Macroevolución

Elogio de la lentitud

Un novedoso estudio publicado en la revista Science, analizó 35 millones de años de evolución de los perezosos gigantes en Sudamérica, sus distintas estrategias de adaptación al cambio climático, el crecimiento en el tamaño corporal de los terrestres y la disminución en el caso de los arborícolas, entre ellos, las pocas especies que sobrevivieron a un colapso que empezó hace sólo 12 mil años, debido a una amenaza que se esparció demasiado rápido por el continente: el ser humano.

3 Jun 2025 POR

Un novedoso estudio de un equipo de investigación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, publicado en la edición de mayo de la prestigiosa revista Science, analizó 35 millones de años de evolución de un característico grupo de mamíferos sudamericanos, los perezosos gigantes, a partir de un exhaustivo análisis de las modificaciones en su tamaño corporal y sus diferentes estrategias de adaptación al cambio climático, aportando una sólida explicación para su reciente colapso, que adjudica a la colonización del subcontinente por el ser humano.Un novedoso estudio de un equipo de investigación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, publicado en la edición de mayo de la prestigiosa revista Science, analizó 35 millones de años de evolución de un característico grupo de mamíferos sudamericanos, los perezosos gigantes, a partir de un exhaustivo análisis de las modificaciones en su tamaño corporal y sus diferentes estrategias de adaptación al cambio climático, aportado una sólida explicación para su reciente colapso, que adjudica a la colonización del subcontinente por el ser humano.

El prolongado aislamiento de Sudamérica de los otros continentes propició la evolución de mamíferos muy peculiares, los grandes perezosos terrestres. Que eran, en su gran mayoría, bien diferentes de los actuales, asombrosamente lentos y mucho más pequeños, colgados de las ramas. En las pampas argentinas, por ejemplo, vivía el fabuloso megaterio (Megatherium americanum), que podía pesar más de 4 toneladas.

A medida que el movimiento de las placas continentales y las alteraciones en la órbita planetaria generaron cambios en el clima que condujeron al reemplazo de extensos bosques por praderas, el estilo de vida terrestre se vio favorecido. El resultado fue, en los últimos 14 millones de años, la radiación de diversas especies de perezosos de gran tamaño, adaptados a diferentes estrategias ambulatorias y preferencias dietéticas, actores centrales de la megafauna de mamíferos americanos, desde Yukón hasta el extremo sur de la Patagonia.

El prolongado aislamiento de Sudamérica de los otros continentes propició la evolución de mamíferos muy peculiares, los grandes perezosos terrestres.

El ambicioso trabajo del Grupo de Biología Integral de Sistemas Evolutivos que lidera Ignacio Soto, y cuyo primer autor es Alberto Boscaini, combina estudios fósiles y árboles evolutivos de los perezosos con información sobre su masa corporal y su ecología, y traza un pormenorizado mapa de su historia a lo largo de los últimos 35 millones de años. Titulado “Adaptaciones espléndidas: auge y declive de los perezosos gigantes americanos”, el artículo revela linajes definidos por radicales fluctuaciones del tamaño corporal y profundas reinvenciones adaptativas que llevaron a una gran expansión de estos animales por el continente, y retrata la causas de su abrupto decaimiento, claramente ligadas a la llegada del ser humano.

“Alberto (Boscaini) trajo al grupo de estudio información muy valiosa desde la paleontología, la base de datos más completa y exhaustiva sobre perezosos, que se complementó con las filogenias que habíamos generado desde la biología evolutiva –explica Ignacio Soto, biólogo, investigador del CONICET en el Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA)–. Y si bien las preguntas que nos formulamos se apoyan en los fósiles como evidencia primaria, refieren a patrones y procesos generales de este grupo de especies a lo largo de muchísimo tiempo, y suponen, por lo tanto, un enfoque analítico integral en términos de macroevolución, que es lo que nos interesaba desarrollar”.

(De izq. a der.) Eduardo Soto, Alberto Boscaini e Ignacio Soto. Foto: Diana Martinez Llaser

“Los estudios macroevolutivos –continúa Soto– adolecen por naturaleza de un problema de potencia: querés entender procesos muy complejos y, a veces, estadísticamente, tenés pocos grupos, pocas especies para comparar. Con una base de datos como esta, se pueden ver más cosas. Y es lo que pasó. Pudimos describir patrones, datar cuándo el grupo diverge, cuándo empieza a perder variabilidad, y establecer una cronología muy precisa, relacionando además esos incrementos y caídas en la diversidad con los cambios en la temperatura global”.

“Reuniendo una cantidad de datos que hasta aquí nunca se habían analizado en conjunto, hallamos un patrón evolutivo en tres óptimos adaptativos, definidos por el uso del sustrato, que se mantienen a lo largo del tiempo: especies terrestres, semiarborícolas y arborícolas”, precisa Boscaini, paleontólogo italiano que hace poco más de cinco años se sumó al grupo de estudios.

Ninguna crisis climática previa afectó a los perezosos de manera tan radical, lo que apunta a la presión antropogénica cómo la variable nueva y como el golpe final.

La masa corporal de los perezosos fue adaptándose en función de las distintas estrategias vitales ante los cambios climáticos y geográficos: la “terrestrialidad” favoreció una lenta evolución hacia el gigantismo, con animales de más de una tonelada de peso, mientras que las transiciones hacia hábitos arborícolas generaron una drástica y mucho más rápida reducción del tamaño, hasta llegar a las especies actuales, que no superan los 10 kilos. Ahora bien, tras millones de años de adaptación y diversificación, los perezosos terrestres desaparecieron abruptamente durante la transición Pleistoceno-Holoceno.

La discusión sobre el factor humano como causa determinante de la extinción de buena parte de la megafauna global en ese período, hace unos 12 mil años, no es nueva. En la investigación sobre el auge y la caída de los perezosos gigantes, la evidencia es palmaria.“Nos dimos cuenta que las variables paleoclimáticas y geográficas no bastaban para explicar el colapso. En muchos estudios, esa ‘culpa’ del ser humano queda medio difusa. Pero en las Américas y en este grupo en concreto, comprobamos que fue así”, sostiene Soto.

El trabajo publicado en Science no deja dudas: las especies continentales se extinguieron a medida que los humanos se extendían por América, mientras que las de las islas, como los perezosos del Caribe, sucumbieron más tarde.

“La cronología de su extinción refleja la expansión humana –señala Boscaini–. Durante los picos glaciales e interglaciales del Pleistoceno observamos la mayor disparidad de tamaños corporales. Ese fue el auge: a lo largo del Cenozoico tardío, en los últimos 20 millones de años, el enfriamiento de las temperaturas globales se correlaciona perfectamente con el aumento de la diversidad de los perezosos. Pero considerar solo el factor climático para analizar la declinación posterior del grupo, no funciona. Ninguna crisis climática previa los afectó de manera tan radical, lo que apunta a la presión antropogénica cómo la variable nueva y como el golpe final”.

Sobre la computadora de Boscaini descansan una serie de perezosos icónicos, entre ellos, el empleado público del film Zootopia, lento hasta la exasperación, y un muñequito de Sid, el perezoso terrestre de La Era del Hielo. Precisamente, esa saga de animación puso en escena para el gran público los dos elementos clave del debate: las glaciaciones y el arribo del hombre.

“Lo contrafáctico del estudio es que a Sudamérica le pasó de todo en términos climáticos y ecológicos durante 35 millones de años, y lejos de colapsar, este grupo evolucionó exitosamente hasta el advenimiento del ser humano. O sea, su colapso, en los últimos 12 mil años, no fue la última bala de las glaciaciones. En un contexto de cambio climático, fue la presencia humana lo que se tornó irremontable para los grandes perezosos”, puntualiza Soto.

Los perezosos prosperaban cuando los cambios ambientales eran graduales y tenían tiempo para adaptarse a nuevos nichos ecológicos.

Hoy sólo quedan pequeños perezosos arborícolas: seis especies, algunas de ellas amenazadas, distribuidas en dos géneros – Choloepus, de dos dedos, y Bradypus, de tres– que no están emparentados entre sí y llegaron a ser arborícolas desde distintos grupos, al cabo de millones de años, en uno de los casos más notables de convergencia evolutiva en mamíferos.

¿Por qué captó este trabajo la atención de Science? “Típicamente, la paleontología llega allí a partir del descubrimiento de algún fósil muy raro, que cambia radicalmente lo que se sabía sobre algo, y ese hallazgo suele tener mucho de fortuito. A nosotros –dice Soto– nos enorgullece haber llegado a una revista de tanto prestigio sin haber descubierto ningún fósil nuevo, reinterpretando lo que otros fueron desenterrando, pero con una potente rigurosidad en el análisis”.

La historia evolutiva de los perezosos ofrece entonces una doble lección: por un lado, la de un linaje que se las ingenió para reinventarse ante los desafíos ecológicos, oscilando entre estilos de vida arborícolas y terrestres, reduciendo y aumentando de tamaño, en una gran demostración de adaptabilidad; y por el otro, la de la vulnerabilidad que supone, aún para grupos tan versátiles, enfrentarse a presiones inéditas, como la súbita aparición de los humanos.

El trabajo revela que la resiliencia tiene sus límites. Los perezosos prosperaban cuando los cambios ambientales eran graduales y tenían tiempo para adaptarse a nuevos nichos ecológicos. Pero la perturbación antropogénica, a partir de la caza y la desestabilización del ecosistema, fue demasiado rápida. “Hoy, en tiempos en los cuales la biodiversidad se enfrenta a crisis igualmente abruptas y provocadas por nuestra especie, la historia de los perezosos nos recuerda que la supervivencia no es sólo cuestión de poder de adaptación, sino de tiempo para hacerlo”, afirma Ignacio Soto.

“Como especie, los seres humanos modificamos el ambiente muy rápido, rompemos ecosistemas a gran velocidad, y no le damos tiempo para adaptarse a la fauna que coexiste con nosotros –agrega Eduardo Soto, también biólogo y miembro del grupo de investigadores del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de Exactas UBA que publicó sus hallazgos en Science–. A los perezosos no les bastaron unos pocos miles de años para adaptarse. Sólo sobrevivieron algunas especies arborícolas, que quedaron inaccesibles, en las copas de los árboles. Por supuesto, no podríamos pedirles a los humanos que colonizaban América una reflexión sobre la sustentabilidad ambiental. Obviamente no tenían el objetivo de extinguir especies, sino alimentarse, proveerse abrigo, subsistir”.

“Pero, a diferencia de aquellos humanos, hoy nosotros sí somos conscientes de la presión que ejercemos sobre muchas especies, aún más exacerbada”, concluye Boscaini, y hace un elogio de la lentitud: “En lugar de explotar recursos a una velocidad inédita, podríamos aprender de los perezosos actuales que pudieron, con un metabolismo muy bajo, reducir sus requerimientos energéticos”.