El remedio de volver
Hernán Orgueira estudió química y se doctoró en Exactas. En 1999 se fue al exterior. Realizó un posdoctorado en el MIT y trabajó en distintas compañías en Estados Unidos y Canadá. Hoy tiene a su cargo la tarea de lograr que un laboratorio nacional se convierta en el único proveedor mundial del principio activo del remedio para el Chagas.
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Para Hernán Orgueira la química siempre fue un juego de niños. Tan es así que antes de saber leer y escribir ya les había pedido a sus padres que le regalaran un equipo de química. “Lo primero que hice con ese juego fue preparar permanganato de potasio y derramarlo sobre una mesada de mármol. Quedó toda pintada de violeta”, recuerda entre risas. A partir de allí, su vocación no sufrió tropiezos. Secundario industrial en el colegio Ingeniero Luis Huergo de Caballito, del cual egresó, como no podía ser de otra manera, como técnico químico.
Luego, en el 86, llegó el CBC, en principio con la idea de seguir ingeniería química. Finalmente optó por la licenciatura, decisión que lo trajo hasta Exactas. Durante su carrera de grado, Orgueira imaginaba su futuro laboral en la academia. “Yo quería hacer investigación pero no sabía que iba a hacer química orgánica. A mí me gustaba mucho la físico química. Pero después, me fui entusiasmando con hacer nuevos compuestos, nuevas moléculas. Sin entender todavía que eso podía tener una aplicación industrial importante”, rememora.
Cuando terminó su licenciatura, en el año 93, no le pareció oportuno partir al exterior, “no estaba maduro como para irme”. Por eso eligió hacer su doctorado en el Departamento de Química Orgánica bajo la dirección de Oscar Varela. Sin embargo, Orgueira sabía que más adelante llegaría el momento de viajar. “Yo tenía decidido que me iba a ir al exterior por varios años. Quería hacer una experiencia intensa, lo que implicaba, si fuera posible, un posdoctorado y trabajo en la industria. Porque si vos querés venir con un know how de primer mundo, tenés que conocer todo el proceso”.
Mientras realizaba su doctorado, Orgueira hizo una pasantía en España. Tal vez por eso evaluó la idea de irse a Barcelona. También le interesaba la Universidad de Cambridge en Inglaterra. Sin embargo el célebre MIT (Massachusetts Institute of Technology) se cruzó en su camino. Peter Seeberger, un investigador alemán que trabajaba en ese instituto, se puso en contacto con el laboratorio que dirigía Varela a raíz de las publicaciones del grupo. “Al enterarme de la carta le escribí y le dije que estaba interesado en ir. Ahí cerró todo. El MIT era una oportunidad que no podía dejar pasar”.
– ¿Cómo fue tu experiencia en el MIT?
– MIT es un gran probador. La mayoría se queda uno o dos años. Al que le va muy bien se inserta en la industria, y al que le va mal, lo echan. Es un lugar que te enajena un poco porque trabajás 14 horas por día y también sábado y domingo. Pero guardo un muy buen recuerdo. Porque en el MIT tenés todo, hasta una oficina de patentes. Además, ellos organizan, en el mes de agosto, una instancia que llaman summer recruiting (reclutamiento de verano) en la cual representantes de empresas muy importantes se acercan para tener reuniones con todos los estudiantes interesados. De esa manera buscan incorporar a los investigadores que se están formando.
– Durante tu carrera en Exactas ¿te prepararon para algún tipo de trabajo más allá de lo académico?
– No, porque eso no está en la cabeza de los docentes. Acá los profesores no trabajan emparentados con la industria. Y eso es un gran error. En Estados Unidos tienen otra cabeza, otro concepto de cómo organizar las cosas.¿Por qué la UBA no organiza todos los años un summer recruiting? Exactas es una facultad que tiene una cantidad de conocimientos que, si los direccionara, podría tener muchos centros de desarrollo y consultoría.
– Por lo que decís intuyo que estás bastante de acuerdo con la visión que viene impulsando el ministro Lino Barañao.
– Totalmente. Yo lo conocía de cuando era profesor en química biológica. Lo escuché por primera vez el año pasado. Él habló de la importancia de que la academia estuviera ligada al sector productivo; de que los científicos dejaran de ver a los empresarios como una banda de buitres que lo único que quieren es ganar dinero explotando a la gente. Habrá de esos pero también hay de los otros. Y, además, no todos los que están en la academia son santos.
– En la Facultad se están haciendo esfuerzos por avanzar en esa línea ¿te parece positivo?
-Claro. Hace un par de años navegando por la página de la Facultad me encontré con la novedad de Incubacen. Me puso contento que hubiera un lugar adonde la gente a la que se le ocurría alguna idea pudiera contactarse para recibir apoyo.
– ¿Desde el sector productivo está aumentando la demanda de profesionales con este tipo de formación?
– Sin dudas. El problema es que está costando mucho encontrarlos porque en los años 90, con la destrucción total del aparato productivo, se perdió mucho caudal de estudiantes. Yo me acuerdo que cuando yo entré, en el 87, éramos como cuatrocientos ingresantes y ahora me están contando que en Química entran setenta.
– ¿Qué le dirías hoy a un chico que está en los comienzos de la carrera y que está pensando hacia dónde dirigir su carrera profesional?
– Le diría que se dedique, que haga la inversión de estudiar y que, si puede, vaya teniendo algún trabajo para ir viendo cómo se mueve la industria pero sin que le corte la carrera. Porque hay un futuro en el sector productivo. Las empresas empiezan a ver la necesidad de cumplir con un delivery de productos a un costo mejorado, de innovar y eso no lo pueden hacer con gente que no esté preparada. Entonces tienen que ir a buscar esa gente a la academia.
Pero volvamos a la historia. Luego de dos años en el MIT, durante los cuales completó y publicó su trabajo de posdoctorado, cinco empresas se disputaron su contratación. Orgueira eligió incorporarse a ArQule una compañía ubicada en las afueras de Boston dedicada al descubrimiento temprano de drogas oncológicas. Posteriormente cambió varias veces de empresa. Se casó en 2007 con una canadiense especialista en estudios latinoamericanos en la Universidad British Columbia -“fui su conejito de indias”, bromea-, y se mudó a Vancouver, adonde trabajó para una firma que hacía materias primas medicinales.
Con el paso del tiempo, se fue haciendo cada vez más fuerte el deseo de regresar. “Yo siempre trabajé mucho. Y trabajar mucho en Canadá y en Estados Unidos empezaba a perder sentido. Lo hice para capacitarme pero una vez que lo había conseguido ya no encontraba la motivación para seguir esforzándome tanto”, reflexiona Orgueira y confiesa, “llega un momento en que te surgen las ganas de volver a tus raíces y de querer aportar algo en el lugar del cual surgiste”.
En ese momento conoció a los dueños de Maprimed, una empresa farmoquímica nacional que elabora principios activos para medicamentos. Le ofrecieron la gerencia de investigación y desarrollo. La propuesta le interesó, convenció a su mujer y, para octubre de 2010, doce años después de haber partido, Orgueira retornó a la Argentina. Lo esperaba muchísimo trabajo, como siempre, y una misión inesperada.
Olvidadas pero presentes
El Mal de Chagas forma parte de un grupo de enfermedades caracterizadas como “olvidadas”. Se las llama así porque a pesar de que afectan a los dos terceras partes de la humanidad, quienes las contraen viven mayormente en países pobres o forman parte de la población más humilde de los países ricos. En consecuencia carecen de atractivo para el mercado dado que los demandantes no tienen poder de compra.
En el caso particular del Chagas, se estima que en Argentina hay un millón y medio de personas infectadas mientras que en América se calcula que el número de afectados es de alrededor de 12 millones de habitantes, que se distribuyen mayormente desde México hasta la Argentina, aunque ya se han reportado casos en Estados Unidos y Canadá.
A pesar de la contundencia de estas cifras, el laboratorio Roche dejó de fabricar en 2003 el benznidazol, único fármaco desarrollado para combatir al Tripanosoma cruzi, el parásito que provoca la dolencia. En el año 2008 la organización Médicos sin Fronteras, lanzó una alerta mundial advirtiendo que el último lote de la droga se estaba utilizando para la producción de pastillas y que ya no quedaban reservas.
En primera instancia el remedio se iba a producir en Brasil, pero la iniciativa no prosperó. Entonces, a partir de un acuerdo entre dos laboratorios farmacéuticos locales Maprimed y Elea, la Fundación Mundo Sano y el Ministerio de Salud de la Nación, Argentina tomó la posta y se convirtió en el único productor mundial del fármaco.
De esta manera, el tema llegó a manos de Orgueira quien se convirtió en el responsable de la difícil tarea de producir un total 200 kilogramos del principio activo para fin de año.
– ¿Alcanzar ese nivel de producción es un objetivo complejo?
– No es fácil de hacer. Es una síntesis complicadísima. Encima yo no recibí el technological transfer, que sería la carta de manufactura en la cual te dan todas las instrucciones para fabricar una droga. A Brasil sí se lo habían dado. Yo tengo un diagrama de flujo, una cosa básica, sin ningún detalle, lo mismo que está en la patente. Tuvimos que arrancar de cero, de hacerlo una vez y que no te dé nada, después que te dé un poquito. Por eso todavía estamos en el escalado, si no ya tendríamos la producción resuelta.
– ¿Ya lograron los primeros resultados?
– Sí, ya sacamos los primeros lotes con los cuales se hizo la validación, la comprobación de estabilidad y se habilitaron todos los papeles con la ANMAT. Este año hay que hacer dos lotes de 100 kilos. Tenemos que sacar uno para mitad de año y otro lote para fin de año.
– ¿Creés que van a alcanzar esa meta de producción?
– Bueno, va a ser mejor que los tenga (risas). No, en serio, estamos trabajando en eso y lo vamos a conseguir. Pero vos sabés que esto es algo que me puso súper nervioso porque yo nunca había estado en algo de impacto público. Cuando este tema se dio a conocer en los medios empezaron a llamarnos enfermos de Chagas. Entonces hay una presión que hace que esto tiene que estar. Y tiene que estar bien. Así que me quita un poco el sueño, para qué te voy a mentir.
A pesar del estrés que le genera el desafío que tiene que enfrentar, Orgueira sabe que esta misión viene a completar los objetivos que se planteó cuando estaba en el exterior: volver al país y devolverle algo a la sociedad que le permitió empezar a formarse profesionalmente. Por eso está contento y su alegría se nota. “Me encanta Buenos Aires y no me volvería a ir. Ahora quiero que se convenza mi mujer de que Argentina es un lugar como para que nos quedemos. Las cosas pueden ir un poco mejor o un poco peor, pero si tengo un trabajo como éste, desde el cual se puede luchar, vale la pena”.