Montañas de residuos
Los volúmenes de basura son cada vez mayores. Los rellenos sanitarios colapsan y generan contaminación, además de olores pestilentes. En Europa, se la quema para generar electricidad, pero es una energía cara y contaminante. El nuevo paradigma propone, en primer lugar, reducir, luego reutilizar y, como último recurso, reciclar. La meta de basura cero es, por el momento, una utopía.
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La ciudad de Buenos Aires y el conurbano producen más de 15 mil toneladas diarias de basura; apenas el 5% se recicla, y el resto se entierra en los rellenos sanitarios del CEAMSE. La mayor proporción corresponde a los porteños, que generan, en promedio, unos 750 kilos de residuos anuales por persona. Un valor similar a lo que se produce en los Estados Unidos, mientras que Suecia y Finlandia generan alrededor de 450 kilos, y Japón aún menos: 410 kilos.
A fines del siglo XIX cada porteño originaba un kilo de residuos por día, pero hoy ese valor se duplicó. También cambió la composición: a fines del siglo XIX, el 75% eran restos de alimentos, cenizas y polvo del barrido de los pisos, y un 25% eran latas, vidrios y loza. En la actualidad, los restos orgánicos disminuyeron a un 40%, pero los plásticos, los papeles y los cartones suman otro 40%.
La forma tradicional para eliminar la basura ha sido quemarla o acumularla en sitios adecuados. En Europa, con escaso espacio para rellenos sanitarios, numerosas plantas generan energía a partir de la incineración de residuos. “Esos sistemas no solo emiten sustancias tóxicas al ambiente, como dioxinas y furanos, sino que también, al no haber separación previa, van a contramano de los programas de reciclaje y reducción de desechos, generando costos muy altos a los municipios”, resume la licenciada Consuelo Bilbao, Coordinadora de la Unidad Política de Greenpeace Argentina. Asimismo, esos sistemas desperdician energía, pues necesitan apoyo de un combustible fósil (por ejemplo, gas natural) ya sea para el arranque, o para secar la materia orgánica, cuyo contenido de agua puede alcanzar el 60%. Bilbao advierte: “La ecuación energética es muy mala, y resultan más contaminantes que el uso del carbón”.
Las plantas incineradoras son costosas de construir y mantener, y requieren grandes volúmenes de residuos para seguir operando. Los contratos les aseguran un flujo constante de basura, haciendo difícil que los municipios inviertan en políticas de reducción y reciclaje.
En Estados Unidos se discuten los pros y los contras de esas tecnologías. Si bien cuentan con territorio para rellenos sanitarios, el transporte hasta esos sitios implica altos costos y contaminación ambiental.
Lo cierto es que los rellenos sanitarios son un riesgo para la salud, por las sustancias tóxicas presentes en la basura, y también para el ambiente, por los gases de efecto invernadero que ocasiona la descomposición de la materia orgánica.
Los desechos tóxicos generados por fábricas, hospitales y laboratorios de investigación, entre otros, deben ser tratados y luego dispuestos en rellenos de seguridad. Sin embargo, “en los hogares también se producen desechos peligrosos que van junto con los residuos sólidos urbanos”, advierte la licenciada María Fernanda Bauleo, asesora técnica de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación. Los residuos peligrosos domiciliarios incluyen pilas, insecticidas, latas de pintura, tubos de luz, entre otros.
En cuanto a las pilas, Bauleo señala que, si bien hay proyectos de ley que obligan al importador a ocuparse de la gestión de esos productos, hasta ahora no hay normas al respecto. “Las campañas de juntar las pilas, por ejemplo en escuelas, no tienen sentido mientras no se establezca previamente un lugar para hacer un tratamiento específico y disposición para ese tipo de residuo”, opina.
¿Basura cero?
Desde una perspectiva ambientalista, enterrar los residuos implica un desperdicio de materias primas, agua y energía empleada en fabricar bienes y alimentos. Por ello, la idea es cambiar la óptica y no verlos ya como un problema sino como una fuente de recursos aprovechables. “El nuevo paradigma es la gestión integral de los residuos sólidos urbanos, que se orienta a prestar atención a las etapas previas al relleno sanitario, y a hacer inversiones en políticas de minimización, como promover una ley de envases, que todavía no tenemos, aunque sí hay un proyecto”, sostiene Consuelo Bilbao, de Greenpeace Argentina.
De acuerdo con la nueva óptica, en diversas ciudades del mundo se adoptaron planes de “basura cero”, con el fin de disminuir en forma gradual los residuos que van a disposición final. En tal sentido, se intenta promover cambios de hábitos en la sociedad. Entre las estrategias, se propone reducir, reutilizar y reciclar (las tres “R”). Primero, reducir la cantidad de residuos que generamos, por ejemplo, no comprando productos con exceso de embalaje, o evitando envases descartables y bolsas plásticas. Luego, reutilizar los envases de vidrio, lata o cartón. Por último, convertir los restos de un producto en materia prima para fabricar otros; pero, para ello, es necesaria la separación previa.
En la Comunidad Económica Europea, la meta es reducir la basura en un 50%, tomando como base la generada en 1995. Para el 2020, la merma esperada es del 65%. En muchas ciudades es obligatorio clasificar los residuos en origen.
En 2005, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires sancionó la Ley 1854 de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos (Ley de Basura Cero), que fija un cronograma de reducción progresiva de los desechos que van a los rellenos sanitarios. La meta, hasta ahora lejos de cumplirse por falta de acciones concretas, estipulaba una disminución del 30% para 2010, de un 50% para 2012 y de un 75% para 2017, tomando como referencia los datos del CEAMSE al 2004, que indicaba 1.500.000 toneladas para la Ciudad. En lugar de disminuir, la basura creció un 50% y en 2011 trepó hasta las 2.280.000 toneladas.
La ley establece la separación en origen y la recolección diferenciada; y un cronograma paulatino para concientizar y enseñar a los ciudadanos a separar en forma correcta.
Responsabilidad extendida
Esa ley prohíbe la incineración de residuos, con y sin recuperación de energía. Asimismo, contempla el concepto de responsabilidad extendida del productor (REP) que obliga a fabricantes, importadores y distribuidores a ocuparse de las distintas fases del ciclo de vida útil del producto, y en especial de su recuperación, reciclaje y disposición final. En la Unión Europea hay normativas en este sentido, y se aplican a envases, artículos electrónicos, baterías, pinturas, productos farmacéuticos e, incluso, automóviles. El supuesto es que si las empresas están obligadas a pagar por la gestión de los productos una vez desechados, tendrán un incentivo para fabricar artículos más duraderos, fáciles de reciclar y que no contengan sustancias tóxicas.
A nivel nacional, en mayo de 2011 el Senado aprobó el proyecto de ley de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), que, de ser aprobado por Diputados, otorgaría fuerza de ley al principio de la responsabilidad extendida del productor. Entre los RAEE se incluyen las baterías de celulares y computadoras (no las pilas comunes). “También, los circuitos electrónicos y las plaquetas, que contienen pequeñas cantidades de metales preciosos y tierras raras, que actualmente algunas empresas envían al exterior para ser recuperados”, comenta Bauleo, desde la Secretaría de Ambiente.
Por su parte, Bilbao subraya: “Para lograr disminuir los volúmenes de basura será necesario instrumentar diferentes políticas, por ejemplo, dar incentivos para enterrar desechos en la propia casa, así como concientizar para la separación selectiva en los hogares, y la recolección diferenciada: por ejemplo, que pase un camión para retirar los restos de alimentos y otro para residuos secos”.
Una política de separación de los residuos permitiría que la fracción húmeda (restos de alimentos) fuera desviada hacia plantas de compostaje o de biogás. Estos residuos son responsables de generar un gas de efecto invernadero –metano– en los rellenos (por la fermentación anaeróbica) así como olores y posibles filtraciones hacia las napas freáticas.
Aprovechar los desechos
El compostaje, un método para transformar residuos orgánicos en abono, se promueve en varios municipios de la Argentina. De este modo, imitando la descomposición natural mediante microorganismos o con lombrices, la basura se transforma en humus, que posee nutrientes como nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio, calcio y hierro, entre otros.
Otro proceso es la biodigestión, por el cual la materia se degrada en ausencia de oxígeno y se genera biogás, que contiene un 50% de metano, y otros gases como dióxido de carbono, hidrógeno y sulfuro de hidrógeno. Estos sistemas son útiles para proveer energía en áreas aisladas y lejanas de los centros urbanos.
“En los últimos años se instalaron unas veinte plantas de biogás a nivel agroindustrial, por ejemplo, en la industria citrícola de Tucumán y la cervecera en Santa Fe, entre otras”, comenta el ingeniero Jorge Hilbert, Coordinador del Programa Nacional de Bioenergía del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
El biogás sin purificar rinde un 60% del gas natural, pero se lo puede llevar a metano puro extrayendo el dióxido de carbono, explica Hilbert.
Asimismo existen métodos de tratamiento de residuos forestales y cáscaras de frutas secas para la obtención de combustibles líquidos o de gas (Ver recuadro “Energía a partir de biomasa”).
En el área metropolitana, la basura sigue atiborrando los rellenos sanitarios del CEAMSE. “A pesar del nuevo paradigma de reducción y aprovechamiento de la basura, en la práctica, la inversión sigue centrada en la disposición final”, advierte Consuelo Bilbao.
Valorización energética
En el marco del Plan Maestro de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos de la Cuenca Matanza Riachuelo, hay diversos proyectos de producción de energía a partir de basura. Uno de ellos en el predio Norte III, y otro en González Catán (Proyecto CARE “Centro Ambiental de Recomposición Energética”). Ambos fueron licitados por ENARSA (Energía Argentina S.A.). Asimismo, en el relleno de Villa Domínico, cerrado en 2004, funciona una planta de biogás, construida por una empresa holandesa. “Son proyectos MDL (con mecanismos de desarrollo limpio), que se orientan a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero”, explica Bauleo. Estas plantas capturan el metano generado por la materia orgánica, y lo emplean para producir electricidad.
Organizaciones ambientalistas como Coalición Ciudadana Anti-incineración de Buenos Aires, la Alianza Global por Alternativas a la Incineración (GAIA) y Greenpeace Argentina, entre otros, consideran que los proyectos de valorización energética de residuos no son otra cosa que incineración convencional, con impactos en el ambiente y la salud.
Lo cierto es que todavía no hay políticas claras sobre cómo proceder con la basura. “Hay actitudes contradictorias en la sociedad, por un lado se busca reducir los residuos, pero se incentiva cada vez más el packaging, que es basura instantánea”, reflexiona Bauleo, desde la Secretaría de Ambiente, y prosigue: “Si no se analiza el ciclo de vida de lo que luego va a ser desechado, nunca se va a reducir la basura. Es cierto que si hay desarrollo económico se incentiva el consumo, pero ello significa producir más desechos”.
Los intereses en juego son diversos. La basura es un gran negocio para las empresas que la transportan y se encargan de su disposición así como para las que venden plantas de obtención de energía. No hay soluciones mágicas, un camino es modificar hábitos y generar menos desechos. Pero faltan las acciones políticas.
Rellenos sanitarios y biogás
Hasta mediados de la década de 1970, los residuos de los porteños se quemaban en incineradores domiciliarios, que fueron desactivados en 1976 debido al hollín que producían. En 1977 se inició el enterramiento controlado en rellenos sanitarios. En ese año, los gobiernos de la provincia de Buenos Aires y de la Capital Federal crearon la empresa Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE), que se encarga del manejo de los residuos de la ciudad de Buenos Aires y los 34 municipios bonaerenses que integran el área metropolitana.
CEAMSE administra y controla la operación de tres rellenos sanitarios ubicados en la provincia de Buenos Aires: Norte III (Partido de José León Suárez), González Catán y Ensenada. Además realiza el control y mantenimiento de cuatro rellenos ya cerrados: los de Bancalari, Norte I y II, y Villa Domínico.
En el de Villa Domínico (cerrado en 2004), funciona una planta que captura el metano de la descomposición natural de la basura y lo aprovecha para producir energía. El sitio es un predio de 290 hectáreas, que contiene 40 millones de toneladas de basura acumuladas en los últimos 26 años. También en el relleno Norte III, en el Camino del Buen Ayre, hay otra planta de energía con biogás de la descomposición.
Energía a partir de biomasa
El gran desafío es poder eliminar los residuos generados en distintas actividades antropogénicas con el menor impacto sobre el medio ambiente y obtener, al mismo tiempo, algún beneficio, como energía, combustibles o, simplemente, calor. En el PINMATE (Programa de Investigación y Desarrollo de Fuentes Alternativas de Materias Primas y Energía), que funciona en el Departamento de Industrias de la FCEyN, se ponen a punto procesos termoquímicos para obtener energía y otros productos de utilidad a partir de biomasa (forestal, agroindustrial) como ramas y corteza de árboles, aserrín, cáscaras de frutas secas y bagazos, entre otros, según afirma su directora, la doctora Ana Lea Cukierman.
“Para convertir la biomasa en energía y productos de mayor valor agregado existen diversos métodos. Por un lado, los bioquímicos, que conducen a la generación anaeróbica de metano y a la producción de etanol por fermentación. Por otro, los procesos de conversión termoquímica, como la combustión, la gasificación y la pirólisis”, detalla el doctor Pablo Bonelli, investigador del PINMATE.
La combustión de biomasa produce gases calientes a temperaturas de alrededor de 800-1000 °C, que deben usarse en forma inmediata para calefacción o para generar vapor, que puede emplearse para mover una turbina y generar energía eléctrica, por ejemplo. La combustión requiere que la biomasa tenga un contenido de humedad menor al 50%. “La eficiencia neta de conversión de la energía almacenada en la biomasa que se alcanza en la combustión es del 20 al 40%”, indica Bonelli.
La gasificación convierte la biomasa en una mezcla de gases combustibles mediante oxidación parcial, a altas temperaturas (900-1100 °C). El gas producido tiene un bajo poder calorífico: entre cuatro y seis megajoules por metro cúbico, unas diez veces menos que el gas natural.
Por su parte, mediante la pirólisis se produce la degradación térmica de la biomasa sin presencia de oxígeno.
Se obtienen tres tipos de productos: gases, líquidos y un material sólido enriquecido en carbono, un tipo de carbón que se denomina biochar. Según las condiciones de operación, la velocidad de calentamiento y el tiempo de permanencia del material, se puede optimizar el rendimiento de cualquiera de esos tres productos.
Para lograr el máximo rendimiento de biochar, la velocidad de calentamiento debe ser lenta. Con velocidad rápida se consigue maximizar un producto líquido combustible denominado bio-oil, con un 70% de rendimiento, es decir, si entran 100 toneladas de biomasa se consiguen 70 toneladas de bio-oil. “Las características de este combustible son un poco inferiores a un fueloil, pues rinde aproximadamente 20 megajoules por kilogramo, mientras que el fueloil rinde 43 megajoules por kilogramo”, afirma Bonelli.
Como para obtener bio-oil se necesita un calentamiento rápido de la biomasa, se emplean reactores de lecho fluidizado, en los que las partículas de material se encuentran en suspensión, para facilitar la transferencia de calor”, explica el ingeniero Luciano Gurevich, becario doctoral en el PINMATE.
Una planta de pirólisis (con un costo de 5 millones de dólares) puede ser útil en un aserradero, pues evita la acumulación de residuos, y puede proporcionar energía para la operación de la maquinaria. Con un reactor que se alimentara con algunas toneladas de biomasa por hora se podría generar energía eléctrica, por ejemplo, para un parque industrial.
“La biomasa no es un material homogéneo, pues tiene otros componentes además de la celulosa, incluso minerales. Por ello, es necesario estudiar en detalle los procesos, porque, según el material, varía la velocidad de conversión, el rendimiento y las características de los productos que se desee obtener, que a su vez dependen de las condiciones de operación”, concluye Cukierman.