Neurociencias y alucinógenos

Que crezca el cucumelo

Los estudios sobre el uso de drogas psicodélicas para tratar depresión grave avanzan en el mundo con resultados prometedores. Un equipo argentino en colaboración con el Imperial College de Londres logró predecir qué pacientes mejoran con ese tratamiento, en base a imágenes del cerebro. Las trabas legales dificultan la investigación con estas sustancias pero en pocas décadas podrían converger en una terapia habitual. El equipo, además, busca realizar estudios con pacientes oncológicos.

4 Jun 2024 POR

La psilocibina es una molécula psicoactiva presente típicamente en hongos. Es decir, es una droga psicodélica, emparentada con el LSD y otras similares. Se la puede extraer del hongo Psilocybe cubensis, mejor conocido como cucumelo en América del Sur. Integra el listado de sustancias ilegales y, por supuesto, su comercialización y uso está penado.

Aún así, hoy está de moda por motivos que exceden el uso recreativo: se la consume en dosis bajas para una supuesta mejor calidad de vida. “Es como la homeopatía de los psicodélicos”, comenta Enzo Tagliazucchi, investigador del Instituto de Física Interdisciplinaria y Aplicada (INFINA, UBA-CONICET). Y explica: “La gente busca ahorrarse los efectos incapacitantes de la droga y beneficiarse con los buenos: supuestamente, ser más creativo, rendir más o tener más energía”.

Para el investigador, es entendible que la idea resulte atractiva, aunque sólo es una suposición. Dice que las microdosis son una práctica frecuente en nuestro país. “Hicimos un estudio con personas que lo hacen, para ver si efectivamente había un efecto, y no lo hay. Está muy por debajo de la expectativa, es básicamente una creencia”, afirma. Y advierte: “Hay quienes venden microdosis abiertamente y no se dan cuenta que están comerciando con sustancias ilegales”.

La psilocibina es una molécula psicoactiva que se puede extraer del hongo Psilocybe cubensis, mejor conocido como cucumelo en América del Sur.

Sin embargo, su uso terapéutico no es una idea alocada. La psilocibina es estudiada desde hace décadas en ese sentido. “Es una droga que se relaciona con la farmacología del cerebro por la vía serotoninérgica. Las drogas estándar que se recetan hoy en psiquiatría, aunque de otra manera, también afectan a este sistema para intentar modular los trastornos del estado anímico”, explica Tagliazucchi.

Según afirma, esas drogas presentan una latencia de acción larga. La mejoría se comienza a sentir recién a partir de las tres semanas y se deben consumir diariamente. Tienen efectos secundarios notorios y su tasa de efectividad no es muy alta. “Hay drogas antidepresivas mucho más potentes pero con más contraindicaciones, requieren ajustar mucho el estilo de vida porque impiden comer cosas que el cuerpo ya no puede procesar o porque te dejan abatido, se puede engordar y sufrir disfunción sexual”, agrega.

En cambio, el uso de psilocibina con dosis únicas puede tener un efecto antidepresivo rápido y sostenido en el tiempo. “Eso se fue validando con diferentes estudios cada vez más rigurosos”, comenta Tagliazucchi al tiempo que detalla que las dosis de veinte miligramos con las que se investiga ya son psicodélicas: “A diferencia de los fármacos habituales, hay una alteración considerable de la conciencia. El paciente tendría una o dos dosificaciones y pasaría por los efectos psicodélicos. Lo que se encuentra es que mejoran su cuadro de depresión de forma rápida y sostenida, hasta varios meses después, sin necesidad de consumo diario y sin efectos adversos”.

Sin embargo, una cura es lejana. “Una depresión leve o situacional se resuelve con una combinación de terapia y medicación, aquí hablamos de pacientes idiopáticos, quienes toda su vida tuvieron depresión muy incapacitante sin motivo evidente, lo que apuntaría a un problema a nivel orgánico”, explica el investigador. Y suma: “De ese grupo, se estudian los más graves, quienes pasaron por diferentes tratamientos y ninguno funcionó. Y si bien con la psilocibina se ve una mejoría, no es posible afirmar que se pueden curar. De hecho, es probable que después de un año vuelvan los síntomas y se deban probar otros tratamientos u otras dosis”.

Una investigación que pega

El trabajo recientemente publicado en el Journal of Affective Disorders, muestra que la actividad cerebral antes del tratamiento puede predecir qué pacientes mejoran. Tagliazucchi explica que existe mucha variabilidad en la respuesta con psicodélicos, algo que pasa en general con los tratamientos farmacológicos para la depresión. El objetivo fue entender por qué.

El uso de psilocibina con dosis únicas puede tener un efecto antidepresivo rápido y sostenido en el tiempo.

“Usamos registros de la actividad cerebral con los que armamos modelos predictivos con técnicas de aprendizaje automático. Buscamos predecir quién va a tener mayor mejoría en su condición. Obviamente, la predicción no es perfecta pero es significativa, proyectando a casi dos años”, afirma. Y aclara: “No apunta a una función práctica, tiene un interés científico para entender qué factores predisponen a la persona a mejorar o no”.

“Lo hicimos con Débora Copa, ingeniera electrónica y estudiante de doctorado, cuyo proyecto es utilizar machine learning en neuroimágenes”, agrega. El trabajo es una colaboración con un equipo del Imperial College de Londres. “Es una de las universidades que más temprano comenzaron con esta línea, hace aproximadamente diez años. Ellos pueden suministrarle psilocibina a los pacientes en un entorno clínico y hacer registros de neuroimágenes antes, durante y después de forma no invasiva”, relata Tagliazucchi.

Para el científico, el tipo de experiencia consciente que se tiene con la droga es predictiva de la evolución que se obtiene después. “Hay todo un espectro posible de respuestas, podés tener un estado de ansiedad u otro de mayor felicidad”, describe. Y agrega: “Las drogas psicodélicas tienen efectos muy variables porque dependen mucho de la persona, de lo que le está pasando y de cómo está predispuesta”.

Las chances de mejora se elevan con las denominadas “experiencias de tipo místicas”. “Según Roland Griffiths, el farmacólogo que las describió, se siente mucha felicidad y una sensación de unidad con las cosas, además de cierta trascendencia. Quienes las tienen, dicen que los transformó. Lo que pasa –matiza el investigador– es que para ese entonces ya se aplicó la droga. Este trabajo intenta hacer una predicción incluso antes de eso”.

El tipo de experiencia consciente que se tiene con la droga es predictiva de la evolución que se obtiene después en los pacientes.

Las experiencias malas también ocurren. “Es común que pacientes ya predispuestos a tener ansiedad experimenten lo que popularmente se llama ‘mal viaje’. No dejan secuelas y no es lo que se espera para los pacientes pero, cuando ocurren, hay un protocolo terapéutico que se implementa para calmar a la persona”, explica Tagliazucchi.

Los psicodélicos también arrojan resultados positivos en el tratamiento de adicciones. “La evidencia muestra que el tipo de experiencias transformativas, que las personas recuerdan como un antes y un después, son favorables”, afirma, al tiempo que aclara que son sustancias que no producen adicción.

Estos estudios no requieren una gran infraestructura. “Es básicamente una sala con un sofá. Con los psicodélicos importa mucho el contexto, si estás en una habitación derruida, con ruidos, es probable que la pases mal. Se arma un entorno de apoyo hacia el paciente, se le permite llevar cosas y se usa música. Se hace en un hospital porque está monitoreado permanentemente. La experiencia puede durar aproximadamente cuatro horas”, describe.

Dados los impedimentos legales, la investigación con pacientes es difícil en Argentina, pero el equipo interdisciplinario que dirige Tagliazucchi trabaja de muchas maneras. “Hoy investigamos haciendo estudios observacionales sobre el consumo. Buscamos voluntarios que acepten ser registrados, medidos y evaluados en su consumo personal. No podemos legalmente suministrarle la droga pero nada nos impide hacer trabajos de este tipo”, explica.

Enzo Tagliazucchi . Foto: Diana Martinez Llaser. Exactas UBA.

En el equipo hay tres psicólogos y un médico y cuentan con psiquiatras colaboradores. “Son muy importantes porque hay contraindicaciones. Las personas con trastorno de la personalidad, esquizofrenia o psicosis, no deberían consumir estas sustancias. Por eso hacemos evaluaciones con especialistas mediante entrevistas previas”, aclara.

Sin embargo, junto a Ain Stolkiner, médico y becario doctoral de su equipo, están intentando hacer estudios clínicos. “Queremos estudiar pacientes oncológicos que tienen depresión y ansiedad al recibir el diagnóstico, que es algo muy común y las drogas usuales no son muy buenas para tratarlos. Implica reclutar pacientes y conseguir la sustancia obteniendo un permiso para importarla y suministrarla en un contexto de laboratorio. Obviamente, es un proyecto más ambicioso y nunca se hizo en Argentina”, afirma.

Es un trabajo difícil, no solamente por los recursos económicos, que podrían resolver mediante fundaciones privadas, sino por el sistema regulatorio. Explica Tagliazucchi: “La ley dice que no se pueden usar estas sustancias a menos que sea con fines científicos o médicos. No obstante, tiene que haber un organismo nacional que nos avale y autorice. Estamos trabajando en ese tema”.

“El uso supuestamente terapéutico de estas sustancias está muy popularizado de forma clandestina. Hay todo un espectro de facilitadores: desde gente seria, incluso formada académicamente, hasta manipuladores que se aprovechan de la vulnerabilidad de las personas”, comenta. Y concluye: “Esto va a seguir pasando hasta que no se regule, ése es el problema de la clandestinidad. También habría que regular a los hongos, para que el día de mañana, si estas drogas se aceptan como terapias, la única opción de acceso no sea pagando grandes sumas de dinero por un medicamento, sino que se pueda acceder de forma legal y controlada por otras vías”.