¿Cómo enseñar la naturaleza de la ciencia y no morir en el intento?
Un grupo de investigadores e investigadoras desarrollaron y aplicaron, con buenos resultados, una novedosa herramienta a la hora de enseñar, a estudiantes de profesorado de biología, cómo funciona la ciencia. Se trata de una narrativa científica sobre un episodio histórico, que se utiliza en el presente a través de una interfaz informática, para apuntar a futuros docentes con mejor formación.
Lejos de caer en las ideas equivocadas o visiones estereotipadas habituales, un producto diseñado a partir de un enigma histórico y un objeto virtual de aprendizaje logró resultados positivos en estudiantes de profesorado de biología, según indica un estudio reciente. Las y los docentes del futuro fueron invitados a ponerse en el lugar de científicos del siglo XVIII para entender a diminutos insectos, ciertos pulgones de plantas, que parecían no necesitar de sexo para reproducirse como lo hacían todos los animales del mundo conocido hasta ese entonces.
El día a día de la ciencia, su trastienda, la manera en que se lleva adelante, no es muchas veces contada ni vivenciada de modo de alcanzar una verdadera comprensión de qué se trata. Suele mostrarse de un solo modo, que en didáctica se conoce como ciencia en su forma final.
“Efectivamente, todos los currículos, los libros, están afectados por esa concepción de mencionar los éxitos resonantes, las grandes ideas, las teorías hechas monumentos, y nada de cómo hemos logrado saber lo que sabemos”, describe Agustín Adúriz-Bravo, director del Grupo de Epistemología, Historia y Didáctica de las Ciencias Naturales del Instituto CeFIEC en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
En busca de cambiar esta concepción de ciencia tradicional, Adúriz-Bravo junto con Andrea Revel Chion, también del CeFIEC, y Filipe Faria Berçot de la Universidad de San Pablo, Brasil, diseñaron este dispositivo didáctico que echó mano de un episodio histórico y de un desarrollo informático.
El enigma del pulgón
El experimento propuso un viaje en el tiempo. A través de una interfaz virtual llevó a un grupo de futuros docentes, reunidos en 2019 en la Ciudad de Buenos Aires, a sentir, pensar, resolver y debatir ante un curioso enigma abierto en Europa en los inicios de 1700: ¿cómo se reproducían los pulgones? Por siglos, la humanidad los espió sin suerte, esperando el apareamiento de estos insectos, ya que hasta entonces todos los animales, desde los elefantes hasta las moscas, requerían de los dos sexos para procrear.
Decidido a develar el misterio, un renombrado científico francés, René Réaumur, tomó cartas en el asunto. “Secuestró”, según sus palabras, a un pulgón e intentó observar si en soledad tenía descendencia. Los fracasos lo llevaron a abandonar la cuestión, pero, como era su costumbre, propuso el desafío a sus colegas: “He intentado esta experiencia varias veces, pero ella no ha tenido éxito. Pero relato lo que hice para que otros puedan intentarlo”, cuenta el trabajo publicado en Enseñanza de las Ciencias.
Graduado en leyes, pero naturalista de alma, Charles Bonnet tomó el desafío en 1740 en Ginebra y aisló a un ejemplar con todas las condiciones necesarias para una estadía placentera. Con el tiempo, vio que aquel pulgón solitario estaba acompañado por 95 crías. ¿Cómo era posible? Otros científicos probaron y obtuvieron el mismo resultado: en algunos animales no se requerían los dos sexos para reproducirse. De este modo, se conoció la multiplicación sin apareamiento o partenogénesis.
Esta narrativa histórica, combinada con la tecnología informática, llevó a 29 estudiantes de profesorado de biología a ponerse en el lugar de los investigadores del siglo XVIII. “A partir de textos breves, se daba el contexto histórico y, con los elementos de la época, ellos debían dar soluciones a los problemas de entonces”, describe Adúriz-Bravo, y agrega: “Se muestran los derroteros, los caminos tortuosos y laboriosos de la producción científica. Con pequeños fragmentos, momentos para pensar, preguntas para ser contestadas, van emergiendo aspectos pensables, puestos en duda, ‘tematizables’ de la ciencia como actividad”.
Frente a una pantalla de computadora, divididos en grupos de a dos, docentes del futuro se ponían en la cabeza de investigadores de antaño. Y sentían cambios al final de la prueba, como surge de estos testimonios: “Esta metodología no se centra en dar conceptos como en los libros, que a veces pueden llegar a aparecer como si fueran un diccionario o enciclopedia” (estudiante 18). “Permite entender cómo se llega al concepto y no solo a su definición […]. De esta manera, se obtiene una mayor comprensión del tema y es más creíble que si solo te explican el fenómeno” (estudiante 22).
Aplicable en cuarentena
“El análisis de la aplicación con futuros profesores de biología evidenció resultados positivos en términos de la identificación de algunas ‘ideas clave’ para enseñar naturaleza de la ciencia”, concluye el estudio. Una de ellas, poco reportada en estudios anteriores, fue la puesta en valor de la comunicación científica.
Si bien este dispositivo didáctico fue diseñado antes de la pandemia, “los tres autores coincidíamos en la importancia de su posible aplicación en este momento de clases no presenciales, dado que propone un encuentro a distancia ‘para pensar’, muy diferente del que domina hoy. El dispositivo es mucho más interactivo que lo habitual, pero no en términos informáticos, sino desde el punto de vista de los desafíos intelectuales que plantea”, finaliza Adúriz-Bravo.