Delta original
Salvar especies autóctonas, recuperarlas, hacerlas crecer, convertirlas en fuente de ingreso para los pobladores locales y regresarlas a su lugar original son algunos de los objetivos del programa Exactas con la Sociedad, que se lleva a cabo en la Reserva de Biosfera del Delta del Paraná.
Están vivos y de pie. Sobrevivieron, a pesar de todo. Resistieron a la invasión de especies exóticas que los acorraló, a la mano del hombre que los taló para reemplazarlos por cultivos comerciales y a numerosas inclemencias que padeció el Delta en las últimas décadas. Hoy, esta vegetación nativa, original de las islas, conocida como Monte Blanco, asoma tímida y ensombrecida por otros peligros. Pero no está sola; un equipo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (Exactas-UBA), va en su rescate junto con cooperativas de productores locales.
Se trata del Arrayán de la isla, del Canelón, del Laurel nativo, del Mataojo, entre otros, que conformaron la selva original en las islas del Delta del Paraná, pertenecientes al municipio bonaerense de San Fernando, y declaradas “Reserva de Biosfera” por la UNESCO en el año 2000. Ejemplares de estas especies nativas resisten actualmente tras las más diversas vicisitudes y se hallan en medio de plantaciones forestales, que en los próximos años serán podadas para su venta. Es decir, que estos individuos juveniles, descendientes de aquellos árboles autóctonos, renacieron en un lugar de riesgo.
Para salvarlos, se ha iniciado una tarea dentro del programa Exactas con la Sociedad, que es anticipada por su director, Fabio Kalesnik: “Estamos trabajando con pequeñas cooperativas de productores para que extraigan los arbolitos nativos que se están regenerando, antes de cortar la madera de sus plantaciones, pues esta al caer puede aplastarlos”. El emprendimiento es más amplio aún. Tras librarlos de ser aniquilados por el peso de los ejemplares comerciales, el objetivo apunta a darle un nuevo horizonte a los retoños de las especies originales. ¿Cuál es el plan? “Trasplantarlos y hacer viveros de re-cría para fines educativos en las escuelas de las islas, y también usar los plantines para enriquecer los últimos parches que quedaron de la selva original”, agrega el docente investigador de Exactas-UBA, quien además es fundador y miembro permanente de la Reserva de Biosfera.
A casi 50 kilómetros del centro de la Ciudad de Buenos Aires, y con una superficie superior en cuatro veces a la metrópoli porteña, se extiende rodeado de agua un mundo verde que en su zona núcleo es habitado por ciervos de los pantanos, carpinchos, lobitos de río, gatos monteses, coipos y pavas de monte. Algunos de ellos pueden merodear los últimos restos del Monte Blanco o selva ribereña. “Fomentar y mostrar una relación equilibrada entre la humanidad y el medio ambiente” es una de las misiones de esta Reserva, en la cual trabaja el doctor en biología, Kalesnik, desde el Comité de Gestión y del Comité Científico como técnico asesor.
Pasado movido
Los ejemplares del Monte Blanco van empalideciendo desde hace décadas, a punto tal que hoy es casi un tesoro difícil de hallar. “Quedan muy pocos porque la actividad productiva que se desarrolló sobre las zonas que habitan estas especies los eliminó hace aproximadamente cien años. Sobre los últimos parches de estos bosques nativos es donde nosotros trabajamos en investigaciones de conservación”, relata Kalesnik, desde el laboratorio de Ecología Ambiental de Exactas-UBA.
Junto con estos árboles autóctonos, también los isleños sufrieron diversas vicisitudes. “En la década del 70 –relata–, la producción forestal de sauce y álamo para pasta celulosa toma auge y acompaña un proceso de despoblamiento masivo de las islas”. Y grafica: “De los 30 mil pobladores originales de la Reserva, solamente quedan 3000”.
Con la partida del 90% de los pobladores, el panorama cambió. “Las plantaciones comerciales de sauce y álamos quedaron en gran parte abandonadas, y se fue regenerando un nuevo tipo de bosque, dominado por especies exóticas como fresno, arce, ligustro o ligustrina, pero –advierte– los individuos juveniles de aquellos árboles nativos (Monte Blanco) crecieron en pequeñas proporciones dentro de estas plantaciones que están esperando su época de corte o que quedaron abandonadas”.
Recuperarlos es la consigna. Y desde hace diez años, el equipo trabaja mano a mano con la comunidad local para lograr integrar modelos de conservación con un desarrollo productivo sustentable, objetivo final de la Reserva de Biosfera. “Estamos trabajando fuertemente con proyectos de educación ambiental con las escuelas de las islas, donde los chicos y docentes se capacitan para entender la importancia del bosque nativo original”, recalca. En este sentido, Kalesnik remarca: “Las actividades siempre involucran a la familia, a la historia y a la identidad isleña”. En este caso, una parte de los ejemplares salvados de morir aplastados, luego de su trasplante en viveros de re-cría, pueden venderse, y así generar un ingreso a los pobladores locales. En tanto, “un segundo objetivo de los viveros de re-cría es enriquecer los últimos parches que quedan de la selva original, o bosque en galería (Monte Blanco)”, explica. Es decir, que los árboles retornen a su lugar de origen.
La tarea no se detiene. En estos momentos los investigadores están en tratativas con el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, junto con una cooperativa isleña para lograr unir los eslabones de una cadena de valores que resulte una alternativa real para el joven isleño. “La idea es vender estos arbolitos nativos que son ornamentales, con un sello de calidad de la Reserva de Biosfera, pero que salga del núcleo de la comunidad isleña, donde esté incluido el proceso educativo en las escuelas, el de conservación y el de desarrollo productivo”, precisa.
Volver a las raíces y, a su vez, aprovechar sus frutos. En otras palabras, el equilibrio entre conservar el medio ambiente y generar recursos genuinos para que sus pobladores puedan vivir en ese paraíso terrenal del Delta, sin verse obligados a emigrar a selvas de cemento.
Origen diferente
Desde los Pabellones de la porteña Ciudad Universitaria es posible divisar un parque aledaño que “no tiene nada que ver con las islas de San Fernando, que son la Reserva de Biosfera del Delta del Paraná”, sostiene Fabio Kalesnik, y enseguida agrega: “Esta es una reserva ciudadana, para caracterizarla de alguna manera, producto del relleno artificial del suelo, lejos, físicamente hablando, de la Reserva de Biosfera. Y la formación es otra. Mientras aquellas son islas naturales formadas por deposición de sedimentos aportados por el Río Paraná, estas son producto del relleno artificial, que con el tiempo se le fueron depositando más sedimentos de forma natural. Más allá de su origen diferente, es muy importante su existencia”.
Proyecto reserva de biósfera Delta del Paraná
La zona núcleo se encuentra ubicada en el área de más reciente formación y menor grado de intervención humana, donde la mayor parte de las actividades productivas se encuentran inactivas en la actualidad. Se trata de un espacio que presenta una gran heterogeneidad del paisaje y una combinación de ambientes que resulta favorable para distintas especies de fauna.
La zona tampón (que rodea a la zona núcleo) tiene también condiciones apropiadas para la conservación y un menor grado de actividad antrópica (humana). Debido a las fases históricas de mayor actividad, ofrece en la actualidad una abundante infraestructura subutilizada, lo que le permite cumplir adecuadamente la función de apoyo logístico para la capacitación, la educación, la investigación y la observación permanente. También se desarrollan emprendimientos agrícolas ecológicamente sustentables, actividades artesanales y nuevos emprendimientos de eco-turismo.
La zona de transición presenta un variado cuadro de actividades humanas de distinto nivel de intensidad (forestal y actividad agropecuaria), que se encuentran en fases de producción activa o de recuperación. En la misma se desarrolla un paisaje con rasgos culturales propios (forestaciones comerciales, parcelas rurales, viviendas costeras, entre otros), lo que genera una identidad que se entronca con la historia de la región.
Ellos son…
Algunas de las especies que conforman el Monte Blanco son:
Arrayán de la isla (Blepharocalyx salicifolius)
Canelón (Myrsine laetevirens)
Laurel Nativo (Nectandra angustifolia)
Mataojo (Pouteria salicifolia)
Seibo (Erythrina crista-galli)