Patricia Fernández
Universidad y dictadura

«No nos han vencido»

Patricia Fernández es bióloga de Exactas. Ingresó a la Facultad en 1975 desde el Nacional Buenos Aires donde ya había sufrido una serie de situaciones represivas. Apenas llegada a Exactas fue amenazada por el decano Raúl Zardini. Fue perseguida por los militares y tuvo que esconderse por algún tiempo pero nunca quiso abandonar la carrera. Volvió a Exactas y ya como ayudante fue expulsada de una cátedra. En esta entrevista, Fernández cuenta con detalle todas las experiencias que tuvo que sufrir y reivindica el espíritu de la generación de la que forma parte.

22 Mar 2024 POR

¿En qué año llegaste a la Facultad?

– Yo formo parte de la generación del cupo cero de Exactas. Para el primer cuatrimestre del 75 el entonces decano (Raúl) Zardini había establecido que no habría nuevos ingresantes en la Facultad. Recién pudimos empezar a cursar en el segundo cuatrimestre. Previo a eso nos hicieron hacer un curso que era insoportable. Ahí viví el primer hecho violento que sufrí dentro de la Facultad porque, junto con otros dos compañeros, Zardini nos llamó, nos metió en decanato, nos encerró en una habitación y nos dijo: Ustedes son fulano, mengano y sultano, vienen del Nacional Buenos Aires. Tengo todo el prontuario de ustedes, así que acá no jodan. Nos amenazó porque habíamos protestado en contra del curso. Esa fue nuestra bienvenida en la Facultad.

– Vos cursaste el secundario en el Nacional Buenos Aires, en parte, durante la dictadura de Lanusse. ¿viviste situaciones represivas en el colegio?

– Toda esa historia que fue tremenda. En la época de Lanusse, años 71, 72, si uno quería ir al baño fuera del horario del recreo, no podía ir solo, había unos celadores en la esquina de cada uno de los pasillos y te tenían que acompañar. Era la época de las minifaldas y nos medían con el centímetro para ver si el jumper estaba un milímetro arriba de la rodilla. Era la época de los pelos largos y a los varones les ponían los dos dedos en el cuello para asegurarse que el cabello no tocara el cuello de la camisa. Fue una época muy represiva. En tercer año, hicimos una revuelta para demostrar que no soportábamos más la opresión. Ahí nos quisieron echar a todo el turno tarde. Pero bueno, fuimos a hacer la denuncia a los medios y nos tuvieron que reincorporar. Después vino la primavera democratica que fue una etapa hermosísima hasta el año 74 cuando intervienen la UBA y echan a Aragon que era el decano del colegio. Ahí tomamos el colegio, lo que fue también toda una experiencia de la cual fuimos protagonistas. Yo era delegada de quinto año del turno tarde y militaba en la JP Regionales en San Martín.

– En esa etapa, ¿viviste vos o tus compañeros situaciones de violencia en el colegio?

– Sí, la finalización de nuestra secundaria fue dramática. Un día estábamos en una asamblea y los de quinto año teníamos que hacer como un cordón de seguridad en el fondo del pasillo central. Y, de repente, se levantó como una marea humana, los chicos de primero empezaron a correr hacia el subsuelo y vemos unas 30 personas armadas, policía de civil, con revólveres en la mano. Nos querían obligar a meternos en las aulas y nosotros decidimos salir del colegio y nos fuimos a hacer la denuncia a un diario que quedaba a la vuelta. Como respuesta, las autoridades decidieron que ese era el final de nuestras cursadas, nunca más pudimos entrar al colegio. Y recién en 1984 nos entregaron nuestros diplomas. En ese momento apenas nos dieron una constancia de que habíamos terminado quinto año. Fue como que nos dijeron: ¡Váyanse! No los queremos ver más. Éramos los que apestábamos, eramos malas influencias para los demás. Fue dramático terminar así el secundario.

“Zardini nos llamó, nos encerró en una habitación y nos dijo: Ustedes son fulano, mengano y sultano, vienen del Buenos Aires. Tengo todo el prontuario de ustedes, así que acá no jodan”.

– Año 75, llegás a Exactas, ¿con qué panorama te encontrás en la Facultad?

– Con un panorama de mucha represión. Esa amenaza de Zardini nos paralizó. Y dijimos, bueno, acá no podemos hacer demasiado bardo. Yo, además, había decidido encuadrarme en la organización porque en los barrios la situación ya era muy peligrosa, habían puesto una bomba en una unidad básica de San Martín. Así que me incorporé al Frente Universitario y ya empecé a tener una disciplina, a consultar con mis compañeros responsables, ya no me movía por la propia. En ese marco participé de la organización de las últimas elecciones del Centro de Estudiantes, que fueron clandestinas porque la facultad ya estaba como militarizada. Había mucha gente rara, obviamente de civil. Pero como yo era peronista, los fachos peronistas no nos jorobaban demasiado.

¿Te acordás si antes del golpe militar, ya había policía de uniforme en la Facultad controlando los ingresos?

– Yo de eso no me acuerdo para nada. Lo que sí te puedo decir es que antes del golpe del 76, a uno de los responsables de la JUP de Exactas, Quique, ya lo habían chupado y mucho después nos enteramos de que había estado detenido en Campo de Mayo. O sea que, sobre Exactas, ya habían empezado a actuar antes del golpe.

Llega el golpe del 24 de marzo de 1976 ¿Qué pensabas que podía ocurrir y de qué manera impactó en la Facultad?

– Mirá, al principio yo creo que nos anestesiamos. No pensamos que iba a ser lo que fue. Me acuerdo perfectamente de que la noche anterior ya había un olor a golpe tremendo. Mi papá me despertó a las 6 de la mañana, una amiga se había quedado a dormir en mi casa, y nos dijo tengan cuidado porque ya se produjo el golpe. Yo me fui a la Facultad, estaba cursando Zoología, en el aula había un silencio que impresionaba. Nadie hablaba. Después yo supe que nuestra JTP se tuvo que exiliar. Yo te diría que el primer cimbronazo de ese año fue cuando desaparecen Beto (Gutman) y Juan Carlos (Losoviz), dos de mis compañeros de secundaria, en el segundo semestre del 76. Pero, desde el 24 de marzo hasta las vacaciones de invierno, en la Facultad yo no veía que hubiera cambiado nada. A ellos los secuestraron en septiembre. Algo que nunca se me va a ir de la cabeza es que ese día justo tomamos un café en el Pabellón 2, serían las 7 de la tarde. Me acuerdo de la ventana, la mesa, todo, y después de ese día no los vi nunca más. Esa misma noche lo secuestraron  a Juan Carlos y al día siguiente lo fueron a buscar a Beto. Nunca más aparecieron. En ese momento no sabíamos qué había pasado. Decíamos, bueno, ya van a aparecer. Pero ahí empezamos a no hablar, como que empezamos a adormecernos. Nadie preguntaba, nadie hablaba, ni siquiera entre nosotros, los amigos, los militantes. Rarísimo. Pero el año más trágico, por lo menos para mí, fue el 77.

– Para ese momento, se planteaba la posibilidad de hacer algún tipo de militancia en la Facultad?

– Mirá yo estaba en la JUP y la evaluación era que en la Facultad ya no se podía hacer nada. Creo que esa fue una de las razones por las cuáles un grupo de personas y yo decidimos alejarnos, desencuadrarnos. Ya veníamos en crisis, pero la situación empezó a militarizarse, teníamos que poner un caño acá, un caño allá. Nosotros éramos militantes de superficie, no estábamos de acuerdo, discutíamos mucho. Las reuniones de militancia se hacían fuera de la universidad. Ahora, en la Facultad no hacíamos nada.

“Yo te diría que el primer cimbronazo de ese año fue cuando desaparecen Beto (Gutman) y Juan Carlos (Losoviz), dos de mis compañeros de secundaria, en el segundo semestre del 76”.

A partir del golpe, o antes, ¿era habitual la presencia de policías de civil en la Facultad?

– Empezó en el 75, ahí ya se decía que había gente rara. Es más, cómo se enteraron cuando nosotros hicimos la revuelta en el curso de ingreso, había algún infiltrado dentro del curso que le fue a botonear al decano. Entonces, volviendo a tu pregunta, nosotros no los veíamos pero en el 76 ya todos pensábamos que había y nos cuidábamos. Por eso yo creo que no hablábamos entre nosotros. No sé cómo nos enterábamos de las cosas.

– Vos dijiste que para vos el peor año fue el 77, contame qué te pasó.

– Un día yo estaba en una clase, en Biometría, y viene una compañera, se sienta atrás, me dice que no me de vuelta y me cuenta que el alemán cayó. El alemán era el compañero con el cual yo me encontraba una vez a la semana. Ella era su compañera y estaba embarazada. Me quedé helada. Me preguntó si necesitaba algo y yo no le contesté nada. Al poco tiempo, empiezan a buscar y llevarse detenidos y desaparecidos por algún tiempo a muchos compañeros del secundario, algunos de los cuales estaban en la Facultad y cursaban Biología. Una noche yo estaba estudiando en la casa de una compañera y a las 3 de la mañana llega otro compañero y me dice: Reventaron mi casa preguntando por Patricia Fernández. Esa familia sabía que yo estaba a tres cuadras de la casa y no dijeron nada. Por eso yo no tengo más que agradecimiento por el coraje que tuvieron. A mí me agarro un temblor terrible, no paraba de temblar. ¿Qué hago? Estaba sola, ya sin encuadramiento militante. Fue como una película. En un momento dado, viene la hermana mayor de mi compañera dueña de la casa y dice: Miren, se tienen que ir, porque acá estamos todos en peligro. Y pregunta: ¿Alguien necesita algo?. Yo -contesté-. Conté lo que me pasaba, todos me miraban como si yo fuera Norma Arrostito. Y esta persona, a la que yo recién conocía, me dijo: Yo te puedo dar un lugar para que pases la noche segura. Y me fui con ella. Me despertó a las 8 de la mañana y ahí me fui a la casa de mis tíos. Ellos se lo contaron a mis viejos, porque el temor era que me fueran a buscar a mi casa. Pero era tal la locura de los militares que nunca me fueron a buscar mi domicilio legal. Obviamente, tuve que dejar la Facultad. Me fui para Mar del Plata, pero ahí los milicos estaban haciendo una carnicería. Y terminé protegida por unas monjas que consiguió mi familia. Yo había desaparecido de la noche a la mañana de la Facultad, los docentes preguntaban y la historia era que yo tenía una úlcera, que tenía que hacer reposo absoluto y por eso no podía ir. Entonces, algunos de mis compañeros se organizaron para darme los apuntes. Se encontraban con mi abuelo en Cabildo y Monroe y así me llegaban a mí. Para mí era una manera de sobrevivir estudiando.

– En ese momento, ¿no pensaste en irte del país?

– Sí, junto con otra compañera que también tenía problemas de seguridad estábamos armando todo para irnos a Israel. Estaba juntando la plata para irme cuando a una de las compañeras de la carrera se le ocurre una jugada que podría haber salido muy mal porque después nos enteramos de que por ese mismo mecanismo mucha gente fue chupada. La idea era presentarnos como ayudantes de segunda en una materia que habíamos cursado. Nos decían que si nos estaban siguiendo no nos iban a dar el lugar, porque toda la documentación iba a la SIDE. Entonces, si te aprueban, no te están buscando y si no te aprueban, te vas al exterior. Al tiempo, nos avisan que nos habían aceptado. Así que volvimos como si no hubiera pasado nada. Pero claro, yo había perdido la regularidad. Entonces fui a hablar con los docentes, mi verso era que había estado enferma y los docentes me dicen que dé el próximo examen y listo, que no perdía la regularidad. Por eso te digo, la solidaridad se expresó de muchas maneras. Entonces no me atrasé en la carrera.

Y después, ¿supiste por qué te habían ido a buscar los militares?

– Sí, nos enteramos. Había una compañera del secundario cuyo padre era de la Aeronáutica. Ella militaba en Montoneros y el padre entregó el listado de personas que ella tenía agendada. Y de esa lista fueron a buscar a todos. A ella después la mataron. El padre vendió a la hija y a todos sus compañeros del colegio. Cosa que ella, Patricia se llamaba, nunca se hubiera imaginado porque si no, hubiera sacado esos papeles de su casa. Fue tal el odio del padre por la situación que nos mandó presos a todos.

“Una noche yo estaba estudiando en la casa de una compañera y a las 3 de la mañana llega otro compañero y me dice: Reventaron mi casa preguntando por Patricia Fernández”.

– Me parece increíble que en el marco de la situación que estabas viviendo, en la que corría peligro tu vida, vos estuvieras preocupaba por ver cómo continuar con tu carrera.

– Yo creo que esas cosas fueron las que nos salvaron. La pasión que sentíamos por el estudio, la alegría que teníamos de seguir la carrera. Yo tenía un grupo de amigos y amigas, compañeros y compañeras, todos nos conocíamos, nos llevábamos bien y nos protegíamos y nos divertíamos. Y yo era muy estudiosa, era de las tragas. Y creo que eso me conectó con la vida. Que mis compañeros me fueran a a buscar los apuntes, que me rodearan de afecto. Por ejemplo, había dos compañeros, uno seguía Geología y el otro Química, que me iban a buscar, eran ellos los que entraban antes que yo para ver si había algún peligro y después me llevaban hasta mi casa. Y yo vivía en San Martín, pero bien al fondo. Increíble. Por eso te digo, la solidaridad fue algo que nos salvó.

– Vos participaste en la revista Doble Hélice, ¿verdad?

– Sí, fui parte del grupo que fundó la revista. Me acuerdo que por el año 80, escribí un artículo que se titulaba “La igualdad humana no es un problema genético”, porque yo seguía la orientación en genética. Un día estoy en el pasillo del cuarto piso, que era donde cursábamos, me cruza alguien que yo te puedo asegurar que no sé quién es pero, según me comentaron mis compañeros, era Zardini. Era un facho, eso seguro. Me enfrenta y me dice: ¿Usted es fulana de tal?¿Usted escribió este artículo en la revista Doble Hélice? Sí. Usted es comunista. Y a mí me sale de adentro y le digo: comunista no, yo soy peronista. Después me di cuenta de lo que había dicho. El tipo me mira,  se ríe y me dice: Bueno, vaya, vaya. Parece ser que fue ese artículo, entre otros, la causa por la que empiezan a perseguir la publicación y nos obligan a cerrar la revista. Vos fijate que, en el 80, todavía estaba esa cosa donde el tipo me acusa de comunista porque hablé de la igualdad humana. Ahí entonces quedaba claro que la situación no estaba bien en la Facultad.

– Y eso que ya eran los años 80 cuando se suponía que el nivel represivo de la dictadura había bajado un poco…

– En los 80 me pasó otra cosa. A mí me faltaba una sola materia y estaba como docente de un curso con alumnos muy piolas. Un día viene la ayudante y me dice: Decile a tus alumnas que no usen remera escotada. ¡Imaginate! Yo la miro y le digo: “Decíselo vos. Yo no lo voy a hacer”. Empezamos a discutir y no se los dije. Más adelante en la cursada, pongo las notas de laboratorio y después veo que la jefa de trabajos prácticos les había bajado las calificaciones a todos. La confronté, le dije que ella no me podía bajar las notas que yo había puesto. Entonces me fui como una tromba a ver a la jefa de cátedra, con la que tenía una buena relación. Ni bien entro, no puedo ni abrir la boca, y me dice: Ni en la época de los montoneros nos pasó esto. Presentá la renuncia porque te va a convenir. Así me lo dijo. ¡Imagínense! Bueno, firmé la renuncia. Esa era la Facultad de esa época. Una locura. Y no te estoy exagerando ni un poquito. No quise ser docente nunca más.

“Somos una generación que no nos dejábamos vencer. Peleamos hasta donde pudimos. Y los que seguimos con vida, a nuestra manera, seguimos peleando”.

– ¿Cómo calificarías la situación académica de la Facultad durante la dictadura?

– Pésima. De Evolución no veías nada porque estaba prohibida. A nosotros nos encantaba. En Genética, después nos enteramos de muchos docentes que eran re capos se habían tenido que ir. Los que quedaron, una mediocridad… no te puedo explicar. Eso también fue parte del aparato represivo. Tener que soportar profesores mediocres que no sabían ni formular preguntas. Decí que nosotros estudiábamos afuera lo que no nos daban en la facultad. Claro que no todos los docentes eran iguales. Por ejemplo, en Introducción a la Botánica yo tuve un JTP que era un capo y se muere en el 77. Pero Ecología, Evolución y Genética, un desastre. Sé que en otras orientaciones la situación no era tan mala.

– Patricia, cuándo vos hoy, después de tantos años, mirás esa etapa y reflexionás sobre lo ocurrido, ¿cómo la recordás?

– Es difícil. Por momentos con mucha tristeza, por momentos con mucha impotencia, por momentos pienso ¡qué loca de atar! Puse en riesgo mi vida no una, sino muchas veces. Pero, por otro lado sin arrepentimiento alguno. No sé si volvería a hacer las mismas cosas pero…

Vos me dijiste que querías dejar un mensaje en relación a lo que fue tu generación…

– Yo no es que quiera autoelogiarnos cómo generación porque también cometimos muchísimos errores, algunos de los cuales tuvieron consecuencias trágicas. Yo incluso fundé una agrupación, en la que milité durante 33 años donde fuimos muy autocríticos de la etapa de Montoneros. Pero a veces tenemos nuestras diferencias con ciertas posturas de los organismos de derechos humanos en cuanto a que nosotros no éramos perejiles, ni éramos boludos que nos engañaban. Todos tuvimos compromisos por convicción. Nadie nos obligó a hacer nada de lo que hicimos. Y no nos sentimos víctimas. Combatimos por un país mejor, con nuestros errores y nuestros aciertos. Y si la represión fue tan grande, fue por nuestros aciertos y no por nuestros errores. Pero lo que quiero rescatar y que a veces se deja de lado, es esto: Cacho (Scarpati), mi compañero de vida, estuvo detenido desaparecido en El Campito durante 5 meses. Él se pudo escapar en uno de los traslados y fue el principal testigo en los juicios para meter presos a todos los capos de Campo de Mayo.  Cacho siempre decía que había que recordar a los integrantes de esa generación que sufrimos muertes, torturas, asesinatos, ser arrojados de un avión, como lo que éramos. Es decir, no sólo recordarlos en los campos de concentración sino también en las unidades básicas, en la universidad, en los colegios, en aquellos lugares donde fuimos felices, donde formamos parejas, donde tuvimos hijos, donde desarrollamos nuestra profesión, donde nos enamoramos de la vida. Esa parte a veces desaparece y yo quería remarcar que, a pesar de todo, como dice la canción, de las bombas, de los fusilamientos, de los compañeros presos y desaparecidos, no nos han vencido. Por eso también nos tenemos que recordar con alegría. Somos una generación que no nos dejábamos vencer. Peleamos hasta donde pudimos. Y los que seguimos con vida, a nuestra manera, seguimos peleando.

Memoria

El testimonio completo de Patricia Fernández, que dio origen a esta entrevista y que es mucho más extenso, forma parte del Archivo Oral de la Memoria de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.