La bioindustria como alternativa
El brasileño Carlos Nobre, el experto en cambio climático que alertó sobre la sabanización del Amazonas, señala las responsabilidades por los incendios y propone un camino alternativo a la dicotomía preservación-extractivismo: investigación genómica para dar valor agregado a la rica biodiversidad de la región, manteniendo el bosque en pie.
“No hay ninguna duda de que esto no es fuego debido a condiciones climáticas, sino al corrimiento acelerado de la frontera agrícola. La gran cantidad de incendios que estamos viendo ahora no se debe a la quema de bosque en pie, sino de árboles ya derrumbados y secos. Está claro que, en comparación con 2018, el aumento de la tasa de desforestación en buena parte de la Amazonía es notable”, sostiene Carlos Nobre, investigador senior del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Sao Paulo, ex investigador del INPE (Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, el organismo cuyas imágenes satelitales, salpicadas de focos ígneos, están revelando al mundo la magnitud de la catástrofe ambiental que padece el Amazonas) y uno de los más destacados especialistas en calentamiento global.
Miembro del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la organización científica global que en 2007 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su contribución a la protección del medio ambiente, Nobre apunta a las responsabilidades humanas y políticas de los incendios forestales que están arrasando el pulmón verde del planeta. Entre enero y agosto de 2019, el INPE detectó casi 73 mil incendios en la región, un 83% más que en todo el año anterior. El gobierno de Jair Bolsonaro señaló a la sequía –y también, insólitamente, a las ONG ambientalistas– como causa de los incendios. “No es así. Son inducidos por el hombre, generalmente por agricultores y ganaderos. Y el nuevo gobierno de Brasil fomenta este modelo de desarrollo agrícola. El propio presidente, que se ha llamado a sí mismo ‘capitán Motosierra’, lo alienta”, dice Nobre.
Hacia 1991, Carlos Nobre alertó sobre el proceso de “sabanización” que podía sufrir la Amazonía, asediada por el calentamiento global y el desmonte. Fijó entonces un puñado de parámetros de riesgo: con un aumento de 4 grados en la temperatura global y un 40% de su superficie deforestada, el proceso sería irreversible. Desde entonces, la temperatura subió un grado, pero la brutal aceleración del “desmatamento” a manos del agronegocio obligó a recalcular todo.
“Aquellos índices, estudiados en ese momento por separado, obedecían a una realidad que ha cambiado notablemente. Hoy estamos analizando todos esos factores externos combinados: tenemos el calentamiento global, el desmonte creciente y un aumento de los incendios. La conclusión actual es que el punto de no retorno, que haría irreversible el proceso de sabanización de la Amazonía, ocurriría con una tasa de desforestación del 20 al 25 por ciento de la superficie total. Y no estamos muy lejos de ese punto: hoy estamos entre un 15 y un 17 por ciento. El efecto central de todo este proceso pasa por las emisiones de carbono. Si no tuviéramos ese 75 por ciento de bosque amazónico, perderíamos unos 200 mil millones de toneladas de gas carbónico liberados a la atmósfera, con graves consecuencias para el calentamiento global. Un contexto así nos situaría cada vez más lejos de los objetivos del Acuerdo de París”.
Una alternativa al extractivismo
A los 68 años, sin embargo, la tarea científica de Carlos Nobre no se agota en alertar sobre las causas y consecuencias del cambio climático. Sabe que regiones como la Amazonía ponen en juego visiones antagónicas del mundo, muy difíciles de conciliar: por un lado, una lógica de preservación absoluta, utópica; por el otro, la codicia del extractivismo puro, las manos libres para la explotación no sustentable de los recursos del suelo.
“Hace años que venimos trabajando por alternativas de desarrollo cuyo fundamento es la potencialidad económica del bosque tropical; es decir, un desarrollo que se base precisamente en su altísimo grado de biodiversidad. Con ciencia y tecnología modernas, se podría generar un alto valor agregado a través de los activos biológicos de la Amazonía, que son riquísimos. Hoy el ejemplo más evidente es el açaí, el fruto de una especie de palmera amazónica que, quince años atrás, era un producto de consumo local, y hoy es el centro de una industria que genera mil millones de dólares al año para la región. Ese es un producto de la biodiversidad de la Amazonía, pero hay miles. Esa economía puede ser mucho más rentable que la ganadería y la agricultura, que allí son de baja productividad, y puede desarrollarse con el bosque en pie, de un modo ambientalmente sustentable”.
Carlos Nobre es una de las caras visibles del proyecto global The Amazon Third Way (A3W), una iniciativa impulsada por el World Economic Forum que busca completar la descripción genética de la inmensa biodiversidad amazónica, y detectar productos que puedan revitalizar la economía de la región sin arrasarla, con un fuerte énfasis en el respeto al Protocolo de Nagoya y contra la “biopiratería”. Así, el experto destaca los usos gastronómicos y cosméticos del aceite de açaí, rico en antioxidantes; los del jambú, una planta de cuyas flores y hojas se extrae el espilantol, sustancia miorrelajante que ya algunos bautizaron como el “bótox natural”; o el del aceite de copaiba, obtenido de las semillas de otro árbol amazónico, utilizado por las comunidades locales como antiinflamatorio.
“La idea –resume Nobre– es desarrollar una nueva generación de bioindustrias que puedan agregar valor a ese tesoro genómico de más de veinte mil especies de plantas y animales. Desde luego, nuestra propuesta supone una revolución tecnológica que suceda en la Amazonía, con industrias establecidas en la Amazonía y capacitación para las propias comunidades indígenas”.
Su proyecto, lo sabe, necesita de un Estado consciente que aporte los fondos necesarios para este tipo de desarrollo científico y tecnológico, autónomo y soberano. No es ésta, en el Brasil de Bolsonaro, una época propicia. “Brasil está viviendo una profunda recesión económica y los recortes en muchas áreas son muy grandes, pero está claro que hoy hay un componente ideológico en esos recortes: no es casual que se den particularmente en los controles ambientales, y la ciencia brasilera es, desde luego, uno de los sectores más perjudicados por esa política. La ciencia en mi país está viviendo un momento terrible y diría que ha retrocedido 50 años. Tenemos que cambiar esto rápidamente”.