prepara para zambullirse en el problema de la marea roja en el Canal Beagle, un tipo de floración tóxica de fitoplancton que afecta la vida de maricultores y pescadores artesanales al perturbar por meses su actividad económica.